A Víctor y Fernando desde muy chicos les encantaba viajar, y cada vez que volvían a casa después de un tiempo fuera se quedaban con ganas de algo más. Por eso, a mediados de 2017, decidieron que querían seguir viajando y, al menos por un tiempo, no tener que volver a casa. Así fue como en octubre de ese mismo año emprendieron un viaje que los llevó a conocer los cinco continentes, 60 países y a recolectar historias inimaginables en los lugares más recónditos del planeta. Cuatro años y medio después del inicio, con un breve paso por Argentina para recargar energías y visitar seres queridos, decidieron preparar sus pasaportes y ponerse las mochilas nuevamente para seguir juntando historias por el mundo.
Fernando nació en Salta hace 34 años, es traductor freelance y puede trabajar desde cualquier parte. Por eso siempre tuvo ingresos a lo largo de los cuatro años que duró la aventura y eso les permitió a ambos solventar los gastos lógicos que conlleva un viaje tan largo. Víctor es de Buenos Aires, tiene 31 años y es nutricionista. Tuvo que encontrar “changas” en el camino para juntar algo de dinero, sumado a los ahorros que había llevado desde Argentina. “En principio la idea era viajar un año y medio, pero con la pandemia terminaron siendo cuatro años y dos meses”, cuenta la pareja en Buenos Aires un día antes de subirse a un avión con destino a Río de Janeiro para continuar la travesía.
Aseguran que el país que más los impactó fue Irán. “Cuando llegás allá te das cuenta que la gente vive en su mundo, la mayoría está en contra del gobierno”. Allí se quedaron en la casa de una familia liberal de “mucho dinero” donde las mujeres no se cubrían la cabeza con pañuelos. “Si querés, allá encontrás todo, fiestas clandestinas, fiestas gay, alcohol. Es un mundo escondido, suburbano. Si nadie se entera, vos hacés la tuya. La gente es super amable y en la calle te paran todo el tiempo”, rememoran sobre su experiencia en el país persa, del que se quedaron maravillados por su arquitectura. “Es impresionante”, afirman.
Otro lugar que les “voló la cabeza” fue Svalbard, un archipiélago en el océano Glacial Ártico que forma parte de Noruega. “Fuimos en invierno y no había día. Estuvimos una semana y no vimos la luz, fueron todas noches”. “Salíamos a caminar y veíamos nenes de jardín de infantes jugar afuera en la oscuridad con 20 grados bajo cero con linternas en la cabeza”, recuerdan. Dicen que estaba prohibido salir de los límites de la ciudad sin armas “porque hay más osos polares que personas”. “La ciudad tiene unos dos mil habitantes nada más. La gente va por períodos, un año o dos, porque sino te volvés loco. Es super raro el lugar”.
Al llegar, se sorprendieron con la gran cantidad de lugares de masajes thai que había. Cuando preguntaron la razón, les dijeron que, como los noruegos no logran convencer a sus esposas de vivir allí, decidieron “comprar mujeres de Tailandia con la promesa de un futuro en Europa”.
Sin embargo, el país que más lejos los hizo sentir de casa fue Etiopía. Allí vieron en primera persona una ceremonia de matrimonio de la tribu hamer, uno de los pueblos más tradicionales del país. “Tienen una ceremonia en la que el novio da latigazos a las mujeres solteras en la espalda. Ellas van corriendo en un campo y el hombre las va persiguiendo con un látigo. Para la tribu es una demostración de amor de las mujeres hacia el hombre que se casa. Después el novio se desnuda y le ponen doce toros que tiene que saltar de uno a otro para demostrar que es lo suficientemente hombre. Si no logra saltarlos todos, significa que tiene que esperar un tiempo más para convertirse en hombre y recién poder casarse”, explican.
Las mujeres de la tribu hamer utilizan platos labiales y se trenzan el pelo con arcilla y grasa animal. “Están al lado tuyo y te separan kilómetros de distancia cultural. No sentís que formás parte de ellos para nada”, aseguran.
Rememorando las situaciones más extrañas que les tocó vivir, destacan cuando sufrieron un terremoto en un metro de Ciudad de México, un accidente automovilístico en Nueva Zelanda y el día que casi van presos en Eslovenia por olvidarse de llevar los pasaportes en la frontera con Italia. “Estábamos en Eslovenia y vimos un bus muy barato para ir a Venecia. En la frontera sube al bus gente de migraciones antes de salir del país. No teníamos los pasaportes porque dentro de la Unión Europea no te los piden para pasar la frontera. Solo teníamos nuestros DNI argentinos. Estuvimos abajo del bus como tres horas tratando de explicarles porque no teníamos los pasaportes. La única forma de zafar era ir a una comisaría y que le mostremos una foto del pasaporte con el sello de entrada a la Unión Europea. Entonces llamamos a la persona de Airbnb que nos había hospedado en Eslovenia, le pedimos que entre a nuestra habitación, saque fotos de los pasaportes y se las mande al gendarme. Por suerte se las mandó y zafamos”, recuerdan entre risas.
En febrero de 2020, cuando el coronavirus comenzaba a convertirse en tema de conversación en todo el mundo, Víctor y Fernando estaban en Bali, la isla más famosa de Indonesia. Un poco por desconfianza del sistema de salud de allí, entendieron que lo mejor era buscar un país desarrollado cerca para poder permanecer un tiempo hasta que el virus les permitiera volver a emprender viaje. Jamás imaginaron que terminarían quedándose un año y medio en Nueva Zelanda, trabajando en una fábrica de leche en polvo, con frigoríficos, en una cosecha de lúpulo y recolectando cerezas, kiwis y distintas frutas según la estación.
“Viajamos en el último vuelo de turistas que entró a Nueva Zelanda. El gobierno cerró la frontera cuando estábamos en el aire. Allá la pasamos muy bien porque no hubo pandemia, casi que no había casos”, recuerdan sobre su experiencia en el país oceánico. Cuentan que en Nueva Zelanda es fácil conseguir trabajo en las cosechas y “se gana bien”. “Te contratan de un día para el otro y te pagan por semana según tu nivel de producción. Recuperamos plata y pudimos saldar deudas”. Por el contexto de pandemia, el Gobierno neozelandés flexibilizó el régimen de visas y pudieron quedarse más tiempo del permitido en situaciones normales.
Cuando Australia y Nueva Zelanda acordaron una “burbuja de viajes” a mediados de 2021, la pareja finalmente pudo volver a subirse a un avión después de casi un año y medio en tierra. Permanecieron en Australia durante seis meses hasta que finalmente decidieron emprender el regreso a la Argentina. “Extrañábamos mucho a nuestros seres queridos, y un poco las empanadas salteñas”, cuenta risueño Fernando. Sin embargo, concuerdan que la mejor comida la encontraron en Tailandia, México, Perú, Italia y Etiopía.
Todas sus aventuras, entre ellas los 3.500 kilómetros que recorrieron desde Moscú a Siberia en el tren Transiberiano, las registran en su cuenta de Instagram (@vagamundosargentinos), que actualmente tiene 42 mil seguidores. Allí comparten fotos, videos, historias y consejos para viajeros. Muchos les preguntan cómo hicieron para llevar adelante un viaje tan largo, y ellos siempre responden que lo más importante es hablar inglés y encontrar un trabajo que se pueda hacer de manera remota. También aplicar a visas de trabajo, buscar opciones baratas de alojamiento como Couchsurfing y hostels e investigar servicios de vehículos para viajar de manera compartida, como BlaBlaCar, una aplicación que se utiliza mucho en Europa.
Luego de Río de Janeiro, la pareja se instalará en España, donde Víctor hará una maestría en ingeniería en alimentos. En Madrid harán base y desde allí continuarán planificando viajes para seguir juntando historias y recuerdos por el mundo.
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