Poder, negocios y un dato inquietante sobre las manos de Perón: cómo se infiltró la logia masónica P2 en la Argentina

El jefe masón italiano Licio Gelli digitó la designación de ministros y funcionarios en los gobiernos de Cámpora, Perón e Isabel y fue condecorado con la Orden del General San Martín. López Rega y la masonería argentina le abrieron las primeras puertas. El fracaso del “Plan Europa”, la escalera de mármol y la evaluación del líder de la P2 tras su encuentro con Perón y Cámpora en Roma: “Saben que estuvieron fuera del país 18 años por diferencias con la Familia”

Juan Domingo Perón condecora con la Orden del Libertador a Licio Gelli, gran maestre de la Logia Propaganda Due, en 1973 (Archivo General de la Nación)

Licio Gelli fue el hombre encargado de persuadir a los Estados Unidos y al Vaticano de que el retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina implicaría una barrera contra la propagación del comunismo en América latina.

El jefe de la logia masónica Propaganda Due (P2), instrumentó esta idea y unió a las partes para ejecutarla.

A los 54 años, Gelli había hecho experiencia en el mundo de los negocios, el crimen y el poder. Tenía un origen humilde, un pasado de combatiente voluntario del falangismo en la Guerra Civil Española, y había guiado y protegido a los criminales croatas, quienes después de la Segunda Guerra Mundial necesitaban huir y preservar sus tesoros. En la década del cincuenta, ya distanciado de su oficio de panadero, Gelli se convirtió en propietario de la fábrica de colchones Permaflex al tiempo que, cada miércoles, comenzaba a reunirse con la logia romana Gian Domenico Romagnosi, en la que se iniciaría como aprendiz masón.

A pesar de que poseía un nivel cultural modesto, su capacidad de organización y su talento para descubrir qué buscaban y querían los demás lo destacarían del resto de los hermanos. Atento a sus condiciones, el Gran Maestro Venerabile Giordano Gamberini lo incorporó a la Grande Logia de Oriente y lo elevó al tercer grado de Maestro.

En 1966, Gelli se instaló como secretario organizativo en una oficina en Piazza Spagna, en Roma, y, alejándose un poco de la tradición de espiritualidad y esoterismo masónico, comenzó a incorporar a nuevos miembros en un apéndice de la Grande Logia, que denominó Propaganda Due (P2).

Aún en su intento de romper con el liderazgo de la antigua masonería inglesa, y crear una “contramasonería”, Gelli respetó cada uno de los símbolos del rito escocés. Sondeó las intenciones y los motivos por los cuales los miembros se incorporaban, recibió las contribuciones anuales y dio tres abrazos a cada nuevo miembro de la logia.

La fe anticomunista era un requisito imprescindible para ser aceptado.

La P2 empezó a funcionar como un universo aparte de la Grande Logia de Oriente y fue transformándose en una fuerza oculta, un virus que se diseminaba entre los funcionarios de más alto nivel del gobierno, las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia, la policía, los ministerios de Finanzas y del Tesoro, el Parlamento, los ejecutivos de banca, los industriales y los medios de comunicación.

En sus ficheros, Gelli compilaba información sobre los hombres más poderosos de Italia: sus carreras, sus fortunas, sus compromisos, sus vulnerabilidades. A esta “sociedad de hombres libres e iguales” que juraban fidelidad a la P2, la logia les respondía con favores, ascensos, negocios, pero por sobre todo les otorgaba la seguridad de que protegería sus privilegios e intereses. Eternamente. Y para aquellos que habían quedado afuera de la esfera del poder, la logia también ofrecía una posibilidad de resarcimiento. Los ayudarían.

La P2 se fue extendiendo en las profundidades del mundo esotérico: la luz guía de esa trama secreta de hermanos que se ayudaban entre sí era Licio Gelli, su alma y matriz. La P2 era su poder personal, su masonería “privada”.

Cuando en 1970 el Gran Maestro Lino Salvini alcanzó el grado 33 de la Masonería y tocó la cumbre de la Grande Logia de Oriente, pronto advirtió que sus influencias en el poder, comparadas con la P2 de Gelli, contaban poco y nada.

La relación con el peronismo

El puente de Licio Gelli con Juan Domingo Perón fue Giancarlo Elia Valori.

Valori también era miembro de la P2, e incluso había hecho un paso por la Logia Romagnosi, pero sus redes de sustentación estaban más ligadas a la curia romana: muchos cardenales lo consideraban una eminencia gris. Era el rol en el que Valori se sentía más a gusto. Había nacido en 1940. A los 30 años se había graduado en economía en los Estados Unidos, era director internacional de la Propaganda Radiotelevisione Italiana (RAI) —mediante la que capitalizó su amistad con el presidente rumano Nicolae Ceauescu— y especialista en la geopolítica de China y el Mediterráneo. Como miembro fundador del Instituto de Relaciones Internacionales de Roma, Valori frecuentaba a empresarios, intelectuales y jefes de Estado. También era lobbysta de la automotriz Fiat.

Los vínculos de Valori con la Argentina se cimentaron con las conferencias que dictó en la Universidad del Salvador en los años sesenta, pero fundamentalmente a través del dirigente desarrollista Arturo Frondizi. Valori oficiaba como una suerte de embajador del ex presidente argentino y cada vez que éste viajaba a Europa le organizaba encuentros políticos y religiosos.

Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio.

Paralelamente, Valori visitaba a Perón en Puerta de Hierro. Lo hacía siempre acompañado de su mamá, Emilia, que había salvado la vida de ciento veinte judíos durante la ocupación alemana en Italia, y que además se había hecho muy amiga de Isabel, la esposa del General, lo cual le agregaba una cualidad emotiva a cada encuentro.

Pero el vínculo de Perón con Valori también se sostenía en el recuerdo del fallecido Leo Valori, hermano de Giancarlo, quien, como representante en la Argentina de la empresa estatal de hidrocarburos italiana, había conocido a Perón durante su segunda presidencia.

A partir de la relación bilateral con Frondizi y con Perón, desde inicios de la década del setenta Valori empezó a batallar por la concreción del “Plan Europa”. Era un proyecto estratégico para la Argentina afirmado sobre bases políticas y empresariales: uniría la fuerza popular del general Perón con la visión política y el prestigio europeo de los que gozaba Frondizi, y contaba con el respaldo y tutelaje de las más poderosas empresas italianas —Fiat, Techint, Pirelli— y del Mercado Común Europeo, dispuestas a invertir en el Cono Sur.

Valori intuyó que el “Plan Europa” había empezado a nacer tras los dos encuentros que el 13 y el 29 de marzo de 1972 mantuvieron Perón y Frondizi en Puerta de Hierro, y de los que él fue uno de los artífices, junto con Rogelio Frigerio. Como resultado de las reuniones, Frondizi declaró a la prensa que habían alcanzado acuerdos para la conformación de un frente cívico.

José López Rega se convertiría en un inseparable del matrimonio Perón, primero en España y luego en Argentina

El General no hizo comentarios, aunque a su alrededor algo se movió: Jorge Antonio trató de quitarle relevancia a la figura de Frondizi, José López Rega grabó las conversaciones entre los dos ex presidentes y Valori reportó la información de lo conversado a la embajada norteamericana en Roma. Este encuentro motivó el interés del embajador norteamericano en Argentina, John Davis Lodge.

En el cable desclasificado 2.382 del 20 de abril de 1972 le pide a su par de Roma que le transmita la lectura de Valori sobre el encuentro Perón-Frondizi. En conversación con el autor de este artículo, Valori aseguró que mantuvo vínculos con distintos servicios secretos europeos para explicarles que “Perón no era fascista”.

Valori, Gelli, la P2 y el retorno de Perón

Como miembro de la P2 —se inscribió en el Centro Cultural Europeo, refugio de la logia—, Valori presentó a Licio Gelli sus relaciones con la Argentina: Perón y su esposa Isabel. Aunque la fecha en que empezaron a producirse los encuentros entre Perón y Gelli difiere según la fuente que los relate, lo cierto es que el jefe de la P2 aprovechó el contacto.

Perón le servía para mostrarse otra vez como un paladín del anticomunismo.

El plan de Gelli estaba concebido de manera diferente del de Valori. Su prioridad política, en relación con el retorno de Perón, era evitar que, a partir del desprestigio de los militares, la acción guerrillera y la convulsión social interna, la Argentina se saliera de cauce e imitara la senda revolucionaria de Chile, donde el socialista Salvador Allende había llegado al gobierno por vía electoral en 1970.

La idea de utilizar a Perón como parte de un esquema institucional que contuviera el peligro de la expansión del comunismo en la Argentina fue explicada por Gelli al Vaticano y al secretario de Estado Henry Kissinger, quien se la transmitió al presidente norteamericano Richard Nixon.

El acuerdo por el regreso de Perón, diseñado por Gelli, unía a la masonería de la P2, al Rabinato de Nueva York —cuyo hombre en el poder era el propio Kissinger—, al Vaticano y al gobierno de los Estados Unidos. De este modo, con la cooperación de Gelli, Perón contaría con el respaldo de poderes públicos y secretos para regresar a la Argentina. En forma adicional a la lucha contra el comunismo, Gelli entendía que el nuevo gobierno peronista constituiría una buena plataforma para los negocios de la P2. Por eso, a cambio de gestionar la conformidad del poder internacional para el retorno, Gelli le pedía algo a cambio a Perón: que le permitiera infiltrar la logia masónica en la Argentina.

Lo paradójico es que, pese a haber oficiado de intermediario de la relación entre Gelli y el General, con la irrupción de la P2 en el esquema de Perón, el “Plan Europa” y el propio Valori empezaron a perder sustento en Puerta de Hierro.

La foto dedicada de Juan Domingo Perón a Giancarlo Elia Valori. Ambos, junto a a López Rega, en 1972 (saeeg.org)

Uno de los principales escollos que Valori debió enfrentar para alcanzar sus objetivos fue López Rega, a quien aparentemente no le prestaba la debida atención, o le daba la atención que se le presta a “cualquier mucamo”, según sus palabras. Valori sólo se preocupó por cautivar a Perón y a su esposa, aunque recuerda que López Rega fue a la sede de la Fiat, en Turín, Italia, a pedir una bonificación personal para influir positivamente sobre Perón para la realización del “Plan Europa”, y “se la negaron”.

En cambio, a partir del primer contacto, Gelli advirtió que el instrumento para llevar a cabo sus ambiciones sería López Rega.

El 1º de febrero de 1973, el secretario conversó durante varias horas con Gelli en el Hotel Excelsior de Roma. López estaba deslumbrado por la P2. Había conocido masones en la casa de su Maestra Espiritual Victoria Montero, en Paso de los Libres, otros en Uruguayana, líderes políticos esotéricos como el juez Julio César Urien, jefe de la logia Anael, pero jamás había visto tan de cerca el rostro oculto del poder masónico que representaba la logia P2.

Gelli lo transportaba a un mundo nuevo.

Si por entonces los dirigentes peronistas viajaban a Puerta de Hierro para ver al Padre Eterno, López Rega vio al enviado de Dios en Roma: era Gelli. Después de ese encuentro en el Hotel Excelsior, el jefe de la P2 hospedó a López Rega y a Isabel Perón en su villa de Arezzo, en la región toscana, y los condujo a la finca del duque Amadeo d’Aosta, en San Giustino Valdarno, a pocos kilómetros de la suya.

Gelli también quedó muy satisfecho: a través de López podría conseguir ventajas tales que volverían inocua la intermediación de Valori.

Para apuntalar su relación con López Rega y con el futuro gobierno de Perón, Gelli utilizó la red de la masonería argentina. A juzgar por la fecha de las cartas que comenzaron a circular entre Italia y la Argentina, el procedimiento fue rápido.

El 4 de febrero de 1973, Gelli solicitó a Lino Salvini que lo nominara como representante masónico argentino ante la Grande Logia de Oriente d’Italia. Salvini, que atribuía escasa importancia a ese cargo, no dudó en complacerlo. Para él, la logia argentina significaba poco en el concierto masónico mundial. Dos días después, Salvini le escribió a Alcibíades Lappas, Gran Secretario de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, trasladándole el pedido de nominación de Gelli. De este modo, con el concurso de López Rega y la masonería argentina, Gelli comenzaría a infiltrar a la P2 en el futuro gobierno peronista .

Según las cartas entre Gelli y la masonería argentina, archivadas en la bibliotecas del Parlamento italiano en Roma -que fueron revisadas por el autor de este artículo-, Licio Gelli en persona fue fue portador de la carta de Salvini a la sede de la masonería argentina de la calle Cangallo 1242. La visita le rindió frutos: el 13 de abril de 1973, Lappas informó a la Grande Logia Oriente d’Italia que “el venerable hermano Licio Gelli” había sido designado Gran Representante de esa logia y que ya se estaba confeccionando su diploma. En agradecimiento a la masonería local, Gelli haría construir en su sede la escalera de mármol.

La evaluación del líder de la P2 tras su encuentro con Perón y Cámpora en Roma fue tajante: “Saben que estuvieron fuera del país 18 años por diferencias con la Familia”

Para esa época, Gelli ya había sido anfitrión del encuentro entre Cámpora y Perón en el Hotel Excelsior y le presentó a los empresarios de la masonería. Fue el 25 de marzo de 1973. Una semana después, en su carta al Gran Maestre local César de la Vega, comentaba su satisfacción. Decía que Perón y Cámpora “no solamente confirmaban lo que habían prometido, sino que también pedían una colaboración para el futuro y toda la duración de su gobierno. Saben que estuvieron fuera del país 18 años por diferencias con la Familia, y admitieron que regresaban a la patria porque existe un consentimiento de nuestra Institución”.

Prosigue Gelli en la carta a la masonería argentina:

“(…) Las cosas se desarrollan como habíamos previsto, pero debemos operar con diplomacia y política, no solamente para que se cumpla con lo prometido, sino también para consolidar lo que concederán. Sería conveniente que prepararas listas -le indica a Lappas- de nombres pertenecientes a magistrados, militares y médicos, inscriptos o no en nuestra Familia. Vislumbro en esta oportunidad la posibilidad de ubicarnos más en el seno del gobierno, con un número mayor de puestos. Respecto a los que no están inscriptos, sería oportuno un acercamiento tuyo para que vean que podemos colocarlos en el plantel gubernamental”.

En los nombramientos de funcionarios del Ministerio de Bienestar Social, luego de que López Rega asumiera el cargo el 25 de mayo de 1973, en el gobierno de Cámpora, ya aparecía la mano de Gelli, quien hizo colocar como secretario del Menor y la Familia a Cesar de la Vega, Gran Maestre de la Gran Logia de la Argentina. Fue el primero en obtener un cargo.

El 29 de agosto de 1973, Gelli -por intermedio de López Rega y en nombre del “Consejo Supremo Universal”- le escribiría a Perón que “tuviese presentes” lo siguientes nombres para su futuro gobierno: Albergo Vignes, ministro de Relaciones Exteriores; César de la Vega, secretario de Bienestar Social -en caso de posible vacante del titular, sustituirlo y nombrarlo ministro-; general Miguel Ángel Iñíguez, jefe de la Policía Federal -en sustitución del general Ferrazzano-; Guillermo de la Plaza, asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores; Loureiro Ron, presidente del Banco Hipotecario; contraalmirante (RE) Juan Questa, un cargo en el Ministerio de Defensa; brigadier Osvaldo Cacciatore, un cargo en la Fuerza Aérea, y general Suárez Mason, oficial de enlace.

Perón tendría más en cuenta las recomendaciones de la P2 que los pedidos de Montoneros: aceptó siete de las ocho nominaciones propuestas por la logia.

La influencia de Valori sobre Perón, en cambio, se veía cada vez más debilitada. En entrevista con el autor de este artículo recordaría que intentó ver a Perón en la residencia de Gaspar Campos en julio de 1973 cuando el general estaba convaleciente de un ataque al corazón y se encontró con Gelli y López Rega, quienes le cerraron el paso: “¿Qué hacés acá? Mejor que te vayas. Olvidate de la Argentina”, le dijo Gelli, y de ese modo se frustró la visita al General.

El 19 de octubre de 1973, una semana después de que Perón asumiera el poder, Gelli fue condecorado con la Orden del Libertador San Martín.

Gelli le pidió la representación comercial de la Argentina en Europa, en contraprestación por haber entregado el cadáver de Eva. Perón le respondió que nunca pagaría con los intereses de la Nación y que se cortaría las manos antes de hacerlo. En 1987 fue profanada su tumba y le cortaron las manos

Valori continuó con sus intentos de ver al General durante su presidencia. El 14 de diciembre de 1973 logró ingresar a la residencia de Olivos pero un miembro de los servicios secretos le dio un consejo discreto: que se fuera del país porque “había un plan para matarlo cuando estuviera en la tumba de su hermano Leo, al que pensaba ir a visitar al día siguiente”. Esa misma noche se fue de la Argentina.

“A esas alturas -recordaría Valori-, ya había un comité de negocios en la Argentina formado por (José) Gelbard (ministro de Economía), López Rega (el almirante) Eduardo Massera y Licio Gelli, con la complicidad de Isabel Perón. En esa época Perón no cortaba ni pinchaba”, comentaría con amargura.

Su última decepción, aseguró al autor, fue con el embajador argentino en Italia, Adolfo Savino. Según Valori, él mismo lo había hecho designar en Roma pero luego Savino lo traicionó y se convirtió en “un hombre clave de los negocios de Gelli en la P2″.

Por último, según el libro Yo, Juan Domingo Perón, elaborado a partir del testimonio que el General brindara a su biógrafo Enrique Pavón Pereyra, se indica, en palabras del propio Perón, que en 1971 Licio Gelli y el dirigente demócrata cristiano Giulio Andreotti -al año siguiente sería designado primer ministro de Italia- lo visitaron en Madrid y le ofrecieron sus gestiones para entregarle el cadáver de Evita. La delegación italiana le preguntó en cuánto tiempo lo quería, y ante la incredulidad de Perón, que llevaba dieciséis años de espera, se lo prometieron en tres días. Y en tres días el cadáver llegó.

Perón dice en el libro citado que, cuando estaba en el poder, Gelli le pidió la representación comercial de la Argentina en Europa, en contraprestación por el favor realizado. Perón le respondió que nunca pagaría con los intereses de la Nación un favor personal, y que se cortaría las manos antes de hacerlo.

El dato curioso es que, una vez muerto Perón, el 13 de septiembre de 1974, a Gelli le fue concedida la ciudadanía argentina y obtuvo su cargo de agregado comercial de la Argentina en la embajada de Roma, y que en 1987 fue profanada la tumba de Perón y le cortaron las manos.

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana.

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