Hace 35 años, Alfonsín se subió a un púlpito para contestarle a un obispo que acusó a su gobierno de corrupto

El 2 de abril de 1987, en la misa conmemorativa del quinto aniversario del desembarco argentino en Malvinas que se realizaba en la Iglesia Stella Maris, el vicario castrense José Miguel Medina tuvo una dura homilía contra el gobierno. La reacción del entonces presidente no tuvo precedentes, no se volvió a repetir y enmudeció a toda la parroquia

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Alfonsín le responde al vicario castrense Medina el 2 de abril de 1987. Imágenes del documental "Raúl: la Democracia desde Adentro", producido por Koala Contenidos, 2019

-Che… ¿se puede hablar acá? – le preguntó el presidente Raúl Alfonsín a su ministro de Defensa, Horacio Jaunarena.

-No tengo idea, preguntale a él – le respondió.

“Él” era José Ignacio López, vocero presidencial y hombre conocedor de los vericuetos de la Iglesia. Alfonsín le preguntó.

-Sí, que después de la misa se puede pedir la palabra, como cualquier feligrés, para dirigirse a la concurrencia – fue la respuesta.

Entonces Alfonsín le dijo a Jaunarena:

-Voy a hablar.

-¿Dónde?

-Ahí – le respondió el presidente señalando el púlpito.

-¿Cuándo?

-Ahora. ¿Qué te parece?

-Me parece que va a ser inolvidable – le contestó Jaunarena, entre sorprendido e inquieto.

A la derecha del ministro estaba el jefe del Estado Mayor conjunto, el brigadier Teodoro Waldner. Jaunarena sintió la obligación de avisarle.

-Va a hablar el presidente - le dijo.

-¿Dónde?

-Ahí– le dijo Jaunarena señalando el púlpito.

-¿Cuándo? – preguntó el brigadier, todavía sin entender de qué se trataba.

-Ahora.

-¡A la mierda! – se le escapó a Waldner.

El día fue el 2 de abril de 1987, a cinco años del desembarco en Las Malvinas – de eso se trataba la misa -, y el escenario la Iglesia Stella Maris, donde el vicario castrense, monseñor José Miguel Medina, estaba pronunciando una homilía que le estaba cayendo como un adoquín en el estómago al presidente.

Medina, sucesor de Adolfo Servando Tórtolo en ese vicariato que había sido cómplice del genocidio perpetrado por la dictadura, se estaba despachando de lo lindo en su homilía.

“Digamos un no y vivamos este no: no al predominio de lo sectorial y el egoísta ‘no te metás’; no a la delincuencia, no a la patotería (sic), no a la coima, el negociado y la injusticia; no a la disgregación, a la antisocial emigración, a la decadencia, a la destrucción de la identidad nacional…”, decía y nadie en el interior de la iglesia tuvo dudas de que se refería al gobierno radical.

Faltaban menos de quince días para el primer levantamiento carapintada, aunque era imposible saberlo. Pero, viejo sabueso de la política, Alfonsín olfateó y supo que no lo podía dejar pasar.

Una de las grabaciones de video de ese jueves 2 de abril en la Iglesia Stella Maris muestra a Alfonsín llamando con la mano izquierda (“vení, muchacho, vení”, parece decir con el gesto, que es insistente) a un cura para avisarle que, cuando monseñor terminara su homilía, él iba hablar.

Raúl Alfonsín le indica a un sacerdote que le diga al obispo José Miguel Medina que hablaría después de la misa y le señala desde qué lugar: el púlpito
Raúl Alfonsín le indica a un sacerdote que le diga al obispo José Miguel Medina que hablaría después de la misa y le señala desde qué lugar: el púlpito

Tiempos complicados

Corrían días movidos en la Argentina, donde la preocupación más grande eran las inundaciones que sumergieron casi cinco millones de hectáreas bajo el agua en las provincias de Buenos Aires y La Pampa.

En el terreno político, José Manuel De la Sota ganaba la interna del justicialismo cordobés y se perfilaba como candidato a gobernador de la provincia donde gobernaba el radical Eduardo Angeloz. Pero de lo que más se hablaba era del nombramiento de Carlos Alderete como ministro de Trabajo de La Nación – una designación apoyada por el secretario general de la CGT, Saúl Ubaldini – que abría expectativas con los anuncios de un ajuste salarial y la presentación de un proyecto para una nueva ley laboral.

Otro tema atravesaba desde hacía meses, aunque de manera más sorda, el tablero político del país: las constantes presiones de sectores militares para frenar los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura.

A fines del año anterior, Alfonsín había anunciado una “salida” que creyó con aplacaría los ánimos castrenses, aunque el gobierno pagara los costos políticos de favorecer esa impunidad frente a los organismos de Derechos Humanos y gran parte de la sociedad: “Estamos enviando al Congreso de la Nación para su tratamiento en sesiones extraordinarias, un proyecto de ley que contempla un plazo de extinción de la acción penal que permita en el menor tiempo razonable liberar de sospechas a quienes, a más de tras años de iniciadas las investigaciones, no hayan sido considerados formalmente sospechosos por los jueces, al par de que se procura también acelerar esos procesos”, dijo el 5 de diciembre.

Entre el 22 y el 23 de diciembre, las dos cámaras del Congreso aprobaron la ley conocida como de Punto Final, que daba un plazo de apenas 60 días para presentar nuevas acusaciones.

El resultado de la movida dejó un saldo a pura pérdida para Alfonsín: se desgastó su figura y no pudo contener los reclamos militares, que seis meses más tarde desembocarían en la primera rebelión carapintada.

El obispo castrense José Miguel Medina, que provocó la situación con Alfonsín en la Iglesia Stella Maris
El obispo castrense José Miguel Medina, que provocó la situación con Alfonsín en la Iglesia Stella Maris

El obispo uniformado

En ese contexto, el 2 de abril de 1987, en el quinto aniversario del desembarco argentino en Malvinas, monseñor José Miguel Medina se instaló en el púlpito de la Iglesia Stella Maris para aportar lo suyo al conflicto.

Estaba claro para qué bando jugaba. Medina reemplazaba en la vicaría castrense a un obispo que había sido abiertamente cómplice de la dictadura, Adolfo Servando Tortolo, pero su designación no había sido una ruptura acorde con los tiempos democráticos que empezaban a correr sino todo lo contrario. El último jefe del Ejército del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, Cristino Nicolaides lo había elogiado como “un auténtico soldado de Cristo y de la Patria”.

Cuando fue nombrado, el entonces presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Emilio Fermín Mignone, escribió un largo artículo titulado “Los dislates de Medina”, donde lo definió como “oscurantista, reaccionario y cómplice de la dictadura”.

Más allá de las opiniones sobre su persona, las misas de Medina terminaban siempre de la misma manera: con discursos que solo podían entenderse como proclamas en defensa de las Fuerzas Armadas y contra el gobierno de Alfonsín.

“El clima era muy tenso”

Por eso, el contenido de la homilía del vicario castrense ese 2 de abril era previsible, lo que nadie previó fue la reacción del presidente de la Nación.

“El gobierno debía soportar una sostenida campaña destinada a erosionar sus fuerzas. El vicario castrense, monseñor José Miguel Medina, que por cierto no nos tenía ninguna simpatía, se ocupaba de atizar las brasas en cada homilía, con veladas o directas acusaciones al gobierno. Cada 2 de abril, en el acto recordatorio de los caídos en Malvinas, nos tocaba recibir ese sermón admonitorio en la iglesia Stella Maris delante de una nutrida concurrencia de uniformados. Estábamos acostumbrados a escuchar estos sermones, o arengas, y considerábamos que era, en cierto modo, una manera de habilitar una válvula de escape para que los sectores castrenses más resistentes al cambio pudieran manifestar sus quejas. Pero este año habría sorpresas”, recuerda el exministro de Defensa Horacio Jaunarena en su libro La casa está en orden.

A medida que Medina hablaba, la molestia de Alfonsín iba en aumento. Se lo vio moverse incómodo en la primera fila y hablar en voz baja con Jaunarena y el vocero José Ignacio López. El vicario castrense se refirió a las inundaciones, al flagelo de las drogas e incluso llegó a decir que la Argentina parecía un país olvidado de Dios, pero hubo un momento preciso del discurso que hizo enrojecer a Alfonsín. No de vergüenza sino de indignación.

“En la homilía se aludió alambicadamente a la corrupción generalizada que supuestamente reinaba en el país, y no se podía disimular que en ese ámbito hostil y en medio de esa confusa oratoria, se quería referir elípticamente al gobierno. El clima era muy tenso”, relata Jaunarena.

Después de escuchar las palabras “coimas” y “corrupción”, Alfonsín tomó una decisión y llamó al cura más cercano para avisarle que hablaría cuando Medina terminara la homilía.

-¿Desde el púlpito? – le preguntó el sacerdote.

-Sí, desde ahí – le contestó Alfonsín señalando el lugar que todavía ocupaba el vicario castrense.

Menos de 15 días del incidente con el vicario castrense se produjo el alzamiento militar de Semana Santa Raúl. En medio de esa crisis, Alfonsín le habló a la multitud reunida en Plaza de Mayo junto a Antonio Cafiero, líder de la renovación peronista
Menos de 15 días del incidente con el vicario castrense se produjo el alzamiento militar de Semana Santa Raúl. En medio de esa crisis, Alfonsín le habló a la multitud reunida en Plaza de Mayo junto a Antonio Cafiero, líder de la renovación peronista

Desde el púlpito

Cuando medida terminó, Alfonsín caminó a paso firme hasta el púlpito y después de una pausa para convocar la atención de una feligresía que murmuraba por esa situación inesperada comenzó a hablar.

Al principio su tono fue calmo, aunque era notorio que trataba de contenerse. “Venimos hoy a honrar y recordar a quienes murieron por la Patria en una lucha justificada que procura la afirmación de nuestra soberanía. Hombres del aire, de mar y de tierra, entregaron su sangre en defensa de la Patria. Yo comprendo que frente a estas circunstancias, el sacerdote en el momento de su plegaria haya sentido abrumado su espíritu y haya quizás actuado con alguna injusticia para con el Señor al pedir que no nos abandone y señalar una situación con una condición tal. En una forma que parecía que no teníamos nada que agradecer al Señor”, dijo, mientras miraba alternativamente a Medina y al público en general.

Después pareció ensayar un reconocimiento de los supuestos males que había enumerado el vicario castrense, para decir que se los estaba combatiendo. A muchos les dio la impresión que se ponía a la defensiva.

“Es cierto que tenemos estos problemas graves de las inundaciones, es cierto que todos padecemos la inquietud propia de este tiempo de la familia argentina, es cierto que hay un problema de drogas, que sin embargo es mucho menor que el que sucede en otros países, y es cierto también, desde luego, que estamos totalmente dispuestos a luchar con todas nuestras fuerzas y sin distinción ninguna para evitar que se propague ese flagelo, pero yo diría que tenemos mucho que agradecer a Dios. Tenemos que agradecer la paz, que tanto tuvo que ver en ello Su Santidad, tenemos que agradecer la democracia que vivimos, la libertad que disfrutamos, el esfuerzo que todos, de una u otra manera, en los más distintos roles, en las más diversas situaciones, somos capaces de realizar para afianzar este tiempo argentino y entregar a nuestros hijos una patria que no se achique, como decía monseñor”, agregó.

Un retruco feroz

El presidente siguió hablando tres minutos más, en tono contenido, hasta que llegó al punto que quería abordar para rematar su discurso desde el púlpito: la acusación de corrupción.

Le clavó los ojos a Medina, subió el tono y se despachó:

“Aquí se ha hablado de coima y de negociados, si hay algo que todos nosotros porque de alguna manera tenemos responsabilidad de gobierno, es la honradez de nuestros procederes, la dignidad de nuestra acción, la moralidad que debe aparecer como cristalina en todo momento. Y se lo ha dicho esto delante del presidente, seguramente porque se conoce algo que el presidente desconoce. De modo que yo solicito también públicamente que, si alguien de los presentes conoce de alguna coima o de algún negociado, haciendo honor a los hombres que murieron por la patria, haciendo honor a nuestras mejores tradiciones que aquí han sido señaladas, lo diga y lo manifieste concretamente”.

En otras palabras, le exigió a Medina que o denunciara hechos precisos o se callara la boca. En ningún momento dejó de mirarlo a los ojos. Después de eso, remató con voz más calma:

“No hay nada que precie tanto el presidente de la Nación como la honradez en los procederes del gobierno. Yo le agradezco a monseñor Medina sus conceptos y quiero darle una tranquilidad: estamos transitando el camino de la patria grande, con el esfuerzo y el sacrificio de muchos, poniendo por delante el futuro que queremos para nuestros hijos. Vamos agrandando nuestra patria”.

Cuando Alfonsín bajó del púlpito, la Iglesia Stella Maris quedó sumida en un silencio más potente que cualquier palabra.

Nunca un presidente le había retrucado la homilía a un cura en su propia iglesia. Desde entonces y hasta hoy, ninguno lo ha vuelto a hacer.

Los diarios del 3 de abril llevaron el episodio a sus tapas; la otra noticia del día fue el nacimiento de Dalma Nerea, la primogénita de Claudia Villafañe y Diego Armando Maradona.

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