“Los abajo firmantes queremos expresar nuestra honda preocupación por la crisis que vive la escuela argentina y que se ha visto profundizada en niveles alarmantes por las últimas medidas adoptadas en el contexto de la pandemia”, señalan los académicos y docentes que suscriben el texto, en referencia a las disposiciones del Consejo Federal de Educación que facilitaron al extremo las condiciones para la promoción de grado o año y que para su aplicación apelaron a “una inaceptable presión a los docentes para que certifiquen aprendizajes no verificados”.
“Un grito de alarma ha surgido de los docentes que ven afectada su dignidad con imposiciones que apuntan a degradar la esencia de su rol: enseñar”, señalan los firmantes. Ese fue el disparador de la decisión de estas personalidades de hacer un pronunciamiento público para alertar a la sociedad en su conjunto sobre lo que está sucediendo en las escuelas y para interpelar a las autoridades responsables.
El petitorio habla de “des-educación”, de “demagogia” y “estafa educativa”, de “nivelación hacia abajo”, de “facilismo”, de “desvalorización del rol docente” y de “subestimación de los niños pobres”, entre otros conceptos durísimos sobre el estado actual de la educación.
El texto lleva las firmas del destacado lingüista Pedro Luis Barcia, de los directivos de la Academia Nacional de Educación (su presidente, Guillermo Jaim Etcheverry, y sus vicepresidentes, Horacio Sanguinetti y Adalberto Rodríguez Giavarini), de la Academia Argentina de Letras (Alicia Zorrilla y José Luis Moure, presidente y vice respectivamente), de la Academia Nacional de Medicina (su presidente, Antonio Raúl de los Santos), de historiadores como Luis Alberto Romero, José Emilio Burucúa, Hilda Sábato, María Sáenz Quesada e Isidoro Ruiz Moreno, de filósofos, como Santiago Kovadloff y Diana Cohen Agrest, del politólogo Marcos Novaro y de Rosendo Fraga, académico de número de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. También de varios egresados de la época gloriosa de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, como Jorge Butera (que fue rector de esa institución), Alberto De Luca (hoy director de la Escuela Phillips) y Ricardo Romano; de escritores, como Marcos Aguinis y Abel Posse, de Alberto Bellucci, ex director de los museos Nacional de Bellas Artes y de Arte Decorativo, de Fernando Petrella (ex director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación) y de Ana Borzone, pedagoga, investigadora principal del Conicet, entre un total de más de 50 firmas.
Estas personalidades han unido sus voces para señalar que “hace décadas que las autoridades del área educativa -bajo diferentes administraciones- cultivan la concepción de que la necesaria inclusión social sólo se logra mediante la degradación de la calidad y del contenido de la enseñanza”. Y denuncian que “el resultado es el contrario al declamado: la brecha escolar es cada vez mayor, ya que las familias que disponen de los recursos materiales necesarios huyen hacia los pocos nichos de excelencia educativa que van quedando, tanto en lo público como en lo privado”.
“El paternalismo que se esconde detrás del discurso inclusivo es en realidad una subestimación de los niños pobres -dice el comunicado-. En vez de enseñarles se hace con ellos caridad educativa. Y se los priva de la única oportunidad que tienen para salir adelante: la escuela. Una escuela que enseñe”.
Evocan además una trayectoria de nuestra educación que hay que rescatar, cuando señalan que “se sacrifica de este modo la función igualadora en oportunidades y promotora de futuro que tradicionalmente tuvo la educación argentina”.
La declaración se cierra con una invocación a las autoridades para “que asuman perentoriamente, a modo de mandato, modificar este rumbo”, porque “se está des-educando a varias generaciones, y si se enajena el futuro de los niños y jóvenes, se está enajenando el futuro de la Nación”.
Por último, señalan que, “si el gobierno nacional quiere des-educar, no por ello las provincias deben permitirlo”. “El país federal -concluyen- tiene que poner fin a esta concepción demagógica de la enseñanza, que reniega de la exigencia y de la disciplina, desautoriza al maestro, estafa a los alumnos y compromete el porvenir de la Patria”.
A continuación, el texto completo de la declaración y las firmas:
A LAS AUTORIDADES LES PEDIMOS QUE EMPIECEN A EDUCAR EN SERIO Y RECONSTRUYAN LA ESCUELA ARGENTINA
Un título vacío es una discriminación encubierta y una inclusión fallida
Los abajo firmantes queremos expresar nuestra honda preocupación por la crisis que vive la escuela argentina y que se ha visto profundizada en niveles alarmantes por las últimas medidas adoptadas en el contexto de la pandemia.
Un grito de alarma ha surgido de los docentes que ven afectada su dignidad con imposiciones que apuntan a degradar la esencia de su rol: enseñar.
Antes de que concluyera el ciclo lectivo 2020 -el año de las aulas cerradas- el entonces Ministro del área educativa y el Consejo Federal de Educación anunciaron el pase automático de grado para todos los alumnos, despreciando el esfuerzo personal de cada estudiante por aprender y de los maestros por enseñar en un contexto adverso.
Esa decisión se completó, en el 2021, con una serie de disposiciones imbuidas del mismo espíritu facilista: un sistema de promoción flexibilizado al máximo, que da por adquiridos los conocimientos de dos años de una materia con un solo trimestre aprobado a finales de 2021 y permite pasar de año con hasta 5 ó 6 materias previas-, todo ello acompañado de la supresión de las calificaciones numéricas, de las mesas de examen, de la obligatoriedad de asistencia a la escuela y de una inaceptable presión a los docentes para que certifiquen aprendizajes no verificados.
Hace décadas que las autoridades del área -bajo diferentes administraciones- cultivan la concepción de que la necesaria inclusión social sólo se logra mediante la degradación de la calidad y del contenido de la enseñanza. El resultado es el contrario al declamado: la brecha escolar es cada vez mayor, ya que las familias que disponen de los recursos materiales necesarios huyen hacia los pocos nichos de excelencia educativa que van quedando, tanto en lo público como en lo privado.
Por eso afirmamos que el déficit educativo actual no es esencialmente de orden presupuestario. Es conceptual. Teorías pedagógicas antojadizas desterraron de la escuela el rigor metodológico y la enseñanza sistemática.
Medidas como las que se tomaron a fines del año pasado en relación con la promoción de los alumnos no son sino reflejo de la idea de que la exigencia, la disciplina y la evaluación de conocimientos son agresiones a los educandos, a los que se debe contentar todo el tiempo; una concepción que deriva de haber puesto en cuestión la centralidad del saber y la jerarquía de relaciones que deben imperar en la educación.
El centro del sistema debe volver a ser el conocimiento, cuya transmisión es un proceso complejo y multidimensional, que implica una estrecha colaboración entre maestros y alumnos, entre compañeros de curso, entre padres, madres, docentes y educandos, aunque posee siempre una suerte de columna vertebral y ordenadora: el eje vertical de la transmisión cultural. Pero en nombre de la idea de que “el niño aprende solo” -que “construye su propio saber”- se les negó a los maestros la autoridad para enseñar y a los alumnos el derecho a aprender.
Ningún niño puede apropiarse del conocimiento por sí mismo.
Y todo niño tiene derecho a que le enseñen, a que le permitan acceder y apropiarse del acervo cultural acumulado por generaciones anteriores. Ese es su derecho. Y solamente la escuela se lo puede garantizar. Eso le permitirá en el futuro defenderse y actuar en el mundo ya sea laboral, relacional, universitario.
Pero hoy, con una concepción paternalista y bajo la etiqueta de la inclusión, verificamos que se promueve, junto con la desvalorización del esfuerzo personal y el vaciamiento de los programas, una estigmatización de la disciplina, que mina la autoridad del maestro.
Sin aceptación por parte del alumno de la autoridad del docente, no hay transferencia de conocimiento posible. El Estado tiene que hacer respetar esos valores que hicieron grande a nuestra escuela y recuperar la alianza virtuosa de autoridades, padres y maestros que hace posible el aprendizaje.
En la escuela de hoy hay una constante nivelación hacia abajo. La competencia, que debería ser promovida en aras de la emulación, es descalificada con el absurdo argumento de la discriminación. Se transmite así a los educandos la idea de que no vale la pena esforzarse.
El paternalismo que se esconde detrás del discurso inclusivo es en realidad una subestimación de los niños pobres. En vez de enseñarles se hace con ellos caridad educativa. Y se los priva de la única oportunidad que tienen para salir adelante: la escuela. Una escuela que enseñe.
Se sacrifica de este modo la función igualadora en oportunidades y promotora de futuro que tuvo la educación argentina tradicionalmente gracias a la impronta que le dio Sarmiento.
Una escuela que enseñaba a leer y escribir en primer grado, mientras que hoy se tapa el fracaso promoviendo automáticamente y argumentando -contra toda experiencia- que los niños necesitan dos años para ese aprendizaje.
Todo niño está en condiciones de aprender a leer y escribir y a realizar operaciones matemáticas básicas en el transcurso del primer grado. Es imperativo volver a cumplir ese objetivo porque el alumno que no domina la lectoescritura estará mal equipado para todo el resto de su recorrido escolar.
Es un derecho que no se le puede negar. Si no se lo garantiza se está divorciando a ese futuro joven del mundo, se lo está condenando a la marginalidad o a la esclavitud. ¿De qué innovación tecnológica hablamos si no se provee a los estudiantes de las herramientas necesarias para acceder a esos conocimientos?
Distribuir laptops es importante, pero eso no salva en sí mismo las fallas actuales. Es sólo una herramienta que no exime a la escuela de su tarea ni a las autoridades de su responsabilidad.
Más grave aun si cabe es que el facilismo educativo imperante se está trasladando a los Institutos de Formación Docente en los que se ha impuesto un ingreso irrestricto, comprometiendo lo que debiera ser un principio indeclinable: que ingresen a la carrera docente los mejores estudiantes.
Es que se ha desvalorizado la docencia. Al profesor, que es quien transmite el conocimiento, se lo pone a la par del alumno. No puede penalizar, desaprobar, ni dejar libre.
El desafío que tenemos por delante es devolverle a la escuela su rol de enseñar. Hay que desarmar la absurda asociación entre la desaprobación y el maltrato. Y entre la aprobación y la calidad educativa. Un título vacío es una discriminación encubierta y una inclusión fallida.
Por todo ello les pedimos a las autoridades que asuman perentoriamente, a modo de mandato, modificar este rumbo. Se está des-educando a varias generaciones. Y si se enajena el futuro de los niños y jóvenes, se está enajenando el futuro de la Nación.
Si el gobierno nacional quiere des-educar, no por ello las provincias deben permitirlo. El país federal tiene que poner fin a esta concepción demagógica de la enseñanza, que reniega de la exigencia y de la disciplina, desautoriza al maestro, estafa a los alumnos y compromete el porvenir de la Patria.
FIRMAS
Pedro Luis Barcia (lingüista, ex presidente de la Academia Nacional de Educación)
Luis Alberto Romero (historiador)
Guillermo Jaim Etcheverry (presidente de la Academia Nacional de Educación)
José Emilio Burucúa (historiador)
Marcos Aguinis (escritor)
Abel Posse (escritor)
Horacio Sanguinetti (ex Rector del Colegio Nacional Buenos Aires, vicepte de la ANE)
Santiago Kovadloff (ensayista, poeta)
María Sáenz Quesada (historiadora)
Alicia Zorrilla (presidente de la Academia Argentina de Letras)
José Luis Moure (vicepresidente de la Academia Argentina de Letras)
Alberto Taquini (Academia Nacional de Educación. Proyecto Nueva Educación)
Diana Cohen Agrest (filósofa)
Alberto Bellucci (ex director Museo Nacional de Bellas Artes y del Museo de Arte Decorativo)
Fernando Petrella (ex director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación)
Hilda Sábato (historiadora)
Carlos Reboratti (geógrafo)
Antonio Raúl de los Santos (presidente de la Academia Nacional de Medicina)
Rosendo Fraga (académico de número de la Academia de Ciencias Morales y Políticas)
Ana María Borzone (Investigadora principal del Conicet)
Isidoro Ruiz Moreno (historiador)
Marcos Novaro (politólogo)
Julio Martín Viera (compositor)
Jorge Goldenberg (guionista, director)
Beatriz Bragoni (historiadora)
Lilia Ana Bertoni (historiadora)
Guillermo Scarabino (director musical)
Luis Príamo (Academia Nacional de Bellas Artes)
Javier Roberto González (Academia Argentina de Letras, Conicet, UCA)
Alieto Guadagni (economista, Academia Nacional de Educación)
Adalberto Rodríguez Giavarini (vicepresidente de la Academia Nacional de Educación, CARI)
Roberto Bosca (director del Instituto de Cultura del Cudes)
Olga Fernández Latour de Botas (Academia Argentina de Letras, Academia Nac. de la Historia)
Santiago Sylvester (escritor, Academia Argentina de Letras)
Paola Del Bosco (Academia Nacional de Educación, UA).
Héctor Masoero (Academia Nacional de Educación, UADE)
Ana Lucía Frega (Academia Nacional de Educación)
Ramón Leiguarda (Academia Nacional de Educación, UBA)
Vìctor Herrero (Academia Nacional de Educación Universidad Austral)
Miguel Angel Iribarne (ex-decano de Ciencias Políticas de la UCALP)
Diego Barros (sociólogo y editor)
Carlos Altamirano (escritor y profesor universitario)
Vilma Saldumbide (pedagoga, ex directora del ILSE)
Jorge Norberto Butera (profesor y ex rector de la Escuela Normal Superior Mariano Acosta)
Alberto De Luca (rector de la Escuela Phillips)
Ricardo Romano (Maestro Normal Nacional)
Liana Pividori (docente, A.P.L.E. Argentina por la Educación)
Vicente Massot (politólogo)
Hilda Albano (Academia Argentina de Letras, UBA)
Marcelo Gullo (historiador)
Antonio Requeni (escritor, Academia Argentina de Letras)
Pablo Cavallero (Academia Argentina de Letras, Conicet, UBA)
Luis Quevedo (secretario de Eudeba)
Oscar Andrés De Masi (ex regente de la Esc Nac. de Museología y docente universitario)
Martina Anghileri (Padres Organizados Pilar)
Sergio Sinay (escritor)
María Seitún de Chas (profesora Universidad Austral)
Rita Savaglio (médica, SAP)
Francisco Muscará (Academia Nacional de Educación y Univ. Nac. de Cuyo)
Patricio Colombo Murúa (ex rector de la Universidad Católica de Salta)
Hugo Carassai (Fundación Arturo Frondizi)
Silvia G. Melamedoff (presidente de la Asociación de Medicina Psicosocial Argentina)
Juan Javier Negri (presidente de la Fundación Sur, creada por Victoria Ocampo)
Cecilia Azkinazi (correctora literaria, Asociación de Medicina Psicosocial Argentina)
Norma Nudelman (Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales)
Oscar Dinova (escritor, maestro rural)
Alicia Liliana Vicente (Asociación Civil Profesores Republicanos)
Jorge Ossona (historiador)
Abel Albino (pediatra, Academia Nacional de Educación)
Manuel Belgrano (presidente del del Instituto Nacional Belgraniano)
Honoria Nader, académica de la Academia de Literatura Infantil Argentina
Luis Alberto de Vedia (Academia Nacional de Ciencias)
Claudia Peiró (historiadora)
(Siguen las firmas…)
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