El 13 de septiembre de 1998 la comunidad de Puerto Madryn se vio conmocionada por un imprevisto hecho que tuvo lugar en la Comisaría de Arroyo Verde, ubicada sobre la Ruta Nacional 3, justo en el límite de Chubut y Río Negro.
Una mujer embarazada de 23 años, que había arribado desde Bahía Blanca a ese inhóspito paraje en busca de su madre, una maestra rural de la zona, se descompuso en el camino y al advertir la presencia del destacamento policial frenó en busca de ayuda.
Estaba con contracciones y cuando pidió permiso para pasar al baño rompió bolsa. Inmediatamente, los efectivos que estaban de guardia la asistieron en el parto, le cortaron el cordón umbilical y llamaron a una ambulancia, que la trasladó junto a la recién nacida al Hospital Isola.
La bebé pesó 2.800 kilos y nació sin complicaciones. Los policías la lavaron un poco y la envolvieron con unas toallas porque en el baño hacía mucho frío. Se la veía saludable y enseguida se prendió al pecho de su mamá.
Mientras la gente de Madryn festejaban su llegada al mundo, dos días después se vieron sorprendidos por otra noticia. “La niña que nació en Arroyo Verde fue dejada por su madre en el hospital”, tituló el diario El Chubut publicando la foto de la recién nacida.
Junto a la beba había una carta que decía: “Por favor cuídenla y búsquenle una familia que le de amor y un hogar. Yo no puedo dárselo ni puedo tenerla conmigo y no quiero que ella sufra. Gracias, mamá”.
En el caso intervino la Defensoría de Minoridad provincial, que luego de varios intentos no logró ubicar a la progenitora, ni su marido ni a la abuela materna que supuestamente vivía en Madryn.
Por esa razón, el defensor de menores de aquel entonces, Rodolfo Fernando Blanco, abrió un registro de adopción para que se inscribieran las familias interesadas. Solo puso dos requisitos: vivir en la provincia de Chubut y poseer 5 años de residencia en el país. Dos semanas después de su nacimiento, la beba ya tenía una familia sustituta: los Quiñones. La llamaron Gabriela y la criaron junto a su otra hija.
Hoy, con 23 años, Gabriela Quiñones vuelve a ser noticia. Tras el fallecimiento de su mamá adoptiva, el viernes 11, compartió en su cuenta de Twitter todos esos recortes de diarios que la mujer guardaba en una caja junto a sus papeles de la guarda judicial.
“Días antes de morir, mí mamá le pidió a mi hermana que me diera una caja en la que estaban mis papeles de adopción, entre otras cosas. Se aclararon dudas que tenía y surgieron muchas otras. No creo en la inmensidad de las redes sociales para encontrarte pero si creo en mí paz”, escribió la joven y el tuit se hizo viral.
Sin desearlo ni proponerlo, se armó una campaña en las redes para dar con el paradero de la mamá biológica de Gaby ya que en uno de los artículos aparecía su nombre completo: Alejandra Karina González.
“Mis padres nunca me ocultaron que fui adoptada. Lo sé desde muy chica, desde que tengo uso de razón. No recuerdo la edad exacta en que me lo confesaron pero lo supe desde siempre. Era algo que estaba naturalizado en la familia”, contó Gaby a Infobae, todavía sorprendida por la repercusión de su tuit.
Gracias a esos recortes periodísticos, Gaby pudo reconstruir su historia y enterarse qué pasó en sus primeros 16 días de vida que cambiaron su destino por completo. En la caja había cuatro artículos, los cuales estaban pegados sobre una hoja blanca y decían: “Una mujer dio a luz en la Comisaría de Arroyo Verde”; “La niña que nació en Arroyo Verde y fue dejada por su madre en el hospital”; “Pasos previos a la adopción” y “Beba abandonada ya tiene familia”.
“En una de las notas también figuraba el hombre de su esposo, identificado como Julio Martini. Lo que desconozco es si ese hombre era mi padre biológico porque el artículo no lo aclara”, cuenta Gaby.
A diferencia de muchas personas adoptadas, que se muestran activas para buscar a sus padres biológicos, ella dice que todavía no siente la necesidad de conocerlos. “Ser adoptada nunca fue algo doloroso en mi vida. Estoy muy conforme con la familia que me acogió y nunca me hicieron faltar nada”, remarcó la joven.
Sin embargo, admitió que el contenido que su mamá guardaba en esa casa le resultó muy clarificador. “De vez en cuando me surgía la duda de qué pudo haberle pasado en ese momento para tomar la decisión de abandonarme. Pero ahora, al leer esa carta manuscrita pude comprobar que ella quería lo mejor para mí. Lo considero un acto de amor”, expresó con tono aliviado.
Gaby jura que nunca tuvo la intención de buscarla y ahora que falleció su mamá biológica tampoco. “Solo utilice mi cuenta de Twitter para hacer catarsis y compartir algo que me pasó mientras transito el duelo”, admitió.
Y concluyó: “Si después de toda esta locura que se armó en las redes, mi mamá aparece veré qué hacer; y si no aparece, no pasa nada. No es algo que me mortifica ni me quita el sueño. Ser adoptada fue algo normal para mí y siempre estuve en paz conmigo misma y mis afectos”.
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