Cuando alguien menciona la palabra “santo” ¿Qué se nos viene a la mente? Para nosotros habitantes de América Latina, rodeada por el folclore católico, es la imagen de alguna estampa o una escultura. Pero “santos” hay en todos los cultos y religiones, con mayor o menor grado de devoción.
La RAE define la palabra santo como: “1. adj. Perfecto y libre de toda culpa./2. adj. En el mundo cristiano, dicho de una persona: Declarada santa por la Iglesia, que manda que se le dé culto universalmente./3. adj. Dicho de una persona: De especial virtud y ejemplo.” Y brinda 16 definiciones más.
Todas las religiones poseen personas con virtudes que los hace recibir el nombre de santos o su equivalente. Quizá no son veneradas como en algunos grupos cristianos, pero la búsqueda de una vida perfecta en torno a la fe que se practica está en todos los cultos.
Si bien para las religiones del Libro (el judaísmo, le cristianismo y el Islam) solo Dios es santo, aquellos que cumplen con sus preceptos y con su voluntad, también reciben y participan de esta santidad. Dado que el mismo Dios insiste en que los hombres lo igualen en las prácticas de las virtudes. En el libro del Levítico y el mismo Jesús en los evangelios dirán que “debemos ser santos –o perfectos- como nuestro padre que está en los cielos lo es.”
Para el Judaísmo la sacralidad (Kedushah) va unida al ser que lo involucra e impregna tanto en el alma como en el cuerpo, tanto en la oración judía como en la vida cotidiana. Es una condición, un estado espiritual interior que también se vive en cada plano de la existencia de uno vinculado a Dios. Se lee en el libro del Levítico 19.2: “Eres santo porque yo, el Señor tu Dios, soy santo”. Y muchos profetas realizaron milagros en nombre del Señor. Los milagros de Moisés ante el faraón de Egipto, cuando Moisés golpea la piedra de saldrá agua; Josué ante las murallas de Jericó o cuando ordena detener el Sol y la Luna para que continué la batalla. En el libro de los Reyes tenemos varias recopilaciones de milagros realizados por profetas: El milagro del brazo de Jeroboán, el milagro de la harina y el aceite, la resurrección del hijo de la viuda, el fuego del sacrificio invocado por Elías y la posterior lluvia, la purificación de las aguas de Jericó, la resurrección del niño sunamita, la curación de Naamán de la lepra, etc…
Todos estos profetas que llevaron a cabo estos milagros de alguna forma son presentados por los judíos como ejemplo de una vida devota y fiel a los designios del Señor.
Para el islam solo Dios es Santo y Mohamed su profeta. Pero hay una categoría de personas denominadas walī que son “amigos de Dios marcados por el favor especial divino”. Hombres y mujeres por igual. Algunas de las mujeres musulmanas que han ingresado en la categoría waliya son: la la hija del Profeta, Fátima Az-Zahra; su esposa Jadiya; su nieta Zainab. Fuera de las allegadas a la casa del Profeta, podemos nombrar a la mística Rabi’a al-Adawiyya (siglo VIII DC).
También para el cristianismo los sa
ntos son los amigos de Dios. En el cristianismo primitivo el apóstol Pablo designaba como santos a los cristianos que vivían en una ciudad determinada, expresando la santidad como el estado de comunión con Dios, en la Iglesia, por el bautismo. Por ejemplo en su carta a los efesios comienza: “Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús. Llegue a ustedes la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo”. Poco a poco, la imagen del mártir (testigo de la fe) será muy fuerte y se solicitará la intercesión de los mártires y la celebración de la eucaristía se oficiará sobre el sepulcro de alguno de ellos. Más tarde, los apóstoles y la Virgen María serán a quienes los cristianos acudirán como poderosos intercesores.
Para los cristianos el santo es aquel que goza del privilegio de estar frente a Dios en el paraíso. Y en los evangelios hay solo uno a quien el mismo Cristo le prometió esa dicha: Dimas, el buen ladrón; crucificado a su derecha. Ni a sus apóstoles Jesús les otorgó tal honor de prometer, sin dudas, el paraíso. Y fue canonizado por el mismo Cristo. Es un sello de certificación del que no cabe dudas: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso…” (Lc 23.43). Por eso, Dimas es considerado el primer santo cristiano.
Con el paso de los siglos y luego del fin de las persecuciones, ya no solo eran venerados aquellos que derramaron su sangre sino los que vivieron una vida ejemplar. El primer santo no mártir canonizado por la Iglesia de Roma fue Martin, obispo de Tours. El santo patrón de la ciudad de Buenos Aires: san Martin de Tours.
La palabra “canonización” proviene del latín canonizāre, y este del griego κανονίζειν kanonízein. Es decir poner el nombre una lista (canon). El papa Benedicto XVI en la solemnidad de todos los santos reflexionará al respecto de estas figuras y dirá: “El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado al prójimo”.
Hoy en día para llegar a la santidad canonizable por parte de la Iglesia de Roma hay pasos rigurosos de estudios que se deben realizar sobre la vida y obra del postulante a ese grado.
En el caso de las Iglesias ortodoxas es muy similar a la católica; pero acá será el sínodo de la Iglesia el cual se reúne en torno al primado (patriarca o arzobispo) y estudia la cuestión de la santidad de la persona.
En la comunión anglicana, al no ser un cuerpo homogéneo, cada Iglesia miembro acepta o no a los “santos” aunque en la mayoría de dicha comunión creen que el único mediador efectivo entre el creyente y Dios el Padre, en términos de redención y salvación, es Dios el Hijo, Jesucristo. El anglicanismo Histórico ha hecho una distinción entre la intercesión y la invocación de los santos. La primera era generalmente aceptada en la doctrina anglicana, mientras que la última era generalmente rechazada. Algunos en el anglicanismo, sin embargo, sí piden la intercesión de los santos. Quienes piden a los santos interceder por ellos hacen una distinción entre “mediador” e “intercesor”, y alegan que pedir plegarias de los santos no es diferente en esencia de pedir plegarias a cristianos vivos.
Para las Iglesias luteranas, presbiterianas y metodistas, los santos son representados en esculturas, ventanales, estampas, etc... incluso existen iglesias con nombres de algunos destacándose aquellos a los que atribuyen haber jugado un papel importante en su evangelización: santa Brígida en Suecia, san Olaf en Noruega, para los luteranos. Entre los metodistas y presbiterianos, de herencia de las Islas Británicas los de los patrones de esos países, como san Andrés, san Patricio, san Jorge; de los cuatro evangelistas, san Mateo, san Lucas, san Marcos y san Juan; de los doce apóstoles, especialmente san Pedro, y del Apóstol de los gentiles, san Pablo; o el primer mártir británico, san Albano. También hay iglesias de esas denominaciones denominadas “de todos los Santos”.
Más alejados de las religiones del Libro, alguna rama de los budistas, seguidores de la doctrina otorgada por el príncipe Siddhārtha Gautama en su disciplina veneran a los “arahants” que son quienes han ganado el entendimiento profundo sobre la verdadera naturaleza de la existencia, que han alcanzado el nirvana y en consecuencia, no volverán a renacer en otra re-encarnación y “bodhisattvas” que alude a alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa, es decir, cualquier persona que está en el camino hacia la budeidad.
Como hemos visto la santidad no es patrimonio de un culto o una fe. Es un patrimonio que alcanzan algunos solo aquellos que en su vida y con sus actos son capaces de demostrar que, por medio de ellos, la divinidad todavía otorga una chance de esperanza al resto de nosotros. Y por esos, estas personas son llamadas “amigos de Dios”.
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