De acuerdo a la visión argentina de la época, los encuentros diplomáticos de argentinos y británicos realizados en Nueva York, entre el 25 y 27 de febrero de 1982, habían resultado otro fracaso más. Como se ha dicho, en otra oportunidad, el 2 de marzo, el canciller Nicanor Costa Méndez, después de consultar a la Junta Militar, emitió un comunicado unilateral sosteniendo que se había considerado en Nueva York un sistema de negociaciones y reveló los puntos analizados, a pesar de haberse acordado la confidencialidad de lo tratado hasta que el embajador Richard Napier Luce informara a su gobierno.
Más que una advertencia, el párrafo final del comunicado era una amenaza: “El nuevo sistema constituye un paso eficaz para la pronta solución de esa disputa (la soberanía). Por lo demás, si eso no ocurriera, la Argentina mantiene el derecho de poner término al funcionamiento de ese mecanismo y de elegir libremente el procedimiento que mejor consulte a sus intereses”.
Como sabemos ahora, el “procedimiento” (la ocupación militar de las islas) ya se estaba planificando desde el martes 5 de enero de 1982, y una semana más tarde se eligieron tres altos oficiales que debían redactarlo a mano y en el más absoluto secreto.
El mismo 2 de marzo, el comandante en jefe del Ejército mantuvo un encuentro con el Jefe III de Operaciones del Estado Mayor, general Mario Benjamín Menéndez. En la reunión, Leopoldo Fortunato Galtieri le comunicó que la Junta Militar estaba preparando la ocupación militar de las Malvinas y que la operación dependía de cómo evolucionasen las negociaciones diplomáticas con Gran Bretaña. De llevarse a cabo la ocupación argentina, él sería designado gobernador de las islas.
Años después, Margaret Thatcher dirá que con ese comunicado el gobierno argentino “violó los procedimientos acordados durante la reunión”.
“El único punto favorable que se obtuvo en la reunión de Nueva York fue el tácito reconocimiento inglés de que ‘la cuestión’ Malvinas incluía a las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur”, escribió meses más tarde en un informe secreto el almirante Jorge Isaac Anaya.
Aprovechando que estaba en Nueva York, el jefe de la delegación inglesa, embajador Richard Napier Luce, viajó a Washington y logró hablar con el subsecretario de Estado para Asuntos de América Latina, Thomas Enders, que en pocos días más emprendería una visita a la Argentina y Chile. En la conversación, el funcionario británico le solicitó que durante sus entrevistas en Buenos Aires transmitiera un mensaje de tranquilidad en torno a la cuestión de Malvinas.
Cuando tomó conocimiento de los comentarios periodísticos y los informes del embajador Anthony Williams desde Buenos Aires, la primer ministro Margaret Thatcher, el 3 de marzo, consignó en un cable a Buenos Aires ordenando: “Debemos adoptar planes de emergencia”. Sin embargo, años más tarde se contradijo en sus Memorias: “A pesar de mi inquietud, no esperaba nada parecido a una invasión, pensamiento coincidente con la evaluación más reciente de nuestra inteligencia”.
El jueves 4, en visita oficial de dos días, Costa Méndez viajó a Brasilia. En el aeropuerto lo aguardaba el embajador argentino Hugo Caminos. Era la primera vez que Costa Méndez y su colega brasileño, Ramiro Saraiva Guerrero, conversarían mano a mano. El canciller argentino no llevó ningún discurso escrito para pronunciar en la comida que le ofreció el titular de Itamaraty. Improvisó y fue entonces cuando le salió de dentro lo que pensaba desde hacía muchos años: “La Argentina no pertenece al Tercer Mundo”.
Semanas más tarde ante la soledad internacional consideraría otra cosa y hasta viajaría a La Habana en junio de 1982.
Horas más tarde del encuentro en Brasilia, el embajador británico George William Harding se comunicó con su par Rubens Ricupero, director del Departamento Américas de Itamaraty, para saber si se había hablado de Malvinas. El funcionario brasileño dijo que “los argentinos habían incluido la cuestión Malvinas en la agenda formal”, pero que el tema había sido tratado en la conversación privada de los ministros. Ricupero señalo que Costa Méndez había dado la impresión de querer aumentar la presión diplomática pero “no más allá de esto”.
El comentario final de Harding en un cable secreto a Margaret Thatcher fue: “Por el tono de la conversación con Ricupero, parece probable que el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil no haya hecho mucho más que escuchar […] los brasileños están muy al tanto de los peligros que representa la temeridad de los argentinos. En este sentido, Ricupero menciono el canal de Beagle y los problemas entre la Argentina y Paraguay por la represa de Yacyretá […] los brasileños continuarán su política ya establecida de apoyar pasivamente el reclamo de Argentina y de esperar, al mismo tiempo, que los argentinos sean sensatos”.
En la edición del viernes 5 de marzo del matutino La Prensa de la familia Gainza Paz se publicó un comentario de Nicanor Costa Méndez: “No estamos satisfechos con las negociaciones llevadas a cabo hasta hoy” en la cuestión de las Malvinas. Y, también en la misma edición, bajo el título “Críticas militares”, el periodista Jesús Iglesias Rouco informó que “prácticamente todos los mandos [del Ejército] expresan su creencia de que la posición de firmeza adoptada por el gobierno frente a Gran Bretaña es correcta, y algunos agregan que la recuperación de las islas, sea por medios diplomáticos o militares, fortalecerá el proceso”.
Desde Londres, las autoridades del Foreign Office le aconsejaron al embajador Williams tomar contacto con el canciller argentino. Una duda los asaltaba: no tenían claro si la Junta Militar estaba estimulando un clima de tensión o buscaba apaciguarla.
El 5 de marzo, Costa Méndez conversó durante una hora y media con el embajador británico para considerar la declaración unilateral del Palacio San Martín del martes 2 donde se expresaba su disgusto por los resultados de la ronda de negociaciones de Nueva York.
El 6 de marzo despachos de Londres habían informado que “un funcionario del Foreign Office volvió a reiterar ante la Cámara Baja que no habrá traspaso de soberanía de las islas Malvinas sin consultar a los habitantes del archipiélago o sin el consentimiento parlamentario”, una condición que la Argentina no podía admitir.
Las notas periodísticas “tremendistas” que se publicaban en Buenos Aires eran meticulosamente analizadas por la embajada británica. En especial aquellas que explicaban “que si no se logra avanzar hacia el reconocimiento de la soberanía argentina sobre Malvinas en los próximos meses, el gobierno argentino tendrá que tomar medidas severas en pos de su reclamo que incluirían, de ser necesario, acciones militares contra las islas”.
Los británicos no sabían que para ese entonces la Junta Militar había tomado la decisión de ocuparlas militarmente. Pero en Londres el teniente coronel H.J. Lowles consideraba que las opiniones de Jesús Iglesias Rouco no eran palabras sin sentido lanzadas al aire. El militar —que integraba el Comité Conjunto de Inteligencia— no creía en los fuegos artificiales, e informó: “Hemos recibido un informe del Servicio Secreto que confirma que esta especulación por parte de la prensa fue inspirada por el Comando de la Infantería de Marina de la Argentina, con la intención de acelerar la llegada hacia un acuerdo de la disputa”. Para el informante, la Armada considera que si para fines de junio de 1982 no hay un avance en la solución del diferendo, debe considerarse una ofensiva diplomática, una ruptura de relaciones “y acciones militares contra las islas”.
En el mismo informe, fechado el 10 de marzo de 1982, estima “todos los otros informes diplomáticos y del Servicio Secreto de las últimas semanas confirman que todas las fuerzas del gobierno, a excepción de la Armada, están a favor de tomar medidas diplomáticas (…) y que la opción militar no se está considerando activamente en este momento”. Este sutil párrafo manifiesta sin decirlo que la “fuente” que alimentaba las calderas informativas no era naval. Estaba en la propia Cancillería argentina y se expresaba a través de canales muy bien cuidados.
El punto 4º del cable insiste que “la actitud de la Armada no es nueva; en general, siempre ha estado a favor de tomar una postura fuerte con respecto a las Malvinas, y se sabe que el nuevo comandante en jefe de la Armada tiene una visión particularmente dura. No tenemos motivos para pensar que la Armada tenga posibilidad alguna de persuadir al presidente o a otros integrantes del gobierno para que adopten el rumbo que ellos proponen, o de mandarse solos. Por lo tanto, no consideramos que la actitud actual de la Armada suponga un nivel de amenaza inmediato o elevado a las islas Malvinas”. Grave error de apreciación.
La Junta Militar relatará en su informe final que el 8 de marzo, durante la visita a Buenos Aires del subsecretario de los Estados Unidos para Asuntos Latinoamericanos Thomas Enders, el canciller Costa Méndez y Enrique Ros conversaron sobre la cuestión de las Malvinas: “El Sr. Enders, que como hemos visto había sido informado por Luce en Washington, manifestó que a Estados Unidos no le inquietaba el tema Malvinas y que la posición de su país en el tema era de hands off (expresión que utilizara). A pesar de que se tenía conocimiento de que Gran Bretaña al parecer había pedido a Enders tratar sobre este tema con la Argentina, este no formuló manifestación alguna en Buenos Aires en relación a la posición o (los) pedidos británicos”.
Al día siguiente de las reuniones con el alto funcionario de los Estados Unidos, la Junta Militar volvió a reunirse en el edificio Libertador, como siempre, a las 9 de la mañana. La cuestión en el Atlántico Sur dominó casi todo el encuentro. Se repasaron los últimos acontecimientos diplomáticos y “otros posibles cursos de acción” que presentó Costa Méndez. Entre esos puntos estaba la “suspensión del Acuerdo de Comunicaciones de 1971″ pero la alternativa fue descartada porque “tal medida implicaba la pérdida vital de los vínculos de inteligencia entre las islas y el continente”.
También se acordó comunicar al gobierno británico el desagrado por los resultados de las reuniones de febrero en Nueva York, tarea que cumpliría el embajador Carlos Lucas Blanco, Director del Departamento de Antártida y Malvinas del Palacio San Martin, con el embajador Williams, quien a su vez demostraría su desagrado por el comunicado ampliatorio emitido por Costa Méndez.
Seguidamente se conversó sobre “la salida militar” y se resolvió que el jefe del Estado Mayor Conjunto, como secretario del Comité Militar (comil), “comenzara a trabajar a partir de la fecha como coordinador entre lo militar y lo nacional para el caso Malvinas (…)”. Además debería constar en actas especiales toda reunión referida a la alternativa estudiada para el caso Malvinas. Tratándose en esta ocasión también el tema de la gobernación de las islas.
Para su visita a Buenos Aires, el Departamento de Estado le había preparado a Enders un largo informe con cinco objetivos bien claros:
1) El apoyo argentino en Centroamérica debía “ser continuo y complementario”.
2) Mayor respaldo argentino “en las discusiones Este-Oeste”.
3) Continuidad de la cooperación argentina en Bolivia.
4) Obtener una “notoria mejoría en cuanto al tema de los derechos humanos”.
5) Reducción de tensiones sobre el Beagle y progreso esperado para su solución.
En cuanto al problema de Malvinas, la posición estadounidense era una sola: “Los Estados Unidos mantienen en esta cuestión una estricta posición de neutralidad entre Gran Bretaña y la Argentina y ambos países deben continuar resolviendo sus diferencias a través de negociaciones diplomáticas”.
A pesar del desinterés del Departamento de Estado, tanto Costa Méndez como el presidente Galtieri prestaron especial atención sobre la cuestión y con mayor profundidad lo hizo Enrique Ros, durante una exposición en el Salón Verde de la Cancillería. Sin embargo, el diálogo no terminó en esos encuentros. Por la noche del 8 de marzo, durante una cena que ofreció el embajador Harry Shlaudeman en su residencia, Costa Méndez reiteró el problema de Malvinas. Cómo habrán sido los interrogantes que invadieron a Enders, que este atinó a preguntar:
—Por tanto, ¿no habrá guerra?
—No habrá guerra —respondió Costa Méndez.
—¿Seguro?
—Absolutamente seguro.
Está claro que Nicanor Costa Méndez no dijo la verdad. Años más tarde, el ex embajador y ex canciller Bonifacio “Fafo” del Carril contó que entre el 9 y 10 de marzo de 1982 —es decir, horas después de los encuentros del canciller con Enders— mantuvo una entrevista con Costa Méndez en su despacho. Lo sorprendió ver tantos mapas de los mares del sur desplegados. Luego de dialogar sobre el tema que lo había llevado hasta ahí y cuando se estaba despidiendo, el canciller le dijo:
—Con todos los líos que tengo, ahora se viene el de los chatarreros.
—¿Qué chatarreros? —preguntó Del Carril.
—Unos que van a las Georgias —respondió su amigo el canciller. Y luego de unos segundos, en voz baja, agregó—: dentro de un mes tomamos las Malvinas.
Tras la partida de Enders de Buenos Aires, el embajador Anthony Williams hablo con su colega Harry Shlaudeman y esa conversación dio origen al cable 848 del 15 de marzo de 1982. El texto de este cable enviado a Londres descalifica lo dicho por la Junta Militar en su informe final. El embajador estadounidense confirmó que Enders había mencionado la necesidad de considerar los elementos estratégicos y humanitarios de la cuestión Malvinas, lo que había provocado una larga exposición acerca de las razones por las que Naciones Unidas no reconocía que la autodeterminación fuera aplicable en este caso. También me dijo que, esta vez, los argentinos no dieron razones de defensa hemisférica para justificar la búsqueda del apoyo de los Estados Unidos con respecto a las islas (como hicieron con las visitas de los congresistas), lo cual puede haber sido o no un descuido. Tampoco hablaron en términos de amenazas, aunque dejaron en claro que querían revisar el éxito de las negociaciones a fin de año.
Finalmente, Shlaudeman tuvo la franqueza de decir que los Estados Unidos, por supuesto, no querían ocupar la posición de mensajeros entre ambas partes con respecto a este asunto. En cuanto a la visita (de Enders) en general, Shlaudeman la consideró la más sustancial para las relaciones entre Estados Unidos y la Argentina hasta ahora. “En lo que respecta a América Central, los argentinos están siendo sensatos y ayudando, en particular, al resistir iniciativas para mover la cuestión al ámbito de la OEA. Pero hubo señales de que a los argentinos les avergüenza un poco haber quedado demasiado solos en su complicidad con los Estados Unidos”.
Al margen de los documentos extranjeros, en el diario de guerra (o informe) de la Junta Militar se dice otra cosa. Se sostiene que el 9 de marzo, el trío gobernante se reunió a las 9 de la mañana en el Edificio Libertador, sede del Ejército para considerar varias decisiones sobre las Malvinas.
Entre estas se analizó la posibilidad de suspender “el Acuerdo de Comunicaciones de 1971, lo cual fue finalmente no se hizo porque tal medida implicaba la pérdida vital de los vínculos de inteligencia entre las islas y el continente.”
Luego de analizar otros “cursos de acción también se conversó concretamente sobre la alternativa militar” que ya se encontraba en pleno desarrollo.
“En esta conversación se decidió que el eventual Gobernador Militar debía ser un general en actividad, quien dependería exclusivamente del Comité Militar a través del Estado Mayor Conjunto. También de él dependerían todas las fuerzas militares destacadas en las islas”. En ese momento, Galtieri blanqueó que “tenía en mente para ese cargo al General Menéndez”.
Faltaban 19 días para que la flota emprendiera un viaje sin retorno. Comenzaría la “Operación Azul/Rosario”.
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