Obsesión con Malvinas y planes secretos: Anaya, el almirante que fue vecino de Thatcher y siempre quiso la guerra

El plan secreto que hizo para la recuperación. Las tensas conversaciones con dos almirantes sobre las islas: “Parecés un muy buen agente secreto de Thatcher”. Las advertencias de los embajadores sobre el desenlace de un posible conflicto armado con el Reino Unido. Los ocultamientos a cancillería. El pedido para frenar la “invasión”. Y la charla privada de Reagan y Galtieri antes de la guerra

Contralmirante Anaya

Hace cuarenta años la Argentina recuperaba las Islas Malvinas. Intentar volver a recordar los motivos que indujeron a esa decisión ya es innecesario. Es más importante rememorar las horas previas y a lo que condujo a esa decisión. No es un secreto para nadie aquello que una vez aseguró el general Vernon Walters, ex subjefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos y ladero del Secretario de Estado, Alexander Haig: “Fue una operación eminentemente naval”.

Ahora sí, es necesario revelar que el jefe naval almirante Jorge Isaac Anaya se encontraría varias veces con Margaret Thatcher. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Por qué? Anaya solía contarlo en reuniones íntimas. Tras ascender a contralmirante, durante 1975 y 1977, mientras se desempeñó como Agregado Naval de la Embajada Argentina ante el Reino Unido y jefe de la de la Comisión Naval Argentina en Europa para la provisión de material naval, vivió en un edificio en el que también habitaba la dirigente conservadora, que en mayo de 1979 llegaría a Primera Ministro del Reino Unido y se mudaría a Downing Street 10. Anaya contó que se encontraban en el ascensor y se saludaban ceremoniosamente pero nunca se sentaron a conversar de cuestiones comunes. Entre otros, esto se lo reveló a un gran intendente bonaerense, quien le hizo un importante favor, y por eso le regaló su espada de almirante.

Ya en esos años le decían “Negro” por su color de piel aceitunado. Era hijo de un médico boliviano que fue cónsul en el país, por eso también era conocido como “el bolita”. Algo que obviamente lo disgustaba. Su experiencia en Londres no fue buena porque no pudo entrar ni en la razón ni el corazón de los altivos oficiales británicos. No hablaba bien inglés porque su fuerte era el francés. De allí que en el perfil que hizo la CIA sobre el jefe naval se señala: “Entiende y habla algo de inglés pero prefiere conversar en español”.

Era de poco hablar y obstinado. Era comprensible, su promoción –la 75 de la Escuela Naval—tenía como lema: “Cada día superándonos”. El primero del curso fue Carlos Castro Madero y el segundo Jorge Isaac Anaya.

Según el historiador Jorge R. Bóveda, luego de su estadía en Londres fue a Francia “donde luego cursó la Escuela Superior Interfuerzas con sede en París, donde se hizo un ferviente admirador de Charles De Gaulle y donde, seguramente, adquirió su notoria antipatía por Inglaterra. Se sabe que su tesina de la Escuela de Guerra Naval versaba sobre un plan de operaciones para ocupar las Islas Malvinas (cuyo original ha desaparecido de los archivos de la ESGN). También sabemos que, durante el año 1977, siendo comandante de la Flota de Mar, preparó un oficio dirigido al almirante Eduardo Massera, donde le proponía un plan para tomar las islas Malvinas por la fuerza. En 1978, dejó la flota para ocupar el cargo de Director General de Personal Naval”.

El viernes 11 de septiembre de 1982, el almirante Jorge Anaya asumió como comandante en jefe de la Armada. En la interna naval eso signi­ficaba que Massera aún mantenía una fuerte influencia.

Memo interno del autor en la redacción del diario Clarín

El viernes 18 de diciembre de 1981 llegó a Buenos Aires el contralmirante (R) Luis Pedro Sánchez Moreno, embajador argentino en Lima, Perú. Se tomaba una corta licencia porque venía a apadrinar la boda de su hija Dolores. Antes fue a visitar a cada uno de los comandantes de la nueva Junta Militar. Según me relató, concurrió a la audiencia que le fijo su compañero de la Promoción 75 y comandante de la Armada, Jorge Isaac Anaya. La entrevista se realizó en el despacho que el jefe naval tenía en el piso 13 del edificio Libertad. Se saludaron con afecto y Sánchez Moreno comenzó a hablar de la situación peruana mientras Anaya mostraba una mirada desatenta. Poco rato después lo interrumpió:

El Proceso se ha deteriorado mucho y tenemos que buscar un elemento que aglutine a la sociedad. Ese elemento es Malvinas.

Dicho esto, se quedó esperando una respuesta.

—He estudiado varios años en un colegio inglés —contestó su interlocutor—. Conozco a los ingleses tanto como vos, Margaret Thatcher no se va a dejar llevar por delante por un gobierno militar. Los ingleses son como los bull dog, cuando muerden a la presa no la sueltan…

Al instante, Anaya dio por terminada la reunión. Asumió su papel de comandante y con un formal “es todo, Sánchez Moreno”, lo despidió. Sin embargo la cuestión no terminó ahí. El 20, durante la fiesta de casamiento, el dueño de casa y el almirante Carlos Castro Madero intentaron disuadir al comandante en jefe de la Armada, pero fue imposible.

Al ver entrar a Anaya en la fiesta, Sánchez Moreno le cuenta a Castro Madero lo que había conversado con el comandante sobre Malvinas. Los dos se aproximaron al compañero y Castro Madero, tomándose la cabeza, le dijo: “No, por favor Jorge”. La respuesta de Anaya no fue buena, ni educada. A lo que Castro Madero le respondió: “Parecés un muy buen agente secreto de Margaret Thatcher”. Entendiendo el mensaje subliminal de una frase tirada al aire, Anaya solo dijo: “Bueno, si vos lo decís”. Y se retiró inmediatamente de la celebración.

Jorge Isaac Anaya, Leopoldo Fortunato Galtieri y Basilio Lami Dozo

Tras la guerra de 1982, Anaya contará que Malvinas era una de sus obsesiones: “En el año mil novecientos setenta y siete, siendo yo Comandante de la Flota de Mar, personalmente y solo hice todo un pequeño plan, manuscrito por mí, de cómo debía procederse” para ocupar las Malvinas.

Ese plan, esa idea, se vería alimentada en mayo de 1981 por un plan del vicealmirante Juan José Lombardo y, más profundamente, por los planes que se trazaron a partir de diciembre de 1981 y 1982 con el conocimiento de la Junta Militar que integraban Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Anaya. La misma que va a echar al presidente de facto Roberto Viola y entronizar a Galtieri. Con el santiagueño “Balo” Lami Dozo tenía poco que ver, pero con Galtieri se trataban de “vos” porque habían sido compañeros de promoción en el Liceo Militar General San Martín. Lo mismo que con Albano Harguindeguy y Raúl Alfonsín.

Luego de tres meses de preparación la Junta Militar tomó la decisión de recuperar Malvinas el viernes 26 de marzo, cerca de las 19 horas. La medida se adoptó sin la participación del canciller Nicanor Costa Méndez, pero fue notificado poco más tarde.

El almirante Carlos Alberto Busser también reconoció ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas haber sido informado después. No era necesario, tanto el canciller como el jefe de la Infantería de Marina sabían para qué se estaban preparando. En su libro de memorias, Costa Méndez relató que volvió al Palacio San Martín, reunió a sus colaboradores más íntimos, y luego de hacerlos jurar que no revelarían el secreto, les informó de la decisión de la Junta Militar. Pero el canciller no va a revelar un detalle importante: el equipo de funcionarios que integraba el Grupo Especial Malvinas no tenía terminadas todas las medidas necesarias para acompañar en el campo diplomático la acción castrense de ocupar las Malvinas.

El domingo 28 de marzo el canciller va a pedir una postergación del Operativo. Tras cuarenta años de silencio, el entonces secretario Roberto García Moritán relató: “Costa Méndez me mandó a Campo de Mayo con una carta personal a Galtieri en donde le solicitaba unos días de postergación a la invasión. Cuando llegué, Galtieri estaba con su esposa en una terraza. Luego, pasamos a su despacho, entregué la carta que leyó adelante mío. Luego de terminar de leer, el presidente me afirmó: ‘Dígale al canciller que absolutamente no’. Y como si esto fuera poco, me devolvió la carta luego de escribir ‘absolutamente no’”.

El memorando de una carilla y media que recibió Galtieri decía que: “1) si se estima necesario levantar la invasión, esta decisión puede aún realizarse; 2) comunica que la posición de los Estados Unidos es poco clara. No hay seguridad de que apoye (juegue bien) con la Argentina; 3) con los No Alineados, si bien partimos de una situación no favorable, podemos en un corto tiempo recomponerla y lograr su solidaridad en virtud de nuestra lucha antiimperialista”.

Ese 28 de abril de 1982 la flota que ocuparía Puerto Stanley se echó a la mar.

Costa Méndez con los ex cancilleres Zabala Ortíz, Paz y Carlos Muñiz

El martes 30 de marzo de 1982, mientras la Ciudad de Buenos Aires se encontraba fuertemente vigilada en vista de la manifestación sindical con la consigna “Pan, paz y trabajo”, que se iba a realizar a la tarde con la intención de llegar a Plaza de Mayo, el Comité Militar (COMIL) se reunió dos veces en el edificio Libertador. Según la Memoria de la Junta Militar: “Durante la primera reunión se resolvió que el general Héctor García fuera el Comandante de Teatro de Operaciones Malvinas hasta el día D+5 aproximadamente, luego de esto se crearía el Teatro del Atlántico Sur a partir de la desactivación del Teatro Malvinas, designándose al vicealmirante Juan José Lombardo como Comandante (Acta Nº 5 ‘M’/82). En dicha reunión el Jefe del Estado Mayor Conjunto informó sobre las capacidades del enemigo y el análisis de las mismas después del día D+5″.

En la segunda reunión del COMIL, el jefe del Estado Mayor Conjunto, vicealmirante Leopoldo Alfredo Suárez del Cerro, “informó sobre la previsión meteorológica para el desembarco, informando que el Comandante de Teatro de Operaciones Malvinas decidió que el 02 de abril a las 0000 horas fuera la fecha para iniciar las operaciones”. Un temporal impedía realizar la operación el 1º de abril. También se resolvió que “por razones de política internacional, convenía que el Gobernador Militar (general Mario Benjamín Menéndez) tuviera jurisdicción sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur (Acta Nº 6 ‘M’/82)”.

Ese mismo día, el canciller convocó en el Salón Verde del Palacio San Martín a la primera línea de la Cancillería. Luego de tomarles juramento de mantener el secreto, expuso sobre la situación en Malvinas; recordó las distintas etapas de las negociaciones en los últimos años; se refirió a las excelentes relaciones con los Estados Unidos, “grandes defensores de los pueblos jóvenes contra los colonizadores y su rol en el mundo contra el comunismo”; mencionó la decadencia del Reino Unido y del gobierno de la señora Margaret Thatcher (quien seguramente perdería las próximas elecciones), así como la difícil situación económica de su país, que lo llevaría a vender su único portaaviones y otros barcos de guerra porque no podía mantenerlos. Finalmente, sostuvo que alguien tenía que tener el coraje de hacer algo por la recuperación de las Malvinas y no olvidó decir que todo esto facilitaría la difícil situación política con Chile.

Luego inquirió si alguien tenía alguna pregunta. El embajador Carlos “Quico” Keller Sarmiento, jefe del Departamento Europa Occidental, pidió hacer unos comentarios, los que no fueron grabados. No obstante, volcó lo que pensaba en un memorando titulado “Malvinas”, de cuatro carillas, con fecha 14 de abril de 1982.

Primer párrafo del embajador Keller Sarmiento

“Parto de la base que llevar el conflicto a un enfrentamiento militar de resultado dudoso para la Argentina es nuestra peor opción. (Total aislamiento, riesgo de una humillación, graves consecuencias económicas, institucionales y políticas, destrucción parcial o total de nuestra Fuerza Aérea, flota y efectivos militares, probable caída del gobierno, disminución de la capacidad para negociar con el Reino Unido el futuro status de las Islas, probable creciente intervención de Brasil o Chile como fuerza de paz y pérdida de credibilidad y prestigio en el ámbito internacional)”.

“De acuerdo a lo conocido hasta el momento, en un enfrentamiento militar es muy difícil contar con la victoria total argentina. En caso de victoria parcial se enardecerían los ánimos, podría sobrevenir un probable bloqueo de puertos, subsistirían las medidas de agresión económica por parte de la CEE (Comunidad Económica Europea) que podría extenderse a otros países e incremento creciente de la opción URSS para nuestro país. Estimo que esta debería evitarse”.

Por esas mismas horas, el embajador Gustavo Figueroa llamó al ministro Atilio Molteni para decirle: “El departamento que andabas buscando se va a desocupar”. Eso quería decir que se iba a producir la ocupación y que iba a tener que dejar Londres, donde se desempeñaba como encargado de Negocios.

Los británicos y los norteamericanos detectaron los movimientos de los barcos de la flota argentina de ocupación; sin embargo, esa información no fue comunicada por el gobierno a los parlamentarios durante el debate del 1º de abril (o fue relegada). Ante la inminencia del ataque, una de las primeras decisiones de Margaret Thatcher fue enviarle un mensaje a su amigo Ronald Reagan para que intentara convencer a Galtieri de que no invadiera las islas.

El diálogo telefónico entre Reagan y Galtieri fue un fracaso porque el argentino, entre otras cosas dijo: “Le agradezco el llamado pero es tarde, los hechos están lanzados”.

Mientras tanto, Gran Bretaña pedía una reunión urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Lo primero que hizo Margaret Thatcher fue enviarle un mensaje a su amigo Ronald Reagan para que intentara convencer a Galtieri de no invadir las islas (AP)

El mismo día, se le envió un largo cable “S” —cable 697— al embajador Eduardo Roca, instruyéndolo a solicitar el 1º de abril, “en hora que será determinada a vuestra excelencia telefónicamente (…) a fin de llamar la atención del Consejo de Seguridad la situación de grave tensión existente entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte”.

En el mismo texto “Secreto” y “Muy Urgente” se le ordena a Roca que “simultáneamente con presentación nota a Consejo de Seguridad, sugiérese a V.E. entrevistar a representantes permanentes de China y de Unión Soviética fin de imponerlos situación. V.E. les señalará que Argentina confía en seguir contando con tradicional apoyo sus países sobre cuestión Malvinas”.

La instrucción no fue llevada a cabo. Además se enviaron cables a Pekín y Moscú con el mismo texto: “Se señala que objetivo argentino es lograr que (China/URSS) oponga el veto en el Consejo de Seguridad a cualquier resolución que sea contraria a nuestro país”.

Desde antes de 1982, Wenceslao Bunge tenía muy sólidos contactos con los centros académicos de los Estados Unidos y, por ende, con altos funcionarios de la administración Reagan, como la embajadora Jeane Kirkpatrick. Por esta razón, y por consejo de Eduardo Roca, el 30 de marzo fue invitado a un almuerzo en lo de Adalbert Krieger Vasena, en avenida Alvear y Libertad. A la mesa se sentó un grupo de hombres que, se especulaba, conocían a los Estados Unidos: el dueño de casa, Pedro Real, Carlos Manuel Muñiz, Jorge Aja Espil, Arnaldo Musich, Guillermo Walter Klein y Jorge Labanca. Roberto Alemann no asistió porque no estaba en el país.

Cuando se había servido el primer plato apareció Nicanor Costa Méndez y se le cedió la palabra. Luego de una corta introducción, el canciller pidió a cada uno de los presentes un consejo, una opinión, sobre cómo hacer para profundizar la relación con Washington. Se escucharon muchas observaciones plagadas de lugares comunes, hasta que le tocó hablar a Musich. El primer embajador del régimen militar en los Estados Unidos opinó que poco podía hacerse si no se producía la institucionalización de la Argentina. Bunge, sentado a su lado, agregó: “Ellos desean entenderse con instituciones legítimas, y la única forma de mejorar las relaciones con los Estados Unidos pasa por la normalización democrática del país”.

El invitado central no miró al joven Bunge con su mejor expresión. A dos días de la ocupación de las Malvinas, cuando la flota se encontraba en alta mar, ninguno de los invitados tenía un conocimiento profundo de lo que estaba sucediendo en las islas Georgias. Mucho menos sabían lo que ocurriría el 2 de abril de 1982. “Wences” Bunge, al salir, escuchó decir a Musich: Lo que viene es muy grave, creo que se han vuelto locos, pero no entendió a qué se refería. También oyó decir que Roca no había ido al almuerzo porque había tenido que viajar de urgencia a su destino en Nueva York, ya que debía participar en una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que trataría el conflicto con Nicaragua. Tras ese almuerzo, Bunge partió a Saint Louis, Missouri, Estados Unidos, en viaje de negocios.

Jeane Kirkpatrick y Wenceslao Bunge

El 2 de abril a la mañana recibió un llamado del embajador Takacs para reiterarle la invitación a una comida, esa noche, en homenaje a Jeane Kirkpatrick. Durante la conversación, Takacs le dijo: “Mirá, Wenceslao, hemos invadido las Malvinas y quiero hablar con vos”.

Esa noche Bunge asistió a la cena con black tie (smoking) en la calle Q 1815. Concurrieron, entre otros, Walter Stoessel, subsecretario de Haig; Frank Carlucci, subsecretario de Defensa; Thomas Enders, subsecretario del Departamento de Estado; William Middendorf, embajador americano ante la OEA; John Marsh, Secretario de Guerra; Alejandro Orfila, secretario general de la OEA; la periodista Barbara Walters y los tres agregados militares argentinos: el general Miguel Mallea Gil, el almirante Rubén Franco y el brigadier Oscar Peña. A los postres se hizo un brindis. Takacs señaló que ese era un día “muy difícil para nosotros en la Argentina”. Y la homenajeada dijo una frase poco recordada: “Los argentinos son muy capaces para muchas cosas, pero no se destacan por administrarse bien a sí mismos. Espero que aprendan de lo que está sucediendo”.

Los norteamericanos se retiraron temprano de la residencia, y quedaron solo los argentinos analizando la situación. Todavía no se había realizado la reunión del Consejo de Seguridad, de la que saldría la Resolución Nº 502. El almirante Franco afirmó que la Argentina pensaba sacar once votos a favor, dos abstenciones y dos votos en contra en el Consejo de Seguridad. El brigadier Peña opinó de modo diferente al señalar que los americanos y los ingleses votarían juntos porque son “primos hermanos”. “Todo esto es una gran fantasía”, agregó.

Al día siguiente —3 de abril—por la mañana, Bunge concurrió al National Press Club para desayunar con su amigo Zbigniew Brzezinski, ex consejero de Seguridad del presidente Jimmy Carter. Luego de estrecharse las manos, Brzezinski le dijo: “Te felicito, se acabó el gobierno militar”. Y le explicó que nadie mueve un ejército para invadir o recuperar un lugar que el mundo no le ha reconocido, y “esto no será permitido”.

“Si se detiene el conflicto —sostuvo—, si llegamos a un acuerdo, que espero que sea posible porque sinceramente deseo que haya gente sensata, esto igualmente significa la terminación del gobierno militar. Y creo que va a ser lo único positivo de esta agresión argentina, porque es de tal torpeza lo que ha sucedido que no hay forma de sostenerlo”.

Además, agregó: “Poseen un Ejército que no ha peleado ninguna guerra en lo que va del siglo; una Fuerza Aérea que tiene elementos tan sofisticados que no puede utilizar y la Armada Brancaleone″. Para el almirante Lombardo no era la Armada Brancaleone, era, con su lenguaje llano y crudo, “el rejuntado de Chivilcoy jugando con la primera de Boca”. Pero eso lo diría luego del 14 de junio de 1982.

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