Algunos de los testigos recuerdan perfectamente el lugar, aunque no se ponen de acuerdo en la fecha en el que, en una suerte de hermético conciliábulo, ocultaron lo que para ellos era el tesoro más preciado. Fue el 15 o quizá el 16 de junio. En medio de la desazón de la rendición, el coronel Seineldín ordenó a un capitán de logística juntar los sables de los oficiales de su unidad y los hizo llevar al aeropuerto. Luego de realizar una formación en la que se arrió la bandera del Regimiento, a otro oficial le cupo la tarea de recortarle el sol.
Ochenta días antes el propio Seineldín, jefe del regimiento 25 sorprendía a sus oficiales con una increíble noticia: debían prepararse contrarreloj para ir a la guerra contra los ingleses en Malvinas.
Fue ese viernes 26 de marzo de 1982 que se armó la Compañía C. Su jefe sería el Teniente Primero Carlos Esteban. Tendría tres jefes de sección: el teniente Roberto Estevez, y los subtenientes Roberto Reyes y Juan José Gómez Centurión.
El jefe de la unidad les ordenó que llevasen su sable, porque irían a la batalla. La primera reacción fue de fastidio, porque sabían que no lo usarían. En el frenesí y el entusiasmo que había, algunos admitieron que “en aquel momento nos invadió un halo de mando”, y otros fueron más prácticos. “Llevar el sable a Malvinas era un chino absoluto. Cuando llegamos todos los pusimos en un lugar y no reparamos en ellos hasta el 14 de junio”.
Pero el que dio la orden decía que el 25 era ‘regimiento de infantería especial’. Y sabía que cada hombre se sentía distinto. Y se preocupaba por su entrenamiento y por su formación”. Seineldín deseaba mantener la simbología de los oficiales japoneses que fueron a combatir a la Segunda Guerra Mundial, acompañados de sus espadas samuráis.
La simbología del sable es explicada en el sitio web del Colegio Militar. El puño simboliza la verdad y lleva acuñado en su pomo el escudo nacional. El guarda manos ofrece la misma curvatura de origen morisco, escogida por el general San Martín y que representa el equilibrio, la justicia y la paz. La efigie de Cuzco revela hasta dónde había llegado el ejército libertador. En el nacimiento de la hoja esta Marte, el dios de la guerra y en el reverso la libertad. La hoja lleva grabada la frase “sean eternos los laureles” y la dragona posee una cinta con lazo corredizo, para ceñirla a la muñeca al desenvainar, cinta que si se la despliega cabe la cabeza de un hombre.
¿Cuál es el mensaje de todos estos elementos? “Siempre que desenvaines tu sable, empuñando la Verdad y teniendo al Escudo Nacional como divisa, en defensa de nuestra Libertad, aunque te empeñes en la Guerra, las más caras y gloriosas tradiciones nacionales te protegerán la mano. Tuya será la victoria y eternos serán los laureles pero piensa que atado a tu muñeca llevas un juramento prendido que te recuerda: ¡Más vale morir ahorcado, que traicionar a la Patria!”
“Nos sometió a un entrenamiento fenomenal. Sabía que en las islas íbamos a estar solos y que nos veríamos obligados a tomar nuestras propias decisiones. Él nos preparó para eso. Seineldín fue un soldado que formó soldados”, describen. “Poseía un sentido espiritual muy profundo, que daba fuerza en el combate. Transmitía grandes valores en pequeños gestos”.
No se quedó con el sable sino que el regimiento fue el único que llevó a un trompeta. Era el cabo primero músico, de 19 años, René Omar Tabares. Seineldín decía que “cuando desembarquen acá en la playa y ya no demos más -le dijo a un joven subteniente- usted va a llevar la bandera del regimiento, y mientras el cabo primero Tabares toque ‘A la carga’ con la trompeta, yo iré con el sable y la pistola”.
El 25 jugaría un papel importante en la Operación Azul, rebautizada en alta mar como Rosario. Luego de la recuperación, la infantería de marina se replegaría y el Regimiento 25 permanecería como único guardián de las islas, con Seineldín como jefe.
Como es sabido, el grueso del 25 fue destinado a Puerto Argentino. Y aunque nunca hubo combates en la capital de las islas, éste era un punto probable que los ingleses podrían elegir para desembarcar.
El joven Tabares tenía a su cargo izar y arriar la bandera del regimiento en el mástil que estaba cercano a la casa del gobernador. Intervenía con su instrumento en la rutina típica de la vida cuartelera. También era convocado para participar en ceremonias más dolidas, como eran los entierros de soldados argentinos.
“Todos los días hacía tocar diana y cuando los infantes estaban a merced de un ataque aéreo inglés, Seineldín le hacía tocar ‘A la carga’. Y con la estridencia de la trompeta venían los gritos, los fuegos reunidos y convertía un hecho intimidante, en uno que te generaba estímulo de pelea. Y ese era el Turco. Esa era su naturaleza de mando”, recordó uno de los oficiales.
Paradojas del destino: Seineldín, preparado para la pelea, no disparó un solo tiro. Con el grueso del Regimiento 25 tenía a su cargo la defensa del aeropuerto de Puerto Argentino donde los ingleses se empeñaron en bombardear su pista, pero no elegirían ese punto para desembarcar. Uno de los oficiales que combatió a los ingleses en Darwin dijo que “eso lo vivió con una entereza enorme. Estuvo en el pozo hasta el último día. Se comió todas las bombas durante toda la guerra. Fue muy frustrante. Y nuestras secciones entraron en combate en forma muy desproporcionada en lugares muy aislados unos de otros. Pero eso es la guerra”.
Cuando pisaron suelo malvinense, los soldados conscriptos clase 63 del 25 no habían jurado aún la bandera. Debían hacerlo. Se organizaron dos ceremonias. Una en Puerto Argentino el 24 de abril, y otra en Darwin el 25 de mayo. En el helicóptero Bell UH-1H AE 409 de Aviación de Ejército el jefe del 25 con su cuerpo de oficiales, sus sables y la bandera del regimiento volaron hacia ese punto. Y con ellos, por supuesto, el trompeta Tabares.
El Regimiento 25 tuvo una destacada actuación en la guerra. No solo fue la única unidad de Ejército que participó del desembarco, sino que luchó contra los ingleses en San Carlos cuando éstos establecieron la cabeza de playa y además efectuaron el contraataque a Darwin.
Tuvieron 12 bajas: siete soldados, cuatro suboficiales y un oficial. Y 35 de sus integrantes recibieron medallas. La Cruz La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate, que es la más alta condecoración, integrantes de Ejército recibieron siete y dos de ellas fueron para el Teniente Roberto Estévez (post mortem) y para el subteniente Gómez Centurión.
Cuando esa unidad era la Agrupación Motorizada Patagonia, en 1947 el entonces presidente Juan D. Perón obsequió a la unidad una bandera. En esas horas que siguieron a la rendición, se la arrió y se le separó el escudo nacional y la moharra, que es la punta metálica que coronaba el asta.
Cuando tuvieron todos los sables, fueron cubiertos con el paño de esa bandera sin sol. Luego los envolvieron en un plástico al que ajustaron con cinta de embalar. Seguidamente, con una manta se arrolló ese paquete y repitieron el procedimiento de la cinta. Una vez realizada esta tarea, lo ajustaron dentro del recipiente usado para transportar munición de 105 milímetros. El recipiente se selló con cinta y posteriormente se envolvió en plástico, que volvió a ser asegurado de la misma manera. Todo fue introducido en un cajón de munición y vuelto a cubrir con plástico asegurado con más cinta.
Escogieron un lugar de las islas que los testigos a lo largo de los años lo visitaron y que aseguran que está tal cual lo dejaron en junio de 1982. Su localización exacta aún se mantiene en el máximo secreto. Cuando el primer oficial de Ejército pudo viajar a las islas, Seineldín le encomendó revisar el lugar. Todo estaba como entonces.
Allí Seineldín, junto a algunos de sus oficiales, enterraron ese paquete en una suerte de ceremonia muy reservada. Alrededor del pozo que habían cavado, les hizo juramentar que sus hijos o bien sus nietos serían los encargados de regresar a las islas a desenterrarlos para volver a recuperarlas. “Tienen la obligación de hacerlo…”, insistó.
Y taparon el pozo.
No todos los sables fueron enterrados en esa misteriosa ceremonia. Hubo otros casos en que esas armas fueron voladas junto con las posiciones que ocupaban las fuerzas argentinas. Asimismo, se inutilizó todo el armamento posible, haciendo detonar granadas en las bocas de los cañones y tirando partes de armas al mar.
Años después, cuando el hermano de un oficial veterano del 25 visitó Malvinas, se propuso recuperar el sable que había enterrado en su posición, cercano al aeropuerto. En compañía de un kelper munido de una pala, fue guiado vía celular desde Buenos Aires. La clave estaba en partir del lugar exacto donde al inicio de la guerra habían emplazado una virgen, en una de los tantos puntos defensivos. Estaba “a siete pasos al oblicuo izquierdo y a un metro de profundidad”, aún recuerda. Pero no tuvieron suerte.
Otro oficial relató que “no íbamos a permitir que los sables los entreguen o los tiren; yo enterré el mío junto con mi pistola y otros efectos personales, soñando que algún día nos podía ser útil porque las íbamos a volver a buscar”.
Menos suerte tuvieron aquellos sables que terminaron en vitrinas de museos militares en Gran Bretaña o en poder de ingleses, como trofeos de guerra.
El que quiera apreciar el sol que había sido recortado de la bandera de guerra del regimiento, puede contemplarlo en un cuadro en el museo del Regimiento 25 en Colonia Sarmiento, provincia de Chubut. El resto de la bandera aún está de guardia en las islas, bajo la turba junto a los sables, añorando el “a la carga” del trompeta Tabares.
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