“Le digo adiós a mis amigos por última vez. Ellos estarán por siempre aquí, en los memoriales, en sus tumbas”. El veterano galés Simon Weston, a sus 60 años, regresó a las Islas Malvinas 40 años después de la guerra. No es la primera vez que retorna. Pero ahora decidió que será la despedida. Necesitaba cerrar el círculo. Recorrer los campos de batalla que nunca pisó, donde soñó cubrirse de gloria. Los combates que imaginó están incrustados en él, clavados como una bayoneta en su alma. Pero lo que vivió está ahí, no lo puede ocultar, se ve en su rostro. Es el herido que muestra las peores secuelas de Malvinas. El 46% de su cuerpo sufrió graves quemaduras. El 90% muestra cicatrices. Se sometió a 80 operaciones. Cuando regresó a Inglaterra, en vez de marchar triunfal por las calles de Cardiff, en Gales, estaba tan desfigurado que ni siquiera su madre lo reconoció.
Pero Simon es, también, el más resiliente de los veteranos que padecieron aquel conflicto. El hombre que le tendió la mano al entonces primer teniente Carlos Cachón, el adversario argentino que pilotando un A-4B Skyhawk disparó la bomba que hizo estallar el Sir Galahad, uno de los seis buques de la clase Round Table de la Royal Navy, donde Weston aguardaba desembarcar en Bahía Agradable. Allí murieron 22 de los 30 integrantes del pelotón de la Guardia Galesa de la Reina al mando del teniente coronel John Rickett, que Weston integraba. En total, las víctimas del buque fueron 48. Y 97 los heridos. Pero hoy, él es capaz de decir que el aviador marplatense “es mi amigo”.
El viaje a las islas no es gratis para el veterano galés. Allí están enterrados muchos amigos de su juventud. “Quedé con un sabor agridulce en mi boca. Ellos fueron importantes. Importantes para mi, para nuestro regimiento y para sus familias”, le dijo al programa Good Morning Britain, de ITV, desde las islas. Weston siempre reconoció su admiración por los soldados argentinos que pelearon en Malvinas. “Ellos son los héroes. Eran conscriptos, fueron obligados a participar, no como nosotros que éramos de carrera militar. Queríamos estar ahí, nadie nos obligó”, dijo hace un tiempo a la agencia Comunica, de la UNICEN argentina. Weston, en cambio, eligió las armas casi de manera natural. Su padre era aviador de la RAF, su madre, Pauline, enfermera del Ejército. A los 15 años fue detenido por la policía. Un año más tarde se marchó de Nelson, el pueblo de mineros donde vivían, y se enroló en las Fuerzas Armadas. Cuando llegó a Malvinas tenía experiencias de combate en Irlanda del Norte contra el IRA y en Kenia.
Aquel 8 de junio, Weston estaba en la cubierta inferior del Sir Galahad aguardando para subir a un bote. Ya tenía su armamento y su mochila en su lugar y escuchaba las últimas órdenes: debían tomar Sapper Hill y desde allí avanzar a Puerto Argentino. O Stanley, como les dijo su jefe. La neblina había retrasado todo el operativo y el buque, que operaba junto a otro navío de desembarco, el Sir Tristam, navegaban lentamente. Algo indicaba que la operación podía salir mal.
La guerra llevaba 39 días, los británicos se acercaban a la capital de las islas, pero los argentinos, aún superados en número y tecnología, no aflojaban. Enterados de la intención de los buques de desembarcar tropas en Fitz Roy, los miembros del Grupo V de Caza habían salido esa mañana en su búsqueda, divididos en dos escuadrillas apoyadas por un Hércules de reabastecimiento. La primera, llamada Mastín, estaba constituida por el primer teniente Alberto Filipini, el teniente Daniel Gálvez, el teniente Vicente Autiero y el alférez Hugo Gómez. La segunda, llamada Dogo, estaba integrada por el capitán Pablo Carballo, el teniente Carlos Rinke, el primer teniente Chacón y el alférez Leonardo Carmona. Tanto Carballo como su segundo, el primer teniente Filippini y el teniente Autiero sufrieron el congelamiento del sistema de recarga de combustible, y debieron regresar al continente. Carballo se comunicó con Chacón y lo instruyó: “ataquen con intervalo de un minuto, tres aviones adelante y dos atrás, ¡y llévelos a la gloria!”. Cachón quedó a cargo del ataque.
Nacido en 1952 en los alrededores de Balcarce, cuando Cachón cumplió 15 años su familia se mudó a Mar del Plata. Tenía en mente inscribirse en la carrera de Medicina, en la Universidad de La Plata, pero el destino lo llevó a la ciudad de Córdoba. Un amigo lo convenció para presentarse a dar el examen de ingreso a la escuela de aeronáutica. El argumento principal fue que le pagarían el pasaje, y él no conocía esa provincia. Como suele suceder en estos casos, su amigo fue reprobado y él ingresó. En 1976 obtuvo su brevet de aviador. Para la época de Malvinas, se había preparado para el combate aéreo y contra blancos ubicados en tierra. Pero no en el mar. Debió hacer un adiestramiento acelerado.
“No debíamos estar ahí. Nuestro jefe intentó sacarnos, pero las comunicaciones eran terribles”, sostuvo muchos años después Weston. Armado con bombas de 250 kilogramos, Cachón se acercó a su blanco volando al ras del mar junto a otros cuatro cazabombarderos. Divisaron a los buques a su derecha, Cachón, Carmona y Rinke atacaron al Sir Galahad. La primera bomba dio en la escotilla del transporte. Weston sintió un cimbronazo. La segunda rozó al barco y explotó en la playa. Cachón esperó casi hasta último momento para lanzar sus bombas. La primera y la segunda impactaron sobre la cubierta. Pero la tercera… la tercera dio de lleno en la sala de máquinas y llegó a la cubierta donde estaba Weston, para incrustarse justo en dos camiones llenos de combustible. Primero estallaron ambos vehículos y el líquido hirviente bañó a las tropas. Y luego, sí, explotó la bomba. Fue como si el infierno se hubiera liberado.
El aire del Sir Galahad quemaba los pulmones de los soldados, derretía sus botas. Weston no sabe cómo lo salvaron, pero de pronto apareció en la cubierta. Desde allí, un helicóptero lo trasladó a Fitz Roy, y otro a un hospital de campaña que los británicos instalaron en una fábrica de carne enlatada llamada The Red & Green Co. en la bahía Ajax. Apenas dos horas después, nuevamente los aviones argentinos atacaron. Como el lugar no tenía ninguna señal de ser un hospital de guerra, las bombas comenzaron a caer. Weston recordó en el libro “Malvinas: Guerra en el Atlántico Sur”, de Alberto N. Manfredi, que “Salieron todos corriendo, menos yo. Tenían razón, yo estaba medio muerto y ellos vivos. Tuve una suerte de otra galaxia. Cayó una bomba que mató a cinco hombres que estaban justo afuera del galpón. Las otras dos bombas que pegaron en el lugar no estallaron. Cuando me di vuelta vi a otro herido. Era un prisionero argentino que después se recuperó y regresó a casa. A mí me evacuaron al fin de la guerra. Era el soldado herido que estaba en estado más grave”. Esa jornada, en Inglaterra, fue bautizada como “el día más negro de la Flota”.
Weston volvió a Inglaterra y fue recibido como un héroe. Felipe, el Duque de Edimburgo, marido de la Reina Isabel, lo condecoró. Se consideró a sí mismo como “un hombre afortunado” por haber salvado su vida. Creó una fundación llamada Weston Spirit, con la que ayuda a jóvenes de clase baja. Con el tiempo, aceptó su apariencia. Se casó y tuvo hijos. Pero algo no estaba completo para él. Durante años, tuvo pesadillas. “Daba vueltas en mi cama por la madrugada. En sueños veía un avión negro, cuyo piloto tenía una capucha y los ojos en llamas. Me despertaba envuelto en sudor. Y mi esposa no podía hacer nada. Necesitaba ayuda”, contó. Y se dio cuenta que la mano que lo rescataría era la misma que había disparado las bombas contra su barco. Se propuso conocer a Cachón: “Quería saber si había vida en sus ojos”.
La oportunidad llegó por medio de un documental inglés. “Lo hice por mí. No por otro Guardia Galés o sus familias. Por mí. Y se que no le cayó bien a algunas personas. Pero necesitaba ayuda y no sabía dónde obtenerla”, expresó Weston. El primer encuentro, en una estancia Buenos Aires, no fue fácil. El segundo, en Inglaterra, selló la amistad entre los dos hombres. Cachón le contó a Manfredi, para su libro, que “Simon estaba en una habitación y yo entré un poco nervioso. Él también lo estaba. Sabía cómo había quedado porque había visto una foto pero igual me impresionó. Nos saludamos y charlamos un rato, pero fue un encuentro raro, frío. Creo que él se sentía muy mal en ese momento. De todos modos hablamos de reconciliación y todo terminó bastante rápido. Cuando estuvimos en Londres ya fue todo diferente. Me recibió muy bien. Estaba de muy buen humor. Dijo que yo no había tenido la culpa, que los dos éramos profesionales haciendo nuestro trabajo. Y la verdad es que lo tomé así. Siento mucho que la bomba que yo arrojé le haya provocado esas quemaduras, pero no fue algo contra Simon directamente. Estaba defendiendo la soberanía de mi país y era un piloto profesional”.
Cachón tampoco tuvo una vida fácil después de Malvinas. Se retiró de la Fuerza Aérea en 1986. En 1995 también tuvo pesadillas y una crisis económica profunda. Se recuperó. Hoy es dueño de una imprenta en Mar del Plata. Weston, en las islas, busca la última respuesta. Pero sabe que la vida continúa, pese a todo. Lo dijo en una entrevista con el medio online Express & Star de Wolverhampton: “¿Por qué estaría amargado? El piloto argentino me hizo a mi lo que yo les iba a hacer a él y sus compañeros. Después de todo, de eso se trata la guerra”.
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