La trama secreta de la renuncia de Chacho Álvarez que hirió de muerte al gobierno de De la Rúa

Con quién habló el vicepresidente antes de renunciar, sus enemigos internos y el rol de Cavallo, las denuncias de “sobornos” en el Congreso, las intrigas políticas y los testimonios de quienes vivieron la crisis terminal de la Alianza

Fernando de la Rúa y Carlos Cacho Álvarez (Reuters)

“Voy a seguir peleando por los mismos ideales que peleé en mi vida; lo voy a hacer desde el llano, con la misma voluntad, con la misma vocación, y la misma firmeza y el mismo compromiso que tuve en mi larga vida militante”, dijo Chacho Álvarez en su discurso de renuncia a la Vicepresidencia el viernes 6 de octubre del 2000 en el Hotel Castelar.

“La actitud de Chacho fue de un individualismo insólito, absoluto, que no solo hirió de muerte a la Alianza sino que destruyó a la fuerza que habíamos levantado durante más de una década, el Frepaso”, escribió años después Graciela Fernández Meijide en su libro La ilusión (página 207).

La llegada de Domingo Cavallo al gobierno de la Alianza fue bien recibida por la mayoría de los argentinos, pero la crisis política que había derivado en su nombramiento desgastó la imagen de Fernando De la Rúa, que durante tres días se mostró vacilante, errático, sin autoridad para conducir a su partido y a sus aliados.

Tanto fue así que una encuesta de Gallup reveló el 29 de marzo de 2001 que el 72 por ciento de la población estaba de acuerdo con el nombramiento de Cavallo y que el 58 por ciento pensaba que el nuevo ministro lograría superar la crisis económica.

Por su lado, Clarín publicó un sondeo del Centro de Estudios de Opinión Pública realizado en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, donde la imagen positiva de Cavallo había saltado al primer lugar del ranking nacional, que ahora compartía con el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf: ambos eran bien vistos por el 43,8 por ciento de los entrevistados.

“Lo llamativo aquí —interpretaba Clarín— es el repentino avance de Cavallo en la opinión pública, ya que hace tiempo que Ruckauf lidera solo y con suficiente comodidad este tipo de encuestas”.

Cavallo y Ruckauf eran seguidos por Chacho Álvarez, con el 29,9 por ciento de apoyo, y Raúl Alfonsín, con el 26,3 por ciento; también ellos habían subido luego de varios meses en caída.

¿Y el Presidente? De la Rúa recogía el 15 por ciento de imagen positiva, su peor número desde el comienzo mismo de la campaña para las elecciones de 1999. “En sus momentos de mayor consenso —recordaba Clarín—, poco después de asumir el poder en diciembre de 1999, llegó al 70 por ciento de aprobación”.

Además, nueve de cada diez encuestados consideraban que el Presidente no había manejado bien la crisis. Un castigo para De la Rúa, que había elegido un gabinete novedoso, en el que brillaban por su ausencia tanto el radicalismo alfonsinista como el Frepaso.

La situación reflejaba la profunda grieta que separaba a De la Rúa y sus colaboradores —reforzados por sus nuevos aliados, encabezados por Cavallo— de la pata progresista de la Alianza. Esas diferencias venían de antes, pero quedaron de manifiesto con los nombramientos del 20 de marzo de 2001.

Pero, también había grietas en el centroizquierda, en el Frepaso, en especial luego de la renuncia de Carlos “Chacho” Álvarez a la Vicepresidencia.

El nuevo hombre fuerte del gobierno pasaba a ser Cavallo, y los sondeos indicaban que ese dato era bien registrado por la mayoría de los argentinos.

En el plano de las expectativas, el 47,7 por ciento de los encuestados consideraba que Cavallo iba a superar la recesión y reactivar la economía, mientras que el 39 por ciento —en su mayoría, jóvenes y de los sectores populares— pensaba que su vuelta al gobierno sólo traería más ajustes y recortes.

El economista Juan Carlos de Pablo considera que “hubo varios factores que incidieron en su aceptación como ministro: era el padre de la criatura —la Convertibilidad— y estaba convencido de que encontraría la solución; también, la presión de amigos y vecinos. Yo soy testigo; iba caminando con él y todos le decían: ‘¡Fuerza ministro!’ Luego, en la noche del 19 de diciembre de 2001, muchos de los que le habían pedido que agarrara vinieron a putearlo al edificio donde vivía”.

De las fuerzas políticas principales, salvo el radicalismo alfonsinista y el peronismo duhaldista, todos habían ido empujando a Cavallo al corazón del gobierno de la Alianza.

“En la oposición —hace memoria Cavallo— todos juraban que querían ayudar al gobierno. Todos me dijeron: ´Metete vos para ayudarlos a salir de esta situación´. Hablo de Kirchner, Menem, Ruckauf, De la Sota, Reutemann…”.

Álvarez había tomado tamaña decisión por su cuenta, acompañado únicamente por su esposa, Liliana Chiernajowsky

“Incluso —agrega—, en las elecciones legislativas de octubre de 2001, cuando ya era ministro, en algunos distritos el peronismo quiso ir aliado con Acción para la República. En Capital Federal, por ejemplo, donde el menemismo controlaba al Partido Justicialista, el primer candidato a diputado fue Daniel Scioli, mientras el primero de la lista de senadores fue Horacio Liendo, uno de mis asesores de mayor confianza. Hubo también una reunión con Eduardo Duhalde para explorar una alianza con Acción para la República en la provincia de Buenos Aires, pero eso no avanzó”.

En cuanto al Frepaso, Graciela Fernández Meijide explica que —sobre todo en comparación con otros economistas, como, por ejemplo, Ricardo López Murphy— Cavallo “representaba un programa económico con otras aristas que eran más afines a nuestras ideas”.

Fernández Meijide admite que esa “afirmación despertará enojos y negaciones pues creo que a pocos del Frepaso les gustará reconocer esas afinidades”, pero señala que la mejor prueba de esa visión sobre Cavallo fue el esfuerzo del líder de esa fuerza, Chacho Álvarez, para sumarlo al gobierno de la Alianza.

En su opinión, Chacho Álvarez y el Frepaso tenían en cuenta dos cosas en esa jugada. En primer lugar, el “prestigio internacional” de Cavallo, que era considerado “el padre de lo que en ese momento se consideraba un milagro económico”, la Convertibilidad. Y en segundo lugar, la heterodoxia de las reformas impulsadas por Cavallo en los noventa “ya que, si bien habían impuesto un ajuste de las cuentas fiscales, se basaban también en la reactivación del mercado interno, que se manifestó en el aumento sostenido a tasas record del PBI y en el incremento del consumo de los sectores medios y bajos”.

“Por supuesto, esos datos —reales— no ocultan la otra cara de la moneda, también real: la persistencia de los graves problemas sociales de la pobreza y el desempleo a los que la Convertibilidad no pudo dar solución, así como la concentración regresiva del ingreso”, agrega Fernández Meijide.

Por otro lado, Chacho Álvarez vio en la incorporación de Cavallo la oportunidad de retornar al gobierno, a un cargo ejecutivo como la jefatura de Gabinete. Es que en marzo de 2001 ya se había diluido su voluntad de defender “desde el llano” los principios fundadores del Frepaso —en especial, la lucha contra la corrupción de la “corporación política”— con la cual había argumentado su renuncia a la Vicepresidencia.

“La actitud de Chacho fue de un individualismo insólito, absoluto, que no solo hirió de muerte a la Alianza sino que destruyó a la fuerza que habíamos levantado durante más de una década, el Frepaso”, dijo Graciela Fernández Meijide

Fundé una fuerza nueva para, entre otras cosas, cambiar drásticamente la forma de hacer política de este país. Me da mucha vergüenza que un joven de 16, 17 ó 18 años sienta que la política es similar al delito”, afirmó Álvarez el 6 de octubre del 2000 al anochecer, en el Hotel Castelar, durante un acto en el que explicó a sus partidarios por qué había tomado esa sorpresiva decisión.

¿A qué se refería, concretamente? Al escándalo provocado por las denuncias sobre el pago de sobornos a un grupo de senadores del radicalismo y el peronismo para que aprobaran, el 26 de abril del 2000, un proyecto de ley que flexibilizaba la legislación laboral, recortaba el poder de los sindicatos y disminuía los aportes patronales para las empresas que aumentaban su plantilla de personal.

Chacho Álvarez se había convertido en el principal promotor de esas denuncias, que involucraban al ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, y al jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), el ex banquero Fernando de Santibáñes, entre otros dirigentes. Flamarique era del Frepaso y había llegado a ese cargo como el principal operador político de Chacho, mientras que De Santibáñes era amigo y hombre de confianza del Presidente.

Según los denunciantes, el dinero para los sobornos había salido de la SIDE; Flamarique fue —siempre de acuerdo con esas acusaciones— quien concretó esas coimas. “Para los senadores, tengo la Banelco”, habría dicho el ministro de Trabajo durante una cena previa con un grupo de sindicalistas que se oponían a la ley de reforma laboral, encabezados por el camionero Hugo Moyano.

Los dos funcionarios habían pasado a ser enemigos mortales para Álvarez, quien reclamaba públicamente sus renuncias o despidos. Incluso, le atribuía a De Santibáñes una nota de tapa de la revista La Primera, que aludía a presuntos problemas matrimoniales del Vicepresidente.

Por su lado, De la Rúa siempre negó entidad a las denuncias sobre los sobornos en el Senado y defendió a los funcionarios y legisladores acusados.

Para Fernández Meijide, Álvarez estaba inquieto por la pérdida de popularidad del gobierno —y, en especial, de él mismo— a causa de las dificultades económicas. Y utilizó “el repudiable asunto de los sobornos en el Senado” para luchar “contra el sector que representaba De Santibáñes” sobre “la orientación económica del gobierno y el nombre del eventual reemplazante del ministro José Luis Machinea”.

De Santibáñes era un ex banquero liberal partidario de un ajuste clásico, drástico; su candidato a ministro de Economía era López Murphy.

“Al mismo tiempo —agrega Fernández Meijide— el tema de los sobornos era una reserva moral, un puente de plata que le permitiría, si lo decidía, retirarse del gobierno con su prestigio personal incólume, aunque esta idea era desconocida por el resto de la dirigencia del Frepaso”.

Chacho Álvarez se había convertido en el principal promotor de esas denuncias, que involucraban al ministro de Trabajo, Alberto Flamarique, y al jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), el ex banquero Fernando de Santibáñes

Fernández Meijide cuenta que “el único indicio de que estos pensamientos rondaban por la cabeza de Álvarez me lo proporcionó el periodista Gustavo Sylvestre (del programa A dos voces, por el canal de cable TN), quien me refirió hacia fines de 1999 que Chacho le habría dicho que, ´antes de frustrar a la gente, me vuelvo a mi casa´. Claro que entonces parecía solo una figura metafórica”.

El fuego cruzado entre el Presidente y el Vice —desgranado de manera indirecta, a través de gestos, alusiones y declaraciones de terceros— derivó en una modificación del gabinete, el 5 de octubre, que fue decidida por De la Rúa sin consultar con los líderes de su partido y del Frepaso, Alfonsín y Álvarez; es decir, por afuera de la Alianza.

“Ya me enteré por las radios”, le contestó secamente Alfonsín cuando De la Rúa lo llamó por teléfono para avisarle de los cambios.

Las dos decisiones que enojaron a Chacho Álvarez fueron que De Santibáñes permaneciera en la SIDE y que su ex compañero Flamarique resultara promovido de Trabajo a la secretaría general de la Presidencia, en el núcleo íntimo de la Casa Rosada.

En la jura de los nuevos ministros, en un Salón Blanco a pleno, al Vicepresidente se lo vio de muy mal humor; tanto que se retiró sin saludar a nadie apenas terminó la ceremonia.

Para De la Rúa, Chacho Álvarez no se enojó por el nuevo destino de Flamarique: “Yo lo hablé con él antes y él lo convalidó con su presencia en el acto”. En su opinión, se molestó “por una cosa tonta: un grupo de colaboradores de Flamarique fue al juramento del Salón Blanco, que es muy pequeño, y fueron muy ruidosos con el aplauso”.

La interpretación generalizada fue que los cambios buscaban consolidar la autoridad presidencial y reducir la influencia del Vicepresidente en el gobierno.

Álvarez renunció al día siguiente porque, según explicó, el cambio de gabinete fortalecía a sus enemigos internos y desautorizaba sus pedidos de renuncia de los funcionarios y senadores presuntamente involucrados.

“Respeto las determinaciones del Presidente. Sin embargo, no puedo acompañarlas pasivamente o en silencio porque son contradictorias con las decisiones que vengo reclamando en el Senado de la Nación”, dijo, en su discurso de despedida del cargo.

La renuncia sorprendió tanto a De la Rúa y a Alfonsín como a los principales dirigentes del Frepaso.

Fernández Meijide se enteró por la mañana, cuando estaba por anunciar un convenio entre su ministerio de Desarrollo Social y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Le avisó Juan Pablo Cafiero. De inmediato, llamó a Chacho, le preguntó si estaba convencido de lo que hacía, le dijo que ella estaba en contra y le sugirió un debate interno sobre la eventual retirada en masa del Frepaso del gobierno de la Alianza.

—No, para nada, sólo yo me voy —fue la respuesta.

Álvarez había tomado tamaña decisión por su cuenta, acompañado únicamente por su esposa, Liliana Chiernajowsky. Cuando Fernández Meijide llegó al departamento del matrimonio, en el barrio de Palermo, vio que había algunos grupos de vecinos y de militantes en la calle, y “un parlante en el balcón”.

“Le pregunté a Chacho —cuenta— si tenía pensado salir al balcón que daba a la calle Paraguay, señalándole el micrófono y el parlante allí instalados, eventualidad que me parecía un despropósito. Tal vez la escena del discurso desde el balcón había sido implementada sin su conocimiento, o, quien fuera que hubiera imaginado una pueblada, a esa altura de la tarde estaba demostrando que había hecho un cálculo desproporcionado y delirante. Lo cierto es que Álvarez dio la orden de desmontar todo”.

Es que Chacho se había formado en el peronismo, una cultura política donde cada dirigente sueña con su 17 de Octubre; con una marea popular que en pleno conflicto lo eleve por encima de sus enemigos y lo deposite victorioso en el centro de la escena.

Álvarez fue incorporado por los Kirchner a la diplomacia, primero como presidente de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur, y luego, desde 2011, como secretario general de la Asociación Latinoamericana de Integración (Télam)

Fernández Meijide sigue siendo muy crítica de la renuncia de Álvarez: “Fue un grave error que debilitó al gobierno donde más dolía —y donde teníamos mayores obligaciones— es decir, en su capacidad de garantizar la gobernabilidad y, por ende, la estabilidad de la economía y de las instituciones”.

Parado en la vereda de enfrente, Eduardo Duhalde —que había perdido las elecciones presidenciales del año anterior— vio la renuncia de Chacho Álvarez como “un gran error, que dejó al gobierno de De la Rúa herido en un ala”.

“La Alianza —agrega— se quedó sin recambio, como se comprobó después, cuando De la Rúa renunció y Chacho ya no estaba”.

Las encuestas indicaron rápidamente que la mayoría de la gente estaba en desacuerdo con la actitud del Vicepresidente y pensaba que el gesto era el comienzo del fin de la coalición que había logrado derrotar en las urnas al peronismo.

Chacho Álvarez era un líder mediático; su principal capital era su prestigio público, logrado gracias a un asombroso conocimiento de cómo funcionan los medios de comunicación y de cómo sienten y piensan los periodistas. Tenía un contenido apropiado; portaba virtudes reclamadas por la gente, como la honestidad, la transparencia, la ética y una actitud de lucha contra los poderosos y las injusticias.

Pero, no controlaba ningún territorio y no se destacaba por la originalidad de sus ideas ni por su capacidad de gestión ni por sus aptitudes como organizador de cuadros o de masas ni por la representación de grupos específicos de poder.

Era un líder puramente mediático y, como tal, su poder dependía del público. Por eso, se desinfló cuando tomó una decisión crucial que fue juzgada equivocada: la renuncia a la Vicepresidencia. La misma gente que lo había consagrado como la figura más querida y respetada del Frepaso —y, tal vez, de la Alianza— le dio la espalda.

Nunca pudo recuperarse de ese percance. Ni siquiera a fines de 2003, cuando apareció un “arrepentido”, Mario Pontaquarto, ex secretario Parlamentario del Senado, quien aseguró que él había transportado los 5 millones de pesos/dólares pagados por la SIDE a los senadores radicales y peronistas que controlaban la Cámara Alta. Y que esos sobornos habían sido ordenados por el propio De la Rúa.

El gobierno del presidente Néstor Kirchner calificó la aparición del “arrepentido” como “un día de gloria” para el país, a través del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que agregó: “Es una reivindicación para Chacho Álvarez ya que fue un hecho denunciado por él y que detonó su renuncia” a la Vicepresidencia.

De inmediato, hubo especulaciones sobre una eventual incorporación de Chacho Álvarez al kirchnerismo, que en aquel momento buscaba consolidar una fuerza política transversal y novedosa, que dejara atrás al peronismo y al radicalismo. No fue así, tal vez porque las encuestas indicaron que la imagen de Chacho no levantaba.

De todos modos, al año siguiente Álvarez fue incorporado por los Kirchner a la diplomacia, primero como presidente de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur, y luego, desde 2011, como secretario general de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi); ambos organismos, con sede en Montevideo.

Las explosivas declaraciones de Pontaquarto reavivaron la investigación judicial sobre los presuntos sobornos en el Senado.

De la Rúa y siete ex funcionarios y ex senadores del radicalismo y el peronismo fueron procesados y sometidos a juicio oral. El 23 de diciembre de 2003, diez años después de la “confesión” de Pontaquarto, todos fueron absueltos de culpa y cargo por el Tribunal Oral Federal Número 3.

La sentencia fue unánime. En los fundamentos del fallo —que completan 2.697 páginas— los tres jueces determinaron que “la prueba producida en el debate y las demás constancias permitieron acreditar, sin lugar a dudas, que los hechos imputados no existieron”.

El tribunal calificó a Pontaquarto como “un embaucador”, que sostuvo una “versión de los hechos inverosímil, contradictoria y mendaz”, y lo excluyó del Programa Nacional de Protección de Testigos e Imputados.

Los tres jueces dieron a entender que pudo haber habido toda una operación política diseñada por el gobierno de Kirchner y recomendaron una investigación judicial para “esclarecer la posible comisión de un delito de acción pública” ya que consideraron “por demás oscuro el modo en que llegó Pontaquarto a declarar a los Tribunales, el 12 de diciembre de 2003″.

Además, el tribunal criticó al juez y a los fiscales que habían investigado los dichos de Pontaquarto en primera instancia, y también a algunos de los más de trescientos testigos escuchados, cuyas declaraciones fueron calificadas de “mendaces”.

La sentencia fue apelada por la fiscalía el 16 de abril de 2014 ante la Cámara Federal de Casación, el máximo tribunal penal del país.

(Extraído de su libro “Doce Noches”, Sudamericana, de Ceferino Reato)

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