“Si las armas de la guerra que hemos perdido eran el FAL (fusil) y la Enarga (granada de fusil), las armas de la resistencia que debemos librar son el mimeógrafo y el caño (bomba casera)”.
La frase tiene la precisión magistral de Rodolfo Walsh y fue escrita el 2 de enero de 1977 en un informe de la célula montonera conducida por el periodista y escritor a la cúpula de Montoneros.
Su palabra era muy escuchada en la Conducción Nacional de Montoneros ya que, además de su enorme prestigio como intelectual, se había convertido en la persona clave del aparato de Inteligencia de ese grupo guerrillero.
El informe lleva un título acorde a aquellos años de plomo: “Aporte a una hipótesis de resistencia”, y la frase integra “los principios” que Walsh y su equipo proponían para la novedosa y muy creativa “línea militar” que, según ellos, debía ser adoptada rápidamente por Montoneros.
Entre esos principios, dos fundamentales: “El abandono del terror individual, que ‘desorganiza más a las propias fuerzas que a las del enemigo (Lenin)’”, y no realizar “ninguna acción militar indiscriminada que impida hacer política en el seno del enemigo o nos quite la bandera fundamental de los Derechos Humanos”.
Llegamos aquí al legado más relevante de Walsh, que sería muerto poco después, el 25 de marzo de 1977, por un grupo de tareas de la Marina que quería llevarlo vivo a la ESMA. Sus restos permanecen desaparecidos desde aquel momento, hace cuarenta y cinco años.
Los marinos lo consideraban el “diamante” del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros, un sector en estrecho contacto con la jefatura del llamado Ejército Montonero y la cúpula nacional de ese grupo guerrillero, de origen peronista.
En ese rol, participó decisivamente en algunas de las operaciones más relevantes, y sangrientas, como la voladura con una bomba vietnamita del comedor de la Policía Federal, el 2 de julio de 1976, que provocó veintitrés muertos y ciento diez heridos.
Fue el atentado más cruento de la historia argentina hasta el ataque contra la AMIA, en 1994.
Los aportes de Walsh y su ámbito para la nueva “línea militar” que debía adoptar Montoneros integran Los papeles de Walsh, una serie de documentos críticos elevados a la cúpula de Montoneros entre agosto de 1976 y enero de 1977.
Fueron publicados por exiliados en México en 1979, pero prácticamente no se conocen: han sido ocultados o citados en sus tramos más superfluos por casi todas las numerosas biografías que se le han ofrendado, en línea con el ocultamiento deliberado de sus años montoneros.
En consecuencia, el Walsh que conocemos es un Walsh editado; una figura que no hace justicia a su decisión de convertirse en un combatiente convencido de que para llegar al paraíso socialista había que estar dispuesto a morir, pero también a matar.
Dos verbos que él conjugó en primera persona, como tantos otros.
Los papeles de Walsh muestran una fuerte desazón, que solo se comprende si se tiene en cuenta que en 1975 Montoneros era el principal grupo guerrillero urbano de todos los que habían surgido en América Latina. Y que muchos en la región pensaban que, para bien o para mal, podía llegar a conquistar el poder en la Argentina. Durante aquel año, según sus propias cifras, Montoneros realizó unas quinientas operaciones militares de diversa importancia.
El primero de Los papeles de Walsh, fechado el 27 de agosto de 1976, casi dos meses después de la bomba en el comedor de la Policía Federal, fue un reproche que, en realidad, debería entenderse también como una autocrítica: señaló que la política de infiltración policial sugerida desde arriba resultaba “incompatible con la línea militar que el Partido ha seguido desde marzo. La ejecución indiscriminada de policías veda toda forma de acción política interna. Ya no quedan en la policía ‘compañeros del movimiento’”.
Esto se debía a una de las consecuencias —muy previsible, por otro lado— del atentado: la policía endureció la represión contra los montoneros, que se convirtieron en sus principales enemigos.
Los otros documentos criticaron el triunfalismo militarista que enceguecía a la Conducción Nacional, liderada por Firmenich, si bien Walsh seguía siendo cautelosamente optimista: “Si corregimos nuestros errores, volveremos a convertirnos en una alternativa de poder”.
Walsh compartía un error común con la cúpula montonera ya que sostenía que hasta el golpe de Estado “planeábamos correctamente la lucha interna por la conducción del peronismo”, contra la presidenta Isabel Perón, el sindicalismo y otros sectores.
Walsh afirmó que luego del golpe de Estado “nos equivocamos” ya que, en lugar de hacer política y hablar con todas las fuerzas, “decidimos que las armas principales del enfrentamiento eran militares y dedicamos nuestra atención a profundizar acuerdos ideológicos con la ultraizquierda”.
El resultado fue acorde: “La guerra en la forma en la que la hemos planteado en 1975-76 está perdida en el plano militar”, señaló Walsh por lo cual insistió en la necesidad de “reconocer que las Organizaciones Político Militares han sufrido en 1976 una derrota militar, que amenaza con convertirse en exterminio”.
Separada del pueblo peronista, la vanguardia revolucionaria se había convertido en “una patrulla perdida”.
Las críticas fueron rechazadas por Firmenich y los comandantes ya en enero de 1977, en forma tan veloz como contundente. Ellos seguían pensando que, en realidad, los militares se estaban agotando en su ofensiva y que, por ese motivo, debían prepararse para cuando llegara la hora del contraataque que les permitiría tomar definitivamente el poder.
Con los años, luego del fracaso de esa contraofensiva y de la muerte de diez de los trece guerrilleros que alguna vez formaron parte de la Conducción Nacional, Roberto Perdía, el número dos de aquella cúpula, admitió que Walsh “fue una de esas pocas voces que, en esos momentos, comprendieron cabalmente el meollo de los caminos equivocados que estábamos recorriendo”.
Ocurrió en 1997, muy tarde.
Entre el 23 de noviembre de 1976 y el 2 de enero de 1977, Walsh fue más allá de las críticas y sugirió seguir conservando “la propuesta final de poder socialista”, pero iniciar una “retirada táctica”, un repliegue hacia el pueblo, hacia el peronismo. Firmenich, la cúpula y algunas figuras emblemáticas de Montoneros debían ser enviados al exilio para protegerlos ya que “un centenar de oficiales dispersos en el territorio es suficiente para sostener la resistencia si cuenta con recursos adecuados en dinero, documentación, propaganda y explosivos”.
“Lo que nos plantea el Walsh real —señaló Perdía—, que permanentemente se movió por la derecha nuestra y no por la izquierda como dice (Horacio) Verbitsky, es que hay que volver para atrás y disolver para diluirse en el movimiento territorial, como una especie de Resistencia a largo plazo en el Movimiento. Decía que teníamos que estar en el Movimiento y pasar el chubasco. Y no era incorrecto porque era lo más cercano a la realidad y de lo que había que hacer, en vez de lo que hicimos”.
Para Walsh había que lanzar una “maniobra política”, que consistía en el ofrecimiento de la paz a los militares admitiendo la derrota militar, aunque con el “reconocimiento por ambas partes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la vigencia de sus principios bajo control internacional”, y el compromiso también mutuo de que “el futuro del país debe resolverse por vías democráticas”.
Preveía que eso no iba a ser aceptado por la dictadura, pero pensaba que una propuesta del tipo “La paz es posible en 48 horas” les daría legitimidad para iniciar una resistencia que minara las bases políticas, sociales y económicas del gobierno militar, similar a la que había protagonizado el peronismo luego del derrocamiento de su líder, Juan Domingo Perón, en 1955.
En concreto, Walsh proponía lograr “millares de pequeñas victorias” a través de ataques no a personas —salvo que se tratara de “un recurso excepcional resuelto en juicio”— sino a empresas y organismos odiados por los sectores populares, acompañados de una “propaganda infatigable por medios artesanales”.
En la práctica, la cúpula montonera terminó adoptando la sugerencia de arroparse en los derechos humanos, aunque solo en parte porque seguían convencidos de que estaban a las puertas de un contraataque victorioso.
Según Perdía, “la Campaña Antiargentina, como decían los milicos, fue financiada por Montoneros. Las organizaciones de Solidaridad en el Extranjero, en la mayor parte de los países se financió con militantes y recursos nuestros. Al país venían recurrentemente compañeros a traer recursos financieros a las organizaciones de Derechos Humanos, a familiares de compañeros presos, a militantes de las organizaciones de Derechos Humanos. No digo a todos, en absoluto. Adriana Lesgart, que era responsable del área de política femenina y también de Derechos Humanos, viene al país y cae cuando vino a organizar a las Madres, a las Abuelas, poniendo donde se pudiera”.
No era la de Walsh una visión estratégica, universal, apartidaria de los derechos humanos sino, por el contrario, táctica, parcial y militante; una herramienta para llegar por otros medios —más políticos que militares— a la revolución socialista o comunista, siempre contra el capitalismo y la democracia liberal.
No es el Walsh que se estudia en los colegios o en las escuelas o facultades de Periodismo, donde aparece el Walsh pasteurizado, convertido casi en un militante de la democracia, la libertad de expresión y los derechos humanos.
Un santón para tantos intelectuales y políticos.
Un relevamiento en internet indica que Walsh es el periodista, escritor y revolucionario argentino con la mayor cantidad de honores y reconocimientos: libros, documentales, películas, barrios, calles, pasajes, plazas, plazoletas, escuelas, centros de enseñanza, aulas, unidades básicas, casas populares, monumentos, placas, auditorios, cátedras, jornadas académicas y premios. Hasta una estación de Subte lleva su nombre en la Capital Federal. Mucho más que Ernesto Che Guevara.
En cambio, los veintitrés muertos en la masacre del comedor policial no tienen ni siquiera una plaquita que los recuerde.
*Periodista y escritor, extraído de su último libro, “Masacre en el comedor”
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