Percibió que detrás suyo se había posado alguien -o algo-. Se estaba lavando las manos en el baño de mujeres ubicado al fondo de un pasillo del colegio. Tenía 11 años y vestía un guardapolvo blanco. Era el recreo de las 10:30 de ese jueves 7 de septiembre de 1989. No era raro que ingresara alguien al baño, no era raro ese tono luminoso, ese aura blanco que distinguía difuso por el rabillo del ojo. Sintió un suave escozor y giró. No tuvo tiempo de razonar. Escapó automáticamente hacia la multitud. Su huida fue intempestiva y a los gritos. Otros alumnos, desde el patio y las aulas, vieron y gritaron lo mismo: la onomatopeya del terror.
Pero él y otros dos estudiantes de tercer grado permanecían impávidos en el baño de varones. Un pasillo en reparación, con sus cimientos hundidos y anegado por algún caño roto, separaba ambos baños. Las paredes eran gruesas. El edificio, sus cañerías y filtraciones eran nuevas: había sido inaugurado en el primer trimestre de 1987, dos años antes. Se había desplazado desde la calle Avellaneda -su raíz histórica- hacia la calle Lavalle, entre República del Líbano y Necochea. Había participado en la ceremonia de apertura el presidente de la recuperación de la democracia, Raúl Alfonsín. El complejo era una modernidad para la época. La ciudad celebraba la construcción de un nuevo instituto educativo de calidad: nadie quedaba exento de esta transformación cultural. Un cuerpo de docentes y no docentes nutrido por casi cien personas y cerca de dos mil alumnos visitaban el establecimiento todos los días. La Escuela N° 55 Amadeo Jacques -un filósofo y educador francés de extenso curriculum en el país- ocupaba (ocupa aún hoy) una manzana en el corazón de La Banda, ciudad hermana de la capital de Santiago del Estero, cortada por el Río Dulce.
Esa mañana de septiembre, en el baño de varones, él se disponía a desprenderse los botones del pantalón cuando la vio. La valentía o el pavor lo inmovilizaron. Otros dos compañeros ya estaban huyendo despavoridos. Pero él, inerte y rehén de alguna combinación de incredulidad, temeridad y espanto, dejó que se acercara. No era alguien. Tampoco era algo. Era lo que los cuentos y las leyendas urbanas describen como un fantasma: una aparición fantástica, incorpórea e imaginaria en el baño de un colegio santiagueño.
Eduardo Espeche, periodista de Radio Nacional de 49 años, era un adolescente cuando a su ciudad la detuvo el pánico. Escribirá décadas después -en base a testimonios recogidos de testigos- que el espectro vestía de blanco, tenía ropa vieja y manchada de barro o de sangre, las mangas alcanzaban a cubrir sus manos, su largo pelo tapaba el rostro, las piernas no se le veían, simulaba flotar, parecía estar hecha de humo, gemía o murmuraba algo incomprensible y un objeto -un cuchillo, un hacha o un instrumento similar- atravesaba su cabeza. Cada niño que la veía le agregaba una condición nueva.
La primera niña que la vio sufrió un ataque de nervios y se autoflageló: se arañó el rostro. El segundo niño que la vio -el que se había quedado impávido ante su presencia- atravesó el espectro en su huida con una parte del brazo, la misma que, instantes después, sintió entumecida. “Uno de los niños, mientras los otros corrían, se atrevió a tocarla y sintió como si metiera la mano en telaraña o en un copo de azúcar, por la textura”, informará en 2013 el hombre que más investigó al fantasma del Jacques. Los docentes, que no la vieron ni la verán nunca, se encargaron de serenar al alumnado. Esa tarde hubo una segunda manifestación: la vio un niño que había llegado tarde y se había ocultado en la zona de los baños hasta que sus compañeros saludaran a la bandera. Sus gritos y su corrida frenética hacia el patio corroboraron los testimonios de los alumnos del turno mañana y reforzaron el pánico colectivo. Era la génesis de una psicosis que cautivará y atemorizará por meses a la segunda ciudad más importante de la provincia.
Al día siguiente, el viernes 8 de septiembre de 1989, el diario El Liberal publicó en su tapa el dibujo de un fantasma saliendo de un baño y asustando a tres niños vestidos con guardapolvo acompañado por un título alusivo: “Entre llantos, relataron la aparición de una mujer vestida de blanco”. La nota empieza con un dejo de suspicacias: “¿Imaginación infantil? ¿Ocurrencia de niños?”. El copete dice “escolares atemorizados” y un subtítulo anuncia el informe que le proveyó la directora María Santillán de Singer a la Brigada de Investigaciones de la Unidad Regional N°2: “Alrededor de las 10:30 en horario de recreo, se observó la salida apresurada y atemorizada de un grupo de alumnos, desde el interior de los baños. Incluso los más pequeños indicaron la aparición de una mujer vestida de blanco. Inmediatamente se trasladó personal docente y no se pudo comprobar nada”.
Esa mañana de viernes, la mujer de vestido blanco, pelo largo y sin piernas volvió a mostrarse entre los baños del pasillo oscuro del fondo, debajo de unas escaleras, entre las maderas que cubrían los caños rotos y el agua acumulada. Esta vez su entrada fue triunfal: cerca de cuarenta alumnos quisieron constatar el testimonio de los niños que la vieron y la veracidad de las tapas de los diarios. Lo comprobaron: estaba acostada sobre unas tablas. Varios de esos alumnos -la leyenda comenta que al menos quince de ellos- quedaron particularmente afectados. “Es innegable que un niño por su enorme imaginación pueda crear una mentira, pero que cuarenta se pongan de acuerdo para sostenerla es imposible”, escribió el hombre que más investigó al fantasma del Jacques.
“Yo personalmente no vi nada pero sí sentí como un frío especial. No sé cómo explicarlo: sentí que había alguien más en esos pasillos de atrás, debajo la escalera precisamente”, recuerda Laura Vaquez, que había comenzado a trabajar en el colegio un año antes de que se trasladaran al nuevo edificio. Profesora de música del turno tarde, lleva 34 años en el colegio Amadeo Jacques de La Banda y aún siente escozor cuando rememora ese septiembre del ‘89. “Yo no la vi -repite-, pero don (Germán) Roldán, el ordenanza que vivía en la escuela, sí. Él sí la vio y sus perros que andaban por la escuela ladraban mirando para esos pasillos. Se escuchaban gritos. Según don Roldán eran escalofriantes. Esto se hizo cada vez más fuerte hasta que los niños no querían ir a la escuela y menos a los baños”.
Espeche coincide: “Hubo una deserción masiva. Nadie quería mandar a sus hijos al colegio”. Hubo alumnos que sufrieron regresiones: niños que no resistían la oscuridad, que no podían dormir solos, que se orinaron en la cama o que experimentaron tartamudez. Un gabinete psicológico se encargó de asistirlos y acompañarlos. El caso había ascendido a escala gubernamental. La aparición de un fantasma en un colegio promovió una esquizofrenia general: esa misma noche se reportaron otros cincuenta avistamientos de espectros en Villa Juana, Central Argentino y el Tiro Federal, según constató el periodista bandeño.
La ciudad estaba conmovida: el miedo dominaba. Los niños ya no querían ir a clases y la gente procuraba no pasar de noche por las calles que rodean el colegio. “La directora resolvió convocar al sacerdote Fils Pierre para que bendijera el edificio y realizara una misa multitudinaria en la explanada de calle Lavalle, para calmar a la inquieta comunidad escolar. A la salida, el recordado exorcista sostuvo que ‘no es imaginación de los chicos: aquí sucedió un fenómeno especial’. Y remató: ‘la iglesia es cautelosa’”, apuntó Espeche en su crónica que escribió luego de encontrarse por casualidad con un libro mientras entrevistaba en el museo de Historia de Santiago del Estero a Domingo Bravo, un reconocido lingüista de La Banda.
El libro lo había escrito, seis años después, el hombre que más investigó al fantasma de Jacques: Néstor del Jesús Salvatierra Catán, parapsicólogo graduado de un centro español, fallecido el 15 de abril de 2016. La tapa tenía el mismo dibujo que había aparecido en el diario El Liberal, el título “Detalles del caso: Fantasmogénesis espectral, escuela N° 55 ‘Amadeo Jacques’” y una descripción: peritaje oficial sobre información sumaria judicial sobre hechos insólitos en escuela.
La iglesia podía asumir una postura cautelosa: la prensa y la justicia no. Andrés Francisco Miotti se había radicado en La Banda el 12 de octubre de 1975 junto a su mujer (nativa de la ciudad) Mirtha Elisa Jozami: al cuarto día le tomaron juramento como juez en lo criminal y correccional. Había nacido el 12 de marzo de 1944 en Marcos Juárez, Córdoba; había estudiado la escuela secundaria en Rosario, Santa Fe; había egresado en San Miguel de Tucumán con tres títulos universitarios: procurador, escribano y abogado.
Su búsqueda de la verdad era absoluta y obstinada. Investigó la presunta existencia en la ciudad de Joseph Mengele, el “ángel de la muerte”, el nazi más sanguinario de todos. La comunidad sospechaba que ese extraño alemán cojo y sombrío que se hacía llamar Rodolfo Walterio Ascher y había abandonado La Banda después de que Adolf Eichmann -otro jerarca del nazismo que encontró refugio en Argentina- fuera detenido en Buenos Aires en mayo de 1960, encubría otra identidad. El enigma Ascher justificaba una información sumaria: “Era mucho endilgarle a una persona que era el mismísimo Mengele. Ameritaba que se escribiera si realmente hubo indicios o elementos valederos para hacer una instrucción judicial que determinara si eran las mismas e idénticas personas”.
Miotti abrió el expediente 2085 del 8 de julio de 1985 para saber si Ascher era en verdad Mengele. 229 fojas de artículos periodísticos, consideraciones, documentos membretados y fotografías para una resolución incierta: la información sumaria oficializó una pregunta que ningún organismo internacional recabó y que solo estimuló el mar de suspicacias. “¿Era Ascher y/o Menguele? Lo que no cabe duda que un jerarca nazi sí lo era”, sentenció en el libro donde transcribió la información sumaria y expuso su conclusión.
Miotti es ese: un juez apasionado por encontrar respuestas a las preguntas abiertas de su comunidad. “Es el primer juez de América en reconocer en una resolución el fenómeno OVNI por un episodio local”, apunta Espeche. En ese episodio, la justicia declaró la existencia de un OVNI tras la denuncia de un tractorista de 22 años la mañana del miércoles 1 de agosto de 1984. Ese mismo años, Miotti fundó la Asociación de Estudio e Investigación del Fenómeno OVNI y Astronomía de La Banda (AEIFOAB). “Tengo dos libros escritos sobre el fenómeno OVNI. Uno que se llama No estamos solos, en donde de forma contundente le manifiesto al lector que la Humanidad nunca estuvo sola. Y otro que ha salido ahora que se llama Han estado, están y estarán, en referencia a las entidades foráneas, a los aliens”, relata.
El fantasma del colegio había alterado la dinámica y fisonomía de la ciudad. Los trascendidos proliferaban y los diarios locales especulaban con rituales satánicos, magia negra, oscurantismo. La sociedad vivía perturbada y atravesada por un fenómeno sin explicaciones lógicas. Los reportes de avistamientos paranormales no cedían, el miedo gobernaba y el colegio modelo de la ciudad era un lugar maldecido. “La escuela tiene como un balcón que da a la calle Necochea. Mucha gente también la veía parada ahí. Solo era un cuerpo con ropa blanca y pelo largo que se tapaba la cara”, recuerda Laura, la docente.
Miotti comprendió que había que regar paz a la comunidad. Convocó a una comisión investigadora, un hecho sin precedentes en la provincia, para restaurar la calma. Recurrió a Néstor Salvatierra Catán, a quien conocía de sus encuentros en los salones del club sirio-libanés para tratar temas de ovnilogía y parapsicología, y al equipo del Centro de Estudios Científicos y Parapsicológicos (CECEP). “La comisión se creó porque el juez tiene facultades que no son anómalas y están destinadas a generar o crear un estado de tranquilidad en una escuela que estaba perturbada por la aparición de un evento fantasmal”, argumenta hoy a sus 77 años. Su instrucción fue audaz, célebre y celebrada.
Salvatierra condujo una serie de relevamientos preliminares. Le consultó a trabajadores de la empresa Herminio Gerez, la constructora del edificio, si habían percibido sucesos de naturaleza paranormal. Le dijeron que no. Pero también le comentaron que debieron clausurar con una tapa de hormigón un pozo que no pudieron sellar con cuarenta camiones cargados de escombros. Ese pozo coincide con la ubicación de los baños donde los alumnos vieron a la mujer de vestido blanco.
Liliana del Valle Iturre, licenciada en Historia, aportó información determinante para la investigación: le contó a Salvatierra que antes esa zona antes se llamaba “la isla” porque un antiguo brazo del Río Dulce solía aislarla de la ciudad en tiempos de crecida. Descubrió que ese pozo que la empresa constructora no había podido sellar permanecía siempre húmedo por su conexión con el río y recogió una leyenda urbana: ahí había sido arrojado el cuerpo de una mujer embarazada asesinada por un capataz. No hay documentación que abone esa teoría: solo mitos.
Salvatierra también recabó en la herencia de tierras originarias del siglo XVIII. Escribió Espeche: “Uno de los testigos más lúcidos fue Tilo Argañaraz, dueño de la finca ‘La Salamanca’, cuyos antepasados recibieron miles de hectáreas cedidas por el rey Carlos V en 1763, que se extendían hasta el río, en cuyo honor se denomina al barrio San Carlos. En esa zona había fincas y un caserío desperdigado en aquellos años, en una zona primigenia de La Banda donde habitaban indígenas y negros”.
Cumplidas estas averiguaciones, el parapsicólogo procedió a una intervención directa: registrar las actividades nocturnas del colegio. Querían ver lo que habían visto los alumnos. El equipo se completaba con Oscar Covi, Raúl Vittar, Josefa Salvatierra Panichelli, Myriam Arias, Dardo Cruz, Andrés López Mazzarelli y Roberto Rosemberg. El Consejo General de Educación de Santiago del Estero cuestionaba semejante despliegue. Ya había rechazado el pago excepcional a un “cazador de fantasmas”. Exigían que el calendario escolar se mantuviese sin modificaciones a efectos de no institucionalizar la investigación parapsicológica y no fomentar el pánico. Miotti dijo que la escuela nunca se cerró. Oscar Covi precisó que sí: “Había que hacer un trabajo rápido porque la escuela estaba sin clases y había presión del Consejo de Educación para que se normalizaran las actividades”.
Las labores de la comisión de parapsicólogos eran nocturnas: en las madrugadas las apariciones son más frecuentes, la escolaridad de los alumnos no se restringía y la conmoción en el barrio se aplacaba. La investigación demandó treinta días. En las primeras tres noches se recabó todo el material de campo. La directora decidió, luego de la tercera sesión, finalizar el experimento apremiada por las autoridades del Consejo General de Educación que la acusaba de haber promovido las suspicacias y avivado el temor. El juez Miotti, con el informe preliminar del relevamiento, autorizó el cese de las tareas de la comisión dentro de la escuela.
“Fueron noches bastante difíciles porque fueron frías y solitarias dentro de la escuela y en la planta alta de la escuela, donde se manifestó el fenómeno. Fueron noches de patrullar, de tensión por no saber en qué momento se iba a presentar”, recordó Covi, fotógrafo profesional por entonces, hoy jubilado dedicado a la apicultura, en una nota publicada por NotiNews. “Nos tocaban diferentes papeles o roles en la investigación. Yo estaba a cargo de la fotografía; había otros muchachos a cargo de los grabadores porque se realizaron también psicofonías; había psíquicos que debían localizar las entidades a través de la percepción de la energía negativa o diferentes grados de temperatura cuando se presentara el fenómeno”, contó.
El grupo de investigadores ingresó al establecimiento educativo la noche del viernes 22 de septiembre de 1989, dos semanas después de que los alumnos hayan denunciado la manifestación del espectro. El juez había solicitado la presencia de efectivos policiales. Pero éstos se negaron. Fueron la directora María Santillán de Singer y algunos docentes quienes acompañaron al equipo de parapsicólogos en calidad de testigos y a efectos de reconstruir la cronología del fenómeno. Covi relató que el sector de los baños lucía “macabro y tétrico”, que los pisos parecían haber cedido, que los cimientos estaban inundados de agua y cubiertos por maderas gruesas.
Caminó junto al profesor Salvatierra a oscuras por los pasillos del colegio. Él sacaba las fotos cuando su superior se lo pedía. En una de esas capturas, divisó una sombra apoyada sobre una pared. Salvatierra sintió, a su vez, que alguien tironeaba su ropa mientras recorría la zona del avistamiento. El resto lo escribió Espeche: “Uno de los psíquicos que lo acompañaban afirmó ‘haber recibido un contacto mental de una entidad presente de sexo femenino’. Un técnico atestigüó ‘una sensación muy especial en el pasillo que conduce al polideportivo’ y otra colaboradora describió ‘una especie de globo blanquecino’, captado con su visión periférica”. Un golpeteo rítmico en el baño de niñas, el estampido de una puerta y un quejido en el ala oeste del colegio coincidían con los fenómenos que previamente les había advertido el sereno: ruidos de muebles en las aulas, un libro de satanismo hallado en la puerta y silbidos recurrentes.
La noche del sábado las fotografías no tradujeron las presencias. A la una y media de la madrugada y en la zona del polideportivo, distinguieron una sombra oscura que se posaba sobre una ventana. El pavor fue inmediato y común. Salvatierra divisó una figura paranormal pequeña que atravesó la pared del aula y se disolvió en el patio. No hubo fotografías que lo comprobaran pero sí testimonios de quienes vieron en la planta alta la figura de un hombre vestido con ropa oscura que emergió de la pared hasta esfumarse en el centro del patio.
La segunda noche arrojó más ruidos de golpes en los baños, linternas que misteriosamente aparecieron en otras posiciones y el enigma de dos instrumentos que dejaron de funcionar sin que se registraran anomalías en la corriente eléctrica. Covi dijo: “Una noche llevamos dos grabadores para registrar psicofonías y los dos se echaron a perder al mismo tiempo. Una de las fotografías que se hace se nota una sombra sobre el grabador, lo que atestigua que realmente había algo en el lugar y quería manifestarse a través de las grabaciones”.
La tercera noche fue la del lunes 25 de septiembre. Del primer piso se percibió un olor nauseabundo. Faltaban minutos para que se hicieran las dos de la madrugada. El hedor que provenía de un depósito de bancos en desuso se desplazó a los baños. Al poco tiempo se disipó. Los registros se multiplicaron: quejidos y rasguidos en las paredes, frío desproporcionado, pasos a lo lejos y la voz apenada de una mujer. “Quedó el registro magnetofónico de los grabadores que fueron enviados a Buenos Aires y se obtuvo un detalle minuto a minuto de lo que se manifestó. Se comprobó que era la voz de una mujer que pedía ayuda”. Esa documentación fue anexada al expediente judicial. Lo que decía la mujer era el nombre de un hombre: “Juan”.
Para entonces, ya nadie cuestionaba la autenticidad del testimonio de los alumnos. De hecho, identificaron otras expresiones paranormales. “El sector parecía estar infestado”, expresó Salvatierra en el epílogo de su libro. En él, concluyó que se trató de “un campo energético tras una muerte violenta” acontecida en el sitio donde se emplazó la escuela: un crimen en ese mismo lugar en un tiempo de otrora. Salvatierra estaba interesado en el avistamiento discriminado del espectro al que solo veían los niños: entendía que en la inocencia del alumnado había un mensaje oculto.
La comisión no encontró a una mujer vestida de blanco, pero sí distinguió la figura de un joven “agresivo, de ropas oscuras y viejas, nauseabundo”: Juan. La conclusión fue la manifestación en el espacio paranormal de estas dos entidades. Salvatierra incluso presumió, dada las entrevistas previas a los alumnos afligidos, que pudo haberse tratado de una recreación inconsciente de la primera alumna que vio al fantasma: esa niña había presenciado años antes el suicidio de una joven en el barrio Mishqui Mayu de La Banda.
“Es un clásico caso de fantasmogénesis -resume Miotti-. En el colegio Amado Jacques, un colegio que está a la entrada de La Banda, a una niña se le aparece una estructura fantasmal. Se comprobó, se hicieron las nocturnidades, se lo esperó de noche. Salvatierra y otros colaboradores pudieron avizorar o determinar la aparición de esta estructura ectoplasmática. Incluso sacaron fotografías que están en el expediente que se tramitó en mi juzgado. Siempre me interesaron estas cuestiones, tal es así que en reiteradas oportunidades yo he mandado oficios al superior tribunal a efectos de que se designara o creara una estructura parapsicológica para estudiar casos de pérdidas de niños, de ancianos”.
“El problema al final se aclaró: se vio que era una entidad no dañina. Estamos cansados de ver películas, sobre todo estadounidenses, con desenlaces o términos crueles. Pero acá no, no pasó nada. No fue gran cosa”, aclara Miotti. En vía judicial, el juez resolvió “dar por finalizada momentáneamente la intervención de este juzgado en el caso ‘sucesos insólitos en la escuela Amadeo Jacques’ por haber cesado los hechos que afligieron a la comunidad escolar mencionada”. En la resolución, expuso: “El CECEP obtuvo la identificación del caso de fantasmogénesis espectral simple en los sucesos de la escuela Amadeo Jacques y que su explicación científica llevó tranquilidad a esa comunidad escolar bandeña”.
“Desde entonces, la ‘mujer de blanco’ no volvió a ser vista otra vez en la escuela”, concluye la crónica de Eduardo Espeche. Ya pasaron 32 años. La Banda guarda en el inconsciente colectivo el recuerdo de un fantasma al que solo podían ver los niños.
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