Era la madrugada del 10 de febrero de 2003. Malena Valenzuela (38) se sentó en el sillón a mirar una película con su novio y sintió una puntada muy fuerte en el oído. Luego, se desvaneció. Cuando se despertó, la vida que conocía se había terminado: supo que había tenido un accidente cerebrovascular (ACV) y que había pasado casi 15 días en coma. “Grave con pronóstico reservado”, fue el primer parte médico sobre su estado. Una tomografía digital de los vasos cerebrales detectó la causa de la hemorragia: una malformación genética arteriovenosa.
En nuestro país, se produce un accidente cerebrovascular cada nueve minutos: 126 mil casos de ACV por año, de los cuales 18 mil terminan en muerte. Según la Federación Argentina de Cardiología, el 80% de los casos es prevenible y la acción temprana en la urgencia puede reducir al mínimo el daño cerebral, la posibilidad de muerte y discapacidad. Malena podría haber prevenido el suyo si en algún momento le hubiesen hecho una resonancia magnética cerebral. Pero eso, en 19 años, jamás sucedió. “¿A quién se le iba a ocurrir que, siendo tan joven y sana, podría estar en riesgo de morir?”, dice. A pesar de ello, gracias a la velocidad con la que inició el tratamiento de rehabilitación, su recuperación es plena.
Con motivo del aniversario de su “renacer”, verbo con el que Malena describe estos últimos 19 años, Infobae la convocó a una entrevista. No es un aniversario cualquiera: este año, se cumplen la misma cantidad de años que Malena tenía cuando sobrevivió al ACV.
En charla con este medio va a repasar las dificultades que superó, las frustraciones a las que se sobrepuso y las secuelas que, al día de hoy, persisten. En ese camino sinuoso, de subidas y bajadas, Malena Valenzuela asegura que descubrió su misión en esta vida, su “para qué”, como le gusta decir a ella. Por eso, en 2018, creó un programa para prevenir y concientizar acerca del ACV. Lo bautizó “Male te cuida”.
“Como sobreviviente de un ACV me siento obligada en mostrar y a enseñar de qué se trata esta enfermedad. Quiero ayudar a prevenir porque está la vida en juego y porque si lo superás la recuperación es muy cruel”, dice.
Las palabras y las cosas
“A veces me pregunto: ‘Si yo no hubiese tenido el ACV, ¿cómo sería hoy?’”, dice Malena y rompe el hielo. Es un jueves caluroso de fines de enero y la entrevistada nos recibe en el departamento de su mamá, la actriz María Valenzuela, junto a su perra Nina. Acaba de separarse después de una relación de siete años, y decidió volver al nido antes de barajar de nuevo. Porque si de reconstituirse se trata, Malena ya tiene un posgrado.
“Creo que con el ACV podría haberla pasado peor. Me ayudó la edad y el hecho de haber arrancado rápido con la rehabilitación. Igual tengo secuelas”, dice, aunque a simple vista no las aparenta. Hace una pausa y las enumera. “Sufro convulsiones y tomo dos pastillas por día; en esta parte de la cabeza (dice y se toca la parte izquierda) no tengo cráneo; y también tengo una disminución en el campo visual: para allá (dice y señala el lado derecho) no veo”.
La secuela más grave, sin embargo, fue en la parte cognitiva de su cerebro. “Todo lo que tiene que ver con el habla, la atención, la toma de decisiones, la memoria, la lectura y la comprensión. Por eso, por ejemplo, no puedo ver películas subtituladas”, apunta Malena y cuenta que, después del derrame, tuvo que aprender a hablar “de cero”.
“No decía nada, de nada, de nada. Al principio, cuando no me salían las palabras me daba vergüenza. ‘¿Cómo puede ser que yo no pueda decir lo que me está preguntando el médico?’, pensaba. En ese momento me iba para adentro y me enojaba conmigo misma”, recuerda.
Para superar esos momentos, dice Malena, la contención familiar fue clave. “Antes del derrame hacía ocho meses que no me hablaba con mi papá y mis hermanos. Después del derrame la familia volvió a unirse y eso me hizo muy bien”, explica.
Entre mediados de 2003 y mediados del 2005 Malena hizo rehabilitación con una terapeuta ocupacional. “Al principio, iba cinco veces por semana, después cuatro, después tres, después dos, hasta que un día me dijo: ‘Bueno Male, hasta acá llegamos. Tenés todas las herramientas para llevarte el mundo por delante. Cuando no te salgan las palabras vas a tener que buscar estrategias para hablar’”, recuerda.
Según Malena, su problema con las palabras (más allá de que algunas no le salían) era armar las oraciones. “Darle una estructura a todo lo que decía era un desastre. Las preposiciones siguen siendo mi enemigo. Para que te des una idea, yo, en este momento, te estoy hablando y estoy pensando lo que voy a decir tres segundos después. Es un trabajo que tengo aceitado porque lo hago hace 19 años y lo voy a seguir haciendo porque esto es día a día”.
La “gallina en hombre”: un antes y un después
Antes del derrame, Malena Valenzuela estaba cursando el CBC de la carrera Ciencia Política en la UBA: le faltaba una materia para terminar el ciclo básico. Después de que la terapeuta ocupacional le dio el alta, dice, decidió retomar sus estudios. “Iba a todas las clases, las grababa y, cuando llegaba a casa, mamá me ayudaba a desgrabarlas. En el primer parcial me saqué un ocho y en el segundo un diez. Pero bueno, cuando arranqué la carrera en la Facultad de Ciencias Sociales me di cuenta de que no podía y la tuve que dejar”, explica y profundiza en los motivos.
“Además de que había mucha bibliografía era muy difícil grabar y desgrabar cada clase teórica. No podía. Me acuerdo que un día mamá llegó del teatro y yo estaba llorando. ‘¿Qué te pasa Malena?’, me dijo. ‘Voy a ser una fracasada, no voy a poder estudiar nada’, le dije. Y ahí enseguida ella contestó: ‘Pero Malena, no digas eso. ¿Vos te acordás que te gustaba Diseño de Interiores?’. Al final hice el cambio de carrera y me recibí”.
Uno de sus grandes aprendizajes, cuenta Malena, llegó mientras estaba rindiendo su primer final. “Yo había hecho un afiche que en el centro tenía un títere y tenía que compararlo con otro afiche que en el centro tenía otro objeto y no había forma de que me saliera la palabra. Hasta que en un momento dije: ‘Bueno, acá vemos la gallina en hombre’. Entonces la profesora me mira y me dice: ‘¿El gallo?’. ‘¡Eso! Gallo. Gallo es la palabra’, le dije. Terminé de rendir y llamé a mamá. ‘¿Cómo te fue?’. ‘Ocho’. ‘¡Vamos, Male! Buenísimo’. Y me acuerdo que yo le contesté: ‘Más allá del ocho, yo hoy me quedo más con esto de que puedo hacerme entender”.
A partir de ese momento, jura hoy Malena, no le importó más nada. “Y cada vez me importa menos, esa es la verdad. Tampoco siento la necesidad de dar explicaciones, de decir: ‘No me sale la palabra porque en el 2003 tuve un ACV’. No, no, no. Eso es interno, es mío, no tengo por qué decirte eso”.
Su misión en la vida
Cuando tuvo el ACV, allá por 2003, Malena dice que era una enfermedad “poco conocida”. Curiosa, como se autodefine, después del derrame esa cualidad se potenció. “Quería saber qué era lo que me había pasado. Además de hablar con varios médicos, empecé a investigar por mi cuenta. Hasta que un día me encontré con un titular que decía: ‘Niña estadounidense de 10 años que le salvó la vida a su abuelo por reconocer los síntomas del ACV’. Hice clic y conocí la historia de Sophia Tabors”, cuenta.
“Lo primero que pensé fue: ‘Si esto pasó en Estados Unidos, podría pasar en Argentina’. Así que me puse a ‘cranear’ y así le di vida a ‘Male te cuida’”, cuenta acerca del programa de concientización del ACV cuyo contenido está plasmado de forma didáctica en una revista de 20 páginas, donde Male y sus tres amigos, Dorita Ana e Iván, hablan de los factores de riesgo del ACV (hipertensión arterial, diabetes, enfermedad del corazón, tabaquismo, sedentarismo y obesidad) y cuentan cómo prevenirlo.
La idea del proyecto, explica Malena, es ir a dar charlas en los colegios para que los chicos trasladaran el tema en sus casas. “De forma presencial pude hacerlo solamente una vez en una escuela en Belgrano. Después, la pandemia me obligó a recalcular así que la revista está digitalizada: se puede comprar online través de www.maletecuidaacv.com y viene de regalo con un cuadernillo de ejercicios”, cuenta entusiasmada.
En sus ratos libres, Malena disfruta de mirar los partidos de Boca y, cada tanto, va a la cancha. “Desde que falleció mi papá, en 2012, tengo el legado en mi espalda”, dice. Hace poco, cuenta, adoptó a una perrita callejera y se entretiene llevándola a pasear. Junto a su mamá, además, genera material audiovisual para la cuenta de Instagram @maletecuidaacv, donde publica videos para concientizar acerca del ACV.
El 10 de febrero de 2004, cuando se cumplió el primer año del derrame, Malena estaba en Mar del Plata con su mamá, algunas amigas y su novio. En la foto que comparte con Infobae no se le ve la cara, pero sí se ve que está soplando una velita. Fue, de alguna manera, la inauguración de un ritual.
“Durante estos 19 años, todo los 10 de febrero, mi mamá me manda un mensaje para recordarme la fecha. Es la única que se acuerda”, dice.
—¿Y vos?
—Yo también. Lo digo, de verdad, con alegría. Si tuviese que elegir, volvería a elegirlo. Para algo pasó lo que me pasó.
Fotos y video: Matías Arbotto.
Edición de video: Agustina Klix & Nicolás Spalek.
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