Liliana Aguirre (66) se crió en Buenos Aires, en pleno centro de la ciudad. Su vínculo con el mundo ecuestre eran las visitas a las tradicionales ferias de la Rural o alguna escapada a lo de algún familiar. Caribú, así se llama la yegua alazana que le asignaron a Liliana. No era suya, sino de su tío. “Todo caballo que veía lo abordaba, pero con ese tuve una especie de imán, una fascinación sin igual. Era subirme y sentir paz”, dice. Esa relación la mantuvo durante toda la vida.
A lo largo del tiempo, los caballos fueron demostrando una capacidad inigualable para generar cambios anímicos positivos en las personas. Pero sería recién a mediados del siglo XX en que esa condición sería aprovechada con fines terapéuticos.
La Argentina fue un país precursor en la implementación de este tipo de tratamientos. Pero hace 19 años, cuando Liliana Aguirre empezó a realizar la actividad, sólo se la conocía en Europa y Estados Unidos, sin mucha aceptación.
Amante y apasionada de estos animales, recién descubrió todo su potencial a partir de una experiencia personal que le marcó la vida. “En 2001 a mi madre, María Borrego, le diagnosticaron una compleja enfermedad, Mielitis Transversa. Por el rápido avance tuvimos que trasladarla desde Málaga a mi casa en San Juan y brindarle atención médica”.
A diario, su madre recibía era asistida por una kiniesióloga para frenar el avance del deterioro y mejorar calidad de vida. “Una de las terapistas, Mercedes Ruffo, era jineta como yo, y en una de las tantas terapias me comentó acerca de las sesiones de rehabilitación relacionadas con los caballos”.
Aguirre conocía de cerca el mundo equino pero no conocía todos sus alcances en materia de salud. No perdió el tiempo y se acercó a la única institución educativa que existía en aquel entonces en la provincia. “El encuentro fue fantástico, una experiencia superadora. No podía creer el vínculo y la conexión generando entre los animales y las personas con discapacidad”, dice.
La madre de Liliana también fue una gran impulsora del proyecto. “Recuerdo sus sabías palabras, ‘tenés que acercar esta herramienta a otros”. Fue así que decidió estudiar, y formarse como entrenadora ecuestre orientada a personas con discapacidad. Al descubrir toda su potencialidad, quiso llevárselo a adultos y niños con discapacidades. En 2004 creó la fundación con sede en su quinta.
Hoy, Aguirre es la presidenta de la Fundación Equinoterapia San Juan desde donde realiza un trabajo profesional interdisciplinario asistido y facilitado con equinos, enfocados en la educación y el deporte ecuestre adaptado a las personas con discapacidad. Una organización que ya le cambió la vida a más de 5000 personas.
En el país de los caballos era difícil que esto no funcionara. En poco tiempo los primeros alumnos con enfermedades ligadas a trastornos motores y neurológicos graves se fueron acercando. Más tarde se descubrió todo su alcance. “Puede tratar patologías como el autismo, asma, parálisis cerebral, esclerosis múltiple, accidentes cardiovasculares, problemas de conducta, déficit de atención, problemas alimenticios, problemas de relaciones humanas, ansiedad y depresión, entre otras”, dice.
La modalidad de su trabajo tiene tres principios básicos: transmisión del calor corporal, de impulsos rítmicos y de un patrón de locomoción equivalente al de la marcha humana.
Aguirre logró varias conquistas en la inclusión e integración. Logró que los centros educativos de personas con discapacidad formen parte de las competencias paraecuestres en Buenos Aires. En 2006 representaron al país en el mundial de Brasil; en 2009 en Alemania, en 2011 en Inglaterra primero y Atenas después. “El amor por los caballos está en la sangre, en lo personal desde siempre. Un ser sanador”.
Este año es parte de Nuestros Caballos, la exposición que vuelve a La Rural después de dos años y finaliza este domingo a las 20 horas.
SEGUIR LEYENDO: