“La más reñida batalla en la guerra de los indios de la que se tenga memoria”: a 150 años del combate de San Carlos

El 8 de marzo de 1872 se libró un acontecimiento bélico trascendental en la construcción del país. La victoria de las armas nacionales contra el pueblo aborigen creó las condiciones para la decisiva campaña sobre el Desierto pampeano-patagónico a cargo del General Julio Argentino Roca siete años después

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Hasta las operaciones militares de
Hasta las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en territorio dominado por los indígenas eran los fortines (Archivo General de la Nación)

El 8 de marzo de 1872 se produjo el combate de San Carlos, acontecimiento clave de la lucha contra los pueblos aborígenes y de la Conquista del Desierto. Aquel enfrentamiento tuvo lugar al norte de la ciudad de San Carlos de Bolívar, cabecera del partido de Bolívar, en la provincia de Buenos Aires.

Hacia 1872, la frontera interna sur con el aborigen se apoyaba en una línea militar desplegada por el sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando por el norte, oeste, centro, sur y costa sur de la provincia de Buenos Aires, hasta Bahía Blanca y Carmen de Patagones. En la frontera interna norte, existía una línea militar contra los aborígenes del Gran Chaco.

Los pueblos aborígenes ubicados fuera de aquellas líneas fronterizas mantenían inestables relaciones con los gobiernos y con las autoridades políticas y militares de las fronteras interiores. A través de tratados que no garantizaban pacífica convivencia, se entregaban a los caciques artículos y beneficios a cambio de no invadir las provincias. Las inciertas relaciones con los aborígenes profundizaban los problemas de una Argentina con permanentes conflictos internos (montoneras federales) y tensiones externas (Brasil, Chile), y dificultaban sus esfuerzos para consolidarse como Estado nacional unificado.

En un escenario tan complejo, los aborígenes atravesaban las líneas militares y atacaban estancias y poblaciones para apoderarse de ganado, capturar personas, saquear y depredar. Dichas acciones desprestigiaban y humillaban a los gobiernos, debilitaban la defensa fronteriza, afectaban la integridad territorial y perjudicaban el progreso económico, la ocupación y colonización del territorio y los proyectos de modernización. El general Bartolomé Mitre advirtió que el problema aborigen se solucionaría en 300 años…

Imagen del cacique Calfucurá, quien
Imagen del cacique Calfucurá, quien conformó una Confederación compuesta por mapuche-araucanos, ranqueles, pampas, salineros y otros pueblos más

La guerra del Paraguay (1865-1870) y el conflicto del Litoral (1870-1871) descuidaron las fronteras interiores, que aprovecharon los aborígenes para realizar sus incursiones. A través de caminos bien definidos (rastrilladas), los aborígenes llevaban el ganado robado desde la provincia de Buenos Aires hacia Chile, donde era vendido o intercambiado por armas de fuego (la principal rastrillada era el Camino de los Chilenos), dinámica que instalaba a la tensión con Chile como nueva preocupación para Argentina.

El cacique más poderoso de aquellos años fue el mapuche-araucano Calfucurá, nacido en Chile entre 1770 y 1790, que desde 1834 se hallaba en nuestras tierras. Se estableció en Salinas Grandes (actual provincia de La Pampa), y en Chiliué fijó residencia y cuartel general. Calfucurá se convirtió en el principal cacique de los aborígenes de Pampa y Patagonia. Formó una Confederación, con centro en Chilihué, compuesta por mapuche-araucanos, ranqueles, pampas, salineros y otros pueblos más, de la cual fue líder indiscutido. Su extendido prestigio ganó adhesión entre los mapuche-araucanos chilenos.

Se destacó por su astucia política, habilidad diplomática y pragmatismo en las vinculaciones con los gobiernos y con las autoridades de las fronteras internas. Logró beneficiosos tratados, y mantuvo la iniciativa en sus relaciones con los blancos (huincas). Conocía muy bien la Pampa y Patagonia, especialmente las rastrilladas que comunicaban la provincia de Buenos Aires y Chile. Pilar fundamental de su poder fue el triángulo estratégico Salinas Grandes (residencia, cuartel general, nudo de comunicaciones y área de valor económico por sus recursos salineros); Carhué (zona de pastos para alimentar caballos y ganado saqueado); y Choele Choel (paso clave de la “rastrillada” hacia Chile).

El sello del cacique, amo
El sello del cacique, amo y señor de las Salinas Grandes (Museo Regional de Adolfo Alsina)

Talentoso y hábil conductor en la guerra, adaptó la organización militar huinca al mundo aborigen. Apoyó su poder en la caballería y en sus numerosos “guerreros de lanza”, superiores a nuestras reducidas tropas de las fronteras del Desierto. Fue conocido como “Napoleón del Desierto o de las Pampas”.

Muy atento a los conflictos del período 1835-1873, Calfucurá forzó a nuestros gobiernos a firmar tratados de paz, aprovechó las desinteligencias políticas huincas, y continuó con sus invasiones (con o sin tratados), especialmente sobre la provincia de Buenos Aires, abundante en ganado, pastos y aguadas. Calfucurá consolidó su poder político y militar sobre la Confederación de Salinas Grandes, y se convirtió en auténtico amo y señor del vasto Desierto de Pampa y Patagonia entre 1835 y 1873.

El 5 de marzo de 1872, Calfucurá inició la mayor invasión conocida hasta el momento sobre la provincia de Buenos Aires, para lo cual reunió 6000 aborígenes. El poderoso cacique buscaba un golpe contundente para afianzar su prestigio y desalentar los proyectos del gobierno nacional de explorar el Río Negro y ocupar Choele Choel, clave en su triángulo estratégico. Entre el 5 y el 8 de marzo de 1872, Calfucurá arrasó los partidos bonaerenses de 9 de Julio, 25 de Mayo y Alvear. Sus fuerzas se apoderaron de numeroso ganado (entre 150 mil y 200 mil animales), se llevaron 500 personas cautivas y asesinaron 300 pobladores.

Por décadas, Juan Calfucurá fue
Por décadas, Juan Calfucurá fue el terror de las pampas, por sus malones y por su habilidad para combatir a las tropas regulares. La única fotografía que se conserva de él, sobre un cuadro de Francisco Madero Marenco

El responsable de enfrentar aquella gran invasión fue el general Ignacio Rivas, quien desde 1870 se desempeñaba en la provincia de Buenos Aires como Comandante General de la Frontera Sur, Costa Sur y Bahía Blanca. Nacido en 1827 en Paysandú (Uruguay), poseía una enorme carrera militar forjada en las guerras contra Rosas (1844-1852); en las batallas de Caseros (1852), Cepeda (1859) y Pavón (1861); en la guerra contra montoneras federales (1862); y en la guerra del Paraguay (1865-1870). Tenía también gran experiencia en la frontera y en las relaciones y la guerra contra el aborigen: enfrentó varias veces a Calfucurá (a quien conocía bien), y trató con caciques afines al gobierno nacional.

El general Rivas partió desde su comando en Azul el 6 de marzo de 1872 hacia la zona del fuerte San Carlos, donde los aborígenes continuaban sus actividades y preparaban su regreso a Salinas Grandes, vía “Camino de los Chilenos”. En San Carlos se hallaba el coronel Juan Boerr con el batallón 5 de infantería, Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y aborígenes aliados del cacique mapuche-araucano Coliqueo.

Acompañaban al general Rivas su escolta, el batallón 2 de infantería, el regimiento 9 de caballería y aborígenes aliados del cacique pampa Catriel. Antes de partir, sofocó sublevaciones aborígenes en las filas de Catriel y del teniente coronel Leyría. Para anticiparse a las fuerzas de Calfucurá y cerrarles el paso hacia Salinas Grandes, el general Rivas se dirigió hacia “Cabeza del Buey”, zona de aguadas que aprovecharían los invasores, donde los esperaría para batirlos. Por errores del baqueano, las fuerzas nacionales se perdieron en la inmensa campaña. Corregido el rumbo, marcharon al fuerte San Carlos, por pedido del coronel Boerr, quien temía ser sitiado allí. En la madrugada del 8 de marzo de 1872, el general Rivas llegaba al fuerte San Carlos.

El general Ignacio Rivas, Comandante
El general Ignacio Rivas, Comandante General de la Frontera Sur, Costa Sur y Bahía Blanca desde 1870, condujo las fuerzas que combatieron contra los aborígenes

En San Carlos se reunieron 1.800 hombres, la mayoría aborígenes aliados. Los coroneles Boerr y Nicolás Ocampo (comandantes de las Fronteras Oeste y Sur de Buenos Aires, respectivamente) y los tenientes coroneles Nicolás Levalle y Francisco Leyría eran veteranos de nuestras guerras civiles, del Paraguay y de la lucha contra el aborigen.

Confirmado el rumbo de las fuerzas de Calfucurá hacia Salinas Grandes, el general Rivas marchó para cerrarles el paso y darles batalla. Así organizó sus fuerzas: sobre el ala derecha los aborígenes de Catriel; al centro (coronel Ocampo) el batallón 2 de infantería y el regimiento 9 de caballería; ala izquierda (coronel Boerr) conformada por el batallón 5 de infantería, los aborígenes de Coliqueo, los Guardias Nacionales de 9 de Julio, vecinos bonaerenses y el regimiento 5 de caballería; en la reserva (teniente coronel Leyría) se quedaban los Guardias Nacionales y otros aborígenes.

Calfucurá contaba con 3500 aborígenes “de lanza”, entre mapuche-araucanos, ranqueles, pampas y salineros. Organizó tres formaciones principales de 1000 aborígenes cada una y una reserva de 500, que mandaban Manuel Namuncurá (derecha), los caciques Catricurá y Pincén (centro), el cacique Renquecurá (izquierda) y el cacique Mariano Rosas (reserva). De sus 6.000 aborígenes, 2500 transportaban ganado hacia Salinas Grandes y no contaban para el combate.

Roca tenía 35 años cuando
Roca tenía 35 años cuando encabezó la campaña al desierto. La victoria de las armas nacionales en San Carlos también preparó nuevos proyectos del gobierno nacional para las fronteras y la lucha contra el aborigen

En la mañana del 8 de marzo de 1872 comenzó el combate, en el paraje Pichi Carhué, al norte de San Carlos. Las fuerzas del general Rivas combatieron a pie, y Calfucurá ordenó a sus aborígenes dejar los caballos (una de sus fortalezas) para enfrentar a las fuerzas nacionales de igual a igual. Nuestras tropas hicieron fuego con carabina y fusil, pero la lucha se convirtió en encarnizado entrevero, un choque cuerpo a cuerpo, a bayoneta, lanza, sable y boleadora. Según el general Rivas, “trabóse el más reñido y sangriento combate, sin ejemplo en estas guerras”.

Las fuerzas de Manuel Namuncurá arrebataron los caballos al sector del coronel Boerr, luego auxiliado por la reserva del teniente coronel Leyría. Reorganizado y formando cuadro, recibió apoyo del batallón 5 de infantería y rechazó las cargas enemigas. La lucha cuerpo a cuerpo se renovó con ferocidad, sin definir la situación.

Los aborígenes de Catriel retrocedieron, pero el cacique los arengó con energía y solicitó al general Rivas su escolta para fusilar a quienes eludían combatir. Reorganizadas sus fuerzas, cargó y rechazó al enemigo, pero sin resultado decisivo.En sus cargas, los aborígenes de Calfucurá se estrellaron contra los sólidos cuadros formados por las tropas nacionales: varios resultaron ensartados por las bayonetas, o volteados por culatazos y sablazos de nuestros soldados.

Calfucurá resistió sucesivas cargas de las fuerzas nacionales para dar tiempo a sus aborígenes a arrear el ganado saqueado hacia Salinas Grandes. Los constantes esfuerzos para cargar y contraatacar prolongaban la incertidumbre de la lucha. Para definir el combate, el general Rivas formó un fuerte bloque para quebrar la resistencia enemiga y, bajo su mando personal, ordenó una carga tan vigorosa y violenta, que rompió, desarticuló y derrumbó la formación enemiga, logrando finalmente la victoria. Los guerreros de Calfucurá se retiraron desordenados y divididos.

Las victoriosas fuerzas del general Rivas persiguieron a las hordas de Calfucurá para completar su derrota y arrebatarle el ganado robado, pero regresaron por el cansancio de los caballos, la falta de agua, el calor, las nubes de polvo y la falta de baqueanos.

El cacique Mañacaike con su
El cacique Mañacaike con su familia, en una fotografía tomada en 1879 , siete años después del combate de San Carlos de Bolívar (Archivo General de la Nación)

Al caer la tarde, el combate había finalizado. Se recuperó gran número de vacunos (70.000 – 80.000), caballos (15.000 – 16.000) y ovejas. Fueron liberadas 74 personas cautivas. El enemigo tuvo más de 200 muertos y varios heridos; las tropas nacionales, 34 muertos y 16 heridos. Según el general Rivas, “la mortandad de los indios enemigos ha sido tan espantosa, que desde muchos años hasta ahora no se había visto una igual”.

El general Rivas destacó que el cacique Catriel, “en ningún momento desmintió su valor indomable, ni la fibra que caracteriza a la raza indígena, para darme una prueba de su firmeza, pidió una escolta para fusilar a individuos que dieran espalda al enemigo”.

Para el general Rivas, el triunfo en San Carlos fue “el más espléndido de cuantos hasta hoy se han conseguido sobre estos crueles enemigos, con el cual se ha quebrado por primera vez, y acaso para siempre, el poder salvaje de Calfucurá que por tan dilatados años ha sido el azote devastador de nuestras fronteras”; para Eduardo Gutiérrez, fue “la más reñida batalla en la guerra de los indios de la que se tenga memoria”.

Distintas calles de San Carlos de Bolívar recuerdan con sus nombres al general Ignacio Rivas, a sus valientes subordinados del Ejército Nacional y a sus fieles caciques aliados.

La victoria de San Carlos inició la declinación del poder de Calfucurá y de sus devastadoras incursiones. Su prestigio de a poco se apagó, y sus posteriores acciones no tuvieron la fuerza arrolladora de otras épocas. El 4 de junio de 1873 Calfucurá falleció en Chilihué. En su testamento advirtió: “No entregar Carhué al huinca”. En San Carlos de Bolívar, dos murales en la terminal de ómnibus y el nombre de una avenida, recuerdan su figura histórica.

Su hijo Manuel Namuncurá (padre de Ceferino), asumió la conducción de la Confederación de Salinas Grandes, que no recuperará la fuerza de su ilustre antecesor.

La victoria de las armas nacionales en San Carlos también preparó nuevos proyectos del gobierno nacional para las fronteras y la lucha contra el aborigen (como la “Zanja de Alsina”), y creó las condiciones para la decisiva campaña sobre el Desierto pampeano-patagónico del general Julio A. Roca a partir de 1879.

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