La escena dio la vuelta al mundo, literal: 45 segundos en los que un comediante, hombre, le hace un chiste a un actor, hombre también, sobre la cabeza pelada de su mujer. Will Smith, el famosísimo actor en cuestión, primero se ríe, después avanza ensimismado por la pasarela, le da una cachetada al comediante y el público ríe, todavía creyendo que era un paso de comedia.
El mundo, en general, se detuvo en ellos dos: observó a dos hombres midiéndose el largo de sus genitales. Otra pequeña parte del mundo, sin embargo, miró a un costado de Will Smith: la mujer pelada revoleaba los ojos en silencio.
A casi 10.000 kilómetros de Los Ángeles, donde se entregaron los Oscar 2022, Liliana Basso fue parte de ese micromundo que reparó en Jada Pinkett, la esposa de Will Smith. Liliana tiene 59 años, es abogada, vive en La Matanza, y empezó a quedarse pelada en 2014, después de haberle puesto el cuerpo a dos situaciones muy traumáticas.
Más allá del escándalo, de la violencia y del machirulismo, era la primera vez que Liliana escuchaba hablar de “alopecia femenina” en los medios de comunicación de todo el mundo.
Ni ella ni el resto de las 52 mujeres que forman el grupo de Facebook y de Whatsapp llamado “Alopecia Argentina” tienen pruritos con la palabra “peladas”. Es, quizás, la forma de mostrar lo distinta que es la vara del mandato de belleza: ¿por qué, sino, de un hombre se dice sin problemas que es pelado pero de una mujer se dice que ‘sufre una enfermedad llamada alopecia’?
Para ellos, una característica física más; para ellas, una enfermedad que se padece en silencio.
Liliana aparece del otro lado de la cámara así como es: sin peluca, sin sombrero, sin un pañuelo que envuelva y oculte su cabeza calva. No le fue fácil, sin embargo, salir del closet y llegar a este momento de aceptación. Su alopecia -un trastorno autoinmune por el cual se pierde una parte o la totalidad del pelo- se activó después de un episodio de estrés extremo, algo frecuente en estos casos.
Un mismo año, dos dramas distintos
“Fue en 2014, a mi hija mayor le apareció un bulto en el cuello sorpresivamente. Arrancamos enseguida con todo el proceso de investigación: tenía un linfoma de Hodgkin”, arranca. Magalí, la mayor de sus dos hijas, tenía sólo 24 años cuando le detectaron un tipo de cáncer que se desarrolla en el sistema linfático.
“Estaba en esa situación, en pleno impacto del diagnóstico, cuando a mi papá le entraron a robar a su casa”, sigue Liliana. Su papá tenía 80 años, era jubilado, y la madrugada de ese 17 de mayo de 2014 un delincuente trepó hasta su balcón, entró por el comedor y no sólo le robó: “Lo lastimaron tanto que lo terminaron matando”.
Liliana comenzó a hacer el duelo por el crimen de su papá mientras su hija atravesaba un tratamiento de quimioterapia que se extendió durante los siguientes nueve meses.
“La cosa es que cuando mi hija terminó su tratamiento yo empecé a verme unas pequeñas calvitas a un costado de la frente, como unos agujeros en los que se me había caído el pelo”. Una dermatóloga le indicó unas cremas y, aunque todavía todos creían que el pelo iba a volver a medida que el estrés bajara, las lagunas siguieron agrandándose durante todo el 2015.
A comienzos de 2016, ya con “poquísimo pelo”, Liliana fue a atenderse al Hospital Ramos Mejía, donde hay un servicio enfocado en el tema, “pero ya era imposible de frenar, la caída había sido galopante. En mayo de ese año tenía el 40% del pelo, en julio ya lo había perdido todo”.
Liliana le preguntó a su pareja si se animaba a raparla y él dijo algo que, ahora que el tema dejó de ser un drama, la hace reír: “Dale, así te va a crecer con más fuerza”. Tenía 53 años cuando se miró al espejo y se vio, por primera vez, completamente pelada. Había visto miles de pelados en la calle, nunca a una mujer pelada.
“El impacto más grande fue una vez que vino un cliente y no me reconoció. Me dijo ‘parecés una viejita’ y era real, tenía poco más de 50 años y parecía una viejita”. Lo que hizo fue comprarse una peluca, una de las razones por las que no se ven mujeres peladas en la calle.
Dos meses después de haberse rapado, Liliana perdió el resto del pelo del cuerpo: vellos, cejas, todo. Es lo que se conoce como “alopecia universal”. En Argentina se calcula que un 40% de las mujeres tuvo caída de cabello y que 1 de cada 6 tiene alopecia. En los hombres el porcentaje asciende: tiene alopecia la mitad de los mayores de 50 años.
“Claro, la primera reacción es taparse, que nadie se dé cuenta de lo que te está pasando. Me ponía la peluca para salir a trabajar y el cambio de look le gustaba a los demás pero a mí no me gustaba como me veía”, recuerda. “Además, me resultaba muy incómoda. Salía a las 7 de la mañana y me iba a Tribunales, cuando volvía, me quería arrancar todos esos ganchos, sacarme ese elástico que me apretaba la cabeza para que la peluca no se moviera, era horrible”.
Un sacrificio descomunal destinado a soportar el peso de la mirada ajena: “Creo que lo que más me afectó al inicio fue la mirada de lástima, el compadecimiento, el que me dieran el asiento en el colectivo creyendo que estaba enferma, el que me miraran y me preguntaran ‘¿en qué etapa de la quimio estás?”, recuerda.
“Como yo adivinaba esa mirada, tenía la necesidad de explicar que no tenía cáncer, entonces me adelantaba a la pregunta y me la pasaba diciendo: ‘No tengo cáncer, tengo alopecia’. Me desgastaba mucho para correrme de la enfermedad”.
La necesidad de taparse, cree ahora, estaba anclada en los clásicos estereotipos de belleza. Una mujer tiene que tener, de mínima, los tres pilares de la sensualidad: cintura, tetas, cabellera.
“Aprendimos, al menos las mujeres de mi generación, que la mirada del otro está primero, por eso me avergonzaba salir a la calle, lo sentía como una carga. Recién ahora estoy aprendiendo a ser como soy más allá de este armado que nos dice cómo se supone que tenemos que ser o vernos las mujeres”.
La aclaración de “las mujeres de mi generación” es porque en el grupo también hay niñas y niños con alopecia, y no parecen sufrir la diferencia de la misma manera.
El día en que dije “basta”
Durante los años que siguieron Liliana probó con todos los tratamientos médicos que encontró.
“Todos me resultaban muy invasivos, incluso los que son pinchacitos, porque no es lo mismo que te pinchen una calvita a que te pinche toda la cabeza. Probé lociones y productos que eran muy abrasivos, porque lo que trataban de hacer era irritarte todo el cuero cabelludo para ver si el folículo piloso despertaba. Lo que yo sentía era un ardor y una picazón insoportable”.
El final ya estaba cerca: “Llegó un momento en el que ya tenía tan poco pelo que el médico, con cara de ‘tenemos un problema’, me dijo: ‘Hay un tratamiento, el tema es que es parecido a una quimio porque la medicación es oncológica’. Me puse a leer y sí, era una medicación para personas que estaban cursando un cáncer de huesos y ahí dije ‘pero si yo no estoy enferma’”.
Lo que hizo fue sentarse a leer. ¿De dónde venía esa caída de pelo? “La alopecia es multifactorial y no tiene un origen preciso, la genera nuestro propio organismo. Así que yo empecé a enfocarla desde lo emocional, soy una convencida de que tiene mucho que ver con eso. En mi caso, básicamente por la forma en la que transité la enfermedad de mi hija: yo le había puesto el cuerpo a toda esa etapa de tratamiento, literal”.
En 2018, cuando Jada Pinkett habló públicamente de su alopecia por primera vez, también dijo que creía que era producto de episodios de muchísimo estrés. Según su propio relato, en la infancia había sufrido, entre otras cosas, la violencia que su padre ejercía contra su madre.
“Cuando pienso en quién era y cuáles eran mis ideas de supervivencia, y el tipo de actividades en las que estaba involucrada a los 13 años (…) iba a ir a la cárcel o iba a ver una tumba”, contó cuando habló de sus adicciones (al sexo, al alcohol, al gimnasio).
Con el apoyo de su psicóloga, Liliana dejó de taparse, aceptó, se convirtió en esta mujer que ahora sonríe desde su estudio: “Empecé a darme cuenta de eso: es sólo pelo. Me miraba con peluca y decía ‘esta no soy yo’. Yo me miraba al espejo y me gustaba como era, nunca me vi fea, y así fui amigándome con la situación”.
Tuvo que salir del closet, una expresión que suele usarse para referirse a la orientación sexual: “Fue una construcción interna que fui haciendo a medida que me fui dando cuenta de que mi imagen era una cuando salía y otra cuando estaba en mi propia casa. Cómo soy y cómo me muestro. Fue algo paulatino, yo también sostenía todos esos tabúes”.
No era la única que los tenía, y se dio cuenta apenas armó el grupo al que llamó “Pelonas” primero y luego “Pelindas” por el terror inicial a decir “peladas”.
La salida del closet fue de la mano de una par, pelada como ella, que le escribió al grupo. El primer paso fue juntarse en el Unicenter, las dos con las cabezas tapadas. La segunda vez ella y Paula Hourteillan se vieron así como son ahora: libres. Juntas sostienen al grupo de 52 mujeres, que hace lo que ellas hubieran necesitado: contención.
“Todas sienten más o menos lo mismo. Miedo y vergüenza. ¿Por qué? Porque seguimos dándole entidad a la mirada del otro. Yo hice mucho trabajo personal y ya no advierto esa mirada. Si me miran y lo noto, sonrío. Si me preguntan por qué estoy pelada, cuento, sino ya no ando avisando que no tengo cáncer”.
¿Se banca las bromas, como las que suelen recibir los hombres pelados? Para responder y despedirse, Liliana vuelve a la entrega de los Oscar, a la cara de incomodidad de Jada Pinkett.
“Creo que esa noche se pudo ver la vulnerabilidad de ella ante la broma. Hay que tener cuidado cuando se hacen chistes sobre la estética de las mujeres. A mí me gusta hacer bromas sobre mí misma, pero a las bromas las habilito yo”.
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