Cuando las luces de la calle se apagaron y cobró vida una mágica luz que irradiaban las 649 antorchas que simbolizaban a los caídos en Malvinas, fue el momento culminante. Era medianoche y en San Andrés de Giles, que desde hace 25 años se transformó casi naturalmente en la capital de la malvinización, veteranos, familiares de caídos y el pueblo en general cantaron el himno. “Tan fuerte para que se escuche en las islas”, alentaron desde el micrófono. Era el primer minuto del 2 de abril y se cumplían 40 años de la recuperación.
En la Plaza Julio Saraví de la ciudad de San Andrés de Giles, unos cien kilómetros desde la ciudad de Buenos Aires por la ruta nacional 7, hace tiempo que todo referencia a Malvinas, a la guerra y a la memoria de los caídos.
El motor de todo esto es Alberto Puglelli, un soldado veterano del Regimiento de Infantería Mecanizado 6. A fines de la década del 90, fue su inspiración el programa “Malvinas la verdadera historia”, que se emitía los domingos a la noche por Radio 10, donde los veteranos tenían el micrófono abierto para contar sus experiencias en el conflicto y en la posguerra. Decidió hacer lo mismo y por años tuvo su programa “Malvinas, la perla austral”, y de ahí no paró.
Año tras año, cada 1 de abril arma una vigilia para esperar el 2, alrededor de un fogón criollo llamado “Malvinas, San Andrés de Giles te canta”. Siempre cuenta con la colaboración de centros de veteranos y de instituciones locales. El de este 2 de abril fue la edición 25.
No fue difícil ubicarlo. Estaba subido a un banco ajustando una tuerca del vidrio que protege una ermita con una imagen. Junto a él, su esposa Liliana y sus hijos colaboraban en que todo estuviera listo.
No está en el centro de la plaza, pero el cóndor posado sobre una columna es el monumento principal dedicado a Malvinas. Puglelli explicó a Infobae que el cóndor simboliza la soberanía; la cabeza del león que aprisiona con sus garras es el imperialismo. Acota que el animal no tiene dientes, para reflejar el anacronismo del colonialismo. El cóndor luce una de sus alas quebrada, por los caídos en Malvinas y su mirada apunta en dirección a las islas. De su pico cuelgan cintas con los colores de la bandera británica.
Al pie del monumento, inaugurado en 1988, una cadena negra aguarda ser cortada cuando se recupere la soberanía. El autor fue Marcelo Daverio, por entonces un alumno de 16 años de la Escuela Nacional, que contó con la colaboración y la guía del arquitecto Hugo Aveso, ya fallecido. Cerca del monumento luce restaurada una hélice de un Hércules y un ancla que simboliza al Crucero General Belgrano.
Una pared de un metro de alto exhibe distintas placas recordatorias. Algunas son significativas: como la firmada por oficiales retirados y por integrantes de organizaciones subversivas que encontraron en Malvinas un punto de unión; la placa de veteranos ingleses, reconociendo el valor de los argentinos o de los soldados heridos o mutilados en reconocimiento al general Menéndez, en tiempos en que todos les daban la espalda. Puglelli acota que eso solo lo logra Malvinas.
Del otro lado de la pared, una inmensa placa de acrílico recuerda a los caídos, distribuidos por soldados, suboficiales y oficiales. En el 2017 al pie del monumento, colocaron una cápsula del tiempo, con mensajes para ser abiertos el 2 de abril de 2082.
La plaza, al atardecer, ya estaba muy concurrida por veteranos, familiares, público y escolares. Distaba mucho de lo que ocurrió hace 25 años, cuando el acto reunió a un centenar de personas.
San Andrés de Giles tiene su caído, el soldado Jorge Alfredo Maciel, y también su monumento. Lo hicieron lucir con una sonrisa, “porque fue voluntario a la guerra”, explican. Con su mano izquierda está por tomar una ametralladora 12,7, y su pie derecho pisa una bandera inglesa. Detrás suyo, un tarro lechero y espigas de trigo denotan la pertenencia rural de Maciel. Su pecho está cubierto por una bandera argentina, que nace en su corazón y sobre el rosario que cuelga de su cuello.
Alrededor de la plaza se instalaron puestos. En uno de ellos David Narvaja, que no combatió, vende los libros de su amigo Oscar Ledesma, un soldado que combatió en la sección Bote del Regimiento 25. En la guerra fue apuntador de la ametralladora Mag y fue el que mató a Herbert Jones en Pradera del Ganso, el segundo oficial de más alto rango que participó en la guerra. Ledesma no pudo estar presente ya que se está recuperando de una enfermedad. En la guerra lo bautizaron el “soldado poeta” por su facilidad de palabra cuando debió hacer una presentación en un acto. En la escritura encontró la terapia perfecta para enfrentar la posguerra. “Luis y los fantasmas”, “El retorno del barro” y libros para los escolares, como “Malvinas relatos para mis nietos”, son algunas de sus obras.
En el puesto de al lado, Patricio Becerra vende torta galesa, que él mismo hace con una receta familiar que le mandó una familia de Chubut. Y si bien no es veterano, le apasiona el tema Malvinas y se impuso honrar la memoria del soldado Claudio Alfredo Bastida, que fue como voluntario en el Regimiento Patricios y que murió en Monte Longdon. Becerra, quien hizo el servicio militar en esa unidad, brinda charlas en los colegios y el primer sábado de cada mes es uno de los organizadores del asado que se hace en el regimiento para veteranos y familiares.
Luego de pasar una fila de jeeps y unnimogs, similares a los usados en Malvinas, se llega a la esquina de San Martín y Rawson, donde instalaron una cocina de campaña. Está humeante, ya que por un lado ofrecen mate cocido y Andrés “Perico” Domingo Pérez, que combatió como cabo primero en el Regimiento de Infantería 5 y Gustavo Verteramo, por entonces cabo del Regimiento 6, preparan un guiso de lentejas, del que a las 11 de la noche no quedará nada.
En un sector de la plaza que da a la calle Rawson, se exhiben réplicas de armamento. Ametralladoras, morteros, proyectiles, pistolas lucen como si fueran verdaderas. Son hechas en papel por el veterano Hugo Buffet, quien halló en esta artesanía una terapia para afrontar tiempos difíciles.
Los infantes de marina, el grupo Alacrán de Gendarmería, los “Halcones Dorados”, la Asociación Cultural Sanmartiniana y hasta los bomberos voluntarios locales tenían su espacio. En la escuela frente a la plaza había una exposición de fotografías de Malvinas, de uniformes y cascos usados por las distintas armas.
A las 17,30 hubo misa de campaña, celebrada por el padre Norberto Cirigliano, el cura párroco local, que bendijo 649 rosarios que repartieron entre la gente.
En todo momento, hubo una guardia de honor de distintos regimientos y de una decena de recreacionistas históricos del Tercio de Cántabros Montañeses de Buenos Aires, una de las unidades formadas en 1806 para luchar contra el invasor inglés, y que hasta dispararon una salva con sus fusiles.
A las 21, integrantes de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, encabezada por su titular, María Fernanda Araujo, quien perdió a su hermano en la guerra Elbio Eduardo, ingresaron a la plaza llevando la imagen de la Virgen de Luján que estuvo en Malvinas, tomada por los ingleses y recuperada en el 2019. Otra imagen similar fue portada por veteranos de guerra. En la guardia de honor se incluyeron a gaiteros que homenajearon a los dos españoles caídos en el conflicto, Rafael Luzardo y Manuel Oliveira.
Los familiares, que además llevaban una foto gigante del cementerio de Darwin con la leyenda “Aquí vive el corazón de la Patria”, descubrieron una flor de hortensia, con 649 venecitas blancas y trasparentes en forma de pétalos. Su autora es la mosaiquista Silvia Kuhn y para ella dicha flor representa la gratitud de haber dado la vida por la patria y la abundancia de la valentía.
Posteriormente, se encendió el fogón, que representa el espíritu de los caídos. Con las 649 antorchas encendidas, muchas distribuidas entre el público, se realizó un desfile de veteranos y de familiares de caídos hasta el escenario central. Allí invitaron a subir a hijos y nietos de veteranos –”ellos son el futuro”, explicaron- y a la medianoche, bajo la luz de las antorchas, se cantó el himno, un toque de silencio en honor a los caídos y una reafirmación de la jura a la bandera, que estuvo a cargo del teniente coronel retirado Víctor Hugo Rodríguez, que combatió junto al Regimiento 3.
“Nosotros, veteranos de guerra, saludamos a todos los que nos ayudaron y a los que nos están haciendo el aguante en esta noche tan especial”, destacó Puglelli desde el escenario.
En el cierre, María del Carmen Penón, madre del soldado Araujo pidió que “nunca nos olviden. Los familiares siempre fuimos los grandes olvidados en esta historia. Estamos agradecidos con aquellos veteranos que volvieron y que llenaron los brazos vacíos de las madres. Y nunca olviden nunca que Malvinas fueron, son y serán argentinas”. Las antorchas se apagaron, y la gente, antes de irse, dio una última vuelta por el monumento, donde el águila, impasible, les recuerda dónde queda Malvinas, donde todo empezó pero que aún no terminó.
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