Treinta años tuvieron que pasar para que desde el rock argentino se le rindiera un justo y necesario reconocimiento a la música disco.
A decir verdad el auge de la disco music fue entre 1977/79, años muy complicados en este pintoresco país para variar ¿no?, pero especialmente espantosos con la dictadura ya sin límites. Éramos campeones del mundo y una sociedad violentamente oprimida al mismo tiempo.
Había que cuidarse mucho, los jóvenes sobre todo. Está escribiendo esto uno que entró al servicio militar obligatorio, con 18 años, en febrero de 1978 y salió con 20 en noviembre de 1979. De manera que esos años me los perdí, literalmente.
Digamos que cuando entré se bailaba en clubes y boites; cuando salí se abrían galpones semiclandestinos, Ricardo Fabre inauguraba New York City mientras Juan Lepes hacia lo mismo en Paladium, los jóvenes buscaban expresarse y nacían otros espacios.
Dos años era demasiado tiempo para un chico en esos tiempos.
Para el rocker básico argentino, esa especie de avant garde prejuicioso que se pone de moda cada 5 años, la música disco era una porquería. Siempre supuse que era por la marcada superioridad afroamericana para generar rítmicas bailables, algo que los hacía inalcanzables, artistas irrepetibles que parecían sacados de una tira de superhéroes de Marvel.
Claro que como el punk son movimientos culturales que nos llegaron con atraso.
Es que acá había que sortear, además de la distancia y la capacidad económica, la censura persecutoria inherente a toda dictadura.
Una dictadura es ese estado donde lo que no está prohibido es obligatorio. Pero los jóvenes con un mínimo de cultura jamás dejarán de elegir cómo vivir.
Se puede analizar el fenómeno de las discotecas desde la más ordinaria frivolidad hasta el más sesudo de los ensayos antropológicos. En ambos casos los resultados no dejarán de sorprender.
La discoteca era un antro bien equipado en sonido y luces, que a diferencia de las boites de los 70´s tenían el mayor énfasis en la pista de baile.
El chiste era que, una vez adentro, todos éramos iguales. Altos, gordos, blancos, gays, célebres, honestos, heterosexuales, flacos, flacas, bajitas, drogadictos, tímidos, genias, desconocidos, extranjeros... podías tener al lado a Mick Jagger a Ricardo Darín o a tu prima Mechi sin que nada se contamine por la presencia de alguien.
La música envolvía las vidas de cada uno por unas horas y siempre estaba la posibilidad de cruzarte entre los sillones al amor de tus fantasías inducidas. Posible sí, probable no tanto.
Un metamundo soñado, donde el más hábil bailando se coronaba como el rey de la noche, o el más aguantador, o también la más brillante podía llevarse el honorífico título.
Título que duraba hasta el otro día a la mañana, cuando cada uno volvía a ser cada cuál.
Saturday Night Fever (Fiebre de sábado por la noche) es una gran película, mas allá de sus cualidades artísticas, de sus actuaciones o tecnicismos, porque pinta de manera cruelmente hermosa el tedio de un empleado de una pinturería suburbana que vivía para su sábado a la noche en la discoteca, donde era 100% Travolta, eximio bailarín que tenía todo lo que ansiaba cualquier joven. Lograba reconocimiento, más allá de las chicas o los amigos que le nacían todos los sábados. Era un tipo reconocido.
El domingo al despertarse con resaca venía el bajón con los amigos del barrio, hasta que el lunes regresaba otra vez a la pinturería para esperar durante toda la semana al sábado siguiente.
Triste historia con música power y estroboscópicas desde bastidores que nos muestra la decadencia a la que lleva ejercer la frivolidad como ocupación principal.
No obstante, las discotecas no eran frivolidad en su fundamento. Fueron los primeros lugares donde la minorías étnicas, sexuales o religiosas se integraban naturalmente a los moderados habitantes de las ciudades más standards. Allí adentro todos fuimos lo mismo, en serio.
El origen de la discoteca, cuenta Peter Shapiro, ganador de un Pullitzer y eximio cronista americano, en su excelente libro La Historia secreta del Disco, sexualidad e integración racial en la pista de baile, lo sitúa en un pequeño lugar de París, cerca del Moulin Rouge y Maxim´s en plena ocupación nazi.
Escribe Shapiro:
“Uno de esos lugares de encuentro fue La Discotheque, un minúsculo club en un sótano de la Rue de la Huchette, una cuadra al sur del Sena, en el Quartier Latin, que de acuerdo a Albert Goldman abrió en plena ocupación...”.
El texto sigue ocupándose de su virtud de engendrar parte de la resistencia francesa al nazismo ocupando a los soldados alemanes y ofreciéndoles un lugar donde divertirse y emborracharse para convertirse en bocones fáciles.
El rock argentino siempre se tomó en joda la música disco, nada serio, diversión grasa, mucho negro disfrazado tocando el mismo beat, invento de un mercado en crisis, abaratamiento artístico musical... y puedo enumerar cientos de estas frases hechas defenestrando el estilo.
Discursos vacíos nacidos del prejuicio y la desinformación.
Tampoco era que las discos fueran un templo pero, como decía Pappo, no podés luchar contra el orden cósmico establecido. Pappo un filósofo. Si era un eximio observador.
Y la disco music era cosa importante.
El primer flirteo del rock argentino con la música disco fue, cuándo no, de Charly García.
En pleno proceso de fundación de Serú Girán, en Brasil, compone Discoshock que fue grabada en Billy Bond & The Jets que eran ellos más Billy Bond. Un extraño disco del que nadie quiso hacerse cargo pero llegó a editarse en el 80.
Serú la tocó un par de veces en el principio de su historia, pero los fans al escuchar la métrica de música disco en el tema lo abucheaban. Háblame de prejuicios ¿no?, sobre todo teniendo en cuenta que la letra era una sórdida crítica a las discotecas.
No está mala la canción. Pero por Serú Girán solamente hubiese estado genial.
También un lustro después Sumo graba La Rubia tarada que originalmente se llamaba Una noche en New York City por la discoteca. Una historia personal de Luca Prodan pasando una noche incómoda en la disco de moda, rescatándose a la salida en un bar de la esquina tomando ginebra con nuevos desconocidos. Un tema que a esta altura habla tanto de la rubia tarada como de Luca.
Nunca un tema a favor de la disco. Hasta 2009.
Cuarenta años después del furor discotequero, Los Auténticos Decadentes vuelven a poner las cosas en su lugar.
Pappo, Charly, Luca Prodan, grandes observadores de la tribu. Los Decadentes también, quizás más agudos que lo anteriores, seguro más divertidos.
Los Auténticos Decadentes son un ejemplo a seguir por la argentinidad toda. En un par de años van a cumplir 40 de trayectoria y acá están, casi me atrevería a decir que mejor que nunca. Han soportado de todo, permanentemente juntos, nunca quejándose, siempre con una sonrisa aunque estén hablando de un primo muerto, juntando freaks, intelectuales, bodoques y personas felices en sus shows que todos disfrutan.
Una banda que ejerce como una discoteca, de catalizador de almas, de unificador de diferentes.
En 2009 hacen Irrompibles que se edita en Abril del 2010 porque había salido Lo mejor de lo peor unos meses antes que se vendía muy bien.
En Irrompibles participan muchos amigos decadentes como siempre, Fidel Nadal, Babasónicos, La Mona Jiménez, Emmanuel Horvilleur, Joaquín Levinton, entre otros. De este disco son Los Machos, Tribus urbanas -de gran aceptación en México-, y una oda a las discotecas firmada por Cucho Parisi y Pablo Franceschelli, Cultura Disco. Me atrevo a decir que esta canción es una genialidad Decadente a la altura de Los Piratas y Loco (Tu forma de ser), no tan difundida quizás, pero igual de efectiva.
Sin el vuelo intelectual de Jorge Serrano o el humor subyacente de Diego Demarco, otros brillantes compositores Decadentes, Cucho en esta letra destila sabiduría. La lirica de Cultura Disco es exactamente lo que queremos escuchar si le vamos a prestar atención a una canción argentina que nos hable de discotecas.
”Vamos DJ que me explote la cabeza
Digo vamos DJ.
Y arranca, si, hey, me gusta bailar
El reflejo de la bola no me deja parar
El beat te lleva, te agarra, te sube y te eleva
Te transporta a ese mundo donde dios es la esfera
Yo nací en un reservado
Tengo el look apropiado
La camisa agujereada
El oxford gastado
Cuando voy a la pista las chicas me escoltan
Las mata mi swing porque bailo a lo Travolta.
Vamos Dj que me explote la cabeza
Digo vamos DJ
Cultura disco,
Hoy vamos a la disco.
Alejandro Pont Lezica y Pato C se preguntan
¿Dónde está Travolta?
No se puede, no se puede
No se puede parar.”
Música adulta que un millennial no podría descifrar.
Imágenes de un mundo mas feliz, códigos de un ritual exclusivo, para nada inclusivo.
Cucho es de Ramos Mejía, Ramos fue durante toda la era disco el distrito mas deseado por el piberío. Sobre la Avenida Gaona se erigían las mejores discotecas del Gran Buenos Aires, Crash, Camelot, Juan de los Palotes, Barbazul, donde todos los disc jockeys trabajábamos incansablemente, donde todos los secundarios organizaban sus bailes, desfilaban por ahí las mejores bandas pop y algunas de rock también. Miles de chicas caminaban por sus veredas hasta la madrugada, cientos de autos de padres esperaban en las esquinas.
Conocí a un pastor evangélico, drogado recuperado, que predicaba en las colas de entrada a los boliches pidiéndole a los chicos que entren pero portándose como Dios manda.
Con los años el sujeto se convirtió en una atracción radial cuando con Lalo Mir lo encontramos esperándonos en la puerta de radio Bangkok, obviamente lo hicimos pasar para que compitiera con Douglas Vinci (Aka Masoch) que era nuestro propio pastor trucho. Y este pastor rockero llegó a tener un boliche en la mismísima Gaona cuando convirtió en una capilla-discoteca.
Ramos Mejía era la meca y Cucho creció ahí mismo.
Lo encuentro a Cucho Parisi.
-Hola Cucho, ¿que hacés? ¿Qué onda Cultura Disco?
-Cultura Disco nace ahí mismo, ese 2009, mientras estábamos preparando Irrompibles. Yo quería hacerle un homenaje a la música disco básicamente, a toda la música bailable de ese momento. Refiriéndome también, un poquito, a todo lo que es el funk, a lo que tenga que ver con “la marcha”, más todo lo que pasó con el house de Chicago, Studio 54, para después nombrar a las discotecas de Argentina. Grosas. Empezamos a trabajar con unas bases que hicimos con Pablo Franceschelli, el hermano de Mariano, el baterista Decadente. Buscamos hasta que le damos a una base bien power, bien poderosa, puro bajo. Nos fue calando cada vez más hasta que le encontramos el estribo. Habla de la música disco en sí. La terminamos con César Solveig, un ingeniero terrible de afuera pero trabaja siempre con nosotros. Y la verdad que estábamos muy contentos. Entonces pensamos que faltaba un invitado y una introducción de discoteca, que esa es la particularidad que tiene la canción.
Entonces Cucho recuerda que cuando era chico las discotecas empezaban con una voz diciendo: “A partir de este momento comieeennnzzzaaaa...!”.
Cucho pone voz de host de la UFC e imita el grito.
-Y había efectos sonoros de robots... de laser, sacudían las luces... Y bueno, ¡llamamos a La Tota Santillán! Imaginate, alguien bien decadente como nosotros, amigo querido. Y después llamamos para el estribillo a uno que tiene conexión con el funk y con la música disco que es Emmanuel Horvilleur, ¡palabra mayor!, con Illya Kuryaki está muy bien, y su carrera solista a mí me gusta mucho. Sé que a él le gusta la música disco también; y bueno, en ese contexto terminamos Cultura Disco.
-Querías hacer ese homenaje...
-Hacerla fue una gran experiencia y un homenaje que necesitaba brindar a las discotecas. Yo, que vivía en Ramos Mejía y sigo yendo cada tanto, soy un romántico coleccionista de los boliches, paso por la puerta y me quedo mirando los lugares donde estaban las discos, recordando esas experiencias que nos marcaron en el pasado y siguen en el presente.
Se va Cucho, como vino, a deshoras, siempre con la mejor vibra que transmite naturalmente. Un tipo tan genuino que ya resulta extravagante. Puro carisma arriba del escenario, nos hemos cruzado estos 30 años miles de veces y jamás deja de ser un autentico decadente.
Las auténticas decadencias tienen algo glam.
Tengo muy presente una imagen de lo mas glamorosa: la de Liza Minelli entreabriendo la puerta de su departamento en Berlín, en la película Cabaret. Iluminada su cara por Bob Fosse, pone en primer plano sus uñas pintadas perfectas y sonriendo dice a cámara, en un ligero close up: “Divina decadencia”... enamorando al mundo entero mientras el mundo se demoronaba.
”La bailaron en Londres, la China y la Meca
Del 70 al 90 brilló en la discoteca
La música disco es la madre de todas
Reencarnada en la marcha, de nuevo fue moda.
Todos en la disco están bailando,
Todos en la disco están gozando.
Que nunca decaiga, que nunca se muera.
Que siga la fiesta, que gire la esfera.
Vamos DJ que me explote la cabeza,
Digo vamos DJ.
Cultura disco, hoy vamos a la disco.
Donde esta Travolta ( donde esta Travolta)
Busquen a Travolta (Busquen a Travolta)
De Juan de los Palotes, llegamos a Pachá
Pasando por Paladium, la City, Bwana live
Bailamos en Pinar, en Cerebro y en Le Cole,
Volamos en Bamboche, en Airport y en Nanday.
En El Coyote, El Divino, en Bora Bora
Hasta cualquier hora.
Todos en la disco están bailando
Todos en la disco están gozando.
Que nunca decaiga,
Que nunca se muera.
Que siga la fiesta
Que gire la esfera.
Vamos Dj que me explote la cabeza
Cultura disco, vamos a la disco.”
Cuando explotaba la música disco, el long play más vendido en este lejano territorio era uno de Rafaella Carrá. A Charly y a Spinetta no les gustaba nada, había gente anestesiada mirando ATC en su nuevo televisor color, mientras atrocidades se perpetraban a escondidas en los barrios.
En el mundo las cosas no estaban mucho mejor. Entre el Ayatollah Jomeini que tomaba embajadas en Irán, la ETA a pleno, Saddam Hussein nombrándose mandamás en Kabul, la carrera espacial y los sandinistas apostándose en Nicaragua, el mundo se conflictuaba.
No es de extrañar que los bien pensantes se atrincheraran con música a 20.000 watts de potencia, mientras se hipnotizaban con luces leds a todo trapo y se intoxicaban tranquilos, donde todos eran iguales.
Las discotecas eran un efectivo refugio.
El cáncer de las discotecas fue el concepto de zona VIP, una zona para privilegiados en el lugar donde justamente no había trato especial para nadie. Ni aunque te llames Mick Jagger. Así murieron y surgieron las raves.
Por otro lado, al mismo tiempo que muchos se dedicaban al dance desenfrenado, en las antípodas intelectualmente hablando, en Londres aparecía London Calling de los Clash.
La música siempre expresa hechos que después son historia comprobable.
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