Ni el frío, ni el calor, ni las enormes distancias, ni la más dura de las trepadas a cinco mil metros de altura logró detener al portorriqueño Amaliel Vega y su bicicleta rodado 29. Hasta el 15 de julio de 2021 no era ciclista, ni siquiera uno de esos viajeros que se cuelgan la mochila y salen a la ruta. Y sin embargo, en esa fecha, en México, vio una película que le cambió la vida y lo animó a transitar en dos ruedas, a los 27 años, 11.485 kilómetros (según contabilizó) hasta llegar el 16 de marzo a Buenos Aires.
Oriundo de la ciudad de Vega Baja -al norte de la isla de Puerto Rico, frente al mar Caribe-, Amaliel sentía cierto deseo de recorrer el mundo, pero los miedos paralizaban sus intenciones: “Pensaba mucho en la soledad, en estar lejos de mi familia, en qué pasaría si algo me sucediera lejos de todo. Fue entonces cuando me topé en Netflix con Pedal the world, la historia de un alemán llamado Félix Starck que recorrió 18 mil kilómetros y 22 países en bicicleta durante un año. Cuando la vi dije ‘haré mi viaje’”.
No tener pareja ni hijos, dice, facilitó la decisión de largarse a la aventura. Y eso incluyó dejar su trabajo de arquitectura de interiores, su departamento y su familia. Todo fluyó de prisa: se metió en Google para ver qué necesitaba para un periplo tan exigente. Por su altura y peso (1,75 metro, 59 kilogramos) cuenta que compró una bicicleta Ranger rodado 29, de aluminio y con freno a disco. Cargó una mochila, algo de ropa -de abrigo y liviana- una carpa, una bolsa de dormir, una botella para el agua, herramientas, algo de leña para hacer una fogata, y recién entonces le avisó a sus padres. “Soy el primero de mi familia que hace un viaje así. Mi papá me metió un poquito de miedo. Me enviaba videos de secuestros y asesinatos de cada país que pensaba visitar. Y mi madre me decía que soy un loco. Pero tuve el coraje. Hoy los dos están contentos y orgullosos de mi logro. Ahora me apoyan”.
Antes de dar el primer impulso al pedal, bautizó su vehículo. La llamó Nankurunaisa, un antiguo vocablo japonés que significa “vive hoy por bien del mañana y no te olvides de sonreír”. Y la cadena comenzó a girar.
Desde el DF mexicano, la ruta lo llevó por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. “Quería entrar aquí desde Chile, pero la frontera de ese país está cerrada, así que cambié de planes”, cuenta quien eligió un sencillo hospedaje de Flores llamado “La Rana” para alojarse en Buenos Aires.
La travesía lo transportó a distintas situaciones. Por ejemplo, a navegar en velero por primera vez. Lo hizo para llegar desde Panamá hasta Colombia. Se sabe que el paso terrestre entre Sud y Centro América -el Tapón de Darién- está cerrado al tránsito vehicular. “Otra experiencia nueva. Navegué durante cinco días desde Linton Bay hasta Cartagena de Indias. Allí conocí a un ciclo viajero francés, y a dos que hacían el viaje en moto, uno de Canadá y otro de Colombia”.
A poco de andar por Colombia, Amaliel se dio cuenta de que llevaba demasiado peso. Pero más que él, era su bici la que padecía. “Arranqué con alforjas y una mochila de 25 litros. Hice siete países así y tuve algunos daños en los rayos, que se rompían, y en los frenos. Yo, que no sabía nada, tuve que convertirme en mecánico. Ya me convertí en experto. Pero tuve que dejar de lado bastante ropa y las alforjas en la casa de un amigo en Bogotá”, asegura.
Viajar más liviano aceleró su paso. “En el primer tramo del viaje, completaba 40 kilómetros diarios. Terminé haciendo 150 kilómetros en alrededor de 10 u 11 horas. En el proceso fui mejorando…”, explica. “Lo más difícil fueron las cuestas, subir montañas. No estaba preparado para las alturas. Escalar hasta la cima de la montaña de Huayna Potosí, de más de 6 mil metros de altura fue un desafío. Me quedé toda la noche en un campamento. Nos despertamos con una temperatura de -5° bajo cero. Llegamos a la cima todavía de noche, y esperamos una hora hasta el amanecer. Una experiencia que no olvidaré. La adrenalina era muy grande”, completa.
Muchas noches lo sorprendían pedaleando. “Entonces, no quedaba otra que dormir en una carpa a la intemperie. Pero conocí personas que me invitaban a quedarme en su casa. Fue una tremenda experiencia, se la recomiendo a todos. Motivé a muchas personas en el camino, que me decían ‘algún día lo voy a lograr’. Los impactaba ver que se podía hacer”, cuenta. En la ruta conoció gente que lo conmovió, como una mujer salvadoreña que había superado el cáncer o una familia panameña que lo cobijó antes de embarcarse en Liston Bay Marina rumbo a Cartagena, Colombia.
Fue precisamente en Colombia donde sufrió los únicos hechos de inseguridad de todo el viaje. “No fueron de real peligro, pero sí un par de sustos. En Cartagena me intentaron robar el teléfono celular mientras lo tenía en la mano, fue un motociclista. Y en Bogotá, bajé a hacer una pregunta y alguien se quiso llevar mi bicicleta, pero me di cuenta y no pudo. Pero casi siempre la gente me ayudó, habló conmigo, me preguntaban de dónde soy y hacia dónde me dirijo. También me recomendaron lugares, o me dijeron ‘no pases ni te quedes ahí porque te van a robar’. De todos modos soy bastante solitario. Lo que me motivaba a seguir era mi fe y la fuerza de voluntad. Decidí no rendirme jamás hasta llegar a mi destino final”.
Amaliel tiene redes sociales (su cuenta de Instagram es @vegaviajero26), pero no está pendiente de ellas ni se ocupa. “No sé ni cuántos seguidores tengo (son apenas 628 hasta hoy), pero los pocos que me siguen me apoyan. Si hoy voy a un lugar, por ejemplo, quizás suba las fotos en cinco días. No lucro con las redes”.
La pregunta que más le hacen quienes se cruzan con él es cómo sostiene económicamente el periplo. Ni con venta de artesanías, ni con videos de Youtube, ni con trabajos temporarios. “Lo hago con ahorros. No mendigué ni pedí ni vendí nada. Así llegué hasta aquí”, se sincera. Por día, revela, “gasto alrededor de 12 dólares, incluyendo hospedaje y comida”.
El segundo interrogante es cómo se baña. “Ah, el aseo es primordial -enfatiza-. Cuando llego a un poblado siempre pregunto por una estación de bomberos, la policía o una iglesia. Y allí pido permiso para bañarme. Son cosas que no se pueden dejar pasar…”.
Y el tercero, cómo atravesó el COVID. “Tengo mis dos dosis de vacunas y la de la fiebre amarilla, que me di en Ecuador. En Perú me hice la prueba de COVID y salió negativo. Pero si debo estar entre gente, y por respeto, siempre estoy con mascarilla. Y no olvido de tomar mi pastilla de vitamina C para tener altas las defensas”.
Así como la decisión de comprar una bicicleta y empezar a viajar hacia el sur fue intempestiva, también el itinerario y las paradas fueron fruto del día a día. “Todo fue improvisado. Lo único que había planeado era llegar a Buenos Aires. Ese era mi destino principal y aquí quería arribar, como fuera. Para el resto, me levantaba y mientras desayunaba lo pensaba. Así todos los días. Fue fluyendo…”. Dice que elegir un paisaje “es difícil”. Pero le llenaron el alma “la montaña de los Siete Colores en Perú, a 120 km de Cusco; el Salar de Uyuni en Bolivia (país donde por ser de Puerto Rico debió sacar visado); y las Cataratas del Iguazú”.
¿Y por qué Buenos Aires? Amaliel responde: “Siempre tuve la inquietud de conocer esta ciudad, era un sueño. Sabía que iba a ver cosas positivas. Por ahora vi la Casa Rosada, la avenida de Mayo, el Jardín Japonés… Cuando llegué el primer día, una cubana que vendía churros me regaló uno, y un chofer de una guagua pública (un colectivero) me dio 100 pesos. Son bendiciones que hay que tomarlas. Además, aquí vi que tenía la posibilidad de llegar hasta Ushuaia, al fin del mundo, y decir que recorrí toda Sudamérica. Así cumpliré el objetivo del viaje, el sueño que me propuse. Empecé con miedos, y los enfrenté. Estar solo, lejos de la familia por tanto tiempo, si me iba a pasar algo. Nunca lo había experimentado y todo me salió super bien. En un viaje así uno se conoce a uno mismo, toma decisiones, va adonde quiera. Yo era libre en mi país, pero quería ser más libre. Y sí cuando salí de México era extraño estar solo para mí, hoy me pueden enviar a la Luna que lo pasaré bien. Ahora sé que puedo lograr lo que me proponga”.
En Ushuaia pondrá punto final al viaje. Desde allí, y en avión, regresará a Puerto Rico. En su país (Amaliel asegura que es el primer puertorriqueño en cubrir esa ruta en bicicleta) ya le hicieron cuatro entrevistas en distintos medios y siguen con atención su andar. “Mis padres están muy ansiosos por mi vuelta. Pero será una sorpresa”, revela.
¿Y su bicicleta?
“La cargaré en la bodega del avión y regresará conmigo. Voy a llegar al aeropuerto, la montaré y llegaré a mi casa. ¡Y que la aventura siga…!
SEGUIR LEYENDO: