Don José Clemente fue arriero, como su suegro. También improvisado guía y hasta capitán en el regimiento que cruzó los Andes con José de San Martín. Y también fue el padre de Faustino Valentín, que pasaría a la historia como Domingo Faustino Sarmiento.
Había nacido en San Juan entre el 21 y el 23 de noviembre de 1778 y era cuatro años menor que su esposa, Paula Zoila Albarracín Irrazábal, venida al mundo el 27 de junio de 1774. Habían formalizado en diciembre de 1802 en la Iglesia de San José, cuando ya estaban establecidos en un rancho en el humilde barrio El Carrascal, en la ciudad de San Juan, que por entonces no superaban los tres mil habitantes.
Doña Paula, a los 23 años, aún soltera, se había animado a levantar su propia casa, con la ayuda de dos esclavos prestados por sus hermanas.
José Clemente Cecilio de Quiroga Sarmiento, junto a su hermano cura José Eufrasio Quiroga fueron los que le enseñaron a leer al niño Domingo, nacido como Faustino Valentín el 15 de febrero de 1811.
El nombre Domingo aludía al santo familiar. Solían tomarle lección a ese niño regreso de la escuela, que de grande se jactaba de haber sido gestado en mayo de 1810, con el nacimiento de la patria misma. Sarmiento siempre recordaba los cuatro volúmenes de La historia crítica de España que había en la casa y que le obligaron a leer, “y otros librotes abominables que no he vuelto a ver y que me han dejado en el espíritu ideas confusas de historia, alegorías, fábulas, países y nombres propios”.
De los 15 hijos que tuvo el matrimonio, solo cinco llegaron a la adultez: Paula, Procesa, Bienvenida, Rosario y Domingo.
Cuando estalló la Revolución de Mayo, José Clemente fue de los primeros en su provincia en adherir al nuevo régimen. Ese hombre alto, corpulento y simpático, que muchos lo tenían como un emprendedor y otros como un vago y holgazán, iba por la calle dando vivas a la patria y organizando colectas, luego de haber guiado por un tramo al Ejército del Norte comandado por Manuel Belgrano y comprobar el estado calamitoso de sus soldados.
Era un experimentado arriero y conocía la precordillera al dedillo. Tenía a su cargo un grupo de gente y se dedicaba a comerciar con Chile. Durante meses, doña Paula permanecía sola con sus hijos, mientras su marido transitaba los terrenos montañosos, arriando vacas, caballos o mulas. Los malintencionados lo tildaban de no estar nunca en la casa.
En el departamento Zonda, en tierras de la Estancia Maradona, en el puesto Agua Pinto se conserva un rancho de dos ambientes que se cree que tiene cerca de 400 años de antigüedad. Su primer dueño fue el capitán Baltasar Pinto Leite, que acompañaba a Juan Jufré, el español que el 13 de junio de 1562 fundó San Juan de la Frontera. Ubicado a 2200 metros en la precordillera, conserva original sus gruesas paredes de piedra, de sesenta centímetros de ancho.
Por siglos fue un refugio para arrieros, y fue levantado en el punto obligado de paso entre San Juan y Chile, en un camino trazado por los incas para comunicarse con sus dominios.
Hace cerca de quince años Juan José Robles, un sanjuanino, se ocupa de conservarlo “por un mandato familiar”. Está convencido de que tanto José Clemente usó esta vivienda, así como su hijo Domingo Faustino, ya que asegura que cuando el niño contaba con 11 o 12 años, ya acompañaba al padre. Explica que era costumbre entre los arrieros que cuando los hijos varones estaban en condiciones de soportar una jornada montado a caballo, los asistiesen buscando agua o cebándoles mate.
Ese paso a Chile se mantiene tal cual desde siempre y por lo escarpado del terreno, los arrieros solían herrar las vacas para que pudieran soportar el camino. Para adaptarlas a las pezuñas de los animales, se partían las herraduras al medio.
En la propiedad, cercana a tierras que por el 1800 habían pertenecido a los Albarracín, se conservan 18 kilómetros del tendido original del telégrafo, de 1870, colocado cuando Sarmiento era presidente.
En excavaciones realizadas por aficionados, se descubrieron botones de uniformes militares, puñales y herraduras. Por la zona acampó el gobernador sanjuanino Nazario Benavídez, que había abrazado la causa federal.
A unos 30 kilómetros, en la entrada del corredor de la quebrada del Zonda, fue donde Sarmiento escribió Las ideas no se matan. Robles, un nacido y criado en San Juan y que con un grupo de amigos intenta que esta vivienda sea incluida en los circuitos históricos de la provincia, está convencido que en los exilios que el sanjuanino debió emprender a Chile, pasó por ese rancho. En los archivos provinciales buscan documentos que avalen eso.
Se las ingenió para plantar en el lugar un retoño de la famosa higuera existente en el patio de la casa de los Sarmiento, en la capital provincial, y conserva en su casa en la ciudad de San Juan diversos objetos para exhibirlos cuando el rancho se transforme en un museo. Se ocupa de mantener cuidado el lugar y que los visitantes no dejen fuegos encendidos ni basura tirada.
Cuando José de San Martín planeaba el cruce de los Andes, habría consultado en más de una oportunidad a José Clemente, sobre los pasos más adecuados. Lo confirmó como capitán de los milicianos y le encomendó la organización de una unidad de voluntarios sanjuaninos. Se presentó en diciembre de 1816 en el campamento del ejército libertador con noventa hombres, y con ellos peleó en Chacabuco.
Terminado el combate, San Martín le ordenó entregar el parte de batalla en San Juan y de llevar, en custodia, a 300 prisioneros realistas. Domingo Faustino, de seis años de edad, recordaba la imagen de esos soldados en la capital provincial, que fueron entregados al gobernador José Ignacio La Rosa.
En su viaje por Europa, Sarmiento quiso conocer a José de San Martín. Durante el encuentro, el 24 de mayo de 1846 en la residencia de Grand Bourg, el anciano general le comentó: “Conocí a un capitán de milicias de San Juan, don Clemente Sarmiento, a quien entregué después de la batalla de Chacabuco, los prisioneros españoles que debían llevarse”. Sarmiento le confirmó, ante la sorpresa del Libertador, que efectivamente era su padre.
Posteriormente, el papá de Sarmiento fue comisario de policía y en diciembre de 1830 diputado en la legislatura sanjuanina.
En el dormitorio de su casa, había colgado de una pared el sable con el que había peleado en Chacabuco. Su hijo lo descolgaría cuando se involucró en las luchas entre unitarios y federales.
Padre e hijo combatieron juntos el 12 de septiembre de 1829, en la batalla del Pilar, librado en Godoy Cruz, Mendoza. José Clemente fue tomado prisionero y condenado a muerte, pero su pariente lejano Facundo Quiroga le perdonó la vida. Domingo Faustino, de 18 años, logró huir. Distinta suerte corrió Francisco Narciso de Laprida, que fue enterrado hasta el cuello y muerto por las patas de los caballos que le pasaron por encima.
Cuando el hijo tomó el camino del exilio, el padre lo acompañó. José Clemente enfermó y regresó a San Juan. Fue atendido por un comprovinciano, el médico Guillermo Rawson. Falleció el 22 de diciembre de 1848 y cuando la cruz que señalaba su tumba desapareció, se perdió la ubicación exacta de sus restos.
El devastador terremoto de enero de 1944 también hizo desaparecer valiosa documentación que podría arrojar luz sobre la historia de ese rancho perdido en la quebrada del Zonda. Todavía se mantiene cerca de donde un sanjuanino había escrito que las ideas no se mataban, sino que se defendían, aún a costa de la propia vida.
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