Ahora resulta que el Oscar va a consagrar, de alguna forma, a un pedazo de escoria humana. Nadie le pide tanto al glorioso muñequito de Hollywood que, en otros tiempos, premió a luchadores por la libertad, la democracia y a esas tres o cuatro cosas que queremos siempre rescatar: lealtad, valentía, honestidad.
La historia es esta. El cineasta chileno Hugo Covarrubias dirigió un cortometraje al que tituló “Bestia” y que retrata a Ingrid Felicitas Olderöck Bernhard, una ex agente de la temida Dina (Dirección Nacional de Inteligencia) que funcionó bajo el régimen del dictador Augusto Pinochet. Olderöck, un alto cargo en el cuerpo de policía militarizada de Carabineros, fue una torturadora temible en un centro clandestino de detención de Santiago de Chile conocido como “La Venda Sexy, bautizada así porque el método de tortura más común, y preferido, de aquellos agentes de la DINA era el de las vejaciones sexuales.
La mujer, que jamás enfrentó a un juez por sus delitos hasta su muerte, el 17 de marzo de 2001, fue acusada de entrenar a perros pastores alemanes para que violaran a los secuestrados en La Venda Sexy, mujeres y hombres, entre otros terribles métodos de tortura. El cortometraje de Covarrubias es animado, porque no hubo quién le pusiera cara a semejante error de Dios, que se ganó en buena ley el sobrenombre de “La mujer de los perros”. Así se llama el libro de la escritora Nancy Guzmán, que la entrevistó en 1996, sin que Olderöck aceptara posar ante una cámara. Covarrubias definió su creación como “Un thriller psicológico sobre una mente siniestra”. Se quedó corto.
“Yo soy nazi desde chica, desde que aprendí que el mejor período que vivió Alemania fue con los nazis en el poder”, confesó Olderöck a Guzmán. Aquella pasión por la destrucción la embistió en la infancia. Sus padres, los tuvo aunque resulte difícil creer, habían emigrado de Alemania en 1925 y criaron a sus hijas, Olderöck tenía dos hermanas, Hannelore y Karin, en un ambiente de espartana estrictez, sin permitirles hablar español ni tener amigos chilenos. Decía ser la primera mujer paracaidista de Chile y de América Latina, experta en equitación, cinturón azul de judo, jugadora de tenis, hábil en la nieve con los esquíes, montañista y entrenadora de perros.
Esas credenciales le abrieron la puerta de Carabineros primero y, luego, de la DINA que dirigía el general Manuel Contreras, que murió en agosto de 2015. Ascendió rápido en aquella maquinaria de las fuerzas armadas chilenas encargadas del secuestro, tortura y asesinato de opositores desde el mismo día del golpe militar contra el socialista Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. El espacio de privilegio de Olderöck en la DINA figura en el organigrama de aquella fuerza que muestra a Contreras como cabeza de la Dirección, debajo de la Junta Militar de gobierno. Seguía en la escala jerárquica la Brigada de Inteligencia Metropolitana, conocida como “Villa Grimaldi” que funcionó desde 1974 hasta 1978, al menos de manera formal. De Villa Grimaldi dependían las “Brigadas Represivas Purén, Caupolicán y Lautaro” y, de ellas, los Grupos Operativos. Olderöck fue miembro de la Brigada Purén, la única mujer en esa alta estructura represiva, junto a los generales del ejército Raúl Iturriaga Neumann, Germán Barriga Muñoz, Gerardo Urrich González y Manuel Carevic Cubillos.
La existencia de “La Venda Sexy” está confirmada por numerosos testimonios de detenidos en ese sitio de espanto y por la puntillosa investigación de Peter Kornbluch, “Pinochet: los archivos secretos”. Kornbluch es director del National Security Archive’s Chile Document Project y revela en su libro, entre otros sitios de tortura de la DINA: “La Discotheque o La Venda Sexy: casa situada en la santiaguina calle Irán que servía como centro de tortura a la DINA. Su nombre se derivaba de la música que, según los testimonios de los prisioneros, podía oírse a todas horas mientras se perpetraban diversos tipos de tormentos y del hecho que los agentes de este edificio mostrasen una clara inclinación por la tortura sexual. No fueron pocas las víctimas que desaparecieron tras sufrir vejámenes de esta índole”.
La casa funcionó en el 3037 de la calle Irán, esquina con Los Plátanos, comuna de Macul. Tenía un hall de distribución en la planta baja, una amplia escalera de mármol hacia el segundo piso, un comedor en desnivel, un escritorio, un baño de visitas con una ventaba chica, una cocina que daba a un patio por el que se accedía a un túnel. En la planta superior había tres dormitorios y el baño principal.
En ese escenario, Olderöck se movió como ama y señora. Había llegado a la DINA con el grado de capitán de Carabineros en octubre de 1973, un mes después del golpe de Pinochet. Formó parte de la Escuela Femenina del cuerpo, en la que cerca de setenta mujeres fueron instruidas en la tortura y en tácticas represivas contra los opositores a la dictadura. Las mismas fuentes que revelan el pasado de Olderöck afirman que llegó a conocer algunos planes secretos de la Junta Militar chilena, como el de la fabricación de gas sarín para ser usado contra los opositores.
La escritora Guzmán afirma en su libro que fue Olderöck quien entrenó a un perro llamado Volodia, para que violara a mujeres y a hombres. Afirma que varios secuestrados en La Venda Sexy vieron y oyeron a una muchacha, Marta Neira, llorar desesperada y destruida por que había sido violada por un perro. Días después, Neira desapareció. Otra de las detenidas, Alejandra Holzapfel, reveló al diario The Clinic: “En La Venda Sexy había un perro llamado Volodia, adiestrado para violentar sexualmente a las mujeres (…) Fui violada con un perro pastor alemán al que los agentes de la dictadura llamaban Volodia (…) Ingrid dirigía al animal, mientras los otros torturadores obligaban a los detenidos a adoptar posiciones que facilitaran el abuso. Hombres y mujeres que pasaron por La Venda Sexy fueron víctimas de esta atrocidad”.
El de Holzapfel, que tenía diecinueve años cuando fue secuestrada y torturada, es el más revelador de los testimonios contra Olderöck. La autora del libro “La mujer de los perros”, Nancy Guzmán recogió la historia de la torturadora y la de su víctima en 1996. Pero Holzapfel le rogó que no hiciese pública su terrible historia hasta luego de la muerte de su madre, que ocurrió el año pasado. Y Guzmán fue fiel a ese pedido. No pudo menos que hacerlo público aún pasados los años, porque es un documento que toca “aspectos desconocidos y terribles de la DINA. Y no darlos a conocer rompe mis principios”. También destacó que, hasta hoy, nadie había escrito sobre el rol de las mujeres en la represión.
Guzmán también reveló un curioso incidente durante una de sus entrevistas a Olderöck, fueron tres en total. La torturadora le confesó que siempre tenía tres armas a mano: una pistola en la cartera, otra en su mesa de noche y una tercera en el horno de la cocina. “Entonces ella se para, va a la cocina, vuelve y pone la pistola en la mesa. Yo no sabía qué hacer. Hasta que le digo: ‘Saque el arma, no me gustan las armas’. Y en ese momento se pone furiosa y me dice que odia a las personas como yo. Me repetía, ‘Yo a usted la odio. Odio a los pacifistas”.
Olderöck negó ante Guzmán haber adiestrado a perros para torturar a sus víctimas. Pese a los testimonios en su contra, dijo que sólo había en La Venda Sexy ejemplares hembras de pastores alemanes. El Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, conocido como Informe Valech, afirma: “Quienes estuvieron en la Venda Sexy denunciaron haber sido sometidos a interrogatorios y torturas que se desarrollaban en el subterráneo del inmueble. En este recinto se practicó con especial énfasis la tortura sexual. Eran frecuentes las vejaciones y violaciones sexuales de hombres y mujeres, para lo que también se valían de un perro adiestrado” (…) Los innumerables testimonios señalan que se torturaba mediante corriente eléctrica, con quemaduras de cigarrillos, rompimiento de dedos y muñecas de las manos por largos colgamientos y otros métodos crueles y degradantes. Venda Sexy (…) fue un cuartel de detención e interrogatorios destinado a albergar principalmente a los miristas (miembros del MIR – Movimiento de Izquierda Revolucionario) que integraban las estructuras estudiantiles y juveniles de ese partido de izquierda”.
Las tres pistolas que en 1996 Olderöck tenía siempre a mano, obedecían a una precaución. El 15 de julio de 1981, al salir de su casa, Olderöck fue atacada a balazos. Un disparo le dio en la cabeza. La dieron por muerta. Pero sobrevivió, y con el plomo en la cabeza, hasta el final de sus días. Fue un atentado del MIR, aunque según Olderöck había sido planificado por Carabineros. De nuevo, Nancy Guzmán aportó los datos vitales. Los autores de los disparos fueron Raúl Castro Montanare y Carlos Bruit, que se alzaron con una carpeta que Olderöck llevaba encima. Esa carpeta reveló a los miembros del MIR que Olderöck estaba dispuesta a desertar de Carabineros y de los servicios de inteligencia chilenos. Los dos fueron detenidos tiempo después por sus actividades guerrilleras, pero jamás fueron interrogados sobre el atentado a Olderöck, lo que revela el grado de infiltración de los servicios secretos en el MIR y le da crédito a Olderöck acerca de los verdaderos inspiradores de su muerte. Siempre insistió en que el general César Mendoza ordenó su asesinato.
Mientras se recuperaba de sus heridas, la revista del cuerpo de Carabineros publicó un elogioso artículo sobra la mujer que entrenaba perros para violar a prisioneros: “Seguramente que por su personalidad tan esclarecida y por su fe cristiana, ha sido dotada de una vitalidad espiritual y física que le ha permitido sobreponerse de las graves lesiones inferidas, semanas atrás, por un despiadado criminal al servicio del comunismo ateo y sanguinario”. Señaló también que era “una oficial ejemplar, de sobresalientes virtudes de mujer” y “de un alma generosa”.
Ingrid Olderöck, que jamás se casó ni tuvo hijos, murió, sola, el 17 de marzo de 2001, por “una hemorragia digestiva aguda”, según el parte médico. Su funeral fue escueto: no la despidió ningún miembro de su familia, sólo algunos de sus ex compañeros de Carabineros.
Ahora Hollywood y su muñequito de gloria la devuelven del olvido, la reinstalan en el horror en forma de muñecote animado, bajo la mirada crítica del cineasta Covarrubias, inspirado en el revelador libro de Guzmán. Que el Oscar sea para el corto, y que Hollywood deje de santificar todo lo que toca.
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