La mañana del lunes 23 de marzo de 1942 Marcelo T. de Alvear, de 73 años, no pudo levantarse de la cama. Sufría de insuficiencia cardíaca y se agitaba con facilidad. Hacía quince días que vivía en La Elvira, la casa que había mandado a construir en Don Torcuato, una localidad que lleva el nombre de su padre, antiguo dueño de esas tierras. El nombre de la vivienda recordaba a Elvira Pacheco, su mamá, fallecida cuando él contaba con 28 años.
Cerca del mediodía un grupo de amigos habían ido a visitarlo y permanecían respetuosamente en una esquina de su dormitorio hablando en voz baja. Su esposa Regina no se separaba de su lado.
Ese hombre llegaba al fin de su vida luego de una larga trayectoria política. Era aún el joven Marcelo, nacido el 4 de octubre de 1868, estudiante de Derecho cuando se unió a la juventud que protestaba contra el gobierno de Miguel Juárez Celman. Ese “niño bien” estuvo en el mitin del Jardín Florida y fue solo escuchar el encendido discurso del dirigente Leandro N. Alem para ofrecerle toda la colaboración que necesitase. Luego, estuvo en la Revolución del Parque del 26 de julio de 1890.
Venía de una familia patricia. El primer Alvear en estas tierras fue Diego de Alvear y Ponce de León, funcionario del virreinato. Su abuelo era el general Carlos María de Alvear y su padre Torcuato -fue intendente porteño durante la presidencia de Julio A. Roca- no alcanzó a verlo recibido de abogado, en la Universidad de Buenos Aires. El doctorado lo obtuvo con la tesis “De los albaceas”.
Siguió a Alem en la conformación de la Unión Cívica Radical, y en la revolución de 1893 lideró un grupo armado de 75 hombres que tomó la comisaría y la estación ferroviaria de Temperley, lo que le valió el elogio de Hipólito Yrigoyen. El triunfo en territorio bonaerense duró solo unos días. Sufrió la dura represión ordenada por el ministro Manuel Quintana, y conoció la cárcel.
Allí comenzó una relación de amistad y afecto con Yrigoyen, 16 años mayor. Cuando en 1897 éste se batió a duelo con Lisandro de la Torre, Marcelo fue, junto a Tomás de Valle, uno de sus padrinos.
Lo siguió a don Hipólito en su intransigencia partidaria y en esa lucha contra el que líder del radicalismo llamaba “el Régimen”.
La política no era su único mundo. En 1900 con su Locomotive, ganó la primera carrera de autos corrida en el país, y se destacó en la práctica de varios deportes, como la esgrima, la equitación y en las competencias de tiro.
Ese soltero tan codiciado por las muchachas porteñas en 1907 se casó en Lisboa con la cantante lírica Regina Pacini, a quien la había escuchado cantar por primera vez en Buenos Aires en 1898. Lo había encandilado a tal punto, que por ocho años la siguió por toda Europa en sus distintas giras artísticas, en las que la colmaba de flores y costosos regalos que ella, educadamente, devolvía. Cuando le propuso casamiento fue con condiciones de ambas partes: ella aceptó pero que antes de dar el sí la dejase cantar cuatro años más; y él, que una vez que fuera su esposa, no cantase más en público, aunque sí lo haría en reuniones privadas.
Su regalo de casamiento fue Le Manoir de Coeur Volant, una magnífica mansión de estilo normando en las afueras de París, en la que vivieron sus primeros años de casados. El círculo familiar y de amistad de Alvear se escandalizó cuando en Buenos Aires llegó la noticia del casamiento de Marcelo con “una artista”.
No participó en la revolución radical de 1905. Junto a Diego Luis Molinari estuvieron encerrados en el estudio de don Hipólito tratando de convencerlo de que aceptase la candidatura presidencial en 1916 y se apartase de ese no rotundo del que no se movía.
Cuando Yrigoyen fue elegido presidente, Alvear rechazó ser su ministro de Guerra y asumió como diputado nacional. El presidente le ofreció la embajada argentina en París, donde estuvo entre 1917 y 1922. En el marco de la Primera Guerra Mundial, tuvo la primera desavenencia con Yrigoyen, partidario de la neutralidad. En cambio el embajador sostuvo que esa neutralidad dejaría afuera al país del nuevo orden internacional.
Cuando llegó la hora de las elecciones presidenciales, Yrigoyen se inclinó por él. Estando en París, sabía que su nombre era repetido por el presidente saliente. Se sospechaba que el primer mandatario lo había elegido porque se descontaba que lo sabría manipular. “Alvear administra e Yrigoyen dirige la política”, se decía al inicio de su gestión, pero los hechos demostraron lo contrario.
Fue un presidente que no hizo campaña electoral. La banda presidencial que lució el día de la asunción el 12 de octubre de 1922 había sido confeccionada especialmente por Tomasa, hermana de Alem, de quien llegó a ser su secretario privado. Contrario a la gestión personalista de su antecesor, dejó hacer a un gabinete con personalidades muy preparadas. Casi todos eran antiyrigoyenistas. Molinari los definió como ocho presidentes coordinados por un secretario general.
Desarrolló una gestión que no se pareció en nada con la anterior. Se mostró respetuoso de los partidos y del Congreso, buscó erradicar el clientelismo y despolitizar la administración, en tiempos que para acceder a un cargo había que pertenecer a un partido político.
Eran tiempos de estabilidad económica. La cotización del peso estaba en el mismo nivel que la libra esterlina y que el dólar. En la década del 20, Argentina creció más que Estados Unidos, Canadá y Australia. Al fin de su mandato, los salarios reales doblaban el nivel de 1918.
Además, se reactivó el flujo inmigratorio, suspendido por la guerra europea y Enrique Mosconi fue puesto al frente de YPF. Fue un tiempo de paz social.
Durante su gestión, el radicalismo se dividió entre personalistas y antipersonalistas, una cuestión que en parte condicionó su gobierno, y su postura fue un tanto oscilante y ambivalente.
En 1928 le entregó los atributos presidenciales a Yrigoyen y se marchó a Europa. Allí lo sorprendió el golpe del 6 de septiembre de 1930. Regresó al país, criticó al anterior gobierno, dijo que el golpe fue “un mal necesario que ha librado a la Argentina de una situación en la que iba perdiendo sus prestigios internacionales y comprometiendo el bienestar y prosperidad del pueblo…”. Sobre Yrigoyen fue lapidario: “Gobernar no es payar”. Debió defenderse de las críticas de sus propios seguidores que lo señalaban como el principal responsable de que Yrigoyen hubiera sido electo para un segundo período. Aún así el anciano dirigente radical aconsejó a los suyos: “Rodeen a Marcelo”.
Se puso al frente del radicalismo. Cuando Uriburu, seguro de su triunfo, autorizó las elecciones de marzo de 1931 donde las fuerzas conservadoras que lo llevaron al poder fueron derrotadas, las anuló; Alvear debió exiliarse el 28 de julio de 1931 y se fue a Río de Janeiro.
Costó convencerlo de que fuera candidato presidencial en las elecciones de 1931, pero finalmente la dictadura militar vetó su candidatura y le allanó el camino a Agustín P. Justo -quien había su ministro de Guerra- a la Casa Rosada.
A esa altura, luego de la muerte de Hipólito Yrigoyen, se consolidó como líder partidario y referente de la oposición.
Al año siguiente regresó al país y se puso a la UCR al hombro. Enfrentado al gobierno, fue nuevamente detenido y alojado en la isla Martín García. Lo encerraron en una casa con techo de zinc, de la que no podía salir, como sí lo hacían los otros presos. Regina iba a visitarlo regularmente.
Fue liberado y vuelto a alojar en la isla cuando fue la revolución radical de 1933, de la que públicamente negó su participación.
En 1937 fue nuevamente candidato a presidente, y a pesar del abierto apoyo de algunos medios como el diario Crítica, que lo definía como “el hombre de la democracia”, fue derrotado por el sistema del fraude imperante. En los actos de las campañas electorales, conocedores de la emoción que alcanzaba con facilidad, unos jóvenes Ricardo Balbín y Emir Mercader apostaban por quien lo hacía llorar primero.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo ubicó en la vereda de enfrente del nazismo.
Quedó en medio de los escándalos producidos cuando se conocieron los negociados de la llamada “Década infame”, como fue la venta de tierras de El Palomar o la concesión a las empresas eléctricas. A esta altura, su rol como principal referente partidario era cuestionado, especialmente por aquellos jóvenes dirigentes que buscaban imprimirle al radicalismo ese nacionalismo yrigoyenista que tanto añoraban. El nacimiento de FORJA y de movimientos como el Revisionista Bonaerense marcaría el camino de una renovación.
Falleció el 23 de marzo de 1942 a las 23:23 horas. A su lado estaban su esposa Regina; sus médicos Mariano Castex, Antonio Batro, Roberto González Segura y Salvador Dillon, además de parientes y allegados. La capilla ardiente se armó en su casa y a la tarde siguiente se trasladó el féretro a la Casa Rosada, donde se le rindieron honores correspondientes a un presidente en ejercicio. En la mañana del 26, hubo una misa de cuerpo presente en la Catedral y luego se realizó el cortejo a la Recoleta, en medio de una muchedumbre que provocó que se llegase al cementerio tres horas después.
Hasta que falleció el 18 de septiembre de 1965, Regina repitió el ritual todos los 23 de cada mes. El personal del cementerio se había acostumbrado a ver a una mujer menuda, que había pasado los setenta años, que visitaba el panteón de los Alvear, casi pegado a la entrada. Luego de colocar rosas blancas y rojas -colores característicos del Partido Radical- en la sillita plegable que llevaba se sentaba junto al féretro del que había sido su marido. Y le hablaba.
Regina donó pertenencias del ex presidente que sirvieron para la apertura del Museo de la Casa Rosada. Vivía de una pensión y para entonces había rematado todos sus bienes, y solo se había quedado con unas pocas alhajas y, muy especialmente, con el escritorio de trabajo de su marido, ese hombre que había sido presidente, diplomático, legislador, deportista y seductor, por el que había renunciado a todo.
Fuentes: Marcelo T. de Alvear. Revolucionario, presidente y líder republicano, de Leandro Losada; Alvear, de Félix Luna; Los políticos en la República Radical, de Marcela Ferrari;
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