En el marco de la consagración de Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María que ofició el Papa Francisco hoy en Roma, el Monseñor Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, encabezó esta tarde un misa en la Basílica de Luján donde llamó a todos los argentinos a rezar por el don de la paz para estos dos países.
De esta manera, la iglesia argentina se unió al gesto del Sumo Pontífice, quien pidió “estar cerca de los que sufren en carne propia las consecuencias del conflicto bélico”.
Durante la homilía, Monseñor Ojea compartió el relato de Caín y Abel, que para la Biblia es el origen de la guerra, ya que es la historia de un hermano asesinado por la mano de otro hermano. “Esto refleja la violencia de la conducta humana que se verifica desde los comienzos de la historia”, arrancó diciendo el sacerdote al abordar los diferentes tipos de vidas que llevaban cada uno pero remarcando que eran “hermanos”.
“Caín comete el primer fratricidio de la historia. El odio nacido de la envidia ha ocasionado la ruptura de la fraternidad. El mundo bueno salido de la mano de Dios se oscurece a causa de la violencia cuyo verdadero origen está en el corazón humano”, recordó Ojea. Y agregó que por más que haya sido muy grave lo que hizo Caín, el Señor “prohíbe terminantemente la venganza” y determinó su destierro.
Al traer ese texto a la actualidad, en medio de la invasión rusa a Ucrania, Ojea dijo que “es necesario que el ser humano sea siempre guardián responsable de su hermano y de su hermana”.
“Aplicando este relato a nuestra vida comprobamos con tristeza que vivimos una suerte de espiritualidad de guerra. Es impresionante la violencia que vamos adquiriendo en el trato social y que se manifiesta en gestos, actitudes, sentimientos y palabras”, remarcó.
Para Ojea, la guerra en Ucrania representa también la violencia ideológica que reina en la sociedad; ejercida sobre el que no piensa o siente como los demás.
Durante la misa, pidió por la paz de las víctimas fatales que dejaron los enfrentamientos armados, por el regreso a sus hogares de quienes salieron forzosamente de su patria, por el reencuentro con sus familias de los soldados del frente de batalla, por la sanación de los heridos y mutilados, por la vuelta de las sonrisas en los rostros de los niños que hoy lloran sin entender lo que está sucediendo, y por ablandar los corazones de aquellos que provocaron esta guerra.
“Unidos junto al Papa presentamos y consagramos a María a aquellos que su corazón quiere más en este presente, a todos los hermanos y hermanas que están llevando el peso tremendo del sufrimiento causado por la injusticia y la barbarie de la guerra”, resaltó el Monseñor.
“Todos formamos parte de este mundo y todo esta interconectado, por eso de algún modo todos tenemos algún grado de responsabilidad en el clima de violencia que vivimos cuyo punto culminante es este momento de guerra”, agregó.
En todo momento, Ojea se preocupó por dejar en claro que “la paz sólo vendrá como fruto de la misericordia de Dios y de la reconciliación fraterna” pero también de “la necesidad de pedir perdón”.
En el acto de consagración al corazón inmaculado de María, el Papa Francisco recordó que la Iglesia “está fuertemente llamada a interceder ante el Príncipe de la paz y a estar cerca de quienes pagan en su piel las consecuencias de los conflictos” porque la guerra es una derrota para todos.
Además, señaló que “este acto quiere ser un gesto de la Iglesia universal”, que pide por “el fin de la violencia y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la Paz”.
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