De la “Santa Cruzada” a la visita de Juan Pablo II: el giro de los obispos argentinos durante la guerra de Malvinas

La fe de los habitantes de Malvinas responde mayoritariamente a la religión anglicana, aunque hay una capilla católica. Durante el conflicto, las tropas fueron acompañadas por capellanes militares. Para muchos uniformados, se combatía a “infieles”. La posición de la curia cambió luego de los mensajes de Juan Pablo II y de su visita al país pocos días antes del fin de las hostilidades

El padre español Vicente Martínez Torrens, capellán en Malvinas, bendice a un militar argentino

La población de las islas Malvinas es mayoritariamente Anglicana. La única iglesia de esa confesión es la de “Christ Church Cathedral” y es la catedral anglicana más austral del mundo, consagrada en 1892. También hay una pequeña iglesia católica romana bajo la denominación de “St Mary´s”. Esta parroquia depende directamente de Roma, es decir que no forma parte de la organización eclesiástica ni del Reino Unido ni de la Argentina. Fue erigida el 10 de enero de 1952 al separarla de la diócesis de Punta Arenas y abarca las islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur. Es la única iglesia católica, está construida en madera y fue bendecida en 1899.

Un dato curioso sobre esta capilla es que el día del fallecimiento de Juan Domingo Perón (1 de julio de 1974) se realizó una misa en su memoria en esta iglesia, a la que asistieron las autoridades coloniales de las islas, los empleados estatales argentinos que trabajaban en LADE, YPF y Gas del Estado y dos maestras argentinas que enseñaban idioma español. La jerarquía católica se ilusionaba con que el templo de Christ Church -mucho más grande e imponente que la pequeña capilla de rito romano- se convirtiera en catedral católica. Eso no ocurrió.

El primer capellán en llegar a las islas fue el sacerdote salesiano español Vicente Martínez Torrens, que contaba con 42 años. Al inicio de la guerra se encontraba dando clases en el colegio Domingo Savio del barrio Pietrobelli de Comodoro Rivadavia, cuándo le comunicaron que tenía que partir rumbo a las Malvinas. No sólo celebraba misas (hasta 8 por día), sino que hacía de todo: de padre, de psicólogo, ayudaba a los conscriptos en sus lugares, les escribía cartas para enviar a sus familias (algunos no sabían leer y escribir) y también debió sepultar a más de uno. El padre Vicente fue el último capellán en dejar las islas, luego del cese de hostilidades.

El padre Vicente Martínez Torrens, Capellán en la Guerra de Malvinas, junto a soldados y la Virgen de Luján (Captura Youtube del Obispado Castrense de Argentina)

Hubo también otros sacerdotes en las capellanías, como Santiago Mora, José Fernández, Fray Salvador Santore (dominico), Dante Vega, Idelfonso Benigno Roldán (salesiano), Natalio Astolfo (salesiano), Luis Sesa, Santiago Bautista Baldazari, Jorge Luis Piccinali, Marcos Gozzi, Nicolás Solonisky (salesiano), Vicente Martínez Torrens (salesiano), Domingo Renaudiere de Paulis (dominico), Pablo Cantalicio Sosa, Angel Maffezini, Carlos Wagenfuhrer, Roque Manuel Puyelli, Gonzalo Eliseo Pacheco, Juan Corti (salesiano), Norberto Sorrentino (dominico) y Gustavo Miatello.

El discurso de las Fuerzas Armadas, en las islas, tomó ribetes místicos. La mayoría salía al combate en “nombre de Dios y la patria”, antes de cada misión rezaban, todos llevaban el Rosario en sus cuellos y muchos oficiales nombraban a los soldados ingleses como “esos infieles”. Era obvio, para muchos era una cruzada y Dios estaba del lado argentino. La gran mayoría de los soldados eran católicos, aunque también había algunos pentecostales y judíos. Excepcionalmente, las FFAA autorizaron a concurrir a cinco rabinos a las islas para la atención pastoral de los judíos. Estos fueron: Baruj Plavnick, Efraín Dines, Felipe Yafe, Tzvi Grunblatt y Natán Grunblatt. Aunque Baruj Plavnick nunca pudo llegar a las islas. Dicha autorización no cayó bien en algunos miembros de la conferencia episcopal; pero sí en los capellanes que se encontraban en las islas.

A fines de abril tuvo lugar la primera asamblea anual del episcopado argentino. En dicha oportunidad se dio a conocer un documento titulado “Exhortación episcopal a la Paz”. Roma se había enterado del accionar de algunos obispos y no veía con buenos ojos esta cruzada para reinstalar la “cristiandad” en el territorio y en las islas. En este documento los obispos reafirman la soberanía en las islas, pero dejan ver la preocupación por las “consecuencias imprevisibles” de la guerra. ¿Por qué ese cambio? Porque el Papa Juan Pablo II, una semana antes, había enviado un mensaje pidiendo por la paz a Galtieri. A lo largo de los meses de abril, mayo y junio, la posición de la jerarquía católica giró en torno a la fórmula “paz con justicia”.

El padre Vicente Martínez Torres junto a Mohamed Alí Seineldín

En Roma se sabía desde hacía 2 años que Juan Pablo II visitaría el Reino Unido. El episcopado pensó que con la guerra, el Papa suspendería su visita a Inglaterra, pero no fue así. ¿El Papa viajaría a un país que dejó a la Iglesia Católica contra el cual Argentina, un país católico, libraba una “guerra santa”? Ante estas circunstancias, el cardenal Aramburu y Primatesta viajaron de urgencia a Roma. Al llegar, y a instancias de Juan Pablo II, los cardenales argentinos firmaron junto con sus pares ingleses un breve documento donde se pronunciaron por la “paz y la reconciliación en la búsqueda de una solución justa del conflicto del Atlántico Sur”.

Pero la visita de los cardenales no fue en vano, se logró que por primera vez en la historia, un sucesor de Pedro pisara suelo argentino. Luego Juan Pablo II volvería a la Argentina, y fue el último Papa para hasta el momento que visitó nuestro territorio.

El Papa llegó a la Argentina en la mañana del viernes 11 de junio. Desde Ezeiza se dirigió a la catedral metropolitana de la ciudad de Buenos Aires y luego a la casa de Rosada. Por la tarde fue a Luján, donde ofició una misa ante una multitud estimada en más de un millón de fieles. Mientras tanto las batallas alrededor de Puerto Argentino continuaban y, en medio de la Misa, se pasaban por radio los partes de guerra, por supuesto triunfalistas.

11 de junio de 1982: Juan Pablo II junto al presidente de facto Leopoldo Galtieri, en su primera visita a la Argentina (Télam)

Pero el Papa no había venido a bendecir la “santa cruzada”. Nada más lejano. Eso lo dejó bien claro en la homilía en Luján: “Viniendo aquí como el peregrino de los momentos difíciles, quiero leer de nuevo, en unión con vosotros, el mensaje de estas palabras tan conocidas, que suenan de igual modo en las distintas partes de la tierra, y sin embargo diversamente. Son las mismas en los distintos momentos de la historia, pero asumen una elocuencia diversa… De manera especial te confío a todos aquellos que, a causa de los recientes acontecimientos, han perdido la vida: encomiendo sus almas al eterno reposo en el Señor… Que por tu intercesión, oh Reina de la paz, se encuentren las vías para la solución del actual conflicto, en la paz, en la justicia y en el respeto de la dignidad propia de cada nación.”

En la mañana del sábado 12 se reunió con los obispos de la conferencia episcopal Argentina y luego ofició la misa en los bosques de Palermo, en el mismo lugar que en 1934 se había realizado el Congreso Eucarístico Nacional, cuyo oficiante había sido el cardenal Eugenio Pacelli, quien luego sería papa bajo el nombre de Pio XI. Hasta se copió la misma escenografía de aquel evento ocurrido 48 años antes. Era la fiesta del Corpus Christi y en su homilía recalcó: “He deseado mucho tener este encuentro, independientemente de una normal visita pastoral a la Iglesia en Argentina en la que continúo pensando; mucho lo he deseado, a la luz de los difíciles e importantes acontecimientos de las últimas semanas. La verdad sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo -signo de la Nueva y Eterna Alianza- sea luz para todos aquellos hijos e hijas, tanto de Argentina como también de Gran Bretaña, que en el curso de las actividades bélicas han sufrido la muerte, derramado su propia sangre… Queridos amigos: Ustedes han estado constantemente en mi ánimo durante estos días. He apreciado de manera particular su acogida y actitud. He visto en sus ojos la ardiente imploración de paz que brota de su espíritu. Únanse también a los jóvenes de Gran Bretaña, que en los pasados días han aplaudido y sido igualmente sensibles a toda invocación de paz y concordia. A este propósito, muy gustoso les transmito un encargo recibido. Ya que ellos mismos me pidieron, sobre todo en el encuentro de Cardiff, que les hiciera llegar a ustedes un sentido deseo de paz. No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan dentro. Hagan con sus manos unidas -junto con la juventud latinoamericana, que en Puebla confié de modo particular al cuidado de la Iglesia- una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra. Así serán jóvenes y preparadores de un futuro mejor. Así serán cristianos”.

El Papa Juan Pablo II es recibido por Galtieri en Ezeiza el 11 de junio de 1982 (Photo by Michael Brennan/Getty Images)

Estas palabras no cayeron nada bien en aquellos obispos que creían en una santa cruzada. El mismo Papa, es su misma tierra los estaba desautorizando.

La visita relámpago del papa Wojtyla no traía los laureles del triunfo “para la causa”, sino más bien lo opuesto. Y la Conferencia Episcopal tomó buen nota de lo acontecido. El 14 de junio de 1982, con la caída de Puerto Argentino, finalizó la guerra. El golpe fue duro para el pueblo. La dictadura militar comenzaba a desmoronarse. Ante estos acontecimientos se emitió un texto, firmado comisión ejecutiva del episcopado: el cardenal Aramburu, el cardenal Primatesta y monseñor Jorge López, que se llamó “El conflicto de Malvinas: mensaje de la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina”, el cual salió a la luz el 16 de junio de 1982.

Una multitud se acercó a la Basílica de Luján para recibir al Papa Juan Pablo II, que llegó al país hacia el fin de la guerra de Malvinas (AP Photo/Mark Foley)

En Julio de ese mismo año se dio a conocer otro documento: “La unidad del país: Mensaje de la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina”, el cual describía que la Nación pasaba por un “delicado” momento de su historia y que este era “portador de gérmenes de consecuencias no siempre previsibles”.

Con la derrota de la guerra de Malvinas y el sacrificio de cientos de jóvenes soldados y cuadros militares dio comienzo a la caída de la dictadura. La actividad de los capellanes católicos y los judíos no fue olvidada ni por los conscriptos ni por la superioridad que estuvieron en el campo de batalla. Estuvieron lejos, muy lejos de las charlas palaciegas y de cómo se observaba la guerra desde el continente.

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