Pío XI y su audaz y solitaria denuncia contra el nazismo

En 1937, la única voz de peso que se alzó para condenar esa ideología supremacista fue la del Papa, a través de una encíclica introducida clandestinamente en Alemania para ser leída el Domingo de Ramos en todas las iglesias

Pío XI (1857-1939), el Papa que condenó al nazismo como ideología contraria al cristianismo

Pío XI firmó una Encíclica que, apartándose de la costumbre de utilizar el latín en su versión original, fue redactada en alemán y cuyo título es Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación), fechada en el Vaticano el 14 de marzo de 1937. El documento, hoy traducido a todos los idiomas, fue introducido en Alemania por vía diplomática y a escondidas de la omnipresente Gestapo (la policía secreta del régimen) leída en todos los templos católicos el Domingo de Ramos de aquel año.

Por su dura condena a los fundamentos del régimen nazi y a la violación de las cláusulas del Concordato firmado entre la Santa Sede y el Reich alemán en 1933, derivó en la inmediata detención de centenares de católicos, sacerdotes, religiosos y simples laicos de esa nación. Al día siguiente de su lectura en toda Alemania mereció una editorial de diarios oficiales hasta que Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda, juzgó más conveniente el silencio absoluto a la confrontación.

Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación): la Encíclica de Pío XI contra el nazismo, fechada el 14 de marzo de 1937

Conviene tener presente que el nazismo había llegado al poder en 1933 y no obstante su sesgo autoritario demostrado a poco de andar, por ejemplo, su paulatina consolidación como régimen de partido político único proscribiendo a otras fuerzas, o la detención de disidentes internos al régimen y su internación en campos de concentración, hechos que levantaban protestas fuera de Alemania, lo más grave vendría al sancionarse un paquete de leyes conocido como “Leyes de Nuremberg” que llevaban al plano legal los fundamentos de la ideología que desde tiempo atrás nutría lo medular el nazismo.

Esa normativa de raigambre racista y eugenesista, dada a conocer en septiembre de 1935 en los medios de prensa y debidamente publicadas en el Boletín Oficial del Reich, que serían el preámbulo teórico al exterminio masivo de personas pertenecientes a razas que los ideólogos consideraran inferiores a la germánica, pese a que hoy nos resulte inconcebible, no mereció mayores reparos por países considerados como adalides de las libertades occidentales. En concreto, ni la Corona británica, ni la Francia heredera de Voltaire, ni los EEUU de Roosevelt objetaron la legislación alemana de la época que analizamos. Tampoco protestaron las autoridades suizas, que para mayor escándalo luego fueron cómplices silenciosas de la maquinaria de guerra y de extermino desplegada por los nazis en toda Europa con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial (el informe “Bergier” encargado por el parlamento helvético hace algunos años así lo concluyó de modo lapidario).

Esquema de las Leyes de Nüremberg para determinar la "pureza racial" de los ciudadanos

En ese mundo que miraba hacia un costado, la única institución de peso a nivel internacional que alzó su voz atacando lo que consideraba como errores conceptuales evidentes, pero cuya lógica acabaría como tristemente aconteció años después, fue la Iglesia católica.

Acotemos que pese a que fue el papa Pío XI quien suscribió el documento condenatorio, su mentor y en buena medida redactor fue el por entonces Secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Pacelli, quien sería proclamado Pontífice adoptando el nombre de Pío XII en 1939. Su rol fue fundamental para comprender el contenido de la Mit Brennender Sorge, ello en virtud de haberse desempeñado Pacelli como nuncio apostólico en Alemania en los años que fueron testigos del acceso de Hitler al poder.

El redactor de la Encíclica contra el nazismo fue Eugenio Pacelli, entonces secretario de Estado del Vaticano, luego sucesor de Pío XI, con el nombre Pío XII. (foto archivo: Pío XII el 26 de noviembre de 1955 en Castel Gandolfo / AFP)

En 1933 Alemania y la Santa Sede firmaron un Concordato que fijaba derechos y obligaciones para ambas partes. La Iglesia católica necesitaba que el estado alemán (no olvidemos que era la tierra de Lutero y de la reforma protestante) reconociera jurídicamente a muchas asociaciones católicas que eran hasta entonces simplemente toleradas. Pero a poco de la firma, Pacelli empieza a recibir informes reservados de obispos alemanes que daban cuenta de una cada vez más creciente persecución oficial a distintos estamentos de la Iglesia en Alemania, fundamentalmente en materia educativa. Uno de esos valientes obispos que se enfrentaron al régimen fue el arzobispo de Münster, Clemens von Galen, apodado por su valentía como “el león de Münster”.

Por tanto, la Encíclica de 1937, aprovechando las circunstancias marcadas por la práctica violación por el estado alemán de las obligaciones asumidas años antes, denuncia tales avasallamientos pero además señala como erróneos y contrarios a la Fe cristiana, muchos de los fundamentos filosóficos del régimen, hasta entonces incuestionados.

Clemens von Galen, arzobispo de Münster, el más emblemático opositor al nazismo

Por ello decía el Papa, en el punto 24 del documento: “En vuestras regiones se alzan voces, en coro cada vez más fuerte, que incitan a salir de la Iglesia; y entre los voceadores hay algunos que, por su posición oficial, intentan producir la impresión de que tal alejamiento de la Iglesia es testimonio convincente y meritorio de su fidelidad al actual régimen. Con presiones, ocultas y manifiestas, con intimidaciones, con perspectivas de ventajas económicas, profesionales o cívicas, la adhesión de los católicos a su fe se halla sometida a una violencia tan ilegal como inhumana.”

Algo que el nacionalsocialismo venía auspiciando, en un país proclive a los cismas desde el siglo XVI, eran una virtual iglesia de los cristianos alemanes, es decir, la vieja tentación de una iglesia nacional que rompiera con el Papado y resultara funcional al régimen político local de turno. Por eso en el documento se lee que “si personas, que ni siquiera están unidas por la fe de Cristo, los atraen con la seductora imagen de una iglesia nacional alemana, sepan que esto no es otra cosa que … una apostasía manifiesta del mandato de Cristo de evangelizar a todo el mundo” (punto 25).

Pero además señala Pío XI la adulteración propiciada por el nazismo del cristianismo en sus mismas esencias cuando alude a “quien, con una confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes. Ni tampoco lo es quien, siguiendo una pretendida concepción precristiana del antiguo germanismo, pone en lugar del Dios personal el hado sombrío e impersonal, negando la sabiduría divina y su providencia… Ese hombre no puede pretender ser contado entre los verdaderos creyentes” (puntos 10 y 11). Esto era una estocada a toda la parafernalia de simbología esotérica que acompañaba al nazismo desde sus orígenes.

La Encíclica de Pío XI apuntaba contras la simbología esotérica que acompañaba al nazismo desde sus orígenes (Juegos Olímpicos en Berlin, 1936 - foto archivo Cci/Shutterstock)

También se critica duramente a las ya formadas Juventudes Hitlerianas y en párrafo dirigido a los jóvenes expresa “Sabemos que muchos de ustedes tienen que soportar trances duros de desprecio, de sospechas, de vituperios, acusados de antipatriotismo, perjudicados en su vida profesional y social” (punto 41).

De toda la Encíclica condenatoria del nazismo resulta particularmente premonitoria la parte que expresa “si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aún de los valores religiosos y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado por Dios, está lejos de la verdadera fe” (punto12).

Frente a la corriente de la época que reducía el derecho a las leyes dictadas por la autoridad, Pío XI rescata la existencia de un derecho natural que no se reduce a las normas dictadas y que, aún comprendiéndolas, las trasciende. Al efecto, y respecto de las Leyes de Nuremberg afirma en el punto 35 que “las leyes humanas que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con las opresiones ni con el aparato de la fuerza externa.”

El famoso Tribunal de Nuremberg que tras la caída del régimen y la derrota del Reich juzgó y condenó a los jerarcas por crímenes contra la humanidad tuvo que recurrir al rescate del olvido del concepto de derecho natural y reconocer que no toda ley es, per se, justa e incuestionable.

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