La charla sucedió en 2004 durante un asado con amigos. Hacía varios años que Cristian había terminado la carrera de cine y video y la ilusión de llegar a ser un gran director, rodar una película, un documental, o al menos meter un programa en la televisión local ya se había ido al tacho. Llevaba dos años grabando casamientos y cumpleaños de 15 con un grupo de compañeros de la facultad cuando Cristian llegó al asado. Con el fuego ya prendido, un amigo que trabajaba en un cine pronunció las palabras mágicas:
—Che, acá en Córdoba no hay contenido erótico. Y nos están pidiendo.
Imposible saber hoy quiénes pedían qué pero la cosa es que Cristian y sus compañeros de la facultad hicieron silencio y se miraron.
Lo siguiente fue una mentira. “Llamamos a productoras de Buenos Aires, había cinco en ese momento, y les dijimos que teníamos contenidos eróticos, si los querían comprar. Todos nos dijeron que sí, que les interesaba todo el material, pero la verdad es que no teníamos nada: ni película, ni actores porno, nada. Así que dijimos ‘bueno, hagamos, no debe ser tan difícil’. Ahí fue que pusimos un aviso en el diario y explotó todo. De inocentes pusimos ‘Casting para película condicionada’, y nuestro teléfono”.
Son las 8 en punto de la mañana y quien conversa con Infobae desde Córdoba, donde vive, es Cristian Sassi. Está recién levantado y no es así -ni disponible a esta hora- como una suele imaginarse a un ex director de cine porno, a un joven que grabó cinco películas propias y otras tres junto a Victor Maytland, el reconocido director de cine porno argentino. No es así, tampoco, cómo alguien podría imaginarse al creador del festival erótico más grande de América Latina.
Cristian no tiene camisa negra, cara de tramposo ni ojos de atorrante sino remera de algodón azul y lila. Habla pausado, no dice “coger” sino “tener encuentros” y tiene dos tatuajes que sobresalen cada vez que mueve los brazos: uno de Cristo, otro de la Virgen de Guadalupe. Es hijo de mamá psicóloga, papá psicólogo, hermano psicólogo: un pibe que de chico ya tenía claro que iba a torcer el rumbo familiar, aunque no sabía cuánto.
Cómo llegué al porno
Cristian Sassi (46) estudió cine en una facultad privada de Córdoba, “donde tenés acceso a los equipos, a la tecnología, donde te hacen creer que hacer cine o grabar un documental es fácil, una realidad que no existe. Cuando sos chicos no lo ves y recién cuando terminamos nos dimos cuenta de que nunca nos habían enseñado cómo era la calle de verdad. Había que trabajar gratis para pagar derecho de piso pero también teníamos que vivir, que comer”.
Por eso -pura subsistencia, porque además ya tenía una hija de 4 años- es que empezaron a hacer fotos y videos para casamientos y cumpleaños de 15. Mientras, intentaban hacer televisión, “algo imposible salvo que mis viejos hipotecaran la casa, porque si sos independiente nadie te pone publicidad”.
Entre ramos y valses sobrevivieron dos años hasta que, en la época del asado, una visión amarga del futuro empezó a hacer metástasis: “La sensación era clara: no quiero estar toda la vida grabando casamientos”.
Alguien de un canal de televisión local leyó el aviso en el diario la Voz y el teléfono de Cristian sonó. Dieron una entrevista, dos, tres, decenas. “No teníamos ni actores ni guion pero éramos los primeros que íbamos a hacer una película porno en las sierras de Córdoba y nos agarramos de eso”.
Era 2004 y hacía unos meses que la Bersuit había lanzado el tema “La argentinidad al palo” y de no tener nada pasaron a tener, al menos, un nombre para la primera porno: “Córdoba al palo”.
Los amigos alquilaron una oficina chiquita en pleno centro de Córdoba y recibieron a los postulantes al casting. “Fueron 110 hombres y dos mujeres, y una podría haber sido prácticamente mi mamá, por la edad. Ninguno actuaba ni nada, la mayoría eran personas comunes que querían estar en una porno. Estábamos muy complicados”, recuerda.
Eran tan nuevos, tan inocentes, que en el casting no le pidieron a nadie que se desnudara, tampoco que tuviera sexo con otro/a postulante o, de mínima, que se tocara. “Sólo les tomamos los datos personales”, se ríe Cristian, porque más que casting pareció la sala de espera para el trámite de la jubilación. “Es que tampoco queríamos exponer tanto a la gente, entonces por ahí iban amigos a cumplir su fantasía. Y así teníamos gente de todo tipo pero no servía nadie”.
Terminaron saliendo a buscar hombres y mujeres que bailaban en cabarets y rodaron la película a todo trapo, como les habían enseñado en la facultad privada. Grabaron con dos cámaras fijas, “más tipo cine, estilo private, la gente en ese momento necesitaba eso, algo más estático”. Llevaron maquilladora, peluquero, sonidista: 12 personas detrás de escena y los actores tratando de sobrevivir a la inhibición, delante.
“Teníamos que hacer escenas simples porque en esa época no había Viagra y nosotros demorábamos tres horas para grabar 20 minutos”, sigue Cristian. “No había guion, no había una historia, todo lo que había eran encuentros”.
Convocaron a editores, coloristas, incluso hubo profesores que ayudaron a terminarla. “Era nuestra primera vez en todo pero nos sentíamos seguros, que era lo importante, sabíamos hacia dónde queríamos ir. Hicimos algo tan grande que pensamos que íbamos a ir a Buenos Aires y nos íbamos a hacer millonarios”.
Llegaron a Buenos Aires con el tráiler en un VHS y chocaron de frente contra la industria: un productor les ofreció pagarles por cada copia que hicieran, otro nada por “derecho de piso”, el tercero le dijo a Cristian que estaba loco por haber puesto su nombre real en la portada del VHS. Lograron, al fin, que alguien cubriera los costos, devolvieron la plata a las tres personas que habían invertido en la porno y quedaron en cero.
En ese viaje se codearon con productores más experimentados y aprendieron, por lo menos, a ahorrar dinero en los rodajes, así que volvieron a Córdoba decididos a seguir. Después de “Córdoba al palo”, grabaron “Sierras al palo”, “Rubias al palo” y “Palo y Palo” -la última, de porno gay-, la mayoría filmada en exteriores: “Teníamos que aprovechar las locaciones. Teníamos un lago y una montaña para hacer porno a media hora de casa, eso no lo tiene nadie”.
Empezaron a grabar con menos despliegue y con cámara en mano, como si estuvieran espiando a quienes estaban teniendo sexo. “Algo más real que las cámaras fijas, la gente en ese momento necesitaba eso”. Y aprendieron trucos, por ejemplo, “a falsear una eyaculación con un Danette si había que repetir una escena y el actor ya había terminado”.
Las películas seguían sin tener guion - “ese era nuestro estilo”- pero tenían un diferencial: “Mientras en Buenos Aires me pedían, por decirte, ‘la rubia perfectita’, nosotros ya jugábamos mucho con la variedad, porque hay gustos para todos. Hicimos con chicas más gordas, que nunca hubieran grabado porno en esa época, con chicos también más gorditos, hicimos películas gay”.
Fueron casi 7 años inmersos en el rubro. A las cinco producciones propias se sumaron tres junto a Víctor Maytland, autor de películas con nombres legendarios, como “El pitulín colorado” (1989), “Las tortugas pingas” (1990) o “Tocame la pelotita” (2000).
Cristian, sin embargo, ya había entendido que para ganar dinero tenía que provocar un cambio: si le pagaban con copias de VHS y en los videoclubs las películas XXX estaban tan alejadas de la mano del hombre, ¿cómo iba a venderlas? ¿cómo iba a generar más consumo para seguir produciendo?
“Necesitaba que la gente sintiera que si ibas a alquilar una película querías placer, nada más”, cuenta.
Ya tenía claro que no iba a hacer plata con el porno en Argentina cuando empezó a pensar si existía alguna otra forma de vender lo que hacía. Con el poco dinero que le quedaba, Cristian compró una computadora y armó una web monumental que, a la vista, parecía la de una mega productora de porno. Así logró que lo contrataran de un canal de contenidos XXX de España para pedirle escenas concretas:
“Mandaban las escenas que necesitaban y nosotros las grabábamos. Por ejemplo: ‘Necesito un hombre vestido de bombero que se vaya desvistiendo mientras se masturba’. Y grabábamos eso. Mandábamos los casettes por correo y cobrábamos en euros”.
Hermoso, pero llegó la crisis de España de 2008 y se acabó la magia.
¿Una exposición de sexo?
Cuando el negocio del cine porno se terminó, Cristian ya tenía los pies en otros platos. Había creado un programa de radio sobre sexo en la Rock and Pop de Córdoba como un anzuelo para generar más consumo y había empezado a hacer la “Sexpoerótica”, una feria de sexo y erotismo que hoy, 17 años después, lleva el título de “festival erótico más grande de América Latina”.
Las primeras dos ediciones fueron en un boliche, la tercera ya fue en “La vieja usina”. Hubo tres cuadras de cola afuera y tuvieron que cerrar las puertas, “pero no vimos un mango. La gente pensaba que yo era millonario y el 90% no había pagado. Agotamos las entradas porque las regalamos. Lo que sacamos nos alcanzó para ir a comer, nada más”.
Sin embargo, algo mucho menos tangible había pasado: habían logrado que miles de personas se animaran a ir a una feria sobre sexo, la vergüenza del videoclub había quedo atrás. De aquella primera feria con apenas 12 stands montados en una carpa pasaron a lo que “la Sexpo” es hoy: una marca registrada con 150 invitados en escena que este año tuvo incluso una edición de verano.
Un “festival de placeres” -así lo presentan en sus redes- que el 5 de febrero arrancó con un teatro erótico: una sala para 300 personas en la que actores y actrices interpretaron distintas obras sexuales cada 45 minutos. Tuvo un sector llamado “Boulevard erótico”, donde hubo desde sex shops hasta puestos de lencería y disfraces. Y una zona de realidad virtual, “donde te ponías el casco y te sentías como un actor de película porno”, explica él.
También un sector de “Burlesque” donde los visitantes se podían poner corsets, portaligas, plumas. Una zona llamada “Prostíbulo poético”, donde vendaban los ojos de los visitantes “para que jugaran con los sentidos. Te iban tocando con plumas, te iban haciendo sentir gustos, aromas”. Un “área Swinger” para que quienes estuvieran con ganas de probar el intercambio de parejas se conocieran con otras, y una zona de “citas rápidas” para impulsar a quienes habían ido sin compañía.
En el mismo espacio montaron un “área de “BDSM” (sadomasoquismo), con potros, cruces, jaulas, látigos, esposas y velas donde hicieron demostraciones de shibari, bondage y spank (ataduras, inmovilización del cuerpo, azotes). También armaron escenarios con shows y charlas temáticas.
La “Sexpo” volverá en septiembre a Córdoba y este año tal vez llegue a Buenos Aires por primera vez.
Cristian se despide y jura que no reniega de su pasado, aunque no volvería a dirigir porno. “Es que ya fue, ahora la propia actriz o actor se graba y vende sus contenidos digitales directamente al cliente. La producción de cine porno murió, el director de porno murió”.
La prueba de lo que dice está en Mercado Libre: el VHS que lleva su nombre y una rubia desnuda photoshopeada sobre un monumento cordobés se vende a 120 pesos. O en 12 cuotas de 17.
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