Cierto día, el anciano reunió a sus hijos en uno de sus campos, no lejos del mar. Levantó un puñado de tierra y les dijo: “Hijos míos, esto es plata, si quieren ser felices no se deshagan de ella. Trabájenla y la pobreza jamás tendrá cabida en nuestros hogares”.
Era Patricio Pascual Porcel de Peralta Ramos, un porteño nacido el 17 de mayo 1814 y el terrón de tierra que se escurría entre sus dedos era de Mar del Plata.
Cuando vio que su emprendimiento comercial de la ciudad de Buenos Aires languidecía y no lograba cobrarle al estado lo que éste le adeudaba, buscó otros rumbos. De joven se empleó en la ropería de Simón Pereyra, la que terminó comprando en la década de 1840.
Su primer nombre obedecía a que su papá Juan Peralta era del Regimiento de Patricios además de amigo personal de Cornelio Saavedra. Terminó abreviando su nombre en Patricio Peralta Ramos.
Se había casado a los 26 años en la Iglesia de San Ignacio, con María Cecilia Rita del Corazón de Jesús Robles Olavarrieta, una chica de 15 años de una tradicional familia porteña, con quien tendría 14 hijos.
Durante el rosismo, participó en la Sociedad Popular Restauradora, una agrupación de la que participaban prominentes vecinos de la ciudad y que, sin embargo, poseía un lado oscuro y trágico: su brazo armado, la Mazorca, que sembró el terror entre los que osaban oponerse a Rosas.
Por 1860, junto a dos de sus hijos, Jacinto y Eduardo, viajó en una galera de la empresa Mensajerías Generales del Sud a las tierras de lo que actualmente es Mar del Plata. La travesía demoraba de 8 a 10 días.
Esas playas tan características ya las habían visitado personalidades de tiempos lejanos: Juan de Garay las describió como “galanas costas…”; Fernando de Magallanes, a lo que hoy es Punta Mogotes, la llamó Punta de Arenas Gordas y el pirata inglés Francis Drake habría bautizado el actual Cabo Corrientes como Cape Lobos, por la cantidad de esos animales que avistó.
Desde 1746, en la Laguna de las Cabrillas, los curas jesuitas Matías Strobel, Tomás Falkner y José Cardier establecieron la reducción Nuestra Señora del Pilar, que albergaba a un millar de indígenas. Por causa de los violentos malones del poderoso cacique Cangapol, los religiosos dejaron el lugar en 1751. Lo que quedó del paso de los religiosos fue el nombre: la laguna pasó a llamarse “De los Padres”.
Los años pasaron y en 1847 apareció el hacendado salteño José Gregorio Lezama, que vivía en la Quinta de los Ingleses, actual sede del Museo Histórico Nacional en el parque que lleva su nombre.
Lezama, dueño de las tierras hasta donde la vista permitiera llegar, las dividió en tres estancias: Laguna de los Padres, San Julián de Vivoratá y La Armonía de Cobo. Aquellas estancias serían compradas por José Coelho de Meyrelles, cónsul de Portugal, quien en 1856 estableció un saladero, que proveía de carne seca para los esclavos brasileños. El saladero estaba ubicado en lo que hoy es Avenida Luro, entre Santiago del Estero y Santa Fe, e incluía un muelle de hierro cercano a Punta Iglesia.
Peralta Ramos vio el potencial del lugar: “Este pueblo posee un puerto natural sobre el Atlántico, que lo pone en comunicación directa con el extranjero. Es ventajosísimo para la instalación de saladeros”, escribió. Entonces se puso a trabajar en una ciudad-puerto, a la que se imaginaba comerciando con todo el mundo.
Se asoció con Coelho y terminaría comprándole las tierras. Construyó su casa en la actual Pedro Luro y Entre Ríos y continuó explotando el saladero, al que le agregó un muelle y tres barcos: “Armonía”, “Eduardo” y Lobería Chico”.
A sus hijos les enseñaba que “con una reja de arado de cosecha mucho trigo y no hay hormiga negra”. Eran en los tiempos en que por lo que hoy es la avenida Colón se cazaban perdices y vizcachas.
Levantó una escuela de primeras letras y una casa de huéspedes, conocida como La Casa Amueblada. Se instaló un molino de agua para producir harina para toda la localidad; fomentó el comercio y así fueron apareciendo almacenes, tiendas, zapaterías, carnicerías y panaderías, entre una veintena de casas, algunas de piedra, otras eran simples ranchos.
Su esposa, Cecilia Olavarrieta, había fallecido a los 35 años durante un parto y decidió erigirle, en 1873, una capilla en su memoria, construida por Patricio Beltrami. La hizo frente al cementerio y la llamó Santa Cecilia. Usó para su construcción maderas de un barco naufragado. Aún en la actualidad además de la capilla, hay un barrio y otros puntos de interés que llevan el nombre de su esposa.
Como el saladero no daba los dividendos esperados, decidió dividir sus tierras en parcelas. El pueblo comenzó a crecer. La capilla sería tomada como punto de partida en el trazado del ejido urbano, que popularmente era conocido como Puerto de Laguna de los Padres, pero que en los papeles no existía.
En 1864 Juan Peña había sido autorizado a fundar un pueblo y lo imaginó bien pegado a la costa, pero su proyecto no prosperó. En noviembre de 1873 Peralta Ramos le solicitó al gobernador Mariano Acosta que nombrase oficialmente al pueblo como Mar del Plata. Era el corolario de una larga puja con un grupo de hacendados que insistían en que debía ser fundado tierra adentro, cerca de las serranías del Vulcán, donde ellos tenían sus estancias. Pero la de Peralta Ramos estaba cerca del mar y tenía al alcance una importante colonia de lobos, los que cazaba con fines comerciales. En la carta que envió con los fundamentos, asegura que por día atracaban más de veinte barcos.
“Tengo la convicción, aunque incompetente profesionalmente, de que un estudio por personas idóneas, demostraría que no se requieren grandes costas para habilitar un puerto que sería de una inmensa importancia, por cuanto está llamada a ser el punto de salida natural y barato de los valiosos productos que forman la riqueza de aquella vasta extensión de la provincia”, escribió.
Ofrecía donar terrenos para la construcción de los edificios públicos. El mandatario bonaerense accedió y decreto llevó la fecha 10 de febrero de 1874. Por fin la ciudad contaba con un acta de nacimiento.
Si Peralta Ramos fue un pionero, el inmigrante vasco francés Pedro Luro no se quedó atrás. Había llegado al país como plantador de árboles. Un estanciero lo contrató para que, en el término de dos años, hiciera una arboleda, pagándole dos pesos por árbol. Cuando terminó el trabajo, había plantado tantas especies que su empleador le debía una fortuna, y le pagó con parte de su campo. Ese fue el origen de su estancia. En 1876 le compró el saladero al fundador del pueblo.
Casi de casualidad, luego de ver cómo sus obreros se bañaban en el mar, surgió la idea de promover una ciudad turística, al mejor estilo europeo. Cecilia, una de las hijas de Peralta Ramos, ostentaba el récord de haber sido la primera mujer en bañarse en el mar, en 1868, oculta tras un improvisado biombo que su padre hizo con una vela de barco, para alejarla de las miradas indiscretas.
Luro y los hijos de Peralta Ramos, Jacinto y Eduardo, llevaron todos los adelantos imaginables. A partir de 1885 el lugar experimentó un shock de crecimiento: no solo se inauguró el primer balneario público, sino que en 1885 llegó el telégrafo y con el entusiasmo compartido con el gobernador bonaerense Dardo Rocha se abrió una sucursal del Banco Provincia y otra del Banco Nación. Rocha, que había fundado La Plata en 1882, se lamentó al conocer Mar del Plata: “Si yo hubiera conocido estas tierras antes de fundar La Plata, aquí hubiera fundado la futura capital de América”.
Fueron los hermanos Carboni los que construyeron el balneario La Estrella del Norte, luego conocido como La Perla.
Hasta entonces, las vías llegaban hasta Maipú y los 129 kilómetros restantes había que trajinarlos en carruajes por simples huellas. El 26 de septiembre de 1886 la locomotora N° 46 del Ferrocarril del Sud ingresó por primera vez a la ciudad. Meses después se inauguró la estación Norte.
El tren demoraba 10 horas en cubrir el trayecto desde Plaza Constitución y tenía dos servicios diarios. Esta línea fue pionera en incluir camarotes y coche comedor, con vajilla de primer nivel usada para el almuerzo, que se servía a la altura de Chascomús. Y cuando años después la ciudad tuvo su hipódromo, la formación incluyó vagones para transportar caballos.
Más allá de La Casa Amueblada y de algunas modestísimas pensiones, no existían hoteles. El primero fue el Bristol, que abrió sus puertas con una espectacular inauguración el 8 de enero de 1888, del que participaron distintas personalidades, como Nicolás Romanov, futuro zar de Rusia. Luro también fue el que convenció a los hermanos Lasalle de que fundasen el Casino Bristol.
Pedro Luro, en 1885, abandonaría la ciudad. Enfermo, se radicó en Francia donde falleció el 28 de febrero de 1890. Peralta Ramos moriría el 25 de abril de 1887.
Las casillas de madera que se levantaron a orillas del mar por 1887 se las unió con una plataforma de madera, dando origen a la rambla. En 1890 un temporal la destruyó y se reconstruyó un año después gracias a una recaudación de fondos llevada adelante por Carlos Pellegrini, fanático de la ciudad. Esa rambla fue destruida en 1905 por un incendio y José Lasalle, dueño de la ruleta, la reconstruyó con su dinero.
Cuando en 1912 se inauguró la rambla Bristol, José T. Sojo, ministro de Obras Públicas dijo en su discurso: “No es aventurado afirmar que algún día los veraneantes que lleguen a Mar del Plata superarán los cincuenta mil”. Entonces, lo tildaron de exagerado. Sojo se había quedado corto.
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