La ley 14.346 establece penas de hasta un año para quien maltrate o haga “víctimas de actos de crueldad” a los animales. En la práctica, es bastante distinto. Según la fundación proteccionista Caballos de Quilmes, en esa ciudad muere un caballo de carro cada 8 horas.
Un tatuaje en el tobillo Karina Dotto (48, profesora de literatura) reza “hasta que el último caballo sea desatado del carro”. Es el lema de la ONG que ella fundó hace diez años y está impreso en las remeras que usan los voluntarios para trabajar, junto con una palabra que se repite todo el tiempo: empatía. Para ellos, la lucha contra la explotación animal y en este caso, la tracción a sangre, es una simple cuestión de empatía.
“¡Bienvenida al paraíso!”, me dicen cuando llego al refugio. Y así se siente. Es un campo escondido y rodeado de arboledas y fardos, donde el aroma a bosta, pasto mojado y viruta contrastan con la cercana realidad de la ciudad de Quilmes. ¿La dirección? Es secreta, y así deberá mantenerse. Las voluntarias de la fundación llevan años siendo amenazadas por grupos de carreros que se oponen a quedarse sin sus “herramientas de trabajo”.
“Son una mafia”, lamenta Karina, mientras hacemos un recorrido por el campo y me cuenta que llegó a ser amenazada de muerte. Lo dice restándole importancia: a ella solo le importa la seguridad de sus caballos. Si bien la organización se fundó en 2012, desde que tiene uso de razón los defiende. Su primer acercamiento fue a los 15 años, cuando a la salida de una clase de patinaje encontró un caballo atado a un carro y en pésimas condiciones. Como pudo lo liberó y lo llevó con ella al terreno de un vecino para curarlo.
No pudo salvarlo: a los días murió por los golpes que había recibido del carrero, pero ella nunca se olvidó del animal.
Parece mentira que esa misma joven preside hoy una organización que, hasta ahora, lleva 580 caballos rescatados de la tracción a sangre. Dentro del inmenso predio hay un hospital veterinario, un quirófano en construcción, un establo, una sección de doma natural y hasta una pequeña casa para los voluntarios, en su mayoría mujeres, que se quedan a dormir. De todas formas, Karina no está sola.
Además de los veterinarios pagos, son 17 los voluntarios que trabajan de forma estable todas las semanas para que el refugio siga en funcionamiento. Entre ellos está Romina, quien se rehúsa a salir en fotos, pero que hace 48 horas está trabajando sin dormir. Su energía está intacta: se mueve grácilmente por los establos para limpiar, darle de comer a los caballos, vigilar sus signos vitales y medicarlos según las instrucciones de los profesionales.
No es la única apasionada. Betina es la tesorera de la fundación, y el motor esencial que la impulsa. Hay 150 caballos actualmente en el refugio y ella conoce los nombres (y las historias) de cada uno de ellos. Los besa, abraza y les habla como si fueran íntimos amigos.
Su favorito es Basilio, un caballo anciano que peleó 54 días por su vida internado en la UNLP y hoy “disfruta el campo como ninguno”. Según Betina, es fanático de las croquetas de remolacha y las (ocasionales) medialunas que roba de sus cuidadores. La mujer está siempre pendiente de la evolución de los animales y de posibles llamadas de urgencia a medianoche, sin importar el día ni el horario.
“No me imagino una vida con rutina organizada, sin corridas, sin sufrimiento, sin llantos. No me imagino vivir de esa manera. Cada vez que puedo trato de decirle eso a los chicos más jóvenes, que encuentren algo que les apasione. Esas son las vidas realmente bien vividas. Mi único límite es por mi hija”, confiesa.
Los animales llegan en condiciones desconsoladoras: desnutridos, golpeados, quebrados, con heridas a carne viva, ciegos por los latigazos y hasta preñados. Los carreros esperan que las yeguas den a luz para vender al potrillo por Facebook, con carro incluido; listos para trabajar desde el primer minuto que abren sus ojos.
En el establo me encuentro con dos peluches, uno de caballo y otro de oso. “Son para los bebés”, me explica una voluntaria, pero en el refugio no hay ningún niño. Aparentemente a los potrillos les gusta tener juguetes con los que entretenerse, al igual que a los perros, gatos y seres humanos. El contraste con el mundo de afuera se explica solo.
En el santuario intentan devolverles “la dignidad que les fue robada”. No reciben subsidios ni ayudas estatales, pero tampoco lo desean. Se financian principalmente con los contribuyentes que confían en que los fondos van a ser bien utilizados, pero también con sorteos y rifas solidarias. No es fácil: una cirugía puede llegar a costar casi 300 mil pesos.
“Hacemos todo lo humanamente posible para que los caballos reciban la atención que tienen que tener. Además se dejan muchas horas acá. Son 12, 14 o 16 horas que estás sin cerrar los ojos. Las guardias son circulares y de tres turnos; mañana, tarde y noche. Entonces van rotando porque uno tiene su trabajo también”, explica Karina, que suele quedarse a dormir cuando hace las guardias.
-¿Cómo surgió la iniciativa de fundar una ONG?
-Hace aproximadamente 10 años estaba caminando y vi un grupo de mujeres reclamando contra la tracción a sangre en Quilmes. Pregunté de qué se trataba, me manifesté ese día y me quedé. Después fundamos Caballos de Quilmes. Fue algo que pasó en ese instante y la verdad que no me imagino la vida siendo de otra forma que no estando acá, que no rescatando caballos ni luchando para que se termine en todo el país.
-Sos una mujer nacida y criada en la ciudad, ¿siempre fuiste apasionada por los caballos?
-Básicamente desde que tengo uso de razón yo defendía a los caballos cuando pasaban por mi casa con el carro. Siempre me pareció una aberración total. Siempre vi su cara de dolor. Era muy chiquita y ya me cuestionaba por qué tenían que padecer eso. Cuando uno tiene la oportunidad tiene que accionar, porque para algo estamos en esta en esta vida, en la Tierra, para algo existimos. Algunos no lo descubren nunca. Yo creo que lo descubrí. Es para luchar para ellos.
-Muchos argumentan a favor de la tracción de sangre, alegando que es el medio de trabajo de mucha gente. ¿Qué pensas?
-Nosotras luchamos contra todo tipo de maltrato, por supuesto, incluida la precarización laboral del carrero, porque los cartoneros viven de esto y lo tienen que hacer de una forma digna y creemos que no es utilizando animales. Me pregunto cuándo el ser humano va a tomar conciencia de que no somos dueños de la vida de los caballos, de ningún animal, y cuándo los políticos van a trabajar para sacar al pobre de la precarización laboral, dándole verdaderas herramientas de trabajo. Defender la tracción a sangre animal es la postura más fácil. Ni una cosa ni la otra, hay que terminar la tracción a sangre animal para lograr la dignidad de los dos seres sintientes, tanto el animal como el recolector. Ambos se merecen una vida mejor. Ya hoy ver un carro atado un caballo y criaturas arriba del carro que desertan de las escuelas para ir a juntar basura, no es digno de un país que lucha porque el pueblo esté mejor.
-¿Cómo son los rescates?
-Los caballos son todos judicializados. Todos tienen causa por maltrato animal por la ley 14.346. El procedimiento funciona de varias formas. Puede ser que el ciudadano llame al 911 porque está viendo un hecho de crueldad, hace la denuncia, se acerca la policía y ellos recurren a la ONG para terminar el trámite judicial. Nos acercamos a comisaría, nos presentamos como depositarios judiciales y es la fiscalía quien decide la tenencia del caballo. Tenemos la suerte de que los fiscales en Quilmes han cambiado su mentalidad en casi todos los casos, aunque hay un par de caballos que han sido devueltos a sus maltratadores. En general el gran porcentaje queda a cargo de la ONG.
-Y una vez que consiguen la tenencia, ¿cómo siguen el procedimiento?
-Una vez que llegan al refugio son revisados por nuestros veterinarios. Contamos con tres veterinarios especialistas en equinos. Así que se los aparta y se les hace el análisis de anemia infecciosa, que es altamente contagiosa entre caballos. Si les da negativo entran a la manada, y si hay algún padrillo, un caballo que no está castrado, se lo castra. Los caballos que están muy mal de salud van al hospital y tienen un tratamiento médico específico. Tenemos desvasadores que vienen dos veces por semana, odontólogos, radiólogos y cirujanos. Es un grupo de gente trabajando en forma integral. En la parte de los rescates también tenemos un abogado animalista, que es quien lleva todas las causas de maltrato animal, totalmente ad honorem.
-¿Cuál es el destino final de los caballos una vez curados?
-Nuestro deseo es insertarlos. Lo que deseamos es que tengan un final con una familia que los respete y que obviamente les devuelvan la dignidad que les robaron. Me gustaría que se termine Caballos de Quilmes, porque significaría que se terminó la tracción a sangre. Quiero su libertad absoluta, que nadie más los explote, que nadie más los golpee, que no pasen hambre, que no pasen sed. El caballo se alimenta básicamente de pasto y hoy en las grandes ciudades no hay un metro cuadrado de pasto para darles. Son explotados durante horas y ni siquiera tienen un tacho de agua para tomar o un poco de pasto para comer.
-¿Qué es lo que más te indigna de la explotación de los caballos?
-Ya no nos asombra nada, dolernos nos duele todo porque llegan en estados terribles. Manzanilla es una yegua que llegó abierta por todos los costados y preñada, preñadisima. Y así tiraba el carro con heridas sangrantes. Después, los caballos ciegos. El 70 u 80 por ciento de los caballos tienen dificultades en los ojos, porque les pegan con los látigos. Muchos tienen que ser operados acá en el refugio porque llegan con los nervios a la vista. Entonces se hace una oclusión, se les saca el ojo. Si recorres el refugio vas a ver que la gran mayoría está así. Realmente es una bestialidad, pero es real, o duplican el peso del carro a la estructura del equino que lo está tirando. El carrero no recoge solamente desechos reciclables, sino que también se lleva lo que el vecino saca de la calle, como una silla rota, un mueble, una mesada. Hemos rescatado caballos que estaban haciendo literalmente una mudanza. Tampoco se habla de que el caballo es desatado en microbasurales y come desechos. Llegan a nosotros y los tenemos que operar de cólicos porque empiezan con dolores. Son cólicos obstructivos porque la basura se obstruye en algún lugar del intestino, algunos logran salir, otros se quedan en la operación.
-Me contabas que han sido amenazadas por su labor.
-Sí, han ido a amedrentarnos a la comisaría. Los caballos, una vez que se secuestran en la vía pública, son llevados a la comisaría más cercana al lugar donde aconteció el hecho, y esta gente caía las comisarías para amenazar tanto a la policía como a nosotras. Hasta nos han amenazado de muerte, por supuesto. Es un gran negocio la tracción a sangre de animales, un gran negocio.
-¿Un gran negocio?
-Los alquilan los caballos. Hay gente que tiene caballos y los alquilan. Primero seis horas horas a uno, después a otro y así. Nosotros hemos tenido que cortar cinchas porque el caballo hasta dormía atado al carro. Entonces sí, detrás del negocio de la basura, detrás del negocio del robo de caballo también está el negocio del alquiler.
-Pero actualmente no está permitida la tracción a sangre.
-Tenemos en vigencia una ordenanza que prohíbe la tracción a sangre por zonas, pero lamentablemente la voluntad es poca. Vemos en las dos zonas prohibidas que hay carros circulando porque no está señalizado ni hay una campaña para que la gente sepa que si ve un carro entre ciertas calles tiene que denunciar o el carrero mismo no pasar.
-¿Qué es lo que más te da satisfacción?
-Hay satisfacciones grandes cuando vos los ves curarse y salir a correr y disfrutan. Les ves la felicidad de la cara cuando los devolves a la vida, porque algunos llegan con un hilito de vida, que cuando los veterinarios los revisan decís “este caballo no puede estar vivo”. Después tenés el otro extremo que es cuando los curas, los alimentas, los tratas un mes y se te van de las manos como agua, porque se mueren. Entonces es tan efímero esto que vivimos que decís “bueno, hoy estoy feliz, pero mañana sé que quedan fuera muchísimos por salvar”. La felicidad nuestra nunca es completa porque sabes que acá es el paraíso para ellos y que nadie los va a lastimar, pero afuera están luchando por vivir.
-Tu lema es “hasta que el último caballo…”
-Hasta que el último caballo sea desatado del carro. Y creo que ese lema va a morir conmigo. Espero que sea pronto, porque nos está llevando la vida. A veces pienso… Tanto dolor, tanto esfuerzo y sabes que salvas unos pocos, pero otros tantos quedan padeciendo y padeciendo.
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