Se palpita en el aire. El 8M es siempre una convocatoria especial. Es el día en que todos los sectores ponen el foco en aquello que ocurre todos los días pero que parece descubrirse cada 8 de marzo. Que las trabajadoras ganan menos que los trabajadores por iguales tareas, que son ellas quienes (sobre)cargan con los cuidados y responsabilidades domésticas, que nos siguen matando por ser mujeres.
Solo entre el 1° de enero y el 28 de febrero de 2022, el Observatorio que dirige la organización La Casa del Encuentro registró 52 femicidios. Es decir, una mujer asesinada cada 26 horas. La indignación y la bronca no dan respiro, nos atraganta: el lunes pasado, seis varones de veinti tantos años se creyeron libres y con derecho a disponer del cuerpo inconsciente de una chica. Por turnos, a plena luz de la tarde, en uno de los barrios más transitados de la ciudad de Buenos Aires.
“Efectivamente los femicidios no bajan, pero tampoco subieron en la pandemia. No es que se trate de un dato alentador, pero tenemos claro que no solamente se necesita un gobierno nacional comprometido, se necesitan también provincias, ciudades y municipios comprometidos. O sea: con políticas, con programas, con proyectos, con políticas públicas. Si vos sufrís violencia y vivís en un municipio que no cuenta con ninguna persona ni un área de género, el Programa Acompañar o el Programa Producir ─que promueven la independencia económica de mujeres y LGBTI+ que han vivido o viven situaciones de violencia de género─ te quedan lejísimos”, dice tajante Elizabeth Gómez Alcorta, la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación.
Sobre su escritorio se amontonan carpetas y presentaciones. Más tarde Gómez Alcorta dará inicio ─con el presidente Alberto Fernández y el ministro de Cultura, Tristán Bauer─ a la tercera edición del festival Nosotras Movemos el Mundo. Mientras, prepara datos para mostrar en reunión de gabinete nacional cómo se están transversalizando las políticas de género y diversidad en el Poder Ejecutivo.
“De los ministerios y de los organismos que integran el gabinete, hoy el 96% tiene aunque sea una unidad especializada en género. El 84% se creó durante este gobierno. Otro eje importante es entender que desarticuladamente solo podemos responder mal y que cuando respondemos mal aumenta el riesgo de las violencias. Si alguien que sufre violencia pide ayuda y la respuesta es mala, esa persona cuando se va está más indefensa que antes. Una mala respuesta del Estado te eleva el riesgo”.
─¿Qué existan más denuncias indica que existen más violencias?
─No necesariamente. Lo que hacemos es dejar de tolerar las violencias, dejamos de naturalizarlas. En la provincia de Buenos Aires el año pasado en el fuero de familia hubo 160 mil denuncias de violencia de género. Fuero de familia, no penal. La pregunta entonces es ¿aumentó? No, lo que pasa es que son cosas que antes no se entendían como violencias o se pensaba que era el modo en que se debía vivir. Pero ya no se aceptan más.
─Aquellas posibilidades de transformaciones culturales…
─Las transformaciones más estructurales, que son las culturales, se hacen entre todas y entre todos. Para mí es clave cuando los varones se indignan frente a historias de violencias, sino parece que solo es un tema de mujeres. Nosotras somos las víctimas, nos damos estrategias de supervivencia para asistirnos, para protegernos. Somos nosotras las que nos indignamos, las que nos enfurecemos. Todo como si fuera un tema nuestro. Tenemos que dar el paso para que las violencias sean un tema de los varones. Y de la Política ─con mayúscula─ también. Que en las aperturas de sesiones legislativas aparezca como tema obligado, que quien gobierne tenga que dar explicaciones. Son esos pasos los que harán los grandes cambios.
─Se vuelve cada vez más potente la idea estratégica de diseñar políticas de género con enfoque de masculinidades.
─Durante décadas las políticas públicas estuvieron enfocadas en las mujeres. Y claro que no hay que desatenderlas porque seguimos necesitando la asistencia económica, el lugar a dónde irnos si corre en riesgo nuestra vida, y el patrocinio jurídico. Pero es clave para la prevención laburar para que los varones que aprendieron violencias aprendan que hay otros modos de vivir la identidad de la masculinidad. Pensar en cómo interpelar a esas masculinidades que aprendieron a ser violentas. A los varones se les enseña que el más piola es el que tiene más sexo; que no podés no tener ganas de tener relaciones porque sino sos un cagón o un puto; que tenés que demostrar ser fuerte; que si sos amoroso sos débil y si sos débil no sos varón. Así se socializan. Todo ese aprendizaje es lo que hay que desarmar. El Estado tiene un rol fundamental, prioritario, pero en eso debiéramos intervenir todos.
─La Educación Sexual Integral (ESI) aparece como la madre de todas las batallas.
─Sin dudas. La ESI es la gran herramienta de prevención. Porque con la ESI llegas a cada pibe y a cada piba de cualquier lugar del país y de cualquier clase social. Es una herramienta democratizadora sobre los derechos, sobre el respeto, sobre la no violencia. Todavía hay gente que la resiste y es lamentable, porque así como se aprende la violencia, así como se aprende el lugar de fragilidad y vulnerabilidad, también se aprende el respeto, la tolerancia, se aprende una cultura de los derechos, una cultura de la no violencia. Y esa es la función de la ESI.
─A más de un año de la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y la atención postaborto, ¿cuál crees que es el mayor desafío para su plena implementación?
─Entre los déficit principales está la falta de información. Carla Vizzotti siempre dice: “Derecho que no se conoce, derecho que no se ejerce”. Lo que detectamos es que la gente sabe que tiene derecho al aborto, pero no sabe cómo. Qué hacer si dan un turno en 20 días, o si dicen que no lo cubre la obra social o si no lo hacen en ese lugar. Hay un parte del trabajo de este año que tiene que ver precisamente con campañas de difusión, con materiales para todo el país. Hicimos además una campaña en lenguas indígenas. Después tenemos que seguir ampliando la red de efectores públicos para el acceso. Hay provincias en las que el acceso es muy heterogéneo. En Corrientes o en San Juan, por ejemplo, son muy pocos los lugares donde se realizan las prácticas. Eso es parte del trabajo que tenemos por delante. Y otro saldo negativo, sin lugar a dudas, es la criminalización, persecución y detención de Miranda Ruiz.
─¿Cómo se explica la persecución penal a una profesional de la salud que garantizó el acceso a un derecho humano fundamental y legal?
─Es un acto de enorme disciplinamiento para la única médica no objetora de consciencia en Tartagal, Salta. Nosotras la venimos acompañando. Yo me he reunido con ella. Su detención es inaudita y solamente se puede explicar en clave de disciplinamiento a médicos y médicas que en ciertos lugares son los únicos que llevan adelante la práctica y garantizan el derecho. Porque hay que entender que abortar ya es un derecho.
─¿Cuál es la agenda que se viene?
─Para nosotras es prioritaria la agenda de la igualdad en la recuperación de la Argentina. Necesitamos que la reactivación económica cambie el eje y sea con igualdad. Por eso, el proyecto de ley de licencias parentales igualitarias y el proyecto para implementar un sistema integral de cuidados con perspectiva de género que anunció el Presidente son clave, porque sabemos que el corazón de las desigualdades, y por ende de las violencias, está en la injusta organización.
─¿Cómo se relacionan las violencias con la organización social (y desigual) de los cuidados?
─Nos preguntamos cómo es que pueda haber violencias, cómo es que nos siguen matando o cómo puede ser que a las tres de la tarde en Palermo un grupo piense que puede hacer con nosotras lo que quiere, pero también tenemos que preguntarnos cómo es que socialmente seguimos aceptando ─como si fuese un destino biológico─ que es nuestra obligación limpiar, planchar, cuidar a los viejos, a los bebés, a quien está enfermo, enferma o tiene discapacidad. En esa naturalización y en la falta de políticas públicas ─hasta hace un tiempo─ ponemos en juego cómo nos cuesta después a las mujeres acceder a derechos. Al distribuir nuestro tiempo entre cuidados nos cuesta trabajar más, nos cuesta ascender a lugares de más responsabilidad, no logramos independencia económica, tampoco hay guarderías ni espacios de primera infancia. Ese círculo de desigualdad, esa matriz cultural que define cómo nos organizamos en nuestra vida diaria es parte del corazón del problema de las violencias.
─La consigna de este nuevo 8M es “La deuda es con nosotras”. ¿Por qué crees que la deuda sigue siendo con las mujeres y las diversidades?
─Creo que sin dudas se ha avanzado muchísimo. Y no solamente en estos dos años de este gobierno, que es el que más ha hecho por la agenda de las mujeres y del colectivo LGBTIQ+. Pero la deuda sigue siendo con nosotras porque seguimos muriendo por ser mujeres, seguimos siendo víctimas de las violaciones individuales o colectivas a plena luz del día o en las casas, porque seguimos siendo las que más nos cuesta acceder al mercado de trabajo, porque somos las que tenemos más representación en los niveles de pobreza y las que sostenemos la recarga de las tareas de cuidado. Por eso, la deuda sigue siendo con nosotras.
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