Era la primera vez que veía un extranjero. Primero le llamó la atención su altura, su vello facial, no se parecía en nada a las personas con las que solía hablar. Luego, quedó fascinado con sus costumbres diarias, totalmente novedosas y que fue desplegando a lo largo de tres meses. Juan Cruz tenía apenas 10 años cuando su familia, los Casabona, decidió hospedar a un desconocido en su casa de Quilmes: Jnanendra Singh. Nunca imaginó que tres décadas más tarde, se lo volvería a encontrar y este amigo familiar estaría a cargo de oficiar su tercera boda, bajo la bendición budista.
La familia Casabona era socia del Rotary Club, y siguiendo el credo internacionalista-humanista de esta organización, se dispuso a abrir las puertas de su hogar. “Me pidieron que me mude a la habitación de mi hermana porque venía una visita de la India. El momento fue tan relevante que vino mi abuelo materno desde Villa Gesell porque era el único que hablaba inglés de los cuatro”, le cuenta a Infobae Juan Cruz (48).
Todo lo que hizo ese misterioso invitado durante su estadía en la Argentina lo impactó y -dice él ahora- lo predestinó. “Lo espiaba en sus rutinas. Lo veía levantarse por la madrugada para meditar, después a practicar yoga... Lo más raro era verlo comer, era vegetariano”, relata. Estaba descubriendo otras maneras de vivir.
Buscando rutas
Pasaron los años y Juan Cruz ya era un adulto. Había terminado el doctorado en virología molecular. Buscaba hacer un postdoc y se enfilaba a aplicar como investigador del Conicet. Esa era apenas una parte de su vida, el resto del tiempo perseguía la adrenalina de escalar y pedalear en bici por rincones lejanos.
Ya había recorrido Córdoba con apenas 16 años. Luego hizo parte de Sudamérica: Brasil, Bolivia, y Argentina. De la mano de un grupo de amigos se animó a un periplo de 5.000 kilómetros por Europa. “Nunca dejé todo por pedalear. No soy nomade. Siempre combiné mi carrera con mi pasión, por eso la planificación fue la clave de todo”.
La modalidad de viaje que adoptó era austera, poco presupuesto. Recorrido en dos ruedas -donde no se genera consumo, acampando en la naturaleza o couchsurfing (hospedaje gratis en casa de desconocidos). “Por las buenas experiencias que tuve, quise devolver la hospitalidad a los que me crucé en el camino, y organicé un evento en Buenos Aires para extranjeros”. La invitación incluía una salida por el parque cervecero de Quilmes hasta altas horas de la madrugada. Al lugar fueron un estadounidense, una rumana, y una húngara. No tenía forma de saber que esa noche le cambiaría la vida.
Él argentino, ella Húngara
Lo que sucedió lo define como un “flechazo”, y quien lo flechó fue Timea (38). Ella era profesora de Zumba y estaba de vacaciones en Buenos Aires aprendiendo ritmos latinos. Desde ese día no se volvieron a separar. “Tenía previsto quedarse dos meses, lo extendió a tres, y después a seis”.
Después de varias idas y vueltas Timi logró la residencia permanente, y pudo montar su propio espacio de danza y fitness en Buenos Aires. Sin embargo, cuando podía es escapaba y volvía de visita a Budapest. “Siempre tenía miedo de no volver a verla. La distancia, las diferencias culturales, y mi ritmo de vida entre el trabajo y el cicloturismo complicaba nuestro vínculo”.
La relación a distancia duró casi siete años. Hasta que ella le hizo saber que el único camino posible era la formalidad. “Estaba en los de sus padres y me llamó dándome el ultimátum. “O nos ponemos firmes o se terminó”, le dijo sin vueltas.
La primera boda
En 2016 se casaron por civil en Buenos Aires en una ceremonia íntima. Como marido y mujer cada uno continúo con su vida, él dedicado a su trabajo como investigador y ella en el universo fitness.
Durante los fines de semana y feriados, pedaleaban por Lobos, Navarro y Chascomús. “Escapadas cortas para que Timi vaya experimentando la vida en dos ruedas. Hasta ese entonces ella nunca había acampado. Estaba acostumbrado a la vida de hotel, la ciudad, y ciertas comodidades. No fue sencillo convencerla”. El otro desafío fue la alimentación . “Es celíaca, y en la ruta uno come lo que puede”.
De a poco, Timi empezó a encontrarle el gusto a cada travesía, hasta que finalmente aceptó el plan de estar 10 meses en la ruta.
La luna de miel por Asia
La vida pedeleando era divertida, pero la pareja sabía que tenía una deuda pendiente: casarse en las tierras de la novia. Volaron hasta Hungría, reunieron a los familiares, y volvieron a dar el sí. “La segunda boda fue con tintes europeos”, explican. Faltaba coronarlo con la luna de miel. Sería, por supuesto, sobre dos ruedas.
Desde los 10 años que Juan Cruz soñaba por conocer las tierras de aquel extranjero que lo había fascinado. Comenzaron el recorrido por Azerbayán , luego Georgia, Armenia, atravesaron la conflictuada Birmania, y cerca de la India, rastreó a su viejo amigo por las redes. Para su sorpresa no solo lo encontró, sino que este lo invitó a su casa.
“Llegamos el 24 de diciembre en bicicleta después de toda una odisea por el país. No es un destino para hacer cicloturismo; la polución, la cantidad de gente, el caos de tránsito hacen que todo sea único pero muy intenso. Hay tanto para ver que los sentidos se te nublan”.
Jnanendra lo estaba esperando en la puerta con los brazos abiertos. La casa era grande, y además de las cuatro hijas, Juan Cruz llegó a contar por lo menos siete sirvientes. “Formaba parte de la alta sociedad y tenía un gran peso en su comunidad. Asignó a dos personas para que le pidiéramos todo lo que necesitábamos”.
En total estuvieron casi una semana hospedados con todas las comodidades. “Banquetes a toda hora, visitas a paisajes deslumbrantes, fue un gran anfitrión”. Tenían previsto seguir con la travesía por el resto de Asia.
Casarse por tercera vez con la misma persona y en la India
“Se enteró que nos habíamos casado, y no reclamó la invitación. Pero una de sus hijas nos dijo que realmente estaba dolido. Estábamos desconcertados”, admite Juan Cruz. Al rato volvieron para proponernos celebrar el enlace. “Sería nuestra tercera boda”.
Timi y Juan imaginaron algo sencillo, no un casamiento budista. Pero eso fue lo que tenían preparado para ellos.
A la novia le compraron un vestido Sari, le tatuaron los brazos con henna, le aplicaron piercings falsos. Le colgaron joyas, y collares de flores. El novio vistió camisa y pantalón. Innegociable el tercer ojo en la frente. El patio de la casona familiar fue ambientado con flores y velas para la fiesta. Unas 25 personas fueron invitadas, entre ellas el monje budista que ofició el enlace de casi tres horas con ofrendas y oraciones sagradas. “A pesar de la barrera idiomática, y cultural, fue hermoso y emocionante “.
Como la música y la danza forman parte de las bodas en la India, el novio no quiso ser menos y compartió un poco de sus sonidos favoritos de la Argentina. “Le puse un cuarteto de Rodrigo, porque son alegres y cercanos. Por supuesto, lo bailaron sin parar. El recuerdo de verlos moverse al sonido de Amor Prohibido es imborrable”.
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