El problema con los vikingos fue que se comportaban como hombres libres y la única autoridad que reconocían era la propia. Por eso la perplejidad de los negociadores enviados por el rey Carlos II El Calvo cuando regresaron a la corte con las manos vacías. “No encontramos con quién hablar. Todos dicen ser el jefe”, cuentan las crónicas de entonces. Era marzo del año 845 y los nórdicos, que habían armado un descomunal asedio, se aprestaban a apoderarse de París.
En escandinavo, el término “vikingo” significa “pirata”. Venían de Noruega, Suecia y Dinamarca y además de ser pescadores, agricultores y criadores de ganado, durante unos 300 años, desde el 790 al 1066, cuando los recursos no alcanzaban fueron exploradores, comerciantes e implacables colonizadores.
Los europeos se encontraron con lo que Ragnar Lotbrok mostró, junto a la bella Latgerta y sus seguidores, en la pantalla: la valentía, el arrojo y la aventura del continuo desafío, sus cualidades más marcadas. Porque además no temían a la muerte, ya que estaban convencidos de que cuando les llegase la hora, bellas doncellas llamadas valkirias los llevarían de la mano hasta el Valhala a vivir una vida eterna de gloria y placeres.
Creían que el tránsito hacia el Valhala era a través del fuego. El muerto era ubicado en un barco, junto a sus armas y herramientas, y se lo incendiaba. Con el humo su alma se elevaría al ansiado paraíso vikingo. Eran muy apegados a sus dioses, empezando por Odín y Thor. Todos ansiaban llegar algún día al Asgard, el hogar de los dioses.
Eran excelentes navegantes, lo que les permitió atravesar el Mar del Norte y adentrarse en lo desconocido. Construían sus drakkars, largos y balanceados barcos hechos con tablones cortados a hacha, y unidos con remaches de hierro. Las velas eran de lana y las cuerdas las hacían con crines de caballo y con tejido vegetal. Eran ligeros, fácilmente maniobrables y además del viento, se movían a remos.
Los vikingos asolaron las islas británicas, llegaron a América, invadieron territorio de la Europa continental y exploraron Rusia y Oriente. Los investigadores no se ponen de acuerdo sobre las razones de sus incursiones. Podría haberse debido a una emigración por superpoblación, por cambios climáticos o por planes de conquista. Sea cual fueran las causas, sus jefes buscaron enriquecerse y ganar prestigio.
Por entonces era ideal invadir y saquear a la debilitada Europa, dividida y sujeta a distintos movimientos migratorios internos luego de la caída del imperio romano, ocurrida en el año 476 de nuestra era. Los pueblos costeros se transformaron en una presa fácil para los nórdicos.
Parte de la culpa de la mala prensa de los vikingos la tienen los monjes católicos. Los monasterios siempre estuvieron en la mira de los invasores porque sabían que encontrarían dinero y valores. El 8 de junio de 793 los nórdicos se dieron a conocer saqueando el monasterio de Lindisfarne, ubicado en una isla en la costa este de Inglaterra, al sur de la frontera con Escocia.
Se apoderaron del poblado de Eboracum, a la que rebautizaron Jórvik y de ahí la ciudad tomaría el nombre de York, donde permanecieron por casi cien años. De los cuatro reinos que componían Inglaterra, los vikingos conquistaron Anglia Oriental, Mercia y Northumbria. Solo escapó a su dominio Wessex, en el sur. En el siglo X, se habían apoderado de casi de la mitad de Inglaterra.
En Irlanda controlaron los puertos de Limerick y Cork y la villa que levantaron a orillas del río Liffey alrededor del año 841, de donde comerciaban esclavos, se transformaría en la ciudad de Dublín. Durante 300 años ocuparon la isla de Man.
Los vikingos saquearon pueblos de España e hicieron lo propio con Italia hasta que se les ocurrió apoderarse de París.
La ciudad había sido fundada en el 259 antes de Cristo por los Parisii, una tribu celta y se levantaba en un punto estratégico, en la Ile de la Cité, en medio del río Sena. Cuando cayó en manos romanas, en el 52 después de Cristo le cambiaron el nombre por el de Lutecia. La tradición asegura que gracias a la intercesión de Santa Genoveva, por entonces de 28 años, que arengó a hombres y mujeres, se salvó de la invasión de Atila en el 451. Clodoveo, rey de los franceses, estableció allí la capital en el 508.
El jefe nórdico invasor fue posiblemente Ragnar. Era conocido con el sobrenombre de Lodbrok o Lothbrog, que significa “calzas peludas”. Alude a un disfraz que usó para matar a una gigantesca serpiente que amenazaba al reino de Gothlandia; su rey había ofrecido la mano de su hija a quien acabase con la criatura, cosa que Ragnar hizo, y desposó a la bella Thora. Claro que con la atractiva Latgerta fue con la primera con la que se había unido. También se lo vincula con la reina Auslag.
De Ragnar se desconoce si era danés, sueco o noruego, si verdaderamente era hijo de un rey nórdico de la Casa de los Ynglings de Suecia y Dinamarca. Los retazos de su vida fueron conocidos por canciones compuestas muchos años después de su muerte. Lo que se estima que alrededor del 830 comenzó sus correrías de pillaje y conquista.
Amenazó a París con un ejército de unos cinco mil hombres que llegaron en centenares de naves. Una vez en la desembocadura del Sena se dedicó a saquear a poblaciones costeras. Asaltó y destruyó la abadía de Saint—Ouen de Rouen -construida en el siglo VI- después de que los monjes alcanzasen a huir llevándose valiosos bienes, como las reliquias de San Audoeno.
El Rey Carlos II lo enfrentó en combate y fue derrotado. Debió presenciar cómo Ragnar ajusticiaba a los soldados que había hecho prisioneros. Los franceses se sorprendieron de la ferocidad con que luchaban los vikingos. No hace muchos años atrás hubo investigaciones que hallaron el origen de esta conducta en la ingesta de una infusión a base de una planta alucinógena, que los transformaba.
Hay versiones que coinciden en afirmar que Ragnar, luego de un sitio de un año, se apoderó de París y que cobró un millonario tributo en metal para devolverla y no reducirla a escombros. Cuando lo hizo, no se retiró del reino, sino que acampó en las cercanías. Se supone que tenía en mente volver a tomarla, pero una mortífera epidemia hizo estragos entre sus hombres y finalmente dio por terminada la incursión.
Posteriormente, invadió Inglaterra. En Northumbria fue derrotado por el rey Aelle, quien lo ejecutó arrojándolo a un pozo lleno de serpientes. En su agonía, advirtió que sus hijos tomarían venganza, cosa que ocurriría dos años más tarde. Ellos apresaron al monarca y lo mataron con la tortura llamada “águila de sangre”, que consiste en colgar por los brazos a la persona y abrirle la espalda a hachazos.
Fueron muchas las invasiones a París, como la encabezada en el 882 por Rollo y Siegfried con 700 naves. Si, Rollo también existió. Su nombre habría sido Hrolf Ganger, también conocido como Rollo El Errante o El Caminante. Se decía que era un corpulento de unos dos metros de estatura y más de 120 kilos de peso que le impedía montar, y que por eso marchaba a pie. El rey Carlos El Simple, nieto del monarca que padeció a Ragnar, le entregó a su hija como prenda de paz. Terminó aliándose a los franceses, quienes lo ungieron primer duque de Normandía, se convirtió al cristianismo y defendió los dominios franceses como propios. Su tumba se conserva en el catedral de Ruan.
Con el correr de las décadas, los mismos vikingos, si bien no se apartaron de su metodología del saqueo, comprendieron que se podía sacar más provecho negociando y estableciendo vínculos comerciales con diferentes pueblos. Ya Ragnar y Latgerta eran leyenda, y desde el Valhala habrán festejado a lo grande viendo cómo, después de tantos siglos, se contaban sus historias de batallas y pillajes, ciertas o no, en miniseries y sagas. Como si siempre hubieran estado entre nosotros.
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