Durante los 10 años que lleva viviendo en el exterior, Catalina Singer (39) visitó el país en varias oportunidades pero nunca se sintió “tan descolocada” como esta última vez al ver los altos estándares de belleza que manejan las mujeres argentinas.
Aunque el paradigma estético dominante está cambiando y desde las redes sociales distintos activismos derriban los estereotipos y promueven la autoaceptación, la mujer experimentó que lo que sucede en la realidad dista bastante de las expectativas que muchos colectivos feministas militan.
“Me sentí muy fea durante toda mi estadía en Argentina, volví y se me pasó. Siento que los estándares estéticos allá son la dictadura”, tuiteó la socióloga desde su vivienda de Barcelona, como una forma de hacer catarsis, sin advertir que su comentario se volvería viral.
Catalina, que estuvo de paso por la Ciudad de Buenos Aires a mediados de febrero para visitar a unos amigos, finalmente se hospedó en Córdoba Capital donde compartió un mes con su familia, que vive en esa ciudad. “Llegué a España la semana pasada y todavía estoy asombrada con lo autoexigentes que son las mujeres para mostrarse bellas”, admitió a Infobae.
Pelo planchado, uñas esculpidas, pestañas postizas, caras botoxeadas, cuerpos tuneados y dientes blanqueados. La superproducción de las mujeres argentinas al momento de pisar la calle es algo a lo que Catalina está desacostumbrada y lanzó una reflexión: “Veo que la gente gasta mucho dinero en su aspecto físico. Las chicas andan producidas a toda a hora del día. Está muy instalado en la sociedad que tenés que estar impecable todo el tiempo, no solamente cuando tenés una fiesta o vas a una reunión”.
Aunque Catalina dejó su profesión de socióloga hace varios años y ahora se dedica a la astrología, le surgieron este tipo de pensamientos de manera innata al tratar de analizar cómo se comportan las argentinas frente a las españolas. A su entender, en Barcelona “son más relajadas” con los patrones de belleza.
Si bien ella no comparte los estandartes de la belleza hegemónica (las más lindas son las flacas, blancas, jóvenes y altas), cuando estuvo en Córdoba se terminó mimetizando con el entorno y sintió que habían herido su ego cuando sus amigos le remarcaron que tenía canas.
“Veo que es algo muy internalizado en los argentinos hacer comentarios sobre el aspecto físico, algo a lo que ya me había desacostumbrado. Fue como muy chocante porque yo venía muy relajada y me descolocaron bastante esos comentarios. Me obligaron a mirarme desde ese costado que los argentinos te miran, que ponen una vara estética muy alta”, se lamentó.
Incluso, confesó que hasta pidió turno en una peluquería para hacerse un baño de keratina para que “se suavizaran las canas y no se notaran tanto”. Jamás estuvo en sus planes teñirse. Tampoco la persuadió la sugerencia de la estilista, a la cual acudió para hacerse unas mechas azules.
“No podía terminar de entender por qué tanta gente se había detenido en hacer ese comentario tan superficial. Acá no importa si no estás depilada y vas a un evento con pelos en las piernas y las axilas, nadie le presta atención. No hay tanto juicio de valor sobre eso”, exclamó sorprendida ante el protagonismo inesperado que había tomado su cabellera.
A Catalina también le hicieron comentarios por su forma de vestir. “Cuando era chica, mis amigas bromeaban con que mi vestidor era como una tienda de disfraces. Mi vestimenta siempre fue un poco más alternativa y me miraban como un poco raro”, relató la mujer, que es fanática de la ropa de segunda mano.
“En España, no te vestís diferente para salir de noche o de día. No tenemos esas categorías de ropa, salvo que se trate de un casamiento”, remarcó. Y recordó que lo que más le llamó la atención de los locales de ropa argentinos es que los outfits están bien diferenciados para cada ocasión.
Catalina entiende que el constante bombardeo de imágenes de alto contenido estético, donde la elección de la ropa, el color del pelo, la forma de los labios o el tamaño de los pechos empiezan a delinear en el imaginario colectivo un formato de altísima exigencia para lograr un estándar de belleza peligroso, roza la discriminación.
“Todavía recuerdo cuando una amiga que estuvo haciendo turismo en Argentina me dijo que tuvo que ir de urgencia a comprar ropa porque no tenía ropa para salir de noche. Necesitaba que tenía que ponerse algo de brillo para no desencajar con el resto”, graficó.
Sin bien Catalina se autodefine como una mujer coqueta -a la que le gusta ponerse rímel y pintarse los labios- asegura que no suele dedicarle mucho tiempo a lookearse y que muchas veces sale a “cara lavada” sin hacerse problema.
Su paso por Argentina también le hizo revivir una época de su adolescencia que prefería olvidar. “Tuve desórdenes alimenticios desde los 14 hasta los 21 años que por suerte ya pude superar. Acá, en Barcelona, me siento más libre. Lamento que en Argentina esté tan instalado y naturalizado algo que puede ser dañino”, concluyó la mujer con la esperanza de que en su próxima visita al país la sociedad vuelva a sorprenderla; pero para bien.
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