“¡Vieja, ¿a que no sabés de adónde te estoy llamando?!”.
Diez palabras bastan, a veces, para cambiar una vida. Y aquella recordada frase que Sabino Morales recitó con gracia única para un comercial de Telefónica -apenas 6 segundos- fue una bisagra para la suya. Pasaron 29 años de aquella bendita casualidad y aquel gaucho no sólo perdió el bigote: también la inocencia.
“Je”, le dice Sabino por teléfono a Infobae cuando empieza a recordar. Y no es precisamente de alegría su interjección. La actuación en la publicidad le dio fama, lo hizo recorrer el país, ser Tapa de los Personajes del Año de la revista Gente en 1993, charlar con el entonces presidente Carlos Menem, sentarse en la mesa de Bernardo Neustadt en Tiempo Nuevo, ser entrevistado por Mauro Viale, conocer Buenos Aires, grabar una propaganda para la campaña de Eduardo Duhalde para gobernador y participar de dos películas que rodó Carlos Sorín, el mismo director del comercial. La pieza anunciaba la inaguración del servicio telefónico en Clemente Onelli, un pequeño pueblo de la Línea Sur de Río Negro, que supo tener unos 500 habitantes hasta 1990, cuando cerró el ramal ferroviario que pasaba por allí, y hoy cuenta con un centenar de personas. El contexto marcaba la despedida de la estatal Entel, empresa que era el símbolo de la ineficiencia: tardaba años en colocar una línea de teléfono, si lo hacía. Las privatizaciones de la década del ‘90 eran el nuevo rumbo de los servicios públicos y el dinero obtenido por ellas sostuvo el “1 peso igual a 1 dólar” hasta que esa ilusión explotó en el 2001. Pero a él, al simpático gaucho que sacaba la lengua y se reía, de aquella vorágine le quedó un sabor agridulce. Primero -y principal- porque hacer ese comercial truncó su carrera como policía. “Los primeros recuerdos son buenos, pero terminó mal porque me tuve que ir de la institución que me cobijó casi 20 años, que me dió la posibilidad de formar una familia, de tener una casa, una obra social. Hoy tengo mi retiro de la policía y me sirve mucho. Pero no la pasé bien con sus integrantes”, cuenta.
-¿Por qué lo echaron?
-Siempre me acuerdo de la carátula del sumario que me hicieron: ‘Realizar tareas recreativas no relacionadas al servicio’. Esa publicidad se vio no sólo en Argentina, sino en países vecinos. Venían conocidos de Chile y me decían “te vi en la televisión de allá…”. No se si habrá sido la envidia o que yo era del campo, del pueblo originario, hijo de mapuches. Para ellos era un indio, y cuando fui a Buenos Aires no lo aguantaron. Al final me retiré en el 95.
En realidad, que Sabino haya sido el protagonista más recordado de aquel comercial fue una casualidad. O más bien, culpa de un mal actor. “Antes de venir, ellos mandaron a un chico desde Buenos Aires. Habló con la Comisión de Fomento de Clemente Onelli, con la escuela, con las instituciones, para hacer una juntada de gente, para comprar comida... Yo en ese momento estaba en ese destacamento. El comisionado les dijo que no iba a salir a juntar a la gente. Me vinieron a ver y le dije ‘si, te doy una mano’. Tengo la característica de ayudar a lo que se necesita. Yo era amigo de los campesinos, cuando el invierno de ese año cayó una terrible nevada, conseguí un carrito y le llevaba leña a la gente. Y me llamaron mis superiores para decirme que no era empleado municipal, que mi trabajo era otro…”.
Cuando llegó el momento de filmar, el protagonista recuerda que la troupe publicitaria arribó a Onelli “en dos o tres Trafic, con los equipos, con regalos… Estuvieron como dos días, desde un sábado al domingo en la tarde. Se juntó la gente, y a los que tenían familiares lejos, en Bahía Blanca, Bariloche o Buenos Aires, los dejaron llamarlos por teléfono. Hablaron todos, y después apareció el actor que trajeron, ni idea quien. Lo vistieron de gaucho y no funcionó. Sorín, el director, le decía que fuera más alegre. Le pusieron sombrero, pañuelo, le dieron un nene, el mismo que tengo yo en brazos en la publicidad, tampoco me acuerdo de qué familia era. Tenía que estar contento, porque por primera vez llegaba el teléfono a ese paraje inhóspito. Entonces, como ya llevábamos dos días y me había conocido un poco, Sorín me dice: ‘¿y usted no se anima?’. Yo primero dije que no, pero la gente que estaba ahí, como 70 personas, empezó a cantar ‘que lo haga, que lo haga…’. Y bueno… Andaba de civil, de gaucho, toda la ropa que se ve era mía. Me dijeron lo que tenía que decir y salió… La cosa es que cuando corté, miré para todos lados y por ahí venía don Sorín muerto de risa, para darme un abrazo…”
Después de la actuación fueron a merendar y le dijeron que en la semana tendría novedades. La noticia le llegó el miércoles siguiente: “Me pidieron que me tomara un avión y que fuera a Buenos Aires. Tenía que pedir autorización, les dije que no podía viajar. ‘¿Quién es su jefe?’, me preguntaron. Y empezaron a llamar a todo el mundo. Hasta al jefe de policía y al ministro de Gobierno. En cuatro o cinco horas me autorizaron. Me pagaron todo: pasajes, hotel, seguro… Fue una experiencia muy linda. Después volví otras veces para estar con Neustadt, con Mauro Viale, en la tapa de Gente… Capaz fue eso lo que molestó en la institución”.
-¿Y le pagaron por hacer el comercial?
-No, nada de nada. Fue feo, porque en la policía me empezaron a investigar como a un delincuente. Le preguntaron a la gente si yo había firmado algún papel, si habían visto plata, revisaron en mi cuenta del banco. Al final pasé la nota de retiro y les dije ‘me voy’. Dejé el uniforme, fue muy injusto. A los diez días me salió el sobreseimiento. Podría haberles hecho juicio, pero no quise tener más problemas.
-¿Qué le dijo su “Vieja” cuando lo vió?
-Ella estaba en el campo, ni se enteró. Pero déjeme decirle algo: aquello fue todo un espejito de colores. Lo que más me dolió es que me sentí usado. Sorín me llamó al tiempo para filmar Historias mínimas y otra película en Santa Cruz (Nota: La Película del Rey). Estuve… Me pagaron el pasaje y la comida nada más. Y después me convocaron para ir al norte, para una película sobre Maradona si mal no recuerdo (Los caminos de San Diego). Pero esa vez me asesoré con un abogado que me dijo ‘no, ellos tienen que pagarte, ya es demasiado’. Y les dije que no iba más eso de ir y pasarla lindo un rato nomás…
Del teléfono a los problemas de conexión
Encontrar a Sabino no fue fácil. Ahora tiene 73 años, está casado con Juana Clorinda Aliante desde hace 45, tiene 5 hijos (Nieves -que vive en Comodoro Rivadavia-, Walter -expolicía también, en Bariloche-, Vilma -enfermera en San Martín de los Andes-, Daniel -trabaja en una empresa de cableado en Bariloche- y Valeria -enfermera en Bariloche-), nietos, bisnietos, y alterna entre su casa en Ingeniero Jacobacci (uno de los pueblos más importantes de la Línea Sur de Río Negro, 6.200 habitantes) y su campo de la zona de Colan Conhué, donde nació, un paraje 100 kilómetros hacia el norte por la ruta 6 que ni siquiera figura en el mapa y donde pasa la mayor parte del tiempo. Paradojas del destino -aunque previsible-, el lugar cuenta con muy escasa señal de celular: “Tenemos problemas con Internet, es muy mala. Por ahí funciona y por ahí… no”, señala con resignado humor. Su mamá, Sabina Huentelaf, la “Vieja” a quien llamaba en la publicidad, tiene 94 años y todavía vive allí. “Así que cuando estoy también cuido a la viejita, que estuvo complicadita de salud con el COVID este que le agarró, pero como tiene sus vacunas fue leve. Y atiendo mi capital, mis animales, mi campito y el de mi mamá. Son campos chiquitos, no vaya a creer. No son como los de la cordillera ni la pampa húmeda. Yo tengo unas 4 mil hectáreas más o menos. Pero son muy secos, deforestados, no tengo ni agua. Ahora estuvimos instalando una bombita solar para sacarla. Es cara pero efectiva. Sino teníamos que baldear el agua, sacarla con una roldana y llenar los bebederos. Encima, con esta sequía, la napa se fue bien abajo…”.
Sin embargo, el hombre se las rebuscó. Tiene ovejas, chivas, yeguarizos y el negocio prospera. “Vendemos la lana, estamos trabajando bien. Yo volví al campo en el 97, 98 más o menos. Y por intermedio de la cooperativa y el INTA, hemos hecho ventas importantes del pelo mohair. Nos financian la esquila. Con productores de Río Negro, Chubut y Neuquén vendimos a Sudáfrica, tuvimos muy buena experiencia. Cambió todo, porque ya no vendemos más individualmente. Cuando nací y me crié, los que proveían los víveres venían a ver a los viejos, cargaban la lana sin precio, le ponían el que querían… Ahora acopiamos la lana, hacemos el trabajo de limpieza y enfardado. Después se hace el calado, se envía al INTA de Bariloche y de acuerdo al análisis que hacen tenemos las ofertas de los compradores”, explica.
Pero eso no es todo. Desde el 2006, Sabino Morales es lonko mapuche. El cacique. “Se formó una comunidad en Colan Conhué y me eligieron”, sintetiza. La historia, desde luego, tiene más cuerda: “Me hice conocido de Darío Rodríguez Duch, un abogado de Bariloche (Nota: fallecido en 2020 y exasesor de Magdalena Odarda cuando la actual presidenta del INAI -Instituto Nacional de Asuntos Indígenas- era senadora). Ellos trabajaban para los pueblos originarios. Me preguntaron si había gente mapuche en Colan Conhué como para formar una comunidad. Les dije que éramos un montón. Cuando se hizo la primera reunión, me propusieron ser lonko. Yo no quería, porque no aprendí ni hablo la lengua mapuche (el mapudungún). Pero Duch me dijo ‘mirá Sabino, vos sabés hablar para dar una nota, sabés dónde reclamar, acá hay mucha gente analfabeta, muchos mayores. Tenés que ser lonko por dos años…’. Yo tengo primaria y secundaria gracias a la policía. Así que acepté. Y después seguí”.
Luego de dar ese paso, Sabino cuenta que tuvo que lidiar con varios “inconvenientes”: “Había gente a la que sacaron de sus campos con apoyo de la policía, manejado por gente de Jacobacci. Pero ahora estamos bien. Si algo me enseñó Darío Rodríguez Duch cuando nos asesoraba es que nunca la violencia, siempre el diálogo…”.
-¿Cómo ve lo que sucede con Jones Huala y la RAM?
-Mal. No tiene que ser así, esa violencia, quemar casas. No estoy de acuerdo con que anden armados. Pero si un mapuche se manda una macana, la sociedad juzga a todos. Es un grupo. En la policía pasaba lo mismo, en una época me decían ‘si yo fuera sargento como usted, sabe cómo garroteaba a la gente’, y yo no lo aceptaba. Pero en esto también se embarra mucho la cancha. No es de ahora. Yo me crié en el campo y vi todo. Como le dije, venían y se llevaban el trabajo por nada. Nadie asesoraba, había analfabetismo. Cuando entré en la policía no sabía ni andar en bicicleta ni usar el teléfono. Pero siempre quise progresar. Y a pesar de todo lo que me ha pasado en la vida, soy un hombre feliz.
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