Enigma resuelto: cuál fue el derrotero de la estatua de Lucifer perdida en la demoníaca Buenos Aires

Esta es la segunda parte de una historia que quedaba abierta por una incógnita: la suerte corrida por esta escultura inquietante cuyo rastro se perdía tras la muerte de su propietario

El 22 de noviembre del año pasado publicamos en Infobae una nota acerca de la misteriosa escultura de “Lucifer” del maestro Constantino Corti, que apareció en Buenos Aires en el año 1904.

Si bien su propietario, el señor Enrique Ignacio Fynn, había donado al ayuntamiento de Milán un boceto en yeso, el ejemplar realizado en mármol permaneció en su poder. Nuestro artículo concluía con el planteo de una incógnita. Decíamos que “ciertamente, su destino ha quedado envuelto en un enigma, de momento tan inquietante como la llegada a manos de su dueño, en esa Buenos Aires que, todavía a comienzos del siglo XX, seguía siendo misteriosa”.

Si bien persiste el misterio acerca de la llegada del “Lucifer” de Corti a manos de Fynn, el misterio de su destino, tras la muerte de su dueño, ha quedado esclarecido, gracias a la amable información suministrada por un lector. Por cierto, no voló al fondo abismal y caliginoso del Infierno, ni mucho menos.

En efecto, el señor Jorge Federico Castro Madero ha tenido la deferencia, no sólo de leer con interés el artículo de Infobae (que, según su propia expresión, “movilizó muchos recuerdos y consultas familiares” ¡enhorabuena!) , sino de aportar una detallada hoja de ruta de la pieza artística, tras la muerte de Enrique Fynn (senior) y su llegada a la casa de su hijo, Enrique Fynn Verdun. Este último decidió emplazarla en el jardín de invierno de su residencia porteña, ubicada en Florida y Paraguay.

El Lucifer de Constantino Corti

Dado que Fynn (junior) no tuvo hijos, su patrimonio quedó repartido entre sus hermanos y sus sobrinos, en calidad de herederos. Entre los bienes transferidos mortis causa, se hallaba el “Lucifer”.

Continúa comentando el señor Castro Madero que ninguno de aquellos causahabientes tenía la intención de llevarse la escultura a su casa, porque comprensiblemente, y maguer la insigne autoría de la pieza, el tema iconográfico, tan bien logrado, les causaba tal vez una cierta sensación de incomodidad rayana en el temor. Pero uno de los sobrinos, Enrique Martínez Castro y Fynn, quizá munido de su vasta cultura y de una amplitud de miras respecto al arte, venció los escrúpulos familiares y solicitó la estatua para ubicarla en la quinta “El Pelayo”, que había adquirido recientemente en González Catán, cuando aquella zona del partido de La Matanza aún exhibía, a la vera de sus rutas, bellas quintas de recreo, chacras y pequeñas estanzuelas. Estamos refiriéndonos, en este caso, a los años de 1930. Más tarde, nuestro gentil informante pudo conocer la quinta y la obra de arte in situ, porque el dueño resultó ser su abuelo político. Este vínculo fortalece su testimonio, al situarlo en el círculo de intimidad de la familia y sus vivencias.

Pero la trama de la historia tiene sus repliegues. Al parecer, la esposa del dueño de casa, la señora Lola Echagüe Santamarina, no se mostró al comienzo muy proclive a que el “Lucifer” ocupara un sitio demasiado visible, razón por la cual, a modo de arbitraje que asegurara la paz conyugal, se decidió ubicarla en un pequeño bosque de plátanos, en el sector más alejado del enorme parque, ocultándola de este modo a las miradas sensibles, tanto de doña Lola (a quien sus más íntimos llamaban también Lolita) como de los visitantes.

Enrique Ignacio Fynn, primer dueño de la estatua de Lucifer

Al parecer, según la narración del lector Castro Madero, el tiempo hizo su obra de reconciliación entre la dama y aquella figura desafiante y apolínea, llegando la primera a la conclusión de que no se trataba, en rigor, de una representación en sí misma maligna, sino más bien del momento decisivo y dramático en que el Ángel de la Luz extravió su camino y, caído ya sin remedio del firmamento, devino en demonio. Una buena coartada para perderle el miedo a la estatua, sin duda. Pero que también podría inducir a suponer que, aún fijado en el frío mármol, Lucifer seguía logrando excelentes resultados en el oficio de la persuasión (¿acaso no es ése el empeño de todo tentador?). Aunque en este caso, el fin resultó virtuoso, porque la hermosa estatua permaneció en la bucólica residencia veraniega sin despertar pavura en su dueña.

La muerte de la señora Echagüe Santamarina, en 1992, determinó la venta de la propiedad y el envío a subasta de las numerosas obras de arte que poblaban sus salones y jardines. Entre ellas, nuestro personaje, que fue dar a una conocida casa de remates de la Recoleta. Y si los lectores suponen que aquí termina la historia, pues se equivocan.

“Lucifer” fue rematado y, luego de una puja intensa, resultó adjudicado a una dama cuyo nombre ignoramos, quien planeaba situarlo en una casa suntuosa que estaba edificando por entonces. Sin embargo, poco después, la adquirente desistió de la compra, aconsejada por algún allegado que logró impresionarla a causa del tema luciferino representado. En este caso, el ángel de mármol no tuvo siquiera tiempo de convencer a su nueva dueña de las bondades inofensivas de su mérito artístico.

El "Lucifer" de Constantino Corti hallado en Buenos Aires, según la foto que publicó "Caras y Caretas" en 1904

Vendida nuevamente, al parecer habría sido adquirida por algún comerciante de San Telmo, porque el propio Castro Madero menciona que pudo verla un día, mientras paseaba con su esposa por ese barrio, en una vidriera. Pero, ahora, impiadosamente mutilada, ya que, si se trataba de la misma pieza, le habían amputado las alas y le agregaron una espada a la mano derecha para bautizarla como “Il Vincitore”.

De este modo, ¿tal vez la metamorfosis de la bella y singular escultura de Corti pretendía exorcizar su halo demoníaco, con el propósito de desbaratar, de antemano, los prejuicios de los potenciales compradores?. No podríamos afírmalo pero suena verosímil. Aunque, con esta operación de transformismo, quedara desbaratada, también, la integridad de la obra de arte tal cual la concibió el autor (algo así como pintarle un tatuaje a “La Gioconda”, para hacerla más canchera…), y la consistencia de sus atributos con el tema elegido y la identidad de la figura representada, que lejos de ser un gladiador desnudo era, simplemente, el príncipe de la legión angélica caída.

El "Lucifer", privado de sus alas y espada en mano, transformado en un "Vincitore", según aparece en una imagen publicada en Internet. ¿Será la misma estatua que se remató en Buenos Aires? Compárese con la foto de más arriba...

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