“¡Ayuda! ¡Ayuda urgente en nombre de todos los santos! La situación que estamos viviendo es terrible. ¡Esto parece la posguerra!”, pide abrumada Lidia Verónica Hernández, fundadora y voluntaria del comedor comunitario Sol Naciente que alimenta a más de trescientas personas del barrio Illia y la Villa 1-11-14, en el Bajo Flores. Por allí, cada día pasan en fila por un plato de comida que les alivie el hambre aunque sea por un rato. Y no siempre lo logran.
La llegada de la pandemia del coronavirus fue para ellos devastadora. Si bien Verónica —así pide que la llamen— no sabe cuál es el número de fallecidos en el barrio, ni de niños y niñas que quedaron huérfanos, sí sabe que ya no ve muchas caras amigas, que el COVID-19 volvió a meterse en los pasillos de la villa para hacer estragos, que el paco volvió y copa las calles donde antes los más chicos jugaban y reían... Sabe que hay muchas madres que quedaron solas, que otras tantísimas familias ya no cuentan con un ingreso y que todos sus habitantes están bajo la línea de pobreza.
Sabe también que las dos salitas médicas que a veces atienden no tienen insumos suficientes ni médicos que asistan a los enfermos, entre los que hay muchos con anemia y que “una simple gripe los tira porque ya no tienen fuerzas”.
Desde 1998, Verónica (de 48 años, diabética y por segunda enferma de coronavirus) se hace cargo del hambre del barrio. Pero esta vez está perdiendo la batalla y clama desesperada por ayuda.
“No sé qué hacer, a quién más pedir ayuda. Hay solo cuatro personas que nos hacen donaciones y ya me da vergüenza pedirles siempre a ellos. ¡Estoy desesperada!”, dice entre lágrimas mientras del otro lado del teléfono se escucha el llanto de un bebé. “Es mi nietita de un año que también está con covid”, comenta y cuenta: “Es la hija de mi nene de 17 años, la estamos criando juntos porque la mamá los dejó. Ahora, los tres vivimos en el fondo del comedor, en una piecita, porque no pude seguir pagando el alquiler”, lamenta la mujer de profesión enfermera.
La triste realidad del barrio
A la 1-11-14 se la conoce como la villa del Bajo Flores. Se llama también Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli —en homenaje al párroco que perteneció al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo que decidió vivir en ese barrio y murió allí, en 2008—, y es uno de los barrios de emergencia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ubicado en la Comuna 7.
Específicamente, está en el sur del barrio de Flores, enfrente del estadio Pedro Bidegain (del Club Atlético San Lorenzo de Almagro) y cerca del Estadio Guillermo Laza, que pertenece al Club Deportivo Riestra.
La nominación se debe a la fusión de las villas 1, 11 y 14 que comenzaron a ser pobladas desde 1930 por personas que llegaban desde el interior de Argentina y de países limítrofes cuando la crisis económica de ese año azotó a las clases medias y bajas de Latinoamérica que debieron salir en busca de nuevas oportunidades.
Más tarde se la conoció como Villa Bajo Flores, Bonorino, 9 de Julio, Perito Moreno, Medio Caño y Evita, entre otros nombres. Hasta 2018, allí vivían 40.059 habitantes (según el Censo Instituto de Vivienda de la Ciudad) y es el barrio vulnerable más grande de la Ciudad.
“Actualmente debe haber unas 70 mil personas”, duda Verónica que la cifra del censo se mantenga y aclara que siempre habla por lo que ella misma observa y porque “hace mucho acá no entra nadie”.
Un poco enojada porque el aislamiento no la deja hacer más que coordinar a las voluntarias que desde hace cinco días están a cargo de todo, sigue: “Cada vez viene más gente a pedir comida. Yo no dejo de recibir mensajes en los que me piden más comida, leche o un pedazo de algo para llevarse a la boca y calmar la panza. Y hay menos ayuda que antes”, lamenta la perdida que sufrió el comedor: eran setenta personas las voluntarias y quedaron quince mujeres.
A eso se suman otros agravantes: la heladera que compró cuando fundó el comedor se quemó; el anafe ya no funciona bien y el horno en el cada amanecer hacía 70 kilos de pan casero tampoco sirve. Le queda hacer malabares con las 160 raciones de comida que recibe por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y sumándole los ingredientes que recolectan por medio de las donaciones hechas por los mismos vecinos y pequeños comerciales del lugar logra preparar viandas para unas 360 personas.
Pese a eso, “nada alcanza. Siempre es poca cantidad y con poco valor nutritivo”, reclama. “Acá no llegan ni frutas ni verduras, la gente solo come papa, arroz, fideos y pan. A veces, salchichas y algo de carne. Los chicos tienen 10 litros de leche para compartir, eso es un vasito por día. ¿Cómo no se van a enfermar con lo poco que comen? ¿Sabés lo feo que es cuando alguien toca la puerta pidiendo para comer y tener que decirle que no hay más?”, pregunta buscando alguna respuesta.
Pese a esa situación crítica, dice que hay otras preocupaciones que la invaden por estos días: la falta de medicamentos, de médicos y voluntarios en temas de salud que ayuden a sus vecinos.
“Yo ahora estoy aislada porque por segunda vez, en pocas semanas, contraje covid-19. Tuve antes y fue más leve, pero ahora tuve una recaída y me siento bastante mal, ¡eso que estoy vacunada sino creo que me hubiera muerto! Acá hay mucha gente que no se cuida y tampoco tienen cómo cuidarse. La mayoría de las que conozco se volvieron a contagiar, hay vecinos que se están muriendo. Hay veces que ves a una persona apenas caminando y de pronto que se cae por la enfermedad que tiene o los débiles que están. Hace no mucho un hombre se desplomó... Vienen, piden paracetamol y no tengo para darles porque no nos mandan nada de eso. ¿No se dan cuenta desde Nación que también estamos cumpliendo el rol del Estado con lo que hacemos?... Necesitamos que desde el Ministerio de Salud nos escuchen para que en cada casa haya un botiquín con lo más necesario. Necesitamos que vengan médicos y enseñen Primeros Auxilios, RCP; la gente tiene que saber qué hacer cuando un familiar o un hijo se les ahoga y no pude respirar”.
Su reclamo es desde el corazón y la desesperación. También desde el cansancio porque pese a su corta edad, Verónica vivió muchas vidas y vio demasiadas muertes.
“Antes de la pandemia había, al menos, algo de trabajo. Hacían changas y podían llevar comida a su casa. Tanto hombres que trabajaban en alguna obra o haciendo trabajos de mantenimiento como mujeres que salían a limpiar o a atender un comercio... ¡Pero eso ya no pasa! ¡Quedaron sin trabajo después de la cuarentena y muchos no tienen nada y se dejan morir! ¡Es muy triste! ¡Hay que estar acá para saber y entender de qué hablo!”, se quiebra.
“Nosotros estamos haciendo el trabajo que deberían hacer las asistentes sociales o dependencias estatales, no sé. La gente de la Ciudad nos da una mano, pero no alcanza porque se duplicaron la cantidad de personas y en poco tiempo”, remarca.
Durante 2021, en plena campaña electoral una visita la ilusionó. “Hubo una candidata a Legisladora que vino a sacarse fotos, caminó por el barrio, preguntó qué hacía falta y se lo dije, me pidió mis datos y nos dejó los suyos. Ganó y nunca más volvió, ni hizo nada de lo que prometió... Ni el teléfono atiende. No quiero ni dar el nombre, pero ella lo sabe; sabe qué dijo y qué no hace”, acusa.
Y, pidiendo perdón “por el atrevimiento”, pide más ayuda: “Están por comenzar las clases y los chicos no tienen guardapolvos, ni útiles, ni mochilas. ¡Están más de $ 15 mil! ¡Cómo las vamos a comprar! Necesitamos que donen telas o materiales para poder hacerlas nosotros o la gente que sabe coser. Quizás algunas empresas de esos rubros pueden ayudarnos con cositas para los nenes”.
Con esa angustia, nacida del compromiso por no ser indiferente a las necesidades ajenas, vive desde el momento que supo que unos hermanitos del barrio habían sido abandonados por sus padres a finales de la década de 1990 y junto a un grupo de vecinas no dudó en contenerlos y alimentarlos. Pronto se sumaron 100 niñas y niños más y en pocos meses eran cerca de setecientos.
Años más tarde, armaron un hogar para contener a mujeres en situación de calle y una panadería para las que no tenía trabajo, pero al no tener ayuda no pudieron sostener esos proyectos y continuaron solo con el comedor que en ese tiempo recibía miles de kilos de alimentos por parte del Gobierno Nacional y de la Ciudad.
Cómo colaborar con el comedor Sol Naciente
El comedor de la Asociación Civil Sol Naciente está ubicado en Agustín de Vedia 2500, manzana 2, casa 29 del Barrio Illia, Bajo Flores.
Necesitan alimentos no perecederos, cajones de frutas y verduras de estación; una heladera, cocina (o un anafe y un horno) usado en buen estado; nebulizadores, botiquín de primeros auxilios, artículos de limpieza como lavandina, desinfectantes, alcohol en gel y líquido, ropa y pañales para bebés, niñas, niños, adolescentes, mujeres y hombres.
También guardapolvos y mochilas o telas para confeccionarlas, útiles escolares, calzados para chicos de todas las edades y para adultos.
Y, sobre todo, médicos de familia, nutricionistas, asistentes sociales que puedan acercarse a prestar ayuda y asistir a las familias.
*Quienes deseen colaborar, pueden comunicarse con Verónica al número fijo 2054-5639 (Comedor Sol Naciente) y vía mensaje directo a la cuenta de Instagram @solnacientecomedor
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