El 7 de abril de 1935, con apenas 34 años pero una imagen demacrada que la hacía ver mucho mayor, fallecía Raquel Liberman, la mujer que se animó a denunciar a la organización de rufianes Zwi Migdal y puso fin a seis décadas de prostitución tolerada por el Estado. En Argentina, con una economía en expansión, la ola inmigratoria cada vez mayor y la legalidad del negocio sexual -los proxenetas llegados de Francia y Europa del este-, habían acumulado poder y dinero. Pero mientras que los primeros se manejaron sin demasiados inconvenientes en la vida social porteña y hasta impusieron la fantasía del glamour y la sofisticación de aquellas mujeres prostituidas; a los judíos, que explotaban sus negocios de manera similar, se los asoció con conductas perversas y trato inhumano. Para peor, su propia comunidad los expulsó llamándolo tmeiim (impuros) pues aunque la actividad que realizaban estuviera encuadrada en un sistema legal, a los ojos de sus paisanos era totalmente inmoral.
Esta situación de exilio de la vida social comunitaria les llevó a reproducir para sí, las mismas instituciones donde congregarse. Y dado que la expulsión se prolongaba más allá de la vida, hasta tuvieron que levantar un cementerio propio, con la autorización de la provincia de Buenos Aires.
¿Pero cómo fue que Raquel Liberman, la mujer que pasó años enclaustrada en los prostíbulos de la Zwi Migdal, la que los denunció consiguiendo desmantelar la organización, terminó sepultada entre ellos?
En los últimos años, series televisivas, películas y libros, despertaron el interés popular sobre el tema. El cementerio en cuestión se encuentra en Villa Domínico, partido de Avellaneda. Ocupa poco más de 2.500 metros cuadrados y está preservado por la Asociación Comunidad Israelita Latina de Buenos Aires (ACILBA) entidad judía pero de rito sefardí, diferente al ashkenasí al que pertenecían todos los rufianes. En 2019, la institución comenzó un importante trabajo de preservación, limpiando, desmalezando, nivelando el terreno e iluminando el área, también, como mejora del barrio circundante. En la misma época, obtuve la autorización para estudiar el lugar y encontrar el espacio de la sepultura de Raquel Liberman.
Ella, junto a sus dos hijos, había llegado de Polonia en 1922 para reencontrarse con su esposo Yaacov, que había venido el año anterior. Desde el puerto, fueron a la casa de su cuñada, Elke Ferber, que vivía en Tapalqué. Tal vez allí o antes de emprender el viaje, Raquel se entera que Elke es propietaria de un prostíbulo. Yaacov, que ya presentaba signos de mala salud, muere a los pocos meses y su hermana, por sus contactos con la Migdal, consigue una sepultura en el cementerio de los rufianes. Esto consta en su declaración, al momento del juicio contra 108 miembros de la Zwi Migdal en 1930.
Viuda a los 24 años, sin recursos, recién llegada al país y con dos hijos a cargo, Elke la entrega a los rufianes de Buenos Aires para que inicie el camino que ella había andado una década atrás. Con pequeñas interrupciones y hasta el momento de su denuncia ante la justicia, pasaría prostituida los siguientes seis años. Es de suponer que, al momento de su muerte, su cuñada obraría de la misma manera llevando su cuerpo a Avellaneda.
Gracias a las gestiones de la escritora Myrtha Schalom y con mucho esfuerzo, pudimos conseguir una copia parcial del libro de sepulturas que se encuentra en Jerusalén. Son 430 registros de un período de 24 años. Desde bebés de meses y adolescentes, hasta adultos y personas mayores; se abre un abanico que abarca, como es lógico, todas las edades y circunstancias.
Durante el relevamiento y la investigación de varios meses, se pudo cotejar la nueva documentación con fuentes de prensa, policiales, comunitarias y con los datos del Registro Civil. Se realizó un censo y un plano pormenorizado. Con la ayuda de viejas fotografías se pudo comparar, en el espacio actual, una geografía que, producto del vandalismo, ya no existe.
El total de sepulturas, desde la primera de ellas en 1901 hasta las últimas en la década del ‘50, se acerca a las mil. No existen, como ocurre en otros casos, sectores diferenciados para hombres y mujeres. La variedad de diseños y el alto costo de los ornamentos que alguna vez tuvieron, contrasta con la uniformidad y la austeridad propia de los cementerios judíos. La consigna: todos somos iguales ante la muerte. Aunque en lo simbólico, parece no tener lugar aquí.
Monumentos que representan troncos cercenados, simbolizan una vida trunca antes de su promedio biológico. “Paz para tus cenizas. Tus hermanos te abrazarán por siempre. Tu lugar de descanso salta a la vista en el alto firmamento. Tu fama vivirá en nuestro mundo”.
Otros, de granito negro con grandilocuentes dedicatorias, nos hablan de supuestas virtudes: “Aquí yace un hombre honesto y honorable (…) que falleció el 25 de febrero de 1914 y nació en Iasi, Rumania, en 1859. Es por eso que toda la organización lo llora y no tendremos consuelo hasta la llegada del Redentor. Que su alma se encuentre siempre ligada a la vida”.
Varias lápidas austeras, construidas con cemento, aun preservan los pocos datos particulares que quedaron de aquellas vidas. Algunas, finalizadas en circunstancias trágicas como la de Esther G., mujer prostituida y esposa de un socio de la Migdal que, a sus 27 años, fue asesinada en el mismo prostíbulo, de un tiro en la cabeza por un inmigrante alemán con problemas mentales.
El caso de León F., a quien, según el importante crecimiento económico que venía relatando en sus cartas, se creía poseedor de una cuantiosa fortuna. Al fallecer, el rabinato de Varsovia y el consulado polaco, se comunican, a nombre de sus familiares, en relación a la herencia. Pero luego de varias averiguaciones, se comprueba que el finado León F. solo trabajaba como peón en una casa de tolerancia y al momento de su muerte, sin ningún ahorro, fueron las propias prostitutas, a través de una colecta, quienes pagaron los gastos del sepelio.
Adela G. falleció en septiembre de 1925. Su caso nos muestra que la concurrencia que se acercaba para compartir unos momentos con la familia podía ser de lo más variada. También evidencia el interés de la Jevrá Keduchá (antecesora de la AMIA) para que sus asociados no tuvieran contacto con los “impuros” ya que días después, se notifica a dos de ellos que, por haber actuado como testigos del fallecimiento de la hija de una persona “no grata a esta sociedad” serían multados y en caso de reincidir, se los expulsaría.
El lugar, dividido en 23 secciones, solo alberga a rufianes, sus familiares y otras personas con las que mantenían relaciones comerciales o algún tipo de afinidad. Las trabajadoras de sus prostíbulos, no están aquí.
Allí mismo, en la década del ‘50, la municipalidad intentó construir una playa de estacionamiento, pero la intervención de las entidades comunitarias, solicitando una acción piadosa con los difuntos, frenó la decisión. Años más tarde, la misma municipalidad requirió levantar unas 80 sepulturas para facilitar el trazado de una calle lateral. Se pudo corroborar que, desde 1964, los restos trasladados están en un osario común.
Quiso la suerte que la tumba de Raquel Liberman, se encontraran en el sector opuesto. Durante años, no existió referencia que indicara su lugar exacto. Su hallazgo fue posible por la documentación y las sepulturas lindantes. Su recordatorio podría haber sido destruido como tantos otros o dado que la tradición marca levantarlo al año siguiente de la muerte, tal vez nunca se construyó. En aquel momento y para evitar problemas con los administradores, que aún tendrían en la memoria el apellido de quien los había denunciado, Elke inhumó a su cuñada con el apellido de casada. Rujel Lea L. de Ferber.
Sin deudos, sin honra y sin recuerdo; el cementerio de la Zwi Migdal ha perdido su valor como tal, para convertirse en algo más cercano a un museo al aire libre. Aquella vidriera rimbombante a principios del siglo XX, con variada epigrafía, alegorías e imágenes de duelo, sobrepasa el espacio de reflexión que plantea cada necrópolis y se convierte en un caso poco frecuente donde la uniformidad de los allí sepultados, se manifiesta por su pertenencia a sociedades de proxenetas. Como fuerte contrapeso, el atributo distintivo contra la trata y la violencia de género, es que en el mismo espacio se encuentra la sepultura de Raquel Liberman.
En cada monumento que recuerda a los proxenetas, destaca su altísimo costo y la calidad de los materiales, su valor artístico-funerario y la grandilocuencia de los epitafios. Con esta exposición simbólica que encontramos de los victimarios; en contraposición con la ausencia de las víctimas, mujeres explotadas privadas de su libertad, de su voz e identidad, se puede trazar un contrapunto emotivo y necesario para comprender el destino traumático y la no existencia física de referencias sobre la vida y la memoria de cientos de mujeres prostituidas.
La sola existencia del lugar es testimonio del esfuerzo que se realizó para aislar a quienes comerciaban con la trata de personas. Este cementerio, que nació de la necesidad de un pequeño grupo de proxenetas excluidos de las instituciones comunitarias, debería ser valorado como un monumento a la resistencia y la exitosa lucha que la colectividad judía de Buenos Aires dio contra los rufianes.
* José Luis Scarsi es investigador y escritor. Autor de libro: “Tmeiim. Los judíos impuros. Historia de la Zwi Migdal”.
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