El metaverso musical tiene misterios insondables. Canciones que no cuentan nada, que no tienen relato secuenciado, se popularizan hasta el paroxismo. Algunas son fenómenos en extremo temporales, como ese que se llamaba Gangnam Style clickeado por mil millones de personas que se rieron los 7 minutos reglamentarios y hoy no dicen que lo vieron.
La fama es eso, mi amor. Hoy más que nunca.
En tu casa te enterás un día que tus hijos, esos que jamás escucharon un disco entero de los Beatles, son parte de los 50 millones de usuarios que le ponen un pulgar para arriba a una cantante de la que ignorás todo. Pero hay 50 millones que la siguen.
Nadie está en un sendero equivocado. La cultura a veces se divide en generaciones. O como como cantaba Charly García: “Lo que fue hermoso será horrible después.”-
Lo que en la actualidad tienen de ventaja las culturas más jóvenes, o de desgracia, es que de todo lo que acontece hay registro. Si perduran o son efímeros destellos el tiempo lo dirá. No nosotros.
Quiero decir, ahora que se vive en modo selfie, lo que debemos preguntarnos es qué quedará de toda esta puesta en escena tan hedonista en el futuro.
Ahí caemos en la banalidad de época, en la levedad del ser: ¿cuánto de todo lo que nos muestran, cuánto de lo que hoy escuchamos, cuáles de todas nuestras preocupaciones nos trascenderán o serán abolidas de nuestras vidas tachadas por el duro trazo del olvido más miserable?
Nadie sabe.
Corría 1970, la década que prometía más de lo que construyó. Por los carriles de la música había de todo: se separaban los Beatles, se morían Hendrix, Jim Morrison de los Doors, Brian Jones de los Rolling Stones, se terminaba el sueño hippie y la copa del mundo estaba para cualquiera.
Con el cetro de la temporada musical vacante, se anotaban de todos los rincones levantando la mano como avisando que lo que viene estaba ahí.
Había algo con lo que nadie contaba: la televisión.
Lo que hasta ese momento había reflejado lo que los chicos consumían en fiestas y bailes, porque la televisión no era para ellos, aunque no dejaban de ser un interesante mercado, ahora generaba los contenidos con los que esos mismos chicos disfrutarían su vida.
Es decir, ya no buscaba las referencias en la calle, ahora las fabricaba primero y las sacaban a las calles después. Un fenómeno hoy muy manyado, pero hasta ahí era en extremo novedoso.
¿Cómo hacían?
Creaban programas donde los sellos difundían sus novedades discográficas nacionales y extranjeras, con una veintena de chicos y chicas vestidos a la moda, bailando entre ellos. En algunos casos como en Música en Libertad uno de ellos hacía la mímica del cantante original, los otros sonreían bailando y listo, pantalla llena, corazón contento, negocio cerrado.
Hay que tener en cuenta que estábamos lejos de la creación del videoclip, así que a los sellos se les dificultaba promover sus artistas angloparlantes en la tele, esa creación del inadivinable Alejandro Romay, bien apodado el zar de la televisión, fue la solución eficaz y barata de poner canciones de Creedence o los Rolling Stones en pantalla sin desembolsar un solo dólar por derechos de imagen.
Obviamente en unos meses todos los canales tenían al aire un grupito de postadolescentes bailando canciones de moda, cada programa estaba sponsoreado por una editorial discográfica distinta, así que todo estaba además de repartido, allanado para que surjan nuevas figuras de ese semillero.
El otro programa líder fue Alta Tensión, patrocinado por la RCA en Canal 13 y conducido por un Fernando Bravo de 20 años. Canal 11, por su parte, tenía a Los Fabulosos 20, dirigido nada menos que por Héctor Ricardo García y conducido por Hernán Rapella.
De Música en Libertad salieron Raúl Padovani, sus canciones se cantan en las hinchadas chilenas donde su éxito fue descomunal, María Esther Lovero que hoy canta tangos en Miami y Silvana Di Lorenzo que lo hacía en italiano también.
Por el lado de Alta Tensión apoyaron a Rubén Mattos.
Este fue popular a grosso modo, a caballito de tres canciones que fueron tan populares como las de Sandro y Palito Ortega. Mucho más reconocidas que las de Los Gatos y Almendra. Se llamaban Que la dejen ir al baile sola, Buenas noches queridos conejos y la desbordante Salta, salta, pequeña langosta.
Teniendo en cuenta que las canciones nunca eran de ellos mismos, sumado a lo rápido que se acercaron a la fama que daba un mundo de 4 canales en blanco y negro, estos chicos televisivos eran despreciados por los del rock, los del teatro, los intelectuales, los bienpensantes y toda persona de cierta trascendencia.
Ahora, en carnavales metían gente a lo pavote. Miles se congregaban a las puertas del teatro donde bailaban en el escenario, los clubes de barrio ponían el cartel de sold out si estaban ahí anunciados.
Y el más popular era Rubén.
Lo que el público ignoraba de Rubén Mattos, a quien suponían un caído del catre, un funámbulo, uno de moda, era que ese pibe de 19 años ya tenía un par de bandas de rock en su haber, un festival ganado más un disco editado con su banda que sonaba como Steppenwolf.
Pero no pasó mucho. Quizás no era el momento.
A los 20 alguien lo contrata para Alta Tensión, aparece en pantalla, voló del barrio.
Mientras tanto, a esos programas y sus integrantes la crítica les daba sin asco, aunque Romay y los demás jerarcas los bancaban con el cuero, obviamente.
En esta capital mundial del prejuicio los chicos y las chicas de la tele eran para los rockers unos caretas, para las madres de familia unos degeneraditos, para los intelectuales unos inservibles, para los modernos un escollo y para los artistas tradicionales unos profanadores.
Pero durante un par de años ellos fueron todo para los adolescentes.
Me acuerdo cuando salió Salta, salta, pequeña langosta porque la cantamos en el acto de fin de año del colegio de curas.
Siempre desde ahí cada tanto la escucho en algún lado, en la cancha, en un casorio, en la tele un sábado a la tarde.
Siempre.
Lo que jamás podré explicarme es por qué.
Si la letra no dice nada, mi tío Licas siempre afirmó que es igual a la Raspa.
Me contaba que era una música antigua muy tradicional. También me decía que los italianos tenían la Tarantella y los gallegos la Jota.
Con el tiempo escuché La Raspa y me dije que podía ser.
Rubén mismo me confirma como era todo: “Lo de la canción fue en el 71. Yo ya había grabado en Odeon, cantábamos en inglés porque queríamos hacer cosas de los Who, de los Rolling Stones. Estuvimos en el primer Festival de Música Beat, ganamos y el premio era una grabación en Odeón. Eso fue en el 68. Un año después firmé contrato con RCA Victor pero como bailarín, porque estaba en Alta Tensión. Bueh, ese contrato tenía una cláusula que decía que cualquier integrante del ballet que desarrollara una actividad artística, fuera la que fuera, la prioridad debía tenerla la productora, en este caso RCA Victor. Yo veía que grababan Padovani, Christian Andrade, los de Música en Libertad. Entonces fui a ver a Carlos Illiana, que era el capo de la oficina de televisión de RCA, para decirle que yo ya había grabado en Odeón como cantante. Después de la sorpresa, al otro día me llamó para firmar contrato con RCA”.
–¿Y la Langosta cómo te llega? -pregunto yo, que ya sabía esa parte de Odeon...
–Grabamos el primer tema que era Quiero comerte a besos con Oscar Lopez Ruiz y músicos de Piazzolla, con producción de Jacko Zeller. Pero la autoridad lo prohibió. Nestor Paulino Tato, que era el censor, lo sacó de difusión porque la letra decía ‘Quiero comerte a besos hasta el amanecer…’, una estupidez de la época donde te censuraban. Así que dimos vuelta el disco que grabamos, poniendo el lado B en el lado A. Y listo. De ahí vamos al segundo disco simple, cuando aparece en la RCA Cacho Améndola que se había reunido con el director artístico diciendo ‘Tengo un tema para Ruben Mattos’. Ese tema era Salta, Salta, Pequeña Langosta”.
–¿Y cómo lo grabaron?
–Yo estaba haciendo la conscripción enfrente a la cancha de River, en el Tiro Federal. Me van a buscar para grabar. Me estaba esperando Lalo Fransen, ya habían grabado todo con Horacio Malvicino, hasta los coros, faltaba yo poniendo la voz. Grabamos y ya. Cuando salió fue una revolución. Se convirtió en una de las canciones más vendidas en la historia de la RCA Víctor, la cantaban en las canchas, le cambiaban la letra y gritaban ‘Mirá, mirá, mirá, sacale una foto…’. Atrás vino una seguidilla de canciones muy exitosas: Que la dejen ir al baile sola y Buenas noches queridos conejos, pero Salta pequeña langosta se transformó en algo gigante que se nos fue de las manos. Dejé de tener nombre, la gente me señalaba en la calle y me gritaban ‘¡Langosta!’. Habíamos tocado el tema en todos los programas de Canal 13 -que era donde estaba Alta Tensión-, con Jose Marrone, con Gaby, Fofó y Miliki, en Calabromas. Después lo estrenamos en vivo en el carnaval de San Lorenzo ante 60.000 personas abriéndole el show a Sandro, nada menos. Un carnaval que producía Améndola con RV Cicuta, que era coautor de ‘...Langosta’”
La letra de la canción es breve aunque se repite como un mantra durante todo el tema.
“Salta, salta, salta, pequeña langosta
Quieren alejarme de ti a toda costa.
Salta, salta, salta, pequeña al costado
Que hoy están de enganche todos los pescados.
Salta, salta, salta, pequeña langosta
No te vayas lejos, volvé hacia la costa
Que hay un maremoto bailando a tu lado
Y cualquier pescado te puede robar.
Salta, salta, salta, pequeña langosta...”
Surrealismo puro.
Termina Ruben: “Se editó en todo el mundo. Hice notas en España, se escuchaba en Francia. Mirtha Legrand me dijo un día que la había escuchado en Alemania, no sé la verdad, pero puede ser. Lo que ignoro es qué sentido tenía esa letra para el autor, Carlos Fernandez Melo, o para Roberto Victor Cicuta, el otro compositor. Carmen Barbieri me preguntaba en el escenario en la última revista que hicimos qué fumábamos para hacer esas canciones de langostas y conejos. La verdad no sé qué hacían para componer esas canciones, pero funcionaban. Cumplieron 50 años y las sigo tocando en los shows, y la gente no para de festejarlas. Con respecto a lo que te dijeron de La Raspa, no tengo idea la verdad, creo que en todo caso se fijaban más en otras plagas que andaban por la música...”, termina Rubén con su sonrisa matadora.
Dos apostillas que hablan de la unidad que existía entre todos, más allá de las peleas de las revistas, que tienen que ver con el comienzo de la primera radio de rock & pop justamente llamada así. Sin esto que voy a contar no hubiera sido lo que fue.
Primera: El nombrado Roberto Victor Cicuta, productor, locutor y director de radios en los 70 era quien nos alquilaba y prestaba al mismo tiempo el estudio para grabar las letras de los locutores y los anuncios en la inicial Rock & Pop, porque la radio todavía no tenía estudios propios. Sus hijos Andrea y Pablo Cicuta fueron durante muchos años parte de esa mística radial.
La segunda es parte del anecdotario personal.
Estaba recién empezando esa radio, al punto que estábamos ordenando los discos en la discoteca todavía. Conozco hace mucho a Ruben Mattos, cenando en Pipo de la Avenida Corrientes le cuento del proyecto Rock & Pop, le digo que eran 24 horas de rock, entonces íbamos a pasar desde Jimmy Hendrix a Madness, el dialogo fue asi.
RM: –¿Van a pasar Cream?
Yo: –Claro.
RM: –Qué bueno, ¿Lou Reed ?
Yo: –También, obvio...
RM: –¿Berlin van a poner?
Yo: –Ojalá, me encantaría, pero nadie lo tiene...
RM: –¡Yo lo tengo, mañana te lo llevo!
Yo: –Sería buenísimo…
Al otro día, en la radio, la chica de abajo me avisa que habían dejado un disco para mi.
Era Berlin, el gran disco de Lou Reed. Rubén lo había dejado con una nota que decía: “Si no lo escucho en algún momento, vengo a buscarlo”.
Nunca tuvo que ir a buscarlo.
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