Corre 1979. En la ciudad de Tandil, un Taunus naranja estaciona sobre la calle San Martín frente al edificio del número 492. Una pareja se baja del auto y camina hacia la entrada. Suben hasta el sexto piso y tocan la puerta del departamento “C”. Allí, un hombre moreno y de anchas patillas los recibe.
-Vení Cholito, dejemos solas a las mujeres- le dice el dueño de casa al invitado mientras le indica el camino hacia el living.
La mujer mira con desconcierto a su marido alejarse, no comprende lo que está sucediendo. Parada, sola en el medio de la entrada, no sabe qué hacer. Zulema no está allí. Luego sabrá que estaba en su habitación, encerrada y triste, porque se había enterado de una nueva infidelidad de su marido.
Menem perseguido y el Cholito
Carlos Saúl Menem nació el 2 de julio de 1930 en Anillaco, una localidad agrícola ubicada en el norte de la provincia de La Rioja. Si bien provenía de una familia humilde en la que su mamá le hacía los calzoncillos con bolsas de harina, él logró abrirse camino hacia la gobernación de su provincia, la presidencia de la Nación y, tras los vaivenes de la política y las causas judiciales, al Senado nacional. Sin embargo, más allá de los Rolling Stones, la Ferrari, el 1 a 1 o sus visitas al programa de Susana Giménez, hubo otro Menem, perseguido y vagando sin rumbo, de ciudad en ciudad, alejado de su cargo y preso, de momento, según el humor del general a cargo.
Apartado de la gobernación tras la intervención provincial dispuesta por el militar Osvaldo Héctor Pérez Battaglia inmediatamente tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Menem fue mudándose de ciudad en ciudad al son de las órdenes militares, pasando por el Regimiento 15 de Infantería provincial, el barco “33 Orientales”, Magdalena, Mar del Plata, Tandil y Las Lomitas. Durante ese tiempo, fue desde ayudante del capellán Lorenzo Lavalle en el barco “33 Orientales” hasta empleado en un almacén en Las Lomitas. Sus años en Mar del Plata y Tandil lo marcaron, aunque rara vez habló de ellos: ahí forjó una amistad digna de película que lo mantuvo en pie durante mucho tiempo.
Luego de pasar más de un año detenido en Magdalena, y tras un decreto del entonces presidente de facto Jorge Rafael Videla, Menem fue trasladado a Mar del Plata a finales de julio de 1978 bajo un régimen de domicilio forzoso. A partir de ese momento podía circular libremente, pero debía permanecer en la ciudad y dar constancia de supervivencia todos los días ante la comisaría de su domicilio. Por ese entonces, paraba en la casa de una prima llamada Zulema (dueña de Tienda La Zulema, hoy Luro Authogar), y se presentaba todas las mañanas a firmar en la comisaría cuarta de la calle Chile y Alberti.
A veinte cuadras de la comisaría, en el cruce de la calle Chile y Necochea, vivía Martín “Cholito” Larrondo. Cholito era un comisario de la policía bonaerense cuya vida giraba en torno al Barrio Villa Primera, donde frecuentaba su café, su bar, su peluquero y su taller mecánico. En aquel entonces, de lo que más se hablaba en el barrio era de la llegada de un turco llamado “Carlitos”, un personaje que generaba revuelo en la ciudad, como si se tratara de una estrella de la farándula.
No pasó mucho tiempo hasta que los presentaron y rápidamente conectaron. Y es que los dos hombres tenían algo en común: eran peronistas. Peronistas durante la proscripción: no solo compartían ideales, sino también el riesgo de ser perseguidos.
Nacía una extraña amistad: eran compinches pero, también, uno era el centinela del otro. Esa relación se afianzó al ritmo del tiempo, de los asados y de las confidencias.
En esa Mar del Plata tumultuosa por los tiempos políticos pero siempre al son de la farándula de la temporada, Menem se permitía encuentros con Susana Giménez y Carlos Monzón, la pareja del momento. Y también charlas con el almirante Eduardo Massera, peso pesado de la Junta Militar.
Pero había más: su intimidad se mostraba en la casa de su amigo Cholito. Allí se organizaban los mejores asados y asistían todos: la prima de Menem, Zulema; Oscar Lamas y su esposa Élida, mecánico y amigo de Cholito; Elba, la esposa de Cholito; y el Gallego López, un compañero de la policía, entre otros invitados de ocasión. También asistía de vez en cuando Silvia, la hija de Cholito, con su beba, a quien Carlos había adoptado como su sobrinita al punto de tener su foto en la mesita de luz.
Así, los asados se tornaban en reuniones familiares en las que se conversaba, se escuchaba música, se compartían anécdotas y se reía con los cuentos que el riojano, desde la punta de la mesa, contaba con tanta soltura y gracia que hasta el más serio largaba una carcajada.
Liliana Larrondo, hija de Cholito, recuerda cómo eran los asados: “Eran en casas humildes. Por ejemplo, hacían asados en la casa del mecánico de papá (Oscar Lamas) que quedaba por Chile y Colón. Era una casa que tenía el taller enfrente, y el patio atrás. Se armaban bancos y sillas improvisadas y venía cualquier cantidad de gente”.
Un destino forzado llamado Tandil
Justo cuando el riojano estaba empezando a disfrutar su vida en La Feliz, el entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy, lo obligó a irse a otra ciudad. Tenía entonces que elegir un nuevo destino para cumplir con su detención. Dio la casualidad de que su amigo Cholito había sido trasladado recientemente a Tandil, su ciudad natal, y le ofreció llevarlo con él. Y así comenzó un nuevo capítulo en la vida de Menem, que se trasladó a lo que era, en la década del 70, un pequeño pueblo bonaerense.
Menem, que pasó de vivir en una gran ciudad, de salir en las revistas y comer asados en las casas de sus amigos, ahora se encontraba nuevamente en un lugar desconocido. Y la Tandil de 1979 era muy diferente a la que conocemos actualmente. Las construcciones, mansiones y casas inmensas que hoy se pueden ver en aquella época no existían. Era un pueblo en el que “darle la vuelta al perro” consistía en pasear a la mascota por las cuatro cuadras que conformaban el centro de la ciudad. Ello supuso un nuevo desafío para el exgobernador, ya que le resultaba más difícil relacionarse con caras nuevas.
Menem vivía a unas calles del centro en un departamento que Cholito, a través de su amigo Luis Macaya, le había conseguido. El mismo Luis -Luisito, para los amigos- que después se haría amigo de Menem, y gracias a él y su red de contactos llegaría a ser senador, diputado y vicegobernador de la provincia de Buenos Aires.
A diferencia de su paso por Mar del Plata, en el cual se encontraba bajo un régimen de domicilio forzoso, en Tandil estaba bajo arresto domiciliario bajo la vigilancia de un policía especialmente designado. Es por ello que Cholito se acercaba todos los días al departamento de Menem para llevarle el almuerzo, una vianda que su cuñada Doña Rosa le preparaba especialmente. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que el carisma del riojano lo ayudara a hacerse amigo del policía que lo cuidaba. Eso le abrió la puerta para salidas ocasionales.
Roberto Mouillerón, exdiputado y exministro de Trabajo por la provincia de Buenos Aires, recuerda: “En una oportunidad había un concurso de payadores y Menem se escapó para ir. Estaba de incógnito entre la gente, pero el payador lo descubrió y empezó a payar sobre él. Él había empezado a salir, aunque lo hacía a escondidas. Los domingos solía ir a jugar los picaditos al Club Independiente, o se daba una vuelta por el dique”.
Los asados familiares continuaron. Esta vez, en la casa de Walterio, hermano de Cholito. Allí, se juntaba toda la familia Larrondo con la familia Menem (Carlos, Zulema, Zulemita y Carlos Junior). Las mesas estaban dispuestas en el patio, bajo un techo de tejas de plástico transparente. Las mujeres se sentaban juntas para charlar sobre “sus temas”, mientras que los hombres se reunían alrededor de Carlos, que a la cabecera de la mesa se llevaba la atención con una batería de cuentos y anécdotas.
“Menem se sentaba en la punta de la mesa como quien se sube arriba de un púlpito, y desde ahí manejaba su discurso. Zulema, no. Zulema estaba con nosotras, con las mujeres. Cuando él la mencionaba, por ejemplo en algún comentario, ella se levantaba, se ponía al lado de él, compartían una anécdota que habían pasado juntos y se volvía con nosotras”, rememora Alicia Larrondo, sobrina de Cholito.
Los asuntos que discutían entre mujeres eran varios. “Particularmente, Zulema hablaba de la familia y la relación con su esposo, que era muy conflictiva porque ella no estaba de acuerdo con muchas cosas. Estaba tratando de que él entendiera su situación, que tenían hijos, que se fijara bien qué era lo que hacía porque esa no era vida para nadie, y menos para una familia”, recuerda Alicia.
En esas andanzas en solitario por Tandil, y en el centro de la tensión política y los reproches familiares, Menem daba rienda suelta a sus deslices con otras mujeres, lejos de la cama que compartía con Zulema. “Con nosotras, Zulema se desnudaba y nos contaba la verdad de su relación”, señala Alicia.
Por su parte, Elba recuerda cierto grado de complicidad entre los matrimonios: “Por ejemplo, llevábamos a pescar a Carlos Junior y Zulemita al dique de Tandil para que los padres pudieran intimar”.
Pero el carisma de Menem era imparable. Así como congeniaba con este comisario y su familia, también lo hacía con los Macaya, una de las familias tandilenses más pudientes de la época. En una nota para el diario El Eco de Tandil, Mouillerón recuerda que el riojano solía ir a cazar patos al arroyo del campo de Luis Macaya. El exdiputado cuenta cómo el riojano supo tejer su red de amistades: “Menem se hacía amigo de todo el mundo con mucha facilidad. Él era un tipo que cautivaba, tenía el don de gente. Era simpático, muy querible y absolutamente carismático”.
Sin embargo, su derrotero por Tandil terminó pronto. Luego de unos meses, en febrero de 1980 Menem recuperó su libertad y regresó a La Rioja. Pero otra vez su carrera se truncó y tras reiniciar su actividad política le fue decretado un nuevo domicilio forzoso en Las Lomitas, Formosa, en el cual permaneció hasta marzo de 1981. Tuvo que esperar hasta 1983 para sentarse en el sillón de la gobernación, donde tomó el impulso político para sus sueños presidenciales.
Una residencia exótica
Mientras Menem aceleraba en la pista electoral, Cholito se había jubilado de la policía bonaerense, había regresado a Mar del Plata y estaba trabajando en una empresa de seguridad. Pero a pesar de que los caminos de ambos se fueron alejando, mantuvieron por unos años más el contacto a través de telegramas, cartas y ocasionales visitas.
Incluso, ya como gobernador de La Rioja, Menem le ofreció a Cholito ser su jefe de policía. Sin embargo, éste rechazó la propuesta y ofreció como reemplazo a su compañero de la policía, Hugo Zamora, quien finalmente ocupó el cargo. Así lo recuerda Zamora, como si hubiera sido ayer: “Allá por el 85 Menem había sido el único peronista que había ganado una gobernación, de manera que se había convertido un poco en el ícono del partido. Su presencia al estilo Facundo Quiroga y una especie de historia fraguada que se había creado a su alrededor lo hacían formar un combo, que junto a otras propiedades de La Rioja incentivaban el turismo a la provincia”, señala como si se tratara de un ícono turístico.
En octubre de 1985, Elba, Cholito, su hija Liliana y su esposo Rafael viajaron a La Rioja para pasar unos días en la casa de gobierno. “Carlos ocupaba la residencia del gobernador, algo así como la Quinta de Olivos pero con unas tres manzanas de superficie. Al frente estaba un chalet de vivienda, y en la parte posterior los jardines. Además, el ‘Goberna’, como le decíamos, era un poco ‘bichero’. Es decir, le gustaban los animales, así que en el parque había desde un par de llamas y vicuñas sueltas hasta un loro que cantaba la marcha peronista. Allí los fines de semana recibía visitas de todo tipo que hacían acrecentar su figura política”, recuerda Zamora. Y aquel octubre de 1985 no fue la excepción.
“Una mañana nos acercamos a la pileta de la casa de gobierno y vimos que había gente. En un momento se baja una de las sombrillas, y reconocemos que era Cristina Lemercier, la cuñada de Palito Ortega que fue la sustituta de Evangelina Salazar en Señorita Maestra. La chica estaba llorando, y entonces le pregunté qué le pasaba. Nos contó que había llegado la noche anterior con los hijos, y que Carlos los había llevado al mini zoo que estaba en la residencia, donde un puma se le abalanzó a su hija y le sacó todo el cuero cabelludo. La habían tenido que operar de emergencia”, cuenta Liliana.
Zamora recuerda: “Carlos me encargó que sacrificara al animal, pero confieso que lo hice llevar con un patrullero a los cerros donde le dieron la libertad y desapareció para siempre”.
Finalmente, ya como presidente, Menem siguió en contacto con la familia Larrondo, aunque más esporádicamente. Les enviaba cartas de felicitaciones en ocasión de casamientos y fiestas.
Con el paso de los años los telegramas dejaron de llegar y el vínculo entre estos amigos fue apagándose, al tiempo que la figura de Menem se convertía en la estrella de la política de los años noventa.
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