El domingo 11 de marzo de 1973 la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), integrada por Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima, fue votada por la mayoría del electorado (49 %). La diferencia con el segundo contrincante era tan amplia que no hacía falta el “ballotage”, una variante que el general Alejandro A. Lanusse había consagrado en la reforma constitucional de 1972. El lunes 12, por la noche, Lanusse, en un mensaje por la cadena nacional, explicó que “las cifras que se disponen hasta el momento no le adjudican al Frente Justicialista de Liberación la mayoría absoluta, pero su porcentaje es tan aproximado a ello y su diferencia con el segundo partido es tan apreciable, que prácticamente se estima que no sería temerario considerar como fórmula triunfante a la que integran los doctores Héctor José Cámpora y Vicente Solano Lima.”
El mandatario de facto sabía que la noche anterior Balbín se había comunicado con Cámpora para felicitarlo y transmitirle que retiraría su postulación a la segunda vuelta. A pesar de que la ley no lo contemplaba, Francisco Manrique, entonces, quiso presentarse para competir con el FREJULI, pero quedó en la nada. Tras casi dos semanas de silencio gubernamental, Cámpora habló por televisión el jueves 22: “Ya pasaron doce días de ese pronunciamiento electoral; pese a ello, el pueblo todavía no ha sido informado del triunfo del Frente Justicialista de Liberación”. Y luego diría la frase más recordada de esa alocución: “Hasta el 25 de mayo, el régimen. Desde entonces, el pueblo. La frontera es nítida… Que nadie se ilusione con imaginarias cogestiones ni con responsabilidades compartidas”.
Mientras por las radios portátiles se escuchaban las palabras de reconocimiento del presidente de facto, un mar de gente rodeaba la sede del comando electoral del justicialismo, ubicado en la avenida Santa Fé y Oro. El júbilo de la calle se unía al que partía de los balcones del vetusto edificio. Allí se entremezclaban, en ruidosa dulce comunión, los viejos y los jóvenes dirigentes peronistas; los dirigentes aliados; aquellos que imaginaban un cargo y por lo tanto se hacían ver; los candidatos electos y, por qué no, los militantes de superficie de las organizaciones armadas ligadas al peronismo. “Se votó contra la Revolución Argentina y a favor de un proceso transformador”, escribió Osvaldo Tcherkaski uno de los periodistas estrella de La Opinión.
El 25 de marzo de 1973 el presidente electo partió hacia Roma para entrevistarse con Perón y se repitió la misma hoja de ruta de noviembre anterior: la capital italiana fue el centro de atención de la Argentina, y se estableció ahí la cabeza de puente para contactos con empresarios italianos y comunitarios que –decían– intentarían invertir en la Argentina. Era notorio que el reiterado gesto dejaba al margen al gobierno español y sus intereses (no pertenecía a la Comunidad Económica Europea). Sin decirlo, también había un mensaje para el gobierno de Richard Nixon: la idea era alejarse de la influencia económica de los Estados Unidos. El 24 de marzo, La Opinión había publicado una crónica sobre la actividad de Perón en Roma durante los días previos a la llegada de Cámpora, escrita por Emilio Abras (meses más tarde secretario de Prensa durante la presidencia de Perón), en la que sostenía que el ex presidente, durante gran parte del tiempo, habló sobre su “preocupación principal: cambiar la estructura vigente en Iberoamérica, terminando con todo tipo de dependencia y logrando la unidad de los países ubicados al sur del río Bravo”. Las gestiones llevadas a cabo en Italia y luego en París conducían a posicionar a la Argentina en la privilegiada ruta de las inversiones de origen europeo. Nada de lo que se imaginó y escribió se pudo concretar.
En esas mismas horas de marzo de 1973, la Cámara Federal Penal – el “camarón” o la “cámara del terror” como logró calificarla la izquierda en los medios— iba a dar a conocer las sentencias a los imputados en el asesinato del empresario italiano Oberdam Sallustro, perpetrado el 10 de abril de 1972. De todos los detenidos, el “Tordo” De Benedetti, Silvia Urdampilleta y Carlos Tomás Ponce de León reconocieron pertenecer al PRT-ERP. Entre los varios imputados estaba también Andrés Alsina Bea. Ponce de León fue sentenciado a cadena perpetua; Osvaldo De Benedetti a 12 años; Urdampilleta 9 y Alsina Bea a 6 años. La sentencia fue leída por altavoces por el tumulto inicial de las sesiones. Los presos, lo mismo que el periodismo nacional, permanecieron fuera de la sala donde se había constituido el tribunal. Todos serian indultados el 25 de mayo de 1973 e integrarían inmediatamente las organizaciones terroristas para desafiar al gobierno justicialista.
Las decisiones del tribunal fueron tomadas con tranquilidad por unos y preocupación por otros. Los primeros, porque pensaban que tras la asunción de Cámpora todos serían amnistiados o indultados indiscriminadamente. Los otros, porque estimaban que el trámite de liberación iba a demandar un largo período procesal. A Silvia Urdampilleta la asaltaban las mismas dudas. No pensaba en su libertad inmediata, tampoco las esperaba su jefe, Roberto Mario Santucho. Por esas semanas pidió conversar con uno de los jueces de la Cámara y la audiencia le fue otorgada:
-- Juez: ¿Estarás contenta?
-- Urdampilleta: ¿Por qué?
-- Juez: Y porque el 25 de mayo van a salir libres.
-- Urdampilleta: Los que no están condenados saldrán y para los sentenciados será el año que viene…
Mirando el escritorio de su interlocutor preguntó ¿y eso qué es?
-- Juez: La causa tuya
-- Urdampilleta: ¿Causa? Pero eso es un término pequeño burgués.
-- Juez: Bueno, tomalo como quieras, es lo que manda el Estado.
-- Urdampilleta: Ustedes se equivocan. Así no van a ganar. Nos tendrían que haber fusilado.
En medio de los festejos se ignoraba que en calificados ambientes militares se intentó la anulación de las elecciones por razones de “seguridad”. Entre los insólitos consejos que se le acercaron a Lanusse, el 18 de marzo de 1973, se dice que “la situación actual se debe a la falta de capacidad de maniobra evidenciada por la Junta Militar al no haber atendido las advertencias invocadas por la más alta autoridad política y militar, que teniendo la máxima responsabilidad y capacidad de apreciación, a partir de los primeros días de enero, exhortó a sus pares a efectuar las correcciones que exigía el desarrollo de la acción emprendida”. Tras ésta introducción se sostiene que “los que piensen que esta batalla la ganaron Perón, Cámpora, etc. están equivocados. Serán, si los dejan, los que usufructúen pero los verdaderos ganadores son los 100 ó 200 muchachos, fanáticos y enloquecidos guerrilleros que han arrinconado y finalmente derrotado a las FF.AA. argentinas. Además las siguen paralizando”. En cuanto a los “modos de acción” para anular el resultado de la contienda se considera que “el radicalismo no se presenta a la segunda vuelta, Manrique legalmente no puede hacerlo por el 66% de los dos primeros. Luego se da una situación no prevista por la Ley, que el Gobierno la resuelve anulando las elecciones de Presidente y dejando para fecha no prevista una nueva convocatoria […] Cámpora se encontrará ante la alternativa de ceder y tomar únicamente el Gobierno, dejando el Poder a las FF.AA. (lo que en principio podría implicar desprenderse de Perón), asegurando al mismo tiempo a sus partidarios que pueden asumir estrictamente sus posiciones en el orden provincial, o de perder todo y volver a empezar de nuevo.”
Desde antes del 11 de marzo de 1973 una de las preocupaciones de Perón era cómo reintegrar a los miembros de las formaciones especiales a la sociedad, a una vida en paz. El viejo profesor de Historia Militar contaba en su bagaje intelectual con varios ejemplos del pasado, sobre cómo se había resuelto el problema de los ejércitos irregulares. Por lo pronto, Perón no podía aceptar la disolución del Ejército Argentino simplemente porque éste no había sido derrotado militarmente. Eso fue lo que sucedió en Cuba pero no en la Argentina. Además, el sueño de Perón era volver a reintegrarse con su Ejército. No era una novedad para todos aquellos que dialogaban sin tapujos con el ex presidente, él quería volver “porque yo quiero unir a mi pueblo con el Ejército”, le dijo en Madrid al diputado electo Luis Sobrino Aranda.
Una cosa era el papel de los militares con Lanusse y otra la que él imaginaba en su gobierno. Lo diría en París horas después, cuando le preguntaron qué pensaba hacer con los militares: “No hay que culparlos a ellos sino a quiénes los empujan (…) la culpa no es de los chanchos, sino de quiénes les da el afrecho.”
Perón era un disciplinado estudioso del pasado y en esos días tenía muy en cuenta la historia de México, simplemente porque el miércoles 11 de abril iba a mantener en París un encuentro con el presidente Luis Echeverría. Perón se veía en el papel de Francisco Plutarco Elías Campuzano, popularmente conocido como Plutarco Elías Calles, el “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana”, el mandatario mexicano (1924-1928), que terminó con las bandas armadas, profesionalizó al Ejército Nacional de México y cimentó los primeros pasos del futuro PRI. Pero, Perón tampoco deseaba para sí el destino de Calles, simplemente, porque también sabía que uno de sus hijos políticos (Lázaro Cárdenas), cansado de su influencia, de su poder detrás del Poder, un día lo levantó de la cama y lo subió a un avión, en pijama, y lo depositó en California, Estados Unidos. “Yo no soy Plutarco”, le dijo Perón, en esos días, en Puerta de Hierro, a un joven dirigente peronista que en pocas semanas iba a ser Senador Nacional. El joven no se atrevió a preguntar de quién hablaba por temor a desnudar su ignorancia. No sabía si Plutarco era un personaje más de la fabulosa biblioteca del dueño de casa o se trataba de Plutarco Uquillas, el integrante del “Trío Emperador” (muy escuchado en su provincia), pero por su nombre debía ser alguien llamativo. Finalmente, el ex presidente le habló someramente del pasado mexicano, cuando terminó de escuchar lo que el joven le contaba:
Joven: “General, el gobierno militar nos presiona para que Usted haga alguna condena a las actividades de la guerrilla”.
Perón: “Mire, así como el ERP responde a la IV Internacional, Montoneros es accesible a otro centro de poder. Yo no voy a hacer ninguna declaración, no los voy a desautorizar, como exige Lanusse, simplemente, porque yo no los manejo. Y si lo hiciera no me obedecerían.” Del desaguisado que le dejó el gobierno de Lanusse y de la violencia terrorista se tendría que hacer cargo él. El tiempo y su salud no le permitieron ver los resultados definitivos.
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