La historia argentina posee varios mitos que siempre conviene aclarar. Supuestas verdades que, a fuerza de ser repetidas, se robustecen aún cuando incurren en el error. Sobre el general Manuel Belgrano, uno de nuestros grandes próceres, también existen esas equivocaciones. Particularmente cuando se habla de su gran creación: la bandera argentina.
Está escrito a fuego que el 27 de febrero de 1812, Belgrano mandó a izar por primera vez la enseña patria. Y lo hizo a orillas del río Paraná, en la ciudad de Rosario. El maravilloso Monumento a la Bandera, que asemeja un navío, se encontraría ubicado aproximadamente en el lugar que fue enarbolada, donde se encontraba la batería Independencia. El boca a boca que circuló desde aquel glorioso momento señala que el estandarte fue hecho por la patriota María Catalina Echevarría de Vidal, una santafesina huérfana que la cosió en cinco días con la tela que cedió la familia de Vicente Tuella, amigo del prócer. Y que el encargado de izarla fue Cosme Maciel, un marino mercante que simpatizaba con la Revolución, fue secretario del gobernador Estanislao López y terminó sus días desterrado de Santa Fe en una chacra de la Isla Maciel, al sur de la desembocadura del Riachuelo, donde se dedicó al comercio.
Lo concreto es que de lo mencionado en el párrafo anterior no existen documentos que lo acrediten. La falta de certezas absolutas incluyen la exactitud del lugar supuestamente elegido. Sin embargo, sí se pueden verificar algunos aspectos. Por ejemplo, que Belgrano solicitó al Primer Triunvirato que las tropas patriotas sean identificadas con una escarapela, para no ser confundidas con las enemigas. Aunque no manifestó, en esa ocasión, su predilección por ningún color. El 18 de febrero de 1812, el gobierno accedió al pedido y señaló que los colores de ese símbolo deberían ser el blanco y el azul celeste. Pero el patriota porteño dio un paso más y luego de la posible jura aclaró: “Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”.
Lo que no aclara es la composición de la misma: si la hizo de tres franjas o si el blanco iba en el medio, como se definió recién a mediados del siglo XIX. El Triunvirato, sin embargo, esta vez desaprobó la iniciativa de Belgrano. “Exige por nuestra parte, en materias de la primera entidad del Estado, que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por eso es que las demostraciones con que Vuestra Señoría inflamó á la tropa de su mando, esto es, enarbolando la bandera blanca y celeste, como indicante de que debe ser nuestra divisa sucesiva, las cree este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos con que se justifican nuestras operaciones y protestas que hemos sancionado con tanta repetición, y que en nuestras comunicaciones exteriores constituyen las principales máximas políticas que hemos adoptado. Con presencia de esto y de todo lo demás que se tiene presente en este grave asunto, ha dispuesto este gobierno que sujetando Vuestra Señoría sus conceptos á las miras que reglan las determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente y subrogándola con la que se le envia, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza, y que hace el centro del Estado”. Es decir, le pidió que usara una enseña roja y amarilla, como la que flameó en el fuerte de Buenos Aires hasta el 17 de abril de 1815.
Belgrano no llegó a ver este mensaje ya que, cuando el mismo llegó, había dejado la Villa del Rosario para hacerse cargo del Ejército del Norte, donde el 25 de mayo de ese año, en Jujuy, enarboló una similar, diciendo: “Soldados, hijos dignos de la patria, camaradas míos: el 25 de mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia, y vosotros tendréis un motivo mas dé recordarlo, cuando, en él por primera vez, veis la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo”.
Cuatro días después volvió a informar al Triunvirato de lo sucedido, lo que hizo que el cuerpo volviera a amonestarlo, pero con más vehemencia. No solo le recordaron todo el párrafo de la carta del 3 de marzo, sino que señalaron: “el gobierno, pues, consecuente á la confianza que ha depositado en Vuestra Señoría, deja a Vuestra Señoría mismo la reparación de tamaño desorden; pero debe igualmente prevenirle que esta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad”. El 18 de julio, Belgrano respondió a esa misiva aduciendo que no había recibido la anterior. “La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella”, concluyó.
Pero no fue totalmente así. Cuando cayó el Triunvirato, Belgrano desempolvó su bandera con los colores celeste y blanco. La Asamblea de 1813 le permitió hacerla, quizás creyendo que sólo sería utilizada por el Ejército del Norte y no por la incipiente nación. El 13 de febrero la hizo jurar a orillas del río Pasaje (hoy Juramento) y una semana después, esa bandera condujo a las tropas a la victoria en la batalla de Salta.
Qué sucedió con la primera bandera es otro misterio. Cuando Belgrano marchó, quedó a cargo de las tropas acantonadas en Rosario el comandante Gregorio Perdriel. Es probable que, ante la negativa inicial del Triunvirato de aprobar la enseña de Belgrano, la haya destruido.
También se repite a menudo que los colores celeste y blanco se inspiraron en las cintas que repartían Domingo French y Antonio Beruti el 25 de mayo de 1810 en la Plaza de la Victoria. Belgrano fue vocal de aquella Primera Junta patria, pero allí se acaban las similitudes entre ambos hechos: en aquella oportunidad, las cintas eran solamente blancas, color que identificaba a los Borbones. Eso es narrado por dos fuentes independientes entre sí: Juan Manuel Beruti -hermano de Antonio- en su libro Memorias curiosas y un marinero norteamericano llamado Nathan Cook.
Las referidas cintas celestes y blancas fueron repartidas recién un año después por los partidarios de Mariano Moreno, integrantes de la Sociedad Patriótica que habían quedado afuera de la Junta Grande. El color blanco simbolizaba la unión y el celeste, la libertad. Ese lema (“En unión y libertad”) llegó hasta las monedas y billetes que existen en circulación en la actualidad.
Otras versiones -más escolares- indican que la inspiración fue el cielo, los colores de la Inmaculada Concepción -Belgrano era muy católico y esa Virgen era su devoción- o los del uniforme del Cuerpo de Patricios, el regimiento del que era oficial. Pero lo más probable es que haya tomado los colores de las bandas que cruzaban el pecho de los Borbones en los actos oficiales, como lo pintó Goya en sus famosos retratos de la familia real, como el de Carlos VI junto a María Luisa de Parma, donde él mismo aparece detrás del príncipe Fernando y su esposa María Antonieta. Quienes completan el cuadro son los infantes Carlos María Isidro, Francisco de Paula, Carlota Joaquina, María Josefa, María Luisa, Gabriel Antonio, Carlos Luis; y Luis de Etruria, esposo de María Luisa.
Quizás la pista de cómo era realmente la bandera de Belgrano se pueda rastrear a través de la primera escarapela, que era celeste en el centro y blanca en el borde. Esto obliga a pensar en una enseña con dos franjas en lugar de tres. Es, además, la teoría actualmente más aceptada y parece apoyarse, además, en el único testimonio gráfico que existe de su época. Mientras vivió en Londres, más precisamente en el año 1815, Belgrano se hizo retratar por un pintor francés llamado Francois-Casimir Carbonnier. El cuadro -que hoy se encuentra en el museo Dámaso Arce de la ciudad de Olavarría- tiene la batalla de Salta detrás del prócer. Allí se ve, con claridad, una bandera con los colores celeste y blanco, pero con sólo dos franjas. Los detractores de esta hipótesis señalan que no es una bandera, sino una banderola que porta un comandante de artillería y no un abanderado.
El otro argumento que apoya a la bandera de dos franjas es la enseña del Ejército de los Andes que mandó a confeccionar el general José de San Martín en 1816. Un par de años antes, había compartido cuatro meses con Belgrano en Tucumán. El Libertador tenía admiración por él, y habría sido una suerte de homenaje hacer la enseña que seguían sus tropas similar a la izada en Rosario.
SEGUIR LEYENDO: