Marcelo Macarrón jugaba al golf en Punta del Este, su coartada perfecta más que un viaje de amigos, mientras sabía al detalle lo que ocurría en su casa del country Villa Golf de Río Cuarto: el 25 de noviembre de 2006, uno o dos sicarios contratados, por él estrangulaban a su esposa Nora Dalmasso con el lazo de la bata y con sus manos. El viudo buscó que la escena del crimen se pareciera a un femicidio: un asesinato cometido por un amante de la víctima.
Esa es la hipótesis principal que manejó el fiscal de instrucción Luis Pizarro para que Macarrón comience a ser juzgado hoy lunes a partir de las diez por el delito de “homicidio calificado por el vínculo, alevosía y precio o promesa remuneratoria”, cuya pena es de cadena perpetua.
El tribunal de Río Cuarto. que juzgará a Macarrón está integrado por Daniel Antonio Vaudagna; Natacha Irina García, vocal de la Cámara; y Gustavo José Echenique Esteve, juez de Ejecución Penal. Hay ocho jurados populares (cuatro mujeres y cuatro hombres). El fiscal de Cámara es Julio Marcelo Rivero.
Desfilarán unos 300 testigos en tres audiencias semanales. El expediente tiene unas 7000 fojas repartidas en 34 cuerpos, más ocho anexos de pruebas.
Además de ser testigos, los hijos de Macarrón, Facundo y Valentina, creen en la inocencia de su padre. “Los verdaderos asesinos están sueltos”, dice Facundo. El abogado del acusado, Marcelo Brito, considera que no hay ninguna prueba y que “todo es un disparate, parece una película delirante”.
Desde el comienzo, el caso tuvo a unos 15 sospechosos. Pasaron más de 15 años del crimen y muchas pruebas de perdieron: por la escena del crimen desfilaron 23 personas, entre ellas el cura de la familia. A Nora se le encontró ADN de Macarrón, ese es uno de los indicios que basa la acusación, aunque Macarrón dijo que antes de viajar a Uruguay tuvo sexo con su esposa.
En este escenario la fiscalía sospecha que Macarrón contó con la ayuda de un amigo, que se habría encargado de los detalles, aunque no se pudo identificar quién era. En Uruguay testigos dicen haber visto a Daniel Lacase, amigo y abogado del acusado, con 20 mil dólares en efectivo, pese a que él dijo que los depositó en una cuenta suya.
Los investigadores apuntan a un móvil económico. “Siempre se habló de Lacase y Macarrón como testaferros de un poderoso político, incluso que tenían propiedades y una sociedad con otro empresario del que se sospechó en el comienzo de la pesquisa. Quizá Dalmasso en una discusión amenazó con sacar a luz esos negociados. Uno de los albañiles que trabajaron en la casa días antes del homicidio dijo que los vio discutir”, dijo a Infobae una fuente del caso.
Daniel Miralles, el anterior fiscal, mantuvo la sospecha de que Macarrón viajó desde Punta del Este hacia Río Cuarto en un avión privado (la teoría del “avión fantasma”), aterrizó en una pista clandestina, asesinó a su esposa y volvió a Uruguay. Pizarro no cree en esta hipótesis por improbable.
Lo que no está claro es qué evidencias encontró para sostener que Macarrón supuestamente habría contratado a un asesino a sueldo para matar a su esposa. “Creo que la mató una mafia”, había dicho la madre de Nora, María Delia Grassi, al diario El Puntal de Rio Cuarto, pero renunció a ser querellante de su ex yerno.
Enrique Zabala, el abogado de Gastón Zárate, el albañil que trabajó junto a otros obreros días antes del femicidio en la casa de Nora y llegó a estar imputado, tiene su propia teoría. “El poder político y económico siempre estuvo relacionado en este caso. Yo siempre dije que fue un crimen planificado”, le dice a Infobae. El penalista cree que el torneo de golf que jugó Macarrón junto a sus amigos fue una mascarada para cometer el crimen perfecto.
No duda cuando hace su análisis después de leer gran parte del expediente, aunque no hay pruebas que así lo certifiquen: “El entorno de Macarrón, encabezado por Lacase, blindó la información y trató de imponer la teoría del ataque sexual, lo que implicaba algo personal. Para mí no había rastros de eso. Siempre apunté al móvil económico. Creo que la mataron dormida o desprevenida. Según la autopsia psicológica, ella era precavida y tenía el sueño liviano. Hay una serie de casualidades. Por ejemplo, justo ese día la alarma no funcionaba, los operarios tuvieron franco, esa noche ella quedaba sola. Fue a cenar con amigas y hubo un llamado misterioso para que suspendiera el encuentro. Las puertas y las ventanas no estaban forzadas y el perro no ladró. Quizá la esperaron para matarla”.
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