Corrientes: 24 horas de combate junto a los brigadistas y la dramática decisión para salvar del fuego una escuela rural

Infobae acompañó a una brigada de expertos de Córdoba en la lucha contra los incendios en el paraje Uguay, en el corazón de los esteros, al borde del Parque Nacional Iberá. Cómo trabajaron para salvar el colegio y las casas de 39 familias. Un contrafuego y el “sacrificio” de 500 hectáreas donde habitan decenas de especies de animales

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El fuego arrasó con 500 hectáreas dentro del Parque Nacional Iberá, próximo al paraje Uguay, donde peligró una escuela rural (Franco Fafasuli)
El fuego arrasó con 500 hectáreas dentro del Parque Nacional Iberá, próximo al paraje Uguay, donde peligró una escuela rural (Franco Fafasuli)

(Corrientes, Enviado especial) El grito de los animales sale del corazón del monte. Es un quejido coral, horroroso, que parece emitido desde las entrañas de la tierra, de lo más profundo del alma del planeta. Algunos carpinchos huyen y otros se queman atrapados por la desesperación, los pájaros vuelan sobre el humo negro y ardiente en círculos, desorientados, abombados, imantados por las llamas como en un presagio dantesco. Las serpientes se hierven sobre el suelo, los roedores no tienen para donde disparar.

El fuego es imbatible y desintegra en cuestión de segundos todo lo que vive: una lengua mortal y gigantesca que avanza sobre la vegetación seca de un monte de 500 hectáreas, al borde de lo que hasta esta sequía extrema fue una laguna y quizás lo vuelva a ser cuando llueva mucho: el pasto, los árboles inmensos, los tacurúes, todo estalla y crepita y se va. El infierno no es una construcción mitológica. El infierno es esto.

La temperatura debe superar los 55 grados al lado del incendio, o quizás más. Ráfagas de viento frío vuelan al ras del suelo, absorbidas por la convección, convocadas por las llamas, que todo lo toman y lo hacen propio con el único fin de usar su energía vital y luego desintegrarlo. No existe una palabra que sintetice este horror. En cuestión de minutos, un monte milenario, con especies nativas, con carpinchos, con víboras, ratones, osos hormigueros, zorros y ciervos no existe más. Solo quedan las cenizas. Y los esqueletos de los árboles más grandes y las palmeras: peladas, incandescentes en la oscuridad de la noche eterna.

Brigadistas de Córdoba y campesinos lucharon unidos para combatir las llamas de más de 20 metros (Franco Fafasuli)
Brigadistas de Córdoba y campesinos lucharon unidos para combatir las llamas de más de 20 metros (Franco Fafasuli)

Una maestra mira azorada el espectáculo que se desata a unos 50 metros de la galería de la escuela rural 584 General San Martin de Uguay, un paraje donde viven 39 familias. Su rostro está iluminado por el naranja ocre del ecocidio. Se seca las lágrimas pero no para de llorar. No puede. Una nena de tres años no sabe si mirarla a ella o al fuego. Sus ojos de incomprensión van y vienen de una foto triste a la otra. Es el mundo que le queda a su generación.

El incendio llegó el domingo -algunos dicen que por un rayo de la tormenta sin agua del fin de semana, otros elaboran teorías conspirativas que no tiene sentido divulgar, nadie sabe a ciencia cierta qué pasó- a la zona que comparten la estancia Rincón del Socorro (levantada en 1896 por colonos británicos, restaurada por el magnate conservacionista Douglas Tompkins) y Uguay, en la zona limítrofe entre el Parque Nacional y la Reserva Provincial, entre un área protegida y campos privados con vacas. Uno más de las decenas de focos activos por toda la provincia, especialmente alrededor de los Esteros del Iberá.

Esa noche, el fuego casi se devora el casco de la estancia. Hubo que evacuar a los turistas que habían pagado desde 45 mil pesos la noche para vivir la experiencia del estero. Sobre la madrugada el fuego se detuvo, cortado por la callecita de ingreso al hotel. A eso de las cuatro llegaron los brigadistas del Equipo Técnico de Acción ante Catástrofes (ETAC) de la provincia de Córdoba, un equipo de expertos, hombres y mujeres que trabajan en inundaciones, derrumbes y por supuesto incendios.

Una vecina de Uguay y docente de la escuela rural llora al observar cómo las llamas se devoran el monte (Franco Fafasuli)
Una vecina de Uguay y docente de la escuela rural llora al observar cómo las llamas se devoran el monte (Franco Fafasuli)

Del ETAC llegaron 48 especialistas en 12 camionetas y “tomaron” el comando de la zona ante la desesperación de los habitantes de Uguay y los dueños de los campos. Con esta sequía y este viento, el fuego nunca está controlado del todo, al menos no hasta que no quede combustible vegetal por quemar. Por eso el terror invadió el espíritu de los baquianos. El fuego ya estaba demasiado cerca de la escuela. “Y si pasa la escuela nos come todo”, avisa “Tío Charly”, un hombre calvo y petiso que conoce el terreno de memoria y es la primera referencia para los jefes del ETAC.

La comunidad del pueblo se organizó para ponerle el pecho al fuego. Las mujeres y algunos hombres cocinan un cordero en una parrilla instalada al lado del patio de la escuela. Montaron una pelopincho pequeña para dotar de agua los camiones cisterna con los que piensan salir a frenar a las llamas.

Cada camioneta de cada vecino tiene tanques de agua, mochilas para rociar y aplacar el incendio en cuanto se acerque. Y eso es inexorable, solo es cuestión de tiempo. Y al tiempo lo administra el viento. Si sopla del norte, pueden ser minutos. Si sopla del sur, quizás se demore y puedan plantear una estrategia. Arman una asamblea junto al ETAC y proponen que para salvar la escuela hay que prender fuego todo el monte. Nadie duda. Están en riesgo sus campos y sus animales.

Los brigadistas advierten que van a evaluar las opciones. Es mediodía del martes. Los cordobeses casi no durmieron, pero tienen una energía descomunal. Son hombres y mujeres de entre 50 y 24 años. Están de buen humor. No tienen miedo. Avisan a los baquianos: no van a prender fuego nada, van a meterse al monte para dar batalla. Y entonces salen por senderos angostos que se armaron la noche del domingo para cortar el avance de las llamas. Infobae se sube a un móvil. Los brigadistas se calzan sus guantes, sus antiparras y se meten entre los árboles.

Brigadistas cordobeses combaten el fuego cuerpo a cuerpo, pero la lucha es despareja e imposible (Franco Fafasuli)
Brigadistas cordobeses combaten el fuego cuerpo a cuerpo, pero la lucha es despareja e imposible (Franco Fafasuli)

La temperatura allí dentro es indescriptible. El crepitar de las llamas bajo el sol del mediodía es aterrador. El viento ayuda y los baquianos también. Aparece Andrés Aguerre, de 28 años, con una mochila llena de agua. Su familia hace 50 años que tiene un campo en Uguay. El joven está dispuesto a defenderlo con su vida. Le echa la culpa del fuego a la estancia Rincón del Socorro: su posición es netamente productivista. Casi que detesta a los guardaparques y a los conservacionistas: “Las vacas comen los yuyos y eso hace que los incendios no crezcan ni sean tan terribles. Acá desde que vinieron estos está todo mal”.

Los ambientalistas opinan todo lo contrario. La llegada de Tompkins a la zona fue un desafío a las costumbres culturales de caza y producción ganadera que terminaron con especies nativas como el yaguareté, entre otras. “Las vacas son agentes exóticos, hay que buscar un equilibrio para que la gente pueda vivir de eso pero sin matar el ecosistema”, opina Sofía Heinonen, bióloga, ambientalista y directora ejecutiva de Rewilding, la fundación que creó el filántropo estadounidense. Ella también está sin dormir, por intentar evitar que el fuego quemara la estancia. Pero no es bienvenida en la escuela, donde muchos la miran desafiantes.

Aguerre combate el fuego junto a los brigadistas. A su lado está Jesús Naselli, cordobés. “Hace mucho calor, hay muchos puntos calientes. Está inestable y la idea es controlar. Es extenso el perímetro. Es un fuego de gran magnitud”, avisa.

La escuela General San Martín con el fuego apenas a 50 metros (Franco Fafasuli)
La escuela General San Martín con el fuego apenas a 50 metros (Franco Fafasuli)

De repente, el viento cambia de dirección. No pasan ni diez segundos y los brigadistas, junto a Aguerre y al fotógrafo de Infobae se ven rodeados por el fuego. Las llamas se vienen encima. Todos corren hacia el camino. El fuego grita a sus espaldas. El terror es total. Llegan al sendero cortafuego que una máquina marcó un día antes. Se suben a la camioneta. Escapan. El viento se calma y vuelve a rotar.

Pasadas las tres de la tarde, la columna de humo negro amenaza sobre el edificio de la escuela. En el monte, los brigadistas se reagrupan en el camino interno. Llegan tres baquianos. Están enojados. La tensión toma todo. Insisten: “El fuego no puede pasar para allá, se va a quemar la escuela, viven familias”, dice uno. También insulta. Los brigadistas lo escuchan y le dicen que están juntos en la pelea. “Ustedes conocen el territorio, nosotros conocemos al fuego. Tenemos que hermanarnos y trabajar juntos”, les pide Mauricio Alba, agente técnico, uno de los dos hombres a cargo de los grupos del ETAC.

Mauricio Alba, agente técnico del ETAC, conversa con baqueanos sobre las estrategias para combatir el fuego (Franco Fafasuli)
Mauricio Alba, agente técnico del ETAC, conversa con baqueanos sobre las estrategias para combatir el fuego (Franco Fafasuli)

Alba le pide el drone a Infobae. Necesita ver qué parte de las 500 hectáreas ya tomó el incendio. Y evaluar en base a la previsión meteorológica los pasos a seguir. Mientras observan las imágenes del drone Mauricio escucha el rugir de un helicóptero de la Policía Federal. Se comunica por radio. Le pide que baje y los pilotos acatan. “Voy a necesitar que saques fotos”, le dice el brigadista al fotógrafo.

El vuelo dura unos 10 minutos. Alba confirma que el terreno está quemado en un 25%. Y marcha lentamente porque va contra el viento, en dirección a la escuela. Antes de aterrizar tiene la decisión tomada. Cuando baja encara a su equipo: “Vamos a replegar, vamos a alimentarnos y vamos a salir a pelearle cuerpo a cuerpo al fuego. Está en retroceso por el viento”.

La opción del contrafuego, normalmente el último recurso sobre el que deciden los brigadistas profesionales, no está en los planes, por ahora, de Mauricio. Cree que quemar 500 hectáreas es innecesario, no sólo porque afectaría toda la flora y la fauna del lugar, sino porque necesitarían de muchas personas y horas en la guardia de cenizas, “la fase más tediosa y más importante”, según explica. Significa cuidar los bordes de lo quemado para que no vuelva a prender (algo inevitable con la sequía de la zona) y que las cenizas no vuelen y prendan fuego los sectores que se buscan cuidar.

El fuego avanza sobre el estero: donde había monte quedan cenizas (Franco Fafasuli)
El fuego avanza sobre el estero: donde había monte quedan cenizas (Franco Fafasuli)

Pero Eduardo Glunz, el otro agente técnico a cargo de los equipos del ETAC no está seguro de la idea. El hombre de 48 años, que es bombero hace 35 y ha combatido fuegos en Patagonia, Córdoba e incluso el Amazonas, sospecha que la pelea cuerpo a cuerpo es una pelea perdida porque el fuego va a ganar, tarde o temprano, sople para donde sople el viento.

Es lo que creen también los baquianos. Pasan tres horas. En el medio, un llamado de la estancia Rincón del Socorro pone a todos de nuevo en alerta. “Otra vez tenemos el fuego encima”, avisan. Salen dos camionetas del ETAC con ocho brigadistas. Volverán a las dos horas con el trabajo cumplido: focos controlados.

Alba, Glunz y su jefe, Martín Bustos, director general del ETAC, de repente desaparecen de la escuela, que funciona como centro operativo, mientras los brigadistas reponen energía para lo que, por ahora, es el combate cuerpo a cuerpo contra el fuego. Almuerzan empanadas fritas, pizza, sándwiches de jamón y queso, del cordero que cocinaron un rato antes y de chorizo de cerdo. Toman mucho líquido porque el calor del incendio los deshidrata.

El fuego genera un viento que sacude las cenizas y las hace volar hacia zonas donde el incendio no llegó, lo que "multiplica" las llamas (Franco Fafasuli)
El fuego genera un viento que sacude las cenizas y las hace volar hacia zonas donde el incendio no llegó, lo que "multiplica" las llamas (Franco Fafasuli)

Una hora después, regresan los jefes. Tienen la decisión tomada. Gana la posición de Glunz, que le apuesta dos cervezas a su jefe de que pueden hacerlo antes de las 12 de la noche.

Los tres superiores bajan de la camioneta gris serios. Llaman a todos. Se acercan brigadistas y campesinos, entre los que está el intendente de Mercedes, Diego Caram, productor rural de la zona y quien además fue el único maestro y director de la escuela durante 20 años.

“No vine como intendente, vine como productor”, aclara, y cuenta: “Yo fui el que inició los reclamos el 14 de enero para que se declarara la emergencia provincial después de que a Mingo Belledone, se le quemara el campo en los primeros incendios. La provincia no me dio bola, así que declaré la emergencia en Mercedes y avisé a Nación. Si no opinas como ellos, en provincia no te dan bola”, dice, con la cara sucia, boina gris y una chomba fucsia manchada de ceniza.

En la reunión, todos en silencio, y habla Bustos. “Hemos decidido hacer un contrafuego”, anuncia. Pamela, una de las brigadistas, se tapa la cara. “Los animales”, susurra con los ojos llorosos. “Es la parte más fea de esto”, dice. Lo que el director de ETAC dice es que van a quemar desde la zona de la escuela hacia el incendio que se acerca para anularlo y evitar que prenda fuego el paraje.

Camiones hidrantes y camionetas en el combate al fuego en Uguay (Franco Fafasuli)
Camiones hidrantes y camionetas en el combate al fuego en Uguay (Franco Fafasuli)

Les habla a los baquianos, pide que le conviden mate. Con un hablar pausado que contagia tranquilidad, anuncia: “Quiero decirles que el contrafuego es un arte. No es fácil. Y necesitamos el apoyo de ustedes, que hagan el control finito. Esto es tranquilo. Cuando ustedes se cansan se van a dormir. Y mañana volvemos a arrancar”.

El plan es quemar el monte y que los lugareños los asistan con agua y cuiden que no vuelen cenizas hacia sus campos. Entre los campesinos hay gestos de satisfacción.

Ahora habla Alba: “A las 12 de la noche tiene que estar listo. Después queda todo el día de mañana para controlar. Vamos a empezar del borde del estero sobre la calle. La tarea es que nos den el apoyo del agua. Abastecernos y no entorpecer el cortafuego”. Y Glunz, agrega: “El control de ustedes va a ser las brasas. Por nada en el mundo prendan fuego. Es un trabajo lento y controlado que sabemos hacer nosotros”.

Cerca de las siete de la tarde vuelve la tensión. Decenas de 4x4 salen para el perímetro del territorio. Es increíble y atroz pensar que todos esos árboles van a terminar calcinados. “Eso iba a pasar igual, lo que vamos a hacer es salvar la escuela y las casas”, aclara Glunz, y comparte la tristeza: “Y sí, habrá que lamentar muchas vidas de los animales, eso es lo peor”.

Eduardo Glunz, agente técnico del ETAC, observa cómo se desintegra el monte en los esteros del Iberá, Corrientes (Franco Fafasuli)
Eduardo Glunz, agente técnico del ETAC, observa cómo se desintegra el monte en los esteros del Iberá, Corrientes (Franco Fafasuli)

El sol del atardecer alarga las sombras que vendrán. Los equipos del ETAC de Córdoba inician la dramática acción. Cinco equipos empiezan a tirar fuego sobre el perímetro del monte. Todo empieza a arder. “Zafamos”, dice el intendente Caram. “Era lo que había que hacer, pero qué triste es ver todo así”, comenta Aguerre. Glunz recorre la zona y modula por radio: “¿Está ahí Martín? Son las 12, decile que me debe dos cervezas”, sonríe.

La madera seca arde. Las hojas se desintegran. Las copas de los árboles explotan. Hay llamas que alcanzan los 20 metros, o quizás más. Una hora más tarde, ambos fuegos se tocan y se anulan. El choque es una experiencia espeluznante, como la explosión de una destilería de petróleo. O de dos planetas. Las llamas suben al cielo. Se oyen los gritos de los animales. La maestra llora. Todo lo que vivía ya no está.

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