“¿Viste que hay mala señal, no? Es porque estoy en el yate”, dice Gabriel Lucero, y se ríe. Son las 11 de la mañana y acaba de levantarse, “como buen millonario que soy”, sigue, y el chiste es porque mucha gente imagina que, a esta altura, detrás de “Gente Rota” hay un ejército de escuchadores de audios de WhatsApp, un equipo entrenado para crear fenómenos virales y vivir de los dólares que pagan YouTube y Facebook.
La verdad es que detrás de su cara no hay agua cristalina sino la pared de su monoambiente de Avellaneda, desde donde Gabriel anima completamente solo los audios de WhatsApp que elige. Tan solo que la criatura por la que cosechó más de 6 millones de seguidores de todo el mundo muchas veces se le va de las manos: “Ahora mismo tengo 24 mil audios sin escuchar”, revela.
En esta entrevista con Infobae Gabriel Lucero cuenta su historia personal y los secretos detrás de “Gente Rota”. Desde el pánico de que le tocara hacer la colimba y detectaran que era gay hasta “la no relación” con su padre. Desde la frustración que arrastró durante todos los años en los que fue empleado de comercio hasta esto que es hoy: un hombre de 48 años que logró vivir de lo que le gusta cuando ya casi no tenía esperanza.
Antes de
Su mundo era pequeño pero todos veían lo mismo: qué bien dibujaba ese nene, ya desde el jardín. En Avellaneda no había resto para pagar maestras de dibujo así que todo lo que aprendió fue de autodidacta.
Había varias razones por las que su mundo era acotado: “Cuando yo era chico ser gay era casi un delito. Era muy difícil conectar con personas heterosexuales, porque uno tenía miedo de que se le notara, vergüenza. Entonces terminás construyendo una personalidad que no es la tuya, lo que te convierte en una persona falsa. O sea, no terminás siendo genuino y cuando no sos genuino no generás vínculos, a no ser que seas un psicópata”.
En esa infancia todo lo que tenía de extrovertido se lo tragó. En su casa no hubo forma de construir un vínculo con su padre, no por su orientación sexual, “aunque eso fue un agravante”, cuenta. Dice Gabriel que su padre tuvo muchas dificultades de chico, que también le faltaron cosas, que no tenía herramientas para manejar la paternidad.
“Todo eso hizo que yo no tenga relación con él, ni mala ni buena. Me desconecté de esa relación. Si tuviera que ser sincero te diría ‘siento nada’. No tengo deudas pendientes, no hay rencor. No hay un lazo, yo me niego a creer que los vínculos familiares tienen que ser obligatorios”.
Gabriel hizo el secundario invadido por el terror. “Me acuerdo de haber sentido pánico cuando dije ‘esto es lo que soy, ¿qué voy a hacer de ahora en más? ¿voy a tener novia o voy a ser célibe?’. Mi opción fue ser célibe, en ese momento no me dio para decir ‘voy a ser gay’”.
Célibe significa que decidió noquear el despertar sexual y no tener ningún tipo de vida amorosa hasta después de los 18. “En mi generación hubo cero educación sexual y estaba la colimba (el servicio militar obligatorio). Yo no sabía cómo detectaban ellos que uno era gay, entonces no quería darme ni siquiera un beso con un chico para que no se dieran cuenta y no me sellaran en el documento en rojo. Ahora me da vergüenza la ignorancia que tenía en ese momento”.
Lucero habla de la generación del miedo y el desconocimiento. Recién terminaba la década del 80 y “estaba en pleno auge el SIDA, se le decía la ‘peste rosa’. Yo empecé a somatizar, tenía problemas en la piel. No había tenido sexo pero estaba convencido de que tenía HIV solamente por ser gay”. Gabriel se salvó de la colimba, no hubo sello rojo en el documento.
Nada lo atrapó lo suficiente como para decidirse por una carrera universitaria. “Y así siempre fui empleado de comercio, desde vendedor en Musimundo hasta en locales de venta de productos de belleza femenina. Tremendo, porque si hay algo para lo que no nací es para hacer atención al público, soy malísimo: tengo poca paciencia, soy introvertido”, cuenta. “Cuando empezó lo de “Gente Rota yo ya había perdido cualquier esperanza de vivir de esto”.
Era vendedor, cajero pero nunca dejó de dibujar. A veces sólo por gusto, otras para sostener trabajos pequeños, aunque fueran gratis o por poca plata. “El trabajo era para sobrevivir y el dibujo era para vivir. O sea, para vivir por dentro”.
Detrás de Viviana Sarnosa
Sucedió hace unos 10 años. Gabriel estaba en su trabajo meciéndose en la cuerda floja: la empresa estaba por cerrar y había despidos masivos. Se quedó sin empleo, sin dinero pero con un exceso de tiempo libre. “Y empecé a crear un personaje que para mí representaba a la villana perfecta del periodismo de chimentos”.
Viviana Sarnosa tenía una cuenta de Twitter y un humor negro que hubiera hecho saltar todas las alarmas hoy, en la era de la cancelación, y como su gracia era despedazar famosos, Gabriel -que en ese entonces no se daba a conocer y era algo así como “la mano negra detrás de la Sarnosa”- tuvo que vérselas con Rial, por poner un ejemplo de miedo.
Muchos no entendieron el humor y acusaron a la Sarnosa -y a él- de racismo, xenofobia y homofobia. “Vos leías algunos tuits y parecía que era una especie de aprobación, pero era todo lo contrario. Hay gente que es muy lineal con el humor”, opina Gabriel. El común de la gente no sabía quién estaba detrás de la Sarnosa, por lo que todos los mensajes que le llegaban le decían “Hola Vivi”.
Hubo varias razones por las que el personaje terminó sepultado. Por un lado, Gabriel sintió que estaba repitiendo los chistes, por otro, no tenía ninguna ganancia. Además, empezó a estar difícil hacer humor negro así que “dejé que el personaje se fuera apagando antes de tener que hacer un esfuerzo desesperado para que cayera bien”.
Igual, confiesa, “hay cosas de Viviana Sarnosa que ahora me dan vergüenza, no me dan risa, también me cambió a mí el humor”. Se refiere a los chistes sobre el peso de Susana Giménez, por ejemplo, sobre la edad o sobre los genitales de las personas transexuales.
Un fenómeno viral llamado “Gente Rota”
“Gente Rota” -una serie de animaciones de pocos minutos hechas sobre audios reales de WhastApp- nació hace 5 años, también fruto de un despido.
“Yo trabajaba en MTV, me despidieron por una cancelación, por algo que tuiteé desde la cuenta. Justo yo tenía unos personajes animados que había hecho para un demo que no funcionó porque los guiones tenían un humor negro muy zarpado, muy pesado, casi me lo habían revoleado por la cabeza”.
Con 43 años, la indemnización en el bolsillo, convencido de que había perdido la última oportunidad grande de su vida, se puso a practicar animación. Su idea era animar la película Esperando la carroza completa pero cuando se dio cuenta de lo difícil que era animar algo tan largo, buscó algo más corto: algo posible. Justo en ese momento un audio que una mujer le había enviado al hombre que le había alquilado una casa se había hecho viral. Se llamaba “La loca de Mar Azul”.
“Escuchame Fernando, realmente tengo la concha al plato porque tuve unas vacaciones de mierda. Ya sé que no es tu culpa pero llegué con un temporal de mierda, tuve un solo día de playa, cortaron la luz todos los días, entro a tu casa y me quisieron robar (...) Hice 800 kilómetros para estar acá y tuve un sólo día de puto sol (...)”.
La voz encajaba con el personaje que Gabriel ya había armado, animó el audio y lo subió a su perfil de Facebook. “Yo nunca me metía en los mensajes privados, además nunca tenía. Si había cinco comentarios en algo que yo hacía era mucho. Pero ese día me metí: había como 200 audios que me había mandado la gente. Ahí me di cuenta que algo había pasado”.
Lo increíble es que era febrero de 2017 y Gabriel había usado un audio que había sacado de Internet pero no sabía lo que era WhastApp porque tenía aprensión a los teléfonos celulares.
“Usaba el teléfono fijo, de chico le tengo fobia a eso de que te puedan localizar en todos lados. Viene de la época de mi viejo, con los Movicom, que eran esos ladrillos enormes. Me acuerdo que yo pensaba ‘¿cómo pueden ser felices cuando te pueden encontrar en todo momento?’. Estás comiendo y suena el teléfono, horrible. Obviamente tuve que laburar esa fobia”.
Por eso es que, cuando esa animación se hizo viral, Gabriel no se enteró. El video tiene hoy 845 mil reproducciones en Facebook, pero la viralización masiva fue por WhatsApp, de un teléfono a otro.
Siguieron videos que pasaron sin pena ni gloria, otros que fueron vistos por medio mundo. En el ranking de los más vistos de Facebook (la red social que más le funciona “porque me siguen muchas viejas”) hay uno llamado “verdades posparto”: “Están los que te dicen mmm… estás gordita. El papo tengo gordo, vieja forra”, dice la chica que acaba de tener un bebé.
El audio generó una identificación descomunal entre las madres que todos los días deben lidiar con opiniones que casualmente no piden: tiene hoy 14 millones de reproducciones y 34.000 comentarios. Hay otro llamado “Chat de mamis y papis” -una mujer que se subleva con las mamis que quieren juntar plata para comprar pelotas y espuma para un egreso de sexto grado- que tiene 6.800.000 reproducciones sólo en Facebook.
“Me dejaste el baño sin papel, Roberto, me tenés podrida, no aguanto más, esto va a ser motivo de separación, Roberto. Vos quedás con el culo fresco, yo también me quiero limpiar el culo, tengo derecho”, arranca la animación que tiene 12 millones de reproducciones. El video del joven que hace un escándalo cuando ve a una cucaracha tiene 10 millones de vistas.
Pero el que fue furor es el de dos mujeres mayores que se fumaron un porro que les llevó el Tío Andrés y creen que no les hizo nada. Una terminó tentada, la otra “toda meada”. Se llama “¿Pega o no pega?”.
“El fletero motivador”, un argentinazo capaz de salir a motivar al propio Messi, tiene casi 2 millones de reproducciones solo en YouTube. Y más allá de los números, todos se acuerdan del chino del supermercado que putea en castellano (“No me tomen de boluro”), el hombre que se burla de la telemarketer y Mabel, la señora con voz de fumadora que se tienta de la risa y hace tentar hasta al más amargo.
Gabriel dice que él es “un desastre”. Que no tiene una estrategia armada de a qué hora subir las animaciones para que funcionen mejor, aunque muchos le cuentan que las ven a la mañana temprano para reírse y arrancar bien el día. “No creo que nadie pueda hacer nada viral con el propósito de hacerlo viral, es algo que se da o no se da”, piensa.
Más o menos sabe que funcionan los videos de personas que tratan de describir los ruidos de las cosas que funcionan mal (“me hace chi chi chi el calefón”) pero que viene una alud de quejas cuando elige un audio de alguien que habla mal o pronuncia mal alguna palabra.
Sabe, también, cuáles pueden traer rosca y amenazas de juicio, como pasó con el de la mujer que le avisaba al vecino -con una voz que parecía medio cachonda- que escuchaba de noche cuando tenía relaciones sexuales. La mujer se reconoció y le escribió, le dijo que era la administradora del edificio, que era casada y que le iba a hacer juicio.
Gabriel lo bajó, porque si no hay consentimiento, no lo deja. Un año después la señora le escribió para decirle que ya había entendido el humor que hacía, que podía volver a subirlo. La amenaza de que alguien se reconozca, se sienta injuriado y lo amenace con demandarlo, sin embargo, siempre está latente.
“¿Si eso me angustia? Por mi forma de ser me angustia todo. Mucho más pensar que cualquier día puede aparecer un trastornado o una trastornada en la puerta de mi casa a decirme ‘me cagaste la vida con el audio que subiste’. O sea, me angustia mucho más lo que no pasó que lo que pasó, como buen ansioso”.
Sabe, sin necesidad de tener un equipo de expertos detrás, con qué temas no meterse: política, mujeres criticando a mujeres, hombres violentos, infieles confesos. “No hay forma de hacer una crítica desde el humor hacia el machismo. Lo interpretan siempre por el lado de que estás a favor del machismo, no va”.
Por su ansiedad y su autoexigencia se pone límites: tres horas máximo para hacer una animación y listo, como está la sube. Ahora recibe unos 100 audios por día, aunque en cuarentena llegó a recibir 2.000 diarios. Los escucha mientras juega al Mario Bros, por eso la deuda eterna -los 24.000 audios sin escuchar- y los que se quejan: “Hola. Te mandé el mío y no lo hiciste”.
Escuchar, Lucero escuchó de todo: infidelidades, suegras desmenuzadas, amenazas, dramas. Pero el que siempre recuerda es el de la mujer que le mandó 3 audios de 6 minutos cada uno, llorando en todos. “Era un drama terrible. Los escuché, me levanté, busqué el mail y decía: ‘Hola, sé que no los vas a usar porque no son graciosos, pero estoy mal y sé que los vas a escuchar. Y lo que yo necesito es que alguien me escuche”.
En estos cinco años, lo que Gabriel logró fue lo que una generación llamó “el sueño del bar en la playa”: vivir de lo que Facebook y YouTube paga por cada reproducción. Dice que no es millonario ni de cerca, pero que tampoco lo buscó y que, por el contrario, tomó una decisión drástica:
“Cuando digo que soy un desastre es porque no tengo estrategia, rechazo publicidades. Podría haberlas hecho y, no sé si millonario, pero más plata tendría seguro, ¿pero para qué? ¿para qué ponerse en esta situación?”, se despide. “Este momento es todo lo que yo hubiera querido desde chico: trabajar de lo que quiero, sin jefes, divirtiéndome. Lo único que ahora me importa es que no se arruine por la ambición de querer tener más”.
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