Anoche, a las 23.25 horas, falleció el embajador Atilio Molteni. Seguramente, en los obituarios se dirá que se incorporó al Servicio Exterior en 1964, luego de recibirse de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Desde este momento hasta su retiro del Palacio San Martín, ocupó distintos e importantes funciones tanto en la cancillería como en el exterior. A lo largo de los años fue enviado al consulado en Nueva York, la representación ante las Naciones Unidas, los organismos internacionales de Ginebra y las embajadas en el Reino Unido, México, Japón, México, Suecia e Israel. En todos esos destinos se desempeñó con gran soltura y profesionalismo. Estos son datos fríos que dicen mucho y poco al mismo tiempo. Hay entre el “gordo” Molteni y quien escribe otra historia. Nos conocimos en la cancillería cuando cubría las noticias para La Opinión y Clarín. Pero nos frecuentamos unos pocos años más tarde. Para decirlo exactamente, la tarde del viernes 26 de febrero de 1982 nos cruzamos en el lobby del One United Nations Plaza Hotel. Me encontraba haciendo gestiones en Nueva York porque volvía a la Argentina, después de algo más de dos años, y él estaba allí porque integraba la delegación que se encontraba negociando con los británicos la cuestión de soberanía de las islas Malvinas. Fue un saludo cortés y rápido.
Con el paso de las horas, el gobierno argentino endureció su posición ante la ausencia de “sustancia” de los encuentros y Nicanor Costa Méndez dijo que si no había una solución el país se reservaba “el derecho de poner término” a los diálogos “y elegir libremente el procedimiento que mejor consulte a sus intereses”. Estas palabras inquietaron a Margaret Thatcher aunque nunca imaginó una operación militar argentina. Su inteligencia la tenía dormida. Después de esa cumbre diplomática de Nueva York volvió a Londres y yo llegué a Buenos Aires el 11 de marzo de 1982.
Sin embargo había mucho más: tanto Molteni como yo ignorábamos que la Junta Militar a partir del martes 5 de enero de 1982 había tomado la determinación de ocupar militarmente las Malvinas. Lo que ocurrió entre febrero y abril de 1982 es ya bastante conocido, aunque hay todavía algunos agujeros negros: alrededor del 30 de marzo (cuando la flota argentina ya había salido hacia Malvinas), un funcionario del servicio de Inteligencia británico ofreció, concretamente, que el secretario de Estado (segundo del Foreign Office) estaba dispuesto a reunirse en cualquier momento con el vicecanciller argentino Enrique Ros para tratar la situación. El ofrecimiento no fue aceptado. En esas horas el Ministro Molteni estaba a cargo de la embajada porque el embajador Carlos Ortiz de Rozas se encontraba en Roma negociando la cuestión del Beagle. En una clara muestra de desorden, el mismo diplomático tenía dos sombreros: el Beagle y Malvinas.
El 1° de abril el encargado de Negocios en Londres informó que, según la BBC, “el Foreign Office había ofrecido enviar emisario a Buenos Aires pero el gobierno argentino lo rechazó”. Los británicos y los norteamericanos detectaron los movimientos de los barcos de la flota argentina de ocupación; sin embargo esa información no fue comunicada (o ignorada) por el gobierno a los parlamentarios durante el debate del 1° de abril. Por esas horas, el embajador Gustavo Figueroa, un alto funcionario de la cancillería argentina, llamó al ministro Atilio Molteni para decirle que “el departamento que andabas buscando se va a desocupar”. Eso quería decir que se iba a producir la invasión y que iba a tener que dejar Londres.
Ante la inminencia, una de las primeras decisiones de Margaret Thatcher fue enviarle un mensaje a su amigo Ronald Reagan para que intentara convencer al general Galtieri de que no invadiera las islas y Gran Bretaña pidió una urgente reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Al mismo tiempo, el Palacio San Martín instruyó al embajador Eduardo Roca a presentar una nota fijando su posición, al tiempo que sugería “entrevistas a los representantes permanentes (dentro del Consejo de Seguridad) de China y Unión Soviética a fin de imponerlos de la situación. Vuestra Excelencia les señalará que Argentina confía en seguir contando con tradicional apoyo sus países sobre cuestión Malvinas en caso cuestión se presente en el Consejo de Seguridad”. Esta instrucción no fue cumplida.
El viernes 2 de abril por la mañana, el canciller Costa Méndez llamó al Encargado de Negocios en Londres, ministro Atilio Molteni, y por “Carola” (teléfono con clave) le informó que las tropas argentinas habían desembarcado exitosamente en las Islas Malvinas. “Acá estamos muy bien” dijo con la mayor naturalidad en medio de una conversación de tipo familiar. Costa Méndez ya tenía sobre su mesa de trabajo los adelantos de las ediciones de los matutinos porteños del día: “Tropas argentinas desembarcaron en las Malvinas” y “Preocupa a EE.UU el conflicto”, eran los títulos del matutino Clarín. Mientras se producía el diálogo telefónico con Londres (7 horas de la mañana en la Argentina), en la Casa Rosada se realizó una reunión del gabinete nacional en la que Leopoldo Fortunato Galtieri, con la grandilocuencia que lo caracterizaba, informó a sus ministros la ocupación militar de las Malvinas y su diálogo con Ronald Reagan del día anterior. Ya las fuerzas conjuntas habían tomado la casa del gobernador Rex Hunt, después de tres horas de intercambio de disparos. La “Operación Rosario” había sido un éxito.
Poco después, mientras en Buenos Aires crecía un clima de fiesta alrededor de la Plaza de Mayo y Galtieri salía a saludar al balcón -mientras el brigadier Basilio Lami Dozo le aconsejaba que no levantara los brazos como Juan Perón- Molteni era convocado a concurrir urgentemente al Foreign Office. Había tanta prensa y público en la entrada del Ministerio que no fue en el auto oficial sino que concurrió en el Mini Cooper de la diplomática Nora Jaureguiberry. Y antes avisó por cable Secreto a Buenos Aires.
Años más tarde, Molteni me contó por escrito algunas de sus vivencias de esas horas: “El 2 de abril fui citado por el secretario permanente de la Cancillería británica, Sir Michael Palliser, quien, con gran hostilidad, me notificó sobre un desenlace previsible, demostrándome que el orgullo imperial estaba profundamente herido, y fui informado de que el Reino Unido rompía sus relaciones diplomáticas con la Argentina y el personal diplomático a mi cargo debía abandonar Londres en tres días, a lo que respondí que nuestro país actuaría de igual manera”. También contó que al entrar en el ministerio lo hicieron esperar cerca de media hora en la sala de ceremonias, un salón con escasa luz adornado por cuadros que reflejaban glorias del pasado del Reino Unido. Cuando fue invitado a pasar, el subsecretario del Foreign Office, Michael Palliser, le comunicó la ruptura de relaciones diplomáticas (y consulares). Durante toda la entrevista Molteni se mantuvo de pie porque no fue invitado a tomar asiento. “Cuando se me solicitó una explicación de lo ocurrido por nuestra acción en Malvinas, contesté que la Argentina había vuelto a lo que histórica y legalmente le pertenecía. Fue entonces cuando se me aseveró que esa situación sería discutida en las Naciones Unidas y en otros lugares. Allí comprendí que muy pronto se desencadenaría un conflicto armado en el Atlántico Sur, evaluación que transmití al entonces canciller, Nicanor Costa Méndez, cuando todavía el gobierno argentino tenía la esperanza de que era posible una solución negociada”.
Después de unas palabras, el funcionario británico entregó una nota que comunicaba el rompimiento de relaciones diplomáticas entre la Argentina y Gran Bretaña: “El subsecretario principal de Asuntos Exteriores ofrece sus saludos al Encargado de Negocios de la Embajada Argentina y desea informarle que después de la invasión a las islas Malvinas, el gobierno de Su Majestad rompe las relaciones diplomáticas con el gobierno de la Republica Argentina. En estas circunstancias, el embajador argentino y su staff deberán irse de Gran Bretaña lo antes posible y en todo caso, no más tarde de la medianoche del 8 de abril de 1982. Si la Embajada Argentina tiene la intención de pedir a un tercer país que proteja los intereses argentinos en el Reino Unido deberán consultar la oficina de Asuntos Exteriores lo antes posible con la identidad de poder de quien desean que proteja los intereses. En ese caso, el gobierno de Su Majestad no pondrá objeciones a los intereses argentinos. Será una sección de tamaño apropiado, integrado por diplomáticos argentinos que se alojaran en la embajada protectora. El subsecretario de Su Majestad aprovecha esta oportunidad para renovar al embajador de la Republica Argentina su máxima consideración”.
Los detalles precisos de la entrevista de Palliser con el funcionario argentino constan en el cable “Secreto” 872 del 6 de abril de 1982. El alto funcionario le dijo que la medida se había decidido porque la Argentina había invadido suelo británico. Molteni respondió que la Argentina sólo había vuelto a lo que era de ella. El funcionario respondió que la cuestión se iba a discutir en las Naciones Unidas y “elsewhere” (otro lugar). El otro lugar era el campo de batalla. Los asuntos británicos a partir de ese momento fueron representados por Suiza. Según se desprende del cable “S” 824, del 2 de abril, Molteni no sabía qué país iba a llevar los temas argentinos en Londres, ya que pidió instrucciones. La respuesta desde Buenos Aires fue Brasil. Los entretelones nunca dijeron que en esas horas se pensó en dejar a Molteni en Londres, pero finalmente se resolvió que fuera el consejero Juan Fleming y la central de información periodística se trasladó a Ginebra, a cargo del embajador Gabriel Martínez.
Otro detalle que Molteni no olvidó fue: “Un suceso singular, que también ocurrió ese mismo día, demostró que la intención original de la Junta no había sido permanecer en las islas, pues no se había tomado decisión alguna sobre el destino de los fondos argentinos en Londres, de modo que ordené que fueran transferidos a otros centros financieros. Fue así como, el 2 de abril, un tercio de los 1.500 millones de libras disponibles depositados en el Banco de Inglaterra fueron retirados por el Banco de la Nación Argentina, por nuestro agente financiero en Londres. Medida afortunada, ya que al día siguiente el Parlamento dispuso el embargo de todos los fondos argentinos públicos y privados en el Reino Unido”.
Molteni volvió a Buenos Aires para trabajar al lado del embajador Arnoldo Manuel Listre en Organismos Internacionales que, en aquel entonces, tenía sus oficinas en un petit hotel de la calle Maipú, frente a la Galería del Este. A partir de su llegada a la Argentina estuvo en el núcleo del pensamiento del Palacio San Martín y acompañó al canciller durante todo el conflicto. Con Molteni los periodistas que seguimos las gestiones del canciller Costa Méndez mantuvimos una gran relación. Años más tarde, cuando fui designado Secretario de la SIDE, le pedí que me acompañara como subsecretario de Inteligencia Exterior porque entendíamos que debía profesionalizarse esta área del organismo. Fue para mí un lujo trabajar a su lado.
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