Todo empezó una noche de diciembre de 1984 con alguien que no pertenecía al mundo del rock. Harry Belafonte vio en la televisión el video de Do they know it’s Christmas? Paul McCartney, David Bowie, Sting, Bono, George Michael, Boy George, los Duran Duran eran algunos de los participantes. Esa grabación la había organizado Bob Geldof con muchas estrellas británicas. Geldof, cantante de Boomtown Rats, sólo había tenido un éxito con I Don’t Like Mondays y había protagonizado la versión fílmica de The Wall. Pero su trayectoria como activista lo convirtió en un personaje influyente y popular. La canción navideña fue un gran éxito en el Reino Unido y sirvió para recaudar dinero para acciones solidarias en África.
Belafonte, siempre inquieto y con gran participación en los movimientos sociales de Estados Unidos, llamó a Ken Kragen, su representante y, entre otros, de Lionel Richie y Kenny Rogers. Le propuso replicar el formato pero en Estados Unidos. Kragen aceptó de inmediato y comenzó a llamar gente. Lionel Richie, en la cumbre de su éxito en ese momento, se sumó enseguida y propuso escribir una canción a cuatro manos con Stevie Wonder.
Ken Kragen creyó en la factibilidad del proyecto al recordar que un par de años antes para State of Independence, una canción de Donna Summer, en el coro se juntaron Michael Jackson, Lionel Richie, Dionne Warwick, Stevie Wonder, Christopher Cross, Diana Ross, James Ingram y Kenny Loggins.
Llamó a quien había sido el productor de la grabación, Quincy Jones, en ese momento el más buscado por toda la industria debido al mega suceso de Thriller. Jones parecía la persona ideal para el trabajo. Se encontraba en la cima, tenía prestigio, era respetado por la industria, había trabajado con todos (desde Sinatra a Michael Jackson y los mejores directores de cine) y era el único que iba a poder manejar a esas estrellas en el estudio sin que los egos desbordaran.
“Dejen los egos en la puerta”.
Eso decía el cartel que con un marcador negro escribió Quincy Jones y pegó en la entrada del estudio poco antes que más de 40 de las más grandes estrellas de la música llegaran en esa noche de enero de 1985.
Desde un comienzo, se procuró que los artistas de color tuvieran un papel decisivo. Un mensaje claro que demostrara la preocupación por lo que sucedía en África. El siguiente en sumarse fue Michael Jackson quien al enterarse pidió participar en la composición de la canción. Los organizadores aceptaron encantados. Con el mayor artista pop a bordo todo sería más fácil.
Stevie Wonder adujo problemas de agenda, por lo que Jackson y Richie se reunieron para escribir la canción. Luego grabaron, en el estudio de Kenny Rogers, una primera versión para que sirviera como al resto de los convocados. Los mayoría de los cesionistas fueron músicos que habían participado en la grabación de Thriller.
Quedaron muy conformes con la canción. Quincy Jones copió el tema en cassettes que le envió a los que participarían para que lo conocieran antes de entrar al estudio. Con la cinta iba una carta firmada por Jones: “Mis queridos artistas: Los cassettes están numerados. Es muy importante que este material no pase por otras manos que no sean las suyas. Por favor no hagan copias y devuelvan la cinta el día 28 de enero cuando nos juntemos a grabar. Dentro de unos años, cuando sus hijos les preguntan qué hicieron contra el hambre en el mundo, ustedes podrán decir, con orgullo, que esta fue su contribución”. La misiva pretendía evitar la piratería para que la canción no perdiera el factor sorpresa.
El mismo sigilo había que tener también la noche de la grabación. Querían evitar que una muchedumbre de fanáticos y curiosos se apostaran en las puertas del estudio de grabación.
La fecha elegida fue el 28 de enero. Aprovecharían la entrega de los American Music Awards. Una estrategia para tener a todos juntos. Desde la ceremonia cada una de las estrellas se dirigió al estudio.
La convocatoria había excedido las expectativas. Al principio creían que conseguirían 10 o 12 grandes nombres para sumar a la canción. Pero con el correr de los días hasta tuvieron que rechazar a decenas que ansiaban participar. De todas maneras, los organizadores preferían ser cautelosos. Eran grandes estrellas y divas que a último momento podían desaparecer.
El elenco impresiona. Aún a casi cuarenta años los nombres siguen siendo impactantes, son pocos los que no perduraron, los que perdieron actualidad; varios ya se convirtieron en leyendas: Bob Dylan, Stevie Wonder, Michael Jackson, Ray Charles, Bruce Springsteen, Paul Simon, Billy Joel, Willie Nelson, Kenny Rogers, Diana Ross, Tina Turner, Dionne Warwick. También estaban Hall and Oates, Waylon Jenningss, Cindy Lauper, Al Jarreau, James Ingram, Kenny Loggins, Steve Perry de Journey, las Pointer Sisters, los hermanos Jackson (con la Toya y su vincha) y Lindsey Buckingham de Fleetwood Mac. En el coro también estuvo Dan Aykroyd (llegó acompañado del director Harold Ramis) no sabemos si como representante de Hollywood, por lo que le tocó en suerte en los Blues Brothers o por un error.
Todos los grandes nombres tuvieron una parte para ellos. Al menos una línea como solistas. Las partes las asignó Quincy Jones sin derecho a veto. Era el único que podía, el único en condiciones de hacerlo. Cuando entraron a la sala de grabación, en el piso ya estaban pegadas unas cintas adhesivas en la que figuraba el nombre de cada uno. De esos los que pudieron meterse en esa elite solista hoy sorprenden los nombres de Al Jarreau, James Ingram (su interpretación es excelente), Kim Carnes (la de Bette Davis Eyes) y Kenny Loggins.
De los demás llama la atención que no hayan tenido su espacio Bette Midler, John Oates -solo destacaron a Daryl Hall, desarmando el dúo- y, muy especialmente, Smokey Robinson, que aunque en el 85 no gozaba de un gran presente ya en ese entonces debía considerarse su carrera como legendaria.
Harry Belafonte, pese a ser el mentor de la reunión, no pidió un sitio especial para él. Se conformó con integrar el multitudinario coro. Aunque al conseguir la última toma de todo el ensamble, las estrellas reunidas le realizaron un emotivo homenaje que se puede ver en el video del making of.
Desde un extremo del coro, Al Jarreau y Lionel Richie comenzaron a cantar Banana Boat Song (Day O), el pegadizo tema con el que Belafonte se hizo conocido en los 50. Primero hubo algunas risas, aunque luego arengados por Smokey todos se fueron sumando (casi todos: Bob Dylan no, apenas menea los hombros con levedad y se va escondiendo progresivamente detrás de Robinson) con entusiasmo hasta terminar la versión.
El primero en llegar, varias horas antes que el resto, fue Michael Jackson. Grabó la voz para que funcionara como pista para guiar a sus colegas. También aprovechó y grabó sus partes a solas, sin el escrutinio de los demás.
Cuando ya estaban todos en el estudio se los ubicó en las gradas y Jones intentó grabar el coro. Pero la canción estaba en un tono demasiado alto para la mayoría. Las miradas de incomodidad se multiplicaron. El problema se solucionó y todos juntos hicieron varias pasadas del tema mientras las cámaras, apostadas en cada rincón del estudio, grababan cada detalle. El video iba a ser un elemento muy importante en el lanzamiento.
Eran tan fuertes las presencias, nombres de tanta importancia, que las ausencias, aquellos gigantes que no estuvieron, resaltaron más todavía.
Los tres grandes ausentes fueron Prince, Barbra Streisand y Madonna. La diva pop estaba dando shows por varias ciudades de Estados Unidos, en la gira que iba a cimentar su fama. Para llegar a la grabación debía suspender al menos tres recitales. Su manager consideró que el costo del escándalo por la desilusión de los fans, la devolución de entradas y demás sería mayor que la repercusión que podía tener integrar esa especie de Dream Team.
Barbra Streisand había confirmado su participación pero un día antes desistió. Su manager le dijo que no era un buen movimiento para su carrera, que no le convenía mezclarse con artistas de otros géneros. Eddie Murphy desechó la invitación con desdén. Dijo que estaba grabando su propio álbum (que nadie recuerda en la actualidad) y que no podía distraerse. Varios años después reconoció públicamente que cometió un gran error.
El de Minneapolis, sin embargo, se creyó que integraría el proyecto hasta último momento. Se lo esperaba en el estudio pero nunca apareció. El mayor beneficiado resultó Huey Lewis que lo reemplazó en la línea que le correspondía en la canción. También iba a hacer un dúo con Michael Jackson.
¿Por qué faltó Prince sin aviso? Las versiones se multiplican. Algunos dicen que fue porque él quería hacer un solo de guitarra y no lo dejaron (si vemos el homenaje en el Rock and Roll Hall of Fame a George Harrison y su eterno y deslumbrante solo de guitarra, creemos esta versión); otros porque la canción le parecía muy mala; hay quienes hablan de una especie de fobia a los aglomeramientos que no le permitió estar en el estudio.
También los que recuerdan un viejo encono con Bob Geldof que lo había llamado “imbécil” en público. Todo indica que se trató de una manifestación más de su inmenso ego. No quería que su presencia se diluyera entre tantas otras estrellas y, al mismo tiempo, lo desesperaba no tener control absoluto del proyecto, ser solo una pieza más. Y tener que cantar una canción compuesta por su archienemigo Michael Jackson. Ser genial, queda claro, no garantiza decidir bien.
Uno que estuvo pero del que se puede decir que con ausencias fue Bob Dylan si nos dejamos guiar por el video que circula por las redes sociales en que se ve un primer plano del ahora Premio Nobel durante la grabación del coro. Difícil determinar qué es lo que predomina en Bob. Si la incomodidad, el desconcierto o la vergüenza. Casi como estuvo en toda la década hasta la aparición de Oh Mercy, su gran disco de regreso (tal fue la desorientación de Bob en esos años que hasta usó sacos con hombreras). ¿Está perdido? ¿Está drogado? Ausente, no tararea, no canta, no hace playback.
Cuando tuvo que grabar su parte solista también tuvo inconvenientes. No encontraba la forma de cantar sus líneas. Stevie Wonder, sentado al piano, trató de ayudarlo y motivarlo. Hasta cantó imitando la voz de Dylan. Lionel Richie, pasando una mano por sobre su hombro, le daba fuerzas. Quincy Jones lo motivaba. Luego de varios intentos, todos los presentes lo aplaudieron. Bob no estaba demasiado convencido pero aceptó la decisión de Quincy Jones de que esa toma podía ser usada.
En una declaración posterior, Dylan dijo: “Que la plata de la gente que compra un disco vaya para los que se están muriendo de hambre en África es una gran idea. Pero la verdad es que nunca estuve demasiado convencido del mensaje de la canción. Eso de que la gente puede salvarse sola es medio extraño, yo no creo eso”.
Bruce Springsteen llegó manejando su auto y lo estacionó a unas cuadras. Fue el único que no lo hizo en una limusina. Su nombre arrastró a otras figuras que estaban indecisas, a las que We are the World les parecía una canción sosa. No pidió condiciones especiales y aceptó su lugar. Su parte vocal es inconfundible: la voz rasposa y la intensidad (esas venas del cuello marcándose, la mandíbula salida, la transpiración cayendo por la frente). El contrapunto con Stevie Wonder es lo mejor, musicalmente hablando, del tema.
Jon Landau, el representante de Bruce, muchos años después reconoció que a Bruce fuera de Estados Unidos su intervención en este proyecto le fue muy beneficiosa, que expandió su imagen internacional de manera exponencial, que fue un efecto positivo no buscado.
En el momento de sacar la foto, casi al principio de la sesión, para que el transcurso de las horas no deteriorara la imagen de las estrellas, un asistente se dio cuenta de que faltaba alguien importante: Michael Jackson. No aparecía por ninguna parte. Lo encontraron escondido en un baño. No quería aparecer. Quincy Jones, una vez más, debió interceder y recordarle que entre otras cosas él era el autor de la canción.
Si bien la sesión, que se extendió durante toda la noche y finalizó a las 8 de la mañana del día siguiente, fue bastante pacífica para la cantidad desmesurada de egos reunidos en ese escaso espacio hubo algunos momentos tensos. Cindy Lauper se negaba a respetar las indicaciones, entraba fuera de tiempo y hubo que repetir varias tomas porque sus cadenas, collares y pulseras se infiltraban con su tintineo en la grabación. A ella, como a otros, la canción no le gustaba. Mucho tiempo después Billy Joel lo reconoció en una entrevista con la Rolling Stone: “Cindy se inclinó hacia mí y me dijo que parecía un comercial de Pepsi: razón no le faltaba”.
Otro momento álgido se presentó cuando Stevie Wonder quiso que una de las frases finales fuera cantada en idioma swahili, una de las muchas lenguas que se habla en África. Nadie parecía demasiado convencido, pero fue el artista country Waylon Jennings quien se opuso a los gritos y hasta se fue pegando un portazo. Esa salida histriónica (nunca se supo con certeza si Jennings volvió o no) evitó que la canción tuviera alguna parte que no fuera en inglés.
En algún momento el consumo de alcohol pareció que podía desmadrar las cosas. Stevie Wonder fue el encargado de poner orden con un chiste: “Miren que si toman mucho, los conductores designados somos Ray Charles y yo”.
Antes de comenzar a grabar Quincy Jones desde su estrado, le cedió el micrófono a Bob Geldof al que reconoció como inspirador del proyecto. Bob descerrajó un agrio discurso sobre el hambre en el mundo y sobre las necesidades de África que fue recibido con respeto por todos. Pero pasadas unas horas, Geldof volvió a tomar ese micrófono sin que nadie lo invitara a hacerlo. Muy enojado, casi a los gritos, increpó a sus colegas por el lujo del catering que estaban consumiendo. Dijo, gritó, que era una vergüenza juntarse por el hambre en África y que alguien hubiera decidido gastar una fortuna en la comida, que cuando grabó su canción en Inglaterra, él fue hasta el Kentucky Fried Chicken más cercano y trajo patitas de pollo para todos. Kragen se acercó a él y le explicó que la comida había sido donada por la empresa de catering. Bob ya no volvió a hablar por el micrófono.
Cada tanto en el mundo de la música se habla de supergrupo cuando se juntan dos o tres músicos de agrupaciones conocidas. We are the World fue un verdadero supergrupo de vocalistas. Las figuras más importantes de su tiempo reunidas por una causa benéfica.
El resultado artístico, como suele suceder en estos casos, es desparejo. La canción es indudablemente pegadiza. Richie y Jackson buscaron crear un himno (de hecho escucharon varios himnos nacionales para inspirarse). Y lo consiguieron. Apenas apareció en la radio, la melodía y ese estribillo, se adhirieron en la gente. La mano de Michael Jackson es visible. La continuación temática, musical y hasta en melosidad evidente son sus composiciones posteriores Heal the World y You are not alone.
USA for Africa: We are the World vendió millones de copias. Se convirtió en número uno en tiempo récord. El video se pasaba todo el día en los canales. Un programa especial conducido por Jane Fonda consiguió un rating fenomenal. Se organizaron pasadas simultáneas en radios de todo el mundo. Ganó, previsiblemente, el Grammy a la producción y al tema del año. Y recaudó muchos millones de dólares para su causa.
El álbum que se lanzó además de este tema contenía canciones de varios artistas. Algunas de ellas muy buenas. Hasta Prince colaboró con un buen tema inédito, 4 tears in your eyes. El cover de Trapped de Jimmy Cliff cantado por Springsteen es otro gran momento.
We are the World se convirtió en un fenómeno irrepetible. El mundo de la música con el correr de los años se mostró más sensible a las causas sociales con recitales, grabaciones y declaraciones públicas. Este tema no fue el pionero. Ya habían estado George Harrison y su Concierto para Bangladesh y Bob Geldof con Live Aid. Sin embargo, We are the World marcó un hito irrepetible al convocar a las mayores figuras de su tiempo y al conseguir una impresionante repercusión. Se trató de un pequeño pero multitudinario milagro pop.