El sonido de cuatro disparos –uno aislado y tres muy seguidos después de una pausa– entre las 3.12 y las 3.14 de la madrugada del 14 de febrero de 2013 despertó a la mayoría de los residentes del Silver Woods Estate, un complejo residencial rigurosamente custodiado de la zona este de Pretoria, la capital de Sudáfrica.
Poco después, los vecinos más cercanos a la casa del habitante más famoso del barrio escucharon unos gritos desesperados: “¡Ayuda, ayuda, ayuda!”. Quien gritaba era Oscar Pistorius, “Blade Runner”, de 26 años, un atleta conocido mundialmente, el primer corredor discapacitado en competir en los Juegos Olímpicos, a quien la prensa llamaba “el hombre sin piernas más rápido del mundo”.
El primero en llegar fue Pieter Biaba, un guardia de seguridad del completo que entró por la puerta principal de la casa, que estaba sin llave. Segundos más tarde entraron Johan Stander, un vecino y amigo de Pistorius, su hija Clarice y Frankie Chiziweni, un empleado que dormía en el área de servicio de la vivienda.
El cuadro que vieron los dejó paralizados. Pistorius, ensangrentado, estaba en la mitad de la escalera que llevaba al primer piso; en sus brazos cargaba a una mujer rubia, muerta o agonizante. Era Reeva Steenkamp, de 29 años, modelo y abogada, la novia de Pistorius, y también estaba cubierta de sangre.
El primero en reaccionar fue Stander. Le dijo a Pistorius que acostara a Reeva sobre la alfombra y llamó a una ambulancia. El atleta se arrodilló y dejó a su novia en el piso. Intentó abrirle la boca con un dedo, en un inútil intento de que respirara, mientras con la otra mano cubría una herida en la cadera, de la cual chorreaba sangre. La mujer tenía otras dos heridas de bala: una en el brazo izquierdo y otra, mortal, en la cabeza.
Dos minutos después llegó Johan Stipp, un médico que vivía a menos de cien metros.
-¿Qué pasó? – preguntó.
-Le disparé, pensé que era un ladrón y le disparé – le contestó en un grito Pistorius, que seguía intentando abrir con un dedo la boca de la mujer.
Stipp le tomó el pulso: no sintió nada; después le levantó el párpado derecho: no tenía contracción en la pupila.
-Está muerta – dijo en voz baja.
Pistorius empezó a llorar.
-La maté, maté a mi novia, ¡que Dios me lleve! – repetía como una letanía.
A las 3.43 llegó la ambulancia y dos paramédicos confirmaron la muerte de la mujer. A las 4.15 llegó el detective que se haría cargo del caso, Hilton Botha.
Dos versiones sobre una muerte
Todo había ocurrido en el primer piso, en el dormitorio con baño en suite de Pistorius.
En su primera declaración, el atleta dijo que se habían acostado alrededor de las diez de la noche y que poco después se durmieron. Contó que a la madrugada lo despertó un ruido en la habitación a oscuras y creyó que era un ladrón. Para defenderse y defender a Reeva tomó la pistola 9 milímetros –cargada con balas dum dum- que guardaba en la mesa de luz, se bajó de la cama balanceándose sobre sus piernas amputadas y disparó hacia la puerta del baño, de donde creyó que provenían los ruidos.
“Como no llevaba las piernas ortopédicas y me sentía sumamente vulnerable, sabía que debía protegernos a Reeva y a mí. Me sentía atrapado, porque la puerta del dormitorio estaba cerrada y me cuesta desplazarme con los muñones. Disparé varios tiros a la puerta del baño y le pedí a Reeva a gritos que llamara a la policía, pero no me respondió”, relató.
Dijo que disparó cuatro veces y que después encendió la luz y miró hacia la cama, donde creía que estaba Reeva, pero la mujer no estaba allí.
Recién entonces –explicó – pensó que podía haberse equivocado e intentó abrir la puerta del baño, pero estaba cerrada con llave desde adentro. Dijo que trató de derribar la puerta a empujones pero que no pudo, que buscó un bate ce críquet que tenía siempre al lado de la cama para defenderse si venían ladrones y que lo uso para golpear la puerta hasta que cedió uno de los paneles de madera, pudo pasar la mano y abrirla.
Le dijo al detective Botha que encontró Reeva acurrucada en el suelo, con la cara apoyada sobre el asiento del inodoro; que vio que estaba herida pero que todavía respiraba; que intentó detener la hemorragia con una toalla pero que fue inútil.
Volvió al dormitorio e hizo tres llamadas telefónicas, a su amigo Stander, a la guardia de seguridad del complejo y al hospital, pero que le había dicho que intentara llevar él mismo a la persona herida para hacer más rápido. Que por eso había intentado bajar a Reeva por la escalera.
El detective Hilton Botha escuchó atentamente el relato de Pistorius pero no le creyó una palabra. Se preguntaba por qué, si lo que quería era proteger a Reeva de un supuesto intruso, no la despertó si creía que dormía a su lado; tampoco entendía por qué la joven mujer se había encerrado con llave en el baño en medio de la noche. Después descubriría otros datos que no concordaban con el relato de Pistorius: algunos vecinos habían escuchado gritos antes de los disparos y Reeva se había llevado su teléfono al baño, algo inexplicable a no ser que quisiera hacer una llamada o mandar un mensaje en medio de la madrugada.
Descartó casi de inmediato que podía estar frente a un trágico accidente, era lisa y llanamente un asesinato.
Con el correr de los días y de los meses, los hechos de la noche del 14 de febrero, Día de San Valentín, sacarían a la luz una faceta casi desconocida del atleta discapacitado a quien la sociedad sudafricana consideraba un ejemplo de tenacidad para enfrentar la adversidad.
El atleta brillante
Omar Leonard Carl Pistorius nació el 22 de noviembre de 1986 en Sandton, Johannesburgo, Sudáfrica, con una malformación congénita llamada hemimelia peronea: a sus dos piernas les faltaba el peroné, un hueso fundamental.
Para que pudiera caminar con prótesis, a los 11 meses le amputaron las dos piernas por debajo de las rodillas. A partir de entonces, la vida de Pistorius fue una verdadera competencia de obstáculos, a los que fue venciendo uno a uno, no sólo para intentar llevar una vida normal sino para transformarse en un atleta de excelencia, admirado en todo el mundo.
Estudió en el Pretoria Boys –un colegio muy exigente– y luego en la Universidad donde, además de cursar la carrera de Comercio, empezó a competir en diferentes deportes. Sus piernas ortopédicas de carbono en forma de “J” –por las cuales sus compañeros lo apodaban Blade Runner– no significaron un obstáculo para que jugara al rugby, al fútbol y al waterpolo; tampoco para que se entrenara como velocista.
Corría tan bien que en 2004 clasificó para los Juegos Paralímpicos de Atenas 2004, donde obtuvo la medalla de oro en los 200 metros y de bronce en los 100. Fue el primer gran paso, dos años después obtendría en el campeonato realizado en Holanda los títulos mundiales en los 100, 200 y 400 metros.
Animado por sus éxitos y sus marcas –comparables con las de otros atletas sin problemas físicos– intentó participar en torneos regulares. Al principio se lo negaron, porque otros atletas se opusieron con el argumento que sus piernas de carbono le daban ventaja, pero apeló la medida de la Federación Internacional de Atletismo y logró que lo aceptaran.
Por eso, después de ganar tres medallas de oro en los Juegos Paralímpicos de 2008 en Pekín, entrenó para clasificar y participar en los Juegos Olímpicos de 2021 en Londres, compitiendo contra atletas sin discapacidades. No ganó medallas, pero pudo clasificarse para las semifinales de los 400 metros llanos.
Para entonces ya era un héroe sudafricano y un atleta admirado en todo el mundo.
A fines de 2012 conoció a Reeva Steenkamp, una hermosa modelo y abogada de 29 años con una activa militancia contra la violencia de género e iniciaron un noviazgo que parecía perfecto. Los invitaban a programas de televisión y las revistas del corazón –e incluso las deportivas– seguían sus movimientos paso a paso.
La imagen se desmorona
La investigación de la muerte de Reeva Steenkamp puso al descubierto una cara de Pistorius que sólo conocían sus amigos y sufrían sus parejas, pero que había permanecido oculta para el gran público.
Detrás de la imagen del joven brillante y atleta exitoso se escondía un hombre agresivo, provocador, adicto a las armas de fuego – tenía seis a su nombre y siempre llevaba una consigo-, controlador y violento con sus parejas.
Durante el juicio, su amigo Darren Fresco relató que en septiembre de 2012 iba en su auto con Pistorius y su novia de entonces, Samantha Taylor, cuando los detuvo la policía en un control de rutina.
Mientras un agente revisaba los papeles del auto, otro vio que Pistorius tenía una pistola sobre su asiento y la tomó. “No se le toca el arma a otro hombre”, le gritó Pistorius y discutieron. Finalmente, la fama del atleta les sirvió de pasaporte para que los dejaran seguir. No se habían alejado mil metros del lugar del control cuando Pistorius tomó el arma y disparó a través del techo corredizo del auto.
“Le pregunté si estaba loco y él simplemente se río de mí”, contó Fresco.
Un mes más tarde, Pistorius volvió a protagonizar un episodio con un arma de fuego. Estaban con Fresco con sus respectivas parejas en un restaurante cuando el atleta se puso a jugar con su pistola debajo de la mesa. Se le escapó un tiró y la bala se incrustó en el piso, a centímetros del pie de Fresco. El gerente del establecimiento llamó a la policía y antes de que los interrogaran Pistorius le pidió a Fresco que dijera que el disparo se le había escapado a él para preservar su imagen.
“No pude negarme, era mi amigo, pero ahora estoy arrepentido”, dijo Fresco durante el juicio.
Violento y controlador
Durante la investigación, la policía entrevistó a amigos y ex parejas de Pistorius. Una de ellas, la modelo Melissa Rom, contó que en 2009, cuando estaban en una fiesta, ella le reprochó a Oscar que intentara seducir a otra mujer delante de sus propias narices. Pistorius reaccionó gritándole y la obligó, a ella y a otra amiga, Cassidy Taylor-Memmory, a salir del lugar. Al irse, cerró la puerta con tal violencia que la rompió y le causó una herida en la pierna a Taylor-Memmory.
Tampoco dejaba de acosar a sus ex parejas y a las nuevas relaciones que éstas tenían. El productor de televisión Quinton van der Burgh relató en el juicio que Pistorius lo abordó durante una carrera de Fórmula 1 en el circuito de Kyalami y le reprochó que estuviera en pareja con una de sus ex novias.
“Se puso a gritar y me dijo que me iba a joder la vida si no me alejaba de la ella. Me di cuenta de que llevaba un arma y no reaccioné. Esa misma noche llamó por teléfono a mi casa y me amenazó de nuevo”, relató.
Mensajes de texto
El peritaje del teléfono de Reeva mostró que la relación perfecta que la pareja mostraba en público distaba mucho de serlo en privado. “Yo soy la chica que está enamorada de ti, pero también la chica a la que dejás de lado cuando no estás de humor, a la que criticás su acento, su tono de voz. A veces me asustás por cómo me contestás y cómo me tratás”, decía un mensaje que Reeva le había enviado a Pistorius unos pocos días antes de morir.
En otro le reprochaba sus celos: “Te juro que no estaba flirteando con ese hombre. Te enojás cuando escuchas alguna cosa sobre mí, pero te has citado con muchísimas chicas”, le escribió. Y en el siguiente agregaba: “Nunca te mentiría, no soy una Stripper ni una buscona. No puedo ser atacada por gente de fuera que me critica por salir contigo y también ser atacada por tí. (...) Me hacés feliz el 90 por ciento del tiempo, y creo que estamos muy bien juntos, no soy otra puta más”.
Juicios y condenas
Si los testimonios y los mensajes de texto complicaron la situación de Pistorius en el juicio, la investigación de lo ocurrido la madrugada del 14 de febrero desmoronó totalmente su versión.
El bate de criquet con el que Pistorius dijo que había roto la puerta estaba ensangrentado y tenía rastros de piel de Reeva, consistentes con dos golpes que la modelo tenía en la espalda.
Se pudo reconstruir que Reeva se había encerrado en el baño después de que, en medio de una discusión a los gritos –de la que dieron cuenta algunos vecinos del complejo-, Pistorius la golpeara por lo menos dos veces con el bate.
El patólogo Gert Saayman dijo en el tribunal que los restos de alimentos encontrados en el estómago de Steenkamp sugería que había comido alrededor de la una de la mañana, dos horas antes de morir, lo que contradijo la declaración de Pistorius de que la pareja se fue a la cama a las diez de la noche.
En septiembre de 2014, Pistorius fue declarado inocente del cargo de homicidio premeditado, pero culpable de homicidio culposo, con una condena de cinco años de cárcel.
Salió en libertad condicional en octubre de 2015, luego de haber cumplido un solo año de la condena, pero dos meses después el Tribunal Superior de Apelaciones revisó el caso y lo condenó por asesinato a 13 años y cinco meses de cárcel.
Hace unos meses fue trasladado de una prisión de Johannesburgo a otra de la costa este de Sudáfrica, cerca de donde viven los padres de Reeva Steenkamp. La medida, aprobada por el Tribunal Supremo, tiende a facilitar un proceso conocido como “diálogo entre víctima y delincuente”, que forma parte del programa de justicia reparadora del sistema penitenciario sudafricano y que reúne a las partes afectadas por un determinado delito en un intento de cerrarlo.
“Es un proceso muy delicado, muy emocional... y no obligamos a la gente a participar en él. Los padres de Reeva todavía no han contestado si aceptan hacerlo”, explicó el portavoz del Departamento de Servicios Penitenciarios, Singabakho Nxumalo.
De acuerdo con la legislación penal sudafricana, Oscar Pistorius podrá pedir la libertad condicional en febrero de 2023. Mientras tanto, pasa sus días en la cárcel dedicando horas a la lectura de La Biblia.
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