Hoy, en la casa de Martín Di Sisto y María Emilia Aguirre hay movimiento constante. La rutina laboral, familiar y social de estos argentinos que viven en Barcelona se vio interrumpida por la invasión rusa a Ucrania. Ahora, sus dos hijos -Lisandro (15) y Camila (24)- comparten habitación, la cocina se volvió un espacio comunitario y a la mesa de la cena se sumaron nuevos integrantes.
“Hace dos semanas que pasamos de ser una familia de cuatro, (la hija del medio Bianca está en la Universidad), a ser once personas conviviendo bajo el mismo techo”, le cuenta a Infobae, desde el tren que lo lleva al centro de la ciudad donde está su oficina.
Los Di Sisto-Aguirre decidieron abrir las puertas de su hogar para alojar a los refugiados ucranianos que tuvieron que escapar de su país.
Más de 112.000 ucranianos viven en España, repartidos en su mayoría entre Madrid, la Comunidad de Valencia y Andalucía. Esta crisis humanitaria sumó una ola de refugiados de Ucrania al país Ibérico, muchos de ellos provenientes de vuelos humanitarios, y otros escapando en auto y luego encontrando algún otro medio de transporte para llegar a las capitales de Europa.
ACNUR ya estimó que al menos 3 millones de personas han huido del territorio ucraniano en las últimas semanas. En su mayoría van a Polonia y Rumania, pero a medida que crece la tensión están siendo recibidos en otras ciudades más distantes como Roma, Madrid, e incluso Barcelona.
La mayoría son mujeres con hijos, ya que sus maridos, hermanos, padres o tíos, debieron quedarse para defender a su país. También hay matrimonios grandes que por la edad no fueron llamados por el Estado a ser parte del conflicto. Todos tienen en común el miedo, la angustia, e incertidumbre.
Martin Di Sisto (52) y Maria Emilia Aguirre (46) llevan dos décadas juntos. Ella es cordobesa y él rionegrino. Se conocieron mientras Martín estudiaba geología en Córdoba Capital. Se casaron, tuvieron a su primera hija, y con las crisis del 2001 decidieron emigrar. Parte de la industria del petróleo, primero pasaron por México, luego volvieron al país, y terminaron girando por Vietnam, Dubai y Abu Dabi. Desde 2018 tienen residencia en las afueras de Barcelona, en el barrio residencial Bella Terra .
“Viviendo en Europa la situación nos toca muy de cerca. Veíamos a diario como miles de personas tenían que dejar todo para salvaguardarse”. Primero hicieron aportes a diferentes organizaciones, y después preguntaron qué más podían hacer. “Queríamos estar en la primera línea, ayudar en persona”, se plantearon.
Y sigue: “Sabemos que hay muchas organizaciones que lo hacen, sin embargo nos parecía poco”, le explica Martín a Infobae. “Me parece indigno que además de tener que escapar del horror sin destino, ni rumbo, tengan que ir a parar a centro de refugiados que son edificios con camas improvisadas, compartiendo baños y sin comodidades”, resalta.
Conmovidos se contactaron con las autoridades ucranianas en España. “Nos dijeron que podíamos ofrecernos como voluntarios para alojar a todo aquel que necesitara. Fue sencillo, ese mismo día mi mujer se anotó en el sitio ICanHelp.Host (Puedo ayudar a hospedar) y a la hora ya estábamos recibiendo llamados”.
Nuestra casa: el refugio de otros
Cerca del 11 de marzo, a dos semanas del inicio del conflicto, sonó el teléfono de Maria Emilia. “Katrina, la persona que hace la gestión, nos pedía lugar para un matrimonio. Ni lo dudamos. Improvisamos con lo que teníamos, al rato estaban en la puerta de casa”.
Irina (55), periodista, y Marat (67), ex coronel. Tocaron a la puerta y del otro lado estaba la familia argentina. “Con verlos a los ojos entendí casi todo lo que uno puede entender de una guerra que no vivió. Los invitamos a pasar, estaban incómodos y algo tímidos. Es lógico”.
Un mes más tarde, ya son parte de la familia. Cocinan, juegan e incluso le organizaron el cumpleaños a María Emilia. “Desde ayer tienen domicilio legal en mi casa. Ya les dije que cuando sea el momento adecuado se van a mudar a pocas cuadras de acá”, dice Martín.
La historia, como la de la mayoría de tantos refugiados, es triste. El matrimonio perdió a su hija en el conflicto de Crimea allá por 2014 y su nieto de 22 años está luchando para defender al país. “No duermen si no reciben noticias de él. Están muy pendientes de todo lo que sucede en Ucrania. Sueñan con que todo termine, y puedan traerlo a un destino seguro en Europa”.
De 6 a 11 en una noche
Media hora más tarde de darle la bienvenida a Irina y a Marat, se disparó la alerta: otro mensaje en el celular. “Me llamo Sasha, tengo tres hijos y estoy camino a Barcelona”. En total, esa noche fueron 11 personas. Desde esa fecha tienen por lo menos 50 pedidos de grupos de cinco hasta nueve personas. “Eso se traduce a casi 250 personas que necesitan una cama, comida y contención”, calculan.
Con la llegada de Irina y Marat pudieron acomodar el escritorio que tenía en la planta baja y convertirlo en un dormitorio. Pero frente a la demanda creciente la familia debió reorganizar el resto de los ambientes. “Juntamos a los dos chicos en una habitación, dejando otra vacía para recibir al que necesite. Al poco tiempo nos dimos cuenta que no se trata solo de hacer espacio sino también contar con ropa de cama, toallas, comida y otras necesidades de logística que fueron apareciendo”.
Sin embargo hacen mucho más que eso, Martin y María Emilia son el soporte emocional de estas familias desamparadas. “No hablan bien inglés, y la mayoría de las veces nos comunicamos con el Google Translator, pero hay cosas que no hace falta decirlas, en la mirada está todo”.
Estas semanas les organizaron actividades dentro y fuera de casa, como juegos de mesa, paseos por la ciudad e incluso están ayudándolos a conseguir trabajo. “Por la guerra, sus vidas quedaron en pausa, y aún no saben qué y cómo proyectar. Tratamos de que su día a día sea menos pesado”.
El conflicto no cesa y son cada vez más los que deben dejar sus hogares. Se estima que aún llegue otra ola de refugiados. De esta manera, idearon un grupo entre vecinos del barrio para extender la ayuda a más personas. Lo que comenzó como algo improvisado hoy es un red de logística interconectada que no solo brinda alojamiento sino también consigue hacerlos parte del día a día. “Logramos que el restaurante de la zona les de dos comidas semanales gratis, algo similar en la panadería e incluso el gimnasio los deja usar todas las instalaciones. También estamos intentando conectarlos con trabajos temporales, porque todos piden retribuir la ayuda. Se sienten en deuda y no saben cómo devolver lo que hacemos”,
Los argentinos son conscientes de su inmensa labor. Como familia los impacta de lleno. “Nuestra rutina cambió un 500%. Sabemos que estamos absorbiendo una fuerte carga emocional porque los contextos son de tristeza y dolor, pero es muy gratificante hacer algo por el otro”.
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