La palabra “mártir” remite de inmediato al circo de Roma, con sus leones hambrientos, o a hogueras ardientes en tiempos en que el cristianismo nacía. Todo ello en tiempos lejanos, casi inmemoriales, y en Europa. Pero también hubo mártires en nuestro territorio. Y no sólo mucho tiempo atrás, sino en nuestra historia contemporánea.
Cuando todavía no existía la Argentina, en el año de 1576 la ciudad de Asunción del Paraguay -entonces parte del Virreinato del Río de la Plata cuya capital era Santísima Trinidad (luego Buenos Aires) nació Roque González de Santa Cruz. Roque era el menor de los diez hijos de don Bartolomé González de Villaverde, escribano real, natural de León, y de doña María de Santa Cruz, natural de Toledo; ambos provenientes de la nobleza hispana. Desde muy joven Roque demostró su preferencia por una vida de devoción religiosa, y a los veintidós años fue ordenado sacerdote en Asunción por el obispo de Córdoba, monseñor Hernando Trejo y Sanabria. Años más tarde el obispo de Asunción lo nombró párroco de la Iglesia Catedral y después vicario general de la Diócesis. Después de 11 años, al no desear títulos ni cargos, renunció a los nombramientos y el 9 de mayo de 1609 se unió a la Compañía de Jesús recibido por el padre Lorenzano, que había sido su maestro en letras y en espíritu. Con su afán misionero Roque fue el fundador de Yapeyú, Encarnación (donde hoy está Posadas), Concepción (en Corrientes) y Santa Ana (luego Itatí). Con el fin de seguir la tarea de evangelización de los pueblos originarios al P. Roque se le sumaron dos jesuitas más enviados desde España: Juan del Castillo y Alfonso Rodríguez.
Juan del Castillo nació en Belmonte, España, el día 14 de septiembre de 1596. Sus padres, Alonso del Castillo y María Rodríguez estaban entre las personas importantes y adineradas de la ciudad. Hizo sus primeras letras en el colegio de los Jesuitas de Belmonte y luego asistió a la universidad de Alcalá. El 21 de marzo de 1614 ingresó a la Compañía de Jesús, en el noviciado de Madrid. A principio de 1616, solicitaron voluntarios para ir a América, Juan se ofreció y el 2 de noviembre de 1616 inició el viaje al continente americano partiendo desde el puerto de Lisboa. A bordo trabó amistad con el joven jesuita Alfonso Rodríguez Obnel, de Zamora, quien también viajó en la misma expedición de misioneros. Este último nació en la ciudad de Zamora, España, el día10 de marzo de 1598. Sus padres fueron Gonzalo Rodríguez y María Obnel. Ingresó a la Compañía de Jesús en el Noviciado de Villagarcía, el 25 de marzo de 1614. Estaba destinado a los estudios de filosofía de Pamplona cuando recibe la misión de partir a América.
Ellos no sabían que un trágico destino los uniría para siempre. El 15 de febrero de 1617 llegaron a la ciudad de la Santísima Trinidad (Buenos Aires) y desde allí, los dos estudiantes jesuitas viajaron a la ciudad de Córdoba del Tucumán, al Colegio Máximo. Luego partieron hacia Chile, y más tarde recalaron en las misiones guaraníticas, donde recibieron el martirio.
Los tres sacerdotes crearon más de 10 reducciones y a principio de 1628 partieron desde Yapeyú hacia el interior del sur del actual Brasil, fundando las de San Nicolás (hoy Sao Nicolau), Asunción del Iyuí y Caaró. Justamente en la zona de Iyuí tuvieron grandes diferencias con el cacique guaraní Ñezú, y fue así que el día 15 de noviembre de 1628 esta reducción fue destruida y fueron asesinados tanto el padre Roque González de Santa Cruz como el padre español Alonso Rodríguez Olmedo en Caaró. La misma suerte corrió el jesuita Juan del Castillo, también español, que fue asesinado dos días después, el 17 de noviembre de 1628. Roque Gonzales estaba levantado un campanario, y uno de los atacantes le propinó tan fuerte golpe en la cabeza del padre con un hacha de piedra que la partió en dos, matándolo en forma instantánea. Alfonso Rodríguez estaba en la iglesia y al escuchar los gritos fue a ver que sucedía y al igual que su compañero, le golpearon la cabeza con un hacha de piedra, corriendo la misma suerte. A sus cuerpos, luego de desmembrarlos, les prendieron fuego.
Dos días después, en la reducción de Nuestra Señora de la Asunción de Ijuí, Juan del Castillo sufrió un martirio más cruento que sus compañeros: lo tomaron por sorpresa, le pusieron dos cuerdas en las muñecas y lo arrastraron por el bosque. Le rompieron los brazos y con una maza de piedra lo golpearon varias veces en el vientre. Lo siguieron arrastrando hasta un lodazal. Allí le destrozaron la cabeza con una piedra grande. Fueron beatificados en 1934 por Pio XI y canonizados en 1988 por Juan Pablo II durante su visita apostólica al Paraguay.
55 años después, en 1683, la sangre siguió corriendo por nuestro territorio para los hombre de Fe. En Zenta, actual Jujuy, fueron martirizados el sacerdote diocesano Pedro Ortiz de Zárate y el Jesuita Juan Antonio Solinas junto a 18 laicos, los que eran dos españoles, un mulato, un negro, una mujer, dos niñas y 16 nativos del lugar. El primero nació en San Salvador de Jujuy, en el noroeste de la actual Argentina, en una familia de conquistadores españoles. Fue padre de dos hijos y, tras enviuda, se hizo sacerdote. El segundo era jesuita, nacido en la isla de Cerdeña, en Italia, que fue enviado a las misiones americanas.
Los dos sacerdotes poseían gran ímpetu misionero, y partieron desde san Salvador de Jujuy a la zona del Chaco salteño cercana a Pichanal, la que sería base de la misión. Al llegar al valle de Zenta, ubicado a 3 kilómetros del lugar, fueron sorprendidos por nativos hostiles, los cuales asesinaron al grupo de misioneros a garrotazos y golpes de piedras. Luego de la masacre les cortaron las cabezas y las dejaron en el lugar como advertencia. El grupo de misioneros no tenían armas para la defensa, dado que solo iban a evangelizar. Al llegar al noticia de la masacre, los cuerpos de los acompañantes misiones fueron sepultado en el mismo lugar del martirio. El cuerpo del padre fue sepultado en la catedral de Jujuy, y los restos del jesuita Juan Solinas, en la iglesia de la componía de Jesús en la ciudad de Salta, el templo fue demolido y en su lugar se construyó el centro cultural América. La ceremonia de beatificación de los “mártires de Zenta” será el 2 de julio 2022 en la ciudad de san Ramón de la Nueva Orán, Salta, y el representante del Santo Padre será el Cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos. En la misma zona fue martirizado también el padre Francisco Ugalde, fue asesinado por los nativos mataguayos en lo que hoy es la provincia de Salta, mientras misionaba la zona.
La zona de la Patagonia no está exenta de la sangre de los mártires, notablemente olvidados por muchos en la Argentina, aunque recordados localmente. Entre ellos cabe mencionar a los sacerdotes jesuitas Juan José Guillelmo, padre Felipe Laguna y el Francisco Javier Elguea, todos ellos martirizados por la fe. No obstante el más recordado es el padre Nicolo Mascardi, pero lo es porque un lago lleva su nombre, aunque muchos no tienen ni idea quien fue y que tareas realizó. Nicolo nació en la ciudad de Sarzana (Italia) en el año 1625. Fue astrónomo y matemático. Perteneciente a una familia noble, decide abandonar los beneficios de su situación e ingresa a la compañía de Jesús. Como sacerdote jesuita su primer destino fueron las misiones del Arauco, desembarcando en Chile hacia 1651. Su primera misión fue Buena Esperanza, años más tarde fue traslado a Chiloé. En 1669 parte desde Chiloé, en dirección al lago Nahuel Huapi para evangelizar la zona. Llegó en 1670, la pequeña expedición había cruzado caminando la cordillera de los Andes, y con balsas y canoas las lagunas. A orillas del lago en el margen norte, en el actual puerto Huemul funda la misión de “Nuestra Señora de los Poyas del Nahuel Huapi”. La vida en la misión fue pacífica y fue construida una capilla. Entre 1669 y 1673 realizó varías expediciones por la Patagonia durante las cuales llegó hasta las proximidades del lago Musters y al estrecho de Magallanes. El 15 de febrero de 1674 fue atacado por nativos tehuelches rivales de los poyas, y muerto a golpes de boleadora y flechas. Los guías que lo acompañaban alcanzaron a enterrarlo y huyeron. Su martirio tuvo lugar poco antes de cumplir 50 años a orillas del río Deseado, en la actual provincia de Santa Cruz. Dos años más tarde volvieron al lugar acompañando a exploradores españoles que rescataron su cadáver y algunos ornamentos religiosos.
Pasaron varios siglos, hasta que la sangre de los mártires volvió a regar este suelo, y notoriamente, fueron martirizados por personas de comunión diaria y que se jactaban de ser católicos a ultranza: miembros del gobierno golpista del proceso de reorganización nacional, el cual usurpó el poder desde el año 1973 a 1983. Acá la lista de amplia a católicos, cristianos de diferentes vertientes, judíos, etc... pero los motivos de los asesinatos no era el “odium fidei” sino los reclamos que estos sacerdotes, monjas y laicos hacían a las autoridades por las desapariciones de personas u otros temas sociales.
Entre los martirios llevados a cabo por el gobierno golpista podemos citar a: Mons. Enrique Ángel Angelelli Carletti, obispo de La Rioja; Fray Carlos de Dios Murias, sacerdote de la orden de los frailes menores franciscanos; Presbítero Gabriel Longueville, sacerdote diocesano de origen francés; Wenceslao Pedernera, laico y padre de familia. El 18 de Julio de 1976, en Chamical, Murias y Longeville fueron apresados por policías y llevados a la base aérea de Chamical, donde fueron torturados durante varias horas y luego fusilados. Sus cuerpos fueron hallados dos días después por un grupo de trabajadores ferroviarios junto a las vías de un tren. A Wenceslao lo fueron a buscar de madrugada el 25 de julio de 1976 a su rancho tres personas encapuchadas que le dispararon delante de su mujer y sus hijas. Y monseñor Angelelli, volviendo del velorio de los dos sacerdotes, sufrió un “presunto” accidente automovilístico. Todos fueron beatificados por el papa Francisco el 27 de abril de 2019.
Los mártires de san Patricio, sacerdotes y seminaristas de la congregación de san Vicente Palotti (palotinos) asesinados en la casa parroquial de la iglesia de san Patricio en la ciudad de Buenos Aires, los cuales era los sacerdotes Alfredo Leaden, Alfredo Kelly y Pedro Duffau, y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti. Fueron acribillados a balazos y luego acomodaron sus cuerpos boca abajo los pusieron en fila y los asesinos escribieron con tiza en una puerta: “Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. Viva la Patria” y también escribieron en una alfombra: “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son M.S.T.M. (movimientos de sacerdotes del tercer mundo)”. Sobre el cuerpo de Salvador Barbeito los asesinos pusieron un dibujo de Quino de la tira “Mafalda” aparece señalando el bastón de un policía diciendo: «Este es el palito de abollar ideologías».
Las monjas francesas Alice Domond y Leonie Duquet, pertenecientes a la congregación de las misiones extranjeras. Fueron raptadas en la iglesia de la Santa Cruz, y luego de ser torturadas y vejadas durante largo tiempo las subieron a un avión, les ataron las piernas y los brazos, las drogaron y vivas las tiraron al Rio del Plata a la altura de la zona del Tigre. El asesinato fue llevado a cabo por el capitán Adolfo Scilingo, quien se jactaba de los crímenes que cometía.
El 4 de junio de 1976 fueron secuestrados los seminaristas asuncionistas en San Miguel estos eran: Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez en el barrio Manuelita y el sacerdote Jorge Adur, quien vivía con los seminaristas, logró escapar y exiliarse a Brasil, donde fue capturado en 1980. Los tres permanecen desaparecidos.
Según el movimiento ecuménico por los derechos humanos, los clérigos, catequistas, misioneros, o pastores cristianos desaparecidos fueron 93.
Como vemos en nuestro territorio también corrieron ríos de sangre de testigos que creyeron profundamente en sus convicciones y llegaron a ser asesinados por no claudicar en sus intenciones o en sus afanes de ayudar a otros.
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