Miguel Abuelo: el viaje a dedo que cambió su vida, la prisión en Europa y la consagración en la década del ‘80

Hoy cumpliría 76 años Miguel Abuelo, quien gracias a canciones como “Mil horas” e “Himno de mi corazón” se convertiría en un ícono inextinguible del rock nacional. Una infancia difícil, sin padre, en reformatorios. Sus inicios, el mítico disco francés, los excesos, las canciones eternas. La prisión en Ibiza, el regreso y una muerte temprana cuando solo tenía 42 años

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Miguel Abuelo con la cara ensangrentada en el Festival Rock & Pop luego de recibir un proyectil. Miguel siguió cantando (Wikipedia: Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)
Miguel Abuelo con la cara ensangrentada en el Festival Rock & Pop luego de recibir un proyectil. Miguel siguió cantando (Wikipedia: Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)

Hoy cumpliría 76 años. Pero se hace muy difícil imaginarlo como un anciano. No sólo porque murió hace casi treinta y cuatro años. Su actitud vital, desafiante, iracunda, por momentos irresponsable, siempre impredecible no nos dejan imaginar cómo hubiera envejecido. Miguel Abuelo fue uno de los integrantes del grupo fundador del rock nacional y, más de quince años después, uno de los principales animadores de la explosión pop del albor democrático.

Nació como Miguel Ángel Peralta el 21 de marzo de 1946 en Buenos Aires. Su madre estaba enferma de tuberculosis. Por eso, y porque era hijo natural, una especie de ignominia para la época, fue llevado al Preventorio Roca. Nunca conoció a su padre; por eso llevaba el apellido de su mamá. Lo cuidaban unas monjas que, apenas creció, no sabían muy bien qué hacer con él. No respetaba las normas, traspasaba todos los límites. Pero siempre lo hacía con una simpatía que le conseguía cierta indulgencia. Una tarde, el director del orfanato, se lo llevó a su casa. Allí pasó unos años. Cuando faltaba poco para terminar su infancia, volvió con su madre. En los colegios duraba poco. Pasó por muchos. No estudiaba, problemas disciplinarios, fugas consuetudinarias. A los trece empezó a trabajar como cartero. Le pareció que era el trabajo ideal para él: pasar todo el día en la calle. Pero lo echaron rápidamente; elegía qué cartas dejar, abría sobres y desechaba los telegramas que no creía importantes. A partir de ese momento pasó por decenas de trabajos fugaces y que siempre realizaba mal. Leía con voracidad los libros que los jóvenes de los sesentas consideraban casi obligatorios: Hesse, Arlt, Cortázar, Marechal. Sus lecturas eran tan intensas que parecía que cada párrafo quedaba fijado en él.

La mayor parte del tiempo la pasaba en la calle, se drogaba y vivía con linyeras, adictos y hampones. En su adolescencia intentó con el boxeo. No parecía una mala decisión. O, al menos, fue una que seguía el sentido común de la época. El boxeo en esos años era un lugar sórdido, como siempre lo fue, pero también uno al que acudían los que no tenían nada a buscar un camino, una esperanza. Para boxear había que tener coraje, muchas necesidades y una furia que como un ejército de soldaditos incansables recorría por dentro al candidato. A Miguel le sobraba todo eso. Ganó las dos primeras peleas como amateur pero en la tercera, un púgil experimentado, le dio una paliza extraordinaria que lo hizo abandonar el boxeo. Sin embargo este antecedente explica el verso de Andrés Calamaro en su tema tributo: “Y tenía buena piña Miguel”.

Un verano decidió ir a conocer Mar del Plata. Mientras hacía dedo en la Ruta 2, lo levantó un auto. Ofrecieron llevarlo hasta Las Armas porque luego seguirían hacia Villa Gessell, Miguel aceptó. Ese viaje de unos cientos de kilómetros cambió su vida. Uno de los pasajeros era Pipo Lernoud quien quedó fascinado con ese joven de rulos, indefinible, algo salvaje, culto, un poco excéntrico y violento. Miguel se deslumbró con los conocimientos de música y poesía de Pipo y con su hablar sereno y articulado. Al regresar de la Costa se juntaron y Lernoud lo introdujo en la incipiente escena de lo que todavía no se llamaba rock nacional.

Himno de mi corazón es el tercer álbum de estudio de Los Abuelos de la Nada, publicado en octubre de 1984

En los tiempos fundacionales, Miguel, sin ser rockero, estuvo en cada uno de los lugares en los que se gestó el rock nacional: la Cueva, la Perla, Plaza Francia. Pipo se los presentó a los demás. La leyenda cuenta que como Miguel Ángel no sabía nada de rock cantó, frente a los otros pioneros del género, una baguala.

Miguel vivía en una pensión de mala muerte hasta que Mabel, la madre de Pipo, lo invitó a quedarse en su casa. Ella le daba plata, cocinaba y lo aconsejaba.

Primero fueron los Beatniks y después Los Gatos. Con su éxito y en especial con el de La Balsa y Ayer nomás cambió la situación. Pipo era uno de los autores del segundo tema. Se reunió con Ben Molar, importante productor de la época. Fue acompañado por su amigo Miguel. Entusiasmado por este nuevo fenómeno de los músicos jóvenes, de pelo largo, hippies autóctonos, Molar le preguntó a Miguel si él también tenía un grupo. Miguel pensó y tras su improvisación, esa respuesta fue la última que dio como Miguel Ángel Peralta en su vida. Todo pasó en un segundo: supo que tenía que decir que sí y dar el nombre de un grupo que todavía no existía; se acordó de una cita de El Banquete de Severo Arcángelo de Marechal: “Padre de los piojos, abuelo de la nada” y, sin saber por qué, eligió la segunda parte de la cita. “Sí, tengo una banda: nos llamamos Los Abuelos de la Nada”. A Ben Molar le gustó tanto el nombre que les dijo que se preparan que en unas semanas entraban a grabar. Al día siguiente Miguel le dijo a Pipo que estaban en un problema. No tenían músicos, ni canciones. Su amigo le dijo que no se preocupara que esa noche recorrerían Plaza Francia y encontrarían entre sus amigos a los miembros de la banda. Y así fue. En esa primera formación de los Abuelos que grabó unos simples estaban Pomo y Claudio Gabis. Luego se incorporó Pappo. Salieron Diana Divaga y Tema en Flu sobre el Planeta. Los temas pasaron sin mayor repercusión. Miguel, como siempre, tuvo problemas para cumplir con sus compromisos y para no pelearse con medio mundo. Lo echaron de su propia banda; una especie de golpe de estado a manos de Pappo. Los Abuelos pasaron a tocar blues y Miguel a seguir vagando y peleándose por ahí. Ya en Mandioca, el sello de Jorge Álvarez grabó dos hermosos temas solistas que marcan definitivamente su lírica: Mariposas de Madera y Oye Niño.

Pipo Lernoud se cansó del clima opresivo de Buenos Aires, de la policía haciendo razzias y se fue a Europa. Miguel quedó solo. Las anfetaminas, la violencia, la falta de disciplina para terminar sus proyectos hicieron que su estado fuera cada vez peor. Mabel, la madre de Lernoud, una vez más lo ayudó. Lo invitó a viajar a Europa. Miguel cuando llegó al Viejo Continente creyó que ese era su lugar en el mundo. Se sentía libre y todo le parecía posible. Se reencontró con Krisha, una bailarina que había visto en Buenos Aires. Se enamoraron y ella quedó embarazada de Gato Azul, el único hijo de Miguel. Abandonó la música. Vivieron en Francia, en España, en Holanda y en Bélgica. Iban detrás de trabajos fugaces. Una vendimia, un lavadero de autos, un restaurante. En 1974 Moshe Naim, un productor y mecenas le ofrecíó grabar un disco en francés. Miguel con su encanto e insistencia logró que el idioma fuera el español. Consiguió a José Sbarra como guitarrista. A la poética y los climas de Miguel se sumó la guitarra pesada de Sbarra. Durante décadas Miguel Abuelo et Nada, su disco francés, fue una grabación mítica en Argentina. Circulaba en cassettes mal grabados y conseguir una copia en vinilo era imposible. Durante los ochenta, los viajeros melómanos que iban a Francia rebuscaban en las bateas de usados y saldos intentando encontrar una copia. La edición local llegó recién en 1999.

La formación clásica de Los Abuelos en los ochenta. Calamaro, Bazterrica, Cachorro, López, Melingo, Polo Corbella y Miguel (Wikipedia)
La formación clásica de Los Abuelos en los ochenta. Calamaro, Bazterrica, Cachorro, López, Melingo, Polo Corbella y Miguel (Wikipedia)

Naim tenía planes de promoción y de giras. Pero Miguel, una vez más, no cumplió con sus compromisos, prefirió escapar. Y el álbum pasó desapercibido en Francia.

Se separó de su mujer y su hijo y siguió vagando por Europa. Actuó en Hair, en un papel que ya había conseguido en Buenos Aires. Cada tanto se juntaba con músicos argentinos (Kubero Díaz, Miguel Cantilo, Miguel Zavaleta) y hacía grandes planes que nunca concretaba. En Ibiza se encontró con un joven bajista. Hablaron de rearmar los Abuelos de la Nada. No sabían si quedarse en Europa o volver a Argentina (Miguel extrañaba a su hijo). Pero eran sólo proyectos, muy lejanos. El bajista, Cachorro López, se fue a Londres y se unió a una banda de reggae.

Miguel, a través de diversas cartas (que se transcriben en Miguel Abuelo. El Paladín de la Libertad, la muy buena biografía escrita por Juanjo Carmona que reeditó Planeta hace poco), le pedía a Pipo que le enviara sus discos de fines de los sesenta y artículos periodísticos sobre él para poder mostrárselos a los productores españoles, o que tratara de que el disco francés se editara en Argentina, que oficiara como su agente. En 1979, la policía española lo detuvo junto a otro compatriota. Fueron acusados de robar unas costosas joyas de la casa de una millonaria. Estuvieron detenidos un tiempo, pero la falta de pruebas contundentes en su contra hizo que los liberaran. Pero como eran indocumentados fueron expulsados de España. Trataron de seguir la travesía en Italia pero también los echaron de ahí. Al regreso a España, la policía los descubrió una vez más. Otra vez a la cárcel. Pero el penal de Ibiza era propio de la isla: poco rígido, extraño, hasta divertido. El presidio catalán era el de peor fama de su país y los meses que pasó en él fueron difíciles. Cuando logró salir recordó las charlas con Cachorro López y le pidió que lo ayudara a regresar a la Argentina. Allí estaban también Krisha y Gato Azul, otro motivo más para regresar.

El bajista fue pidiendo fondos a los viejos amigos pero nadie ponía un peso. Le costó varios meses juntar el dinero del pasaje aéreo. En la biografía mencionada, Cachorro López cuenta que el día que fue a buscarlo a Ezeiza y lo vio bajar por la escalerilla pensó que Miguel se parecía a Calculín. Su desilusión fue grande. Cachorro lo recordaba como un rey gitano, exuberante, ruidosos, encantador. Y este parecía un hombre vencido.

Miguel Abuelo en su regreso al país a principios de la década del ochenta jugando con su pasado de boxeador y su fama de peleador callejero (Ministerio de Cultura)
Miguel Abuelo en su regreso al país a principios de la década del ochenta jugando con su pasado de boxeador y su fama de peleador callejero (Ministerio de Cultura)

Pero no fue así. En Buenos Aires, Miguel renació. Reclutaron músicos mientras trabajaban en las canciones. El de esa banda fue uno de los grandes castings de la música moderna argentina. Daniel Melingo, Polo Corbella, Gustavo Bazterrica. Les faltaba un tecladista. Alejandro Lerner estaba lanzando su carrera y desistió. Les recomendó a un amigo: Andrés Calamaro.

Faltaba una pieza más. El productor del primer disco, el de la foto en blanco y negro de ellos, que seguía en la contratapa del vinilo, con las letras en colores: Charly García (alguna vez habría que escribir sobre esos años de Charly post Serú y en el ocaso de la Dictadura y el primer alfonsinismo centrándose no en su trilogía invencible sino en su calidad de aglutinador de la escena local y de productor: los Abuelos, los Twists, Fabi Cantilo; y por su banda pasaron los GIT, Calamaro, Fito y muchos más).

Charly les consiguió manager, actuaciones y los llevó de teloneros suyos. El resto lo hicieron las canciones y el magnetismo de Miguel Abuelo. No te enamores de aquel marinero bengalí y Sin gamulán, escrita por Calamaro fueron los primeros hits en una época de furiosos hits pop.

Miguel era el líder del grupo. Las calzas de colores, los rulos, la pandereta, la voz, las inflexiones, el dominio escénico, la actitud sensual. El que podía recibir un proyectil en medio del Festival Rock & Pop y seguir cantando con la cara ensangrentada, como desafío a los violentos, mostrando de qué estaba hecho. Podía ser con Guindilla Ardiente, con Sintonía Americana o con cualquiera de las otras pero siempre lo que proponía Miguel Abuelo no se había visto nunca en los escenarios argentinos. Además estaban las canciones de los otros. Salió su álbum solista Buen día, día aunque no tuvo demasiada repercusión. El segundo de la banda fue Vasos y Besos, empujado por Mil Horas (en Spotify ya superó las 170 millones de escuchas), la irrupción definitiva del Rey Andrés. El éxito, los excesos, los celos y las tentaciones –de todo tipo: comerciales, de sustancias, sexuales y de figuración personal- resquebrajaron de a poco a la banda. Todavía hubo tiempo para una temporada exitosa en el Luna Park, para Himno de mi Corazón y el gran disco en vivo. Después los Abuelos se atomizaron. Cada uno intentó seguir su camino. Miguel se quedó con el nombre y una nueva formación. Cosas mías fue el último disco: desparejo y sin demasiado éxito aunque la canción que del título llegó hasta las canchas.

Miguel Abuelo y su hijo Gato Azul en sus años europeos. La foto fue la tapa de su disco francés
Miguel Abuelo y su hijo Gato Azul en sus años europeos. La foto fue la tapa de su disco francés

Desarmó los Abuelos. Entendió que para la gente, pese a su presencia y liderazgo, sin Calamaro, Melingo y Cachorro no era el mismo grupo. Pero él siguió en movimiento con Miguel Abuelo en Banda, un juego de palabras tras las deserciones.

Se lo empezó a ver desmejorado. Muchos creyeron que era un problema de adicciones. Pero Miguel supo que era HIV positivo. Los problemas de salud se sucedieron. Perdió peso, tuvo recaídas varias, lo tuvieron que operar de vesícula. Una infección localizada se expandió por su cuerpo sin defensas. Tres meses después de Luca y seis meses antes que Federico Moura, Miguel Abuelo murió el 26 de marzo de 1988. Tenía 42 años.

Esas tres pérdidas consecutivas dieron por terminada una etapa gloriosa del rock nacional.

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